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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

martes, 3 de octubre de 2023

CUIDAR A ALOE

 




CUIDAR A ALOE O LOS RETOS DE UNA AMANTE DE LOS GATOS

Soy amante de los gatos, admisión que en la mayoría de los casos trae una reacción inmediata de “uy no, a mí no me gustan los gatos” o una defensa férrea de los perros, aludiendo a lo cariñosos y leales que son, en contraposición a los gatos, a quienes injustamente se les acusa de indiferentes, en el mejor de los casos y hasta traicioneros, en el peor.  Tuve un gato cuando era adolescente –yo, no el gatito, que era una bolita peluda encantadora, al menos para mí, pero el que luego fue mi esposo no opinaba lo mismo.  Después tuve una gata muy singular, que murió antes del proceso de divorcio y  me entendía a la perfección.  Solía quedarse mirándome cuando lloraba y en esas ocasiones –solo en esas- se subía a mi falda, como entendiendo que necesitaba consuelo.

Tras la muerte de esa gata especial llamada Lavinia, no tuve más gatos porque me mudé a un apartamento, aunque sí cuidé a Gatito el gato de Buddy, otra bolita amarilla –el gato, no mi Buddy- con quien tuve un bonding inmediato –con Gatito, no con mi Buddy, pero esa es otra historia.  Lo cuidé varias veces y lo cargaba cuando visitaba a mi amiga.  Estuve acompañándolos cuando Gatito enfermó de forma irreversible y fue necesario asistirlo en el proceso de partir a otro plano.  Fue un día triste, pero me alegro haber estado en ese momento tan difícil para mi Buddy


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La experiencia con la gata de su hija no fue tan mágica –era un torbellino que se trepaba por todos lados, incluyendo al tela metálica en las ventanas, la mesa de la sala, en fin que le dije que para la próxima mejor le pagaba el cuido que hacerlo yo misma.  Vamos, que soy cat lover, no mártir.

Pues tengo otra amiga que tiene una perrita, Aloe, que como dice mi amiga, es casi gato.  Lo cierto es que Aloe y yo nos llevamos muy bien y cuando visito su enorme apartamento me recibe, primero tímida, pero luego su muestra contenta, me lame las piernas y se acuesta cerca o se sube al espaldar del sofá.  Como hay afinidad –con ambas- mi amiga me preguntó si podía cuidar a Aloe durante un viaje que tenía por motivos de trabajo y accedí.  Después de todo, Aloe había sido declarada casi gato.  A modo de prueba, trajo un día a Aloe, quien se mostró tranquila y a gusto, pero claro, su mamá estaba presente, por lo que la verdadera prueba sería cuando Aloe se percatara que su mamá no estaría.  Mi amiga me explicó los procesos, trajo la comida, una camita, los medicamentos y los pads para que hiciera sus necesidades, por lo que según me dijo, no sería necesario sacarla a pasear, porque ella no salía del apartamento.  Perfecto.

El día de su llegada oficial, mi amiga y yo compartimos un rato y luego se fue.  Aloe parecía estar tranquila y luego de un rato la vi subirse al sofá, de lo más confiada. 



No me dio estrés verla en el sofá, porque contrario a los gatos, no lo deja  cubierto de pelos que luego se le pegan a la ropa y una no se da cuenta pero los demás sí,  ni se afila las uñas en los muebles. ¡Uy, que recuerdos no tan agradables de la gatita de la hija de mi Buddy!  Por la noche, como había anticipado mi amiga, se subió a mi cama.  Nunca había dormido con perros, pero bueno, Aloe es casi gato, así que no me causó ansiedad.

El día siguiente fueron otros 20 pesos.  Aloe a duras penas se comió la bolita que contenía un conocido calmante para gente que también se usa para perros, envuelto en una pasta que hacía que pareciera una bolita de caramelo, pero huele a carne.  Se metió en la jaulita que se usa para transportarla y casi no salía de allí. 


 










No comía y casi no tomaba agua.  También debía darle otro medicamento sobre un pedazo de pan, que la ayudaba con sus vías urinarias.  Le dejaba el pedazo de pan frente a la jaulita y eventualmente se lo comía. Después tuve que hacer un invento, porque no quería el pan.  También le daba unos palitos o unos huesitos con sabor que vienen para perros y eso era lo único que  comía.  El primer día no orinó y en los subsiguientes no había hecho el número dos. Al segundo día no aguanté la ansiedad y le envié un mensaje a la hija de mi amiga, que es veterinaria, porque no quería preocupar a mi amiga.

Me contestó diciendo que eso suele ocurrir como un proceso de ansiedad por la separación y me preguntó si le estaba dando el medicamento para la ansiedad y le dije que sí y que estaba a punto de comerme uno yo.  Con respecto a lo de hacer el número dos, me explicó era resultado de que no estaba comiendo, por lo que me recomendaba la sacara a pasear.  Ahí fue que por poco me como la bolita del medicamento para la ansiedad.  Mi amiga me había dicho que no la tenía que llevar a pasear, cosa que me tranquilizaba, por las circunstancias que rodean mi entorno.

Vivo en un complejo de walk-ups, en un segundo piso.  A la parte de atrás de mi edificio establecieron un “parquecito” para perros, sin consultar a nadie, para que los dueños trajeran sus perros y entre otras cosas, hicieran sus necesidades –los perros, no los dueños.  El dichoso, por no decir otra cosa, parquecito queda justo detrás de mi apartamento y el del vecino que tiene una perra muy buena –Lola.  Lola no ladra por capricho y cuando se le va la mano-bueno, la pata, le digo desde mi ventana: ¡Lola, ya! Y se calla.  Claro está, al establecer el dichoso parquecito comenzaron a desfilar perros y sus dueños que Lola no había visto, por lo que incrementaron los ladridos.  Eso sin contar que para llegar al parquecito de los perros tienen que pasar por el parquecito de niños y hay un dueño en particular que tiene uno de esos perritos chiquitos, de ladrido agudo y penetrante.  Solía amarrar al sangrigordo perrito de la pata de una chorrera que queda justo al lado de la ventana del cuarto donde veo televisión.  Ese perrito no es como Lola –ese ladra de forma constante, insistente y desesperante, que saca de quicio a alguien como yo, gatuna.  Pero bueno, me desvío del tema.

Para añadir a la ansiedad, al pie de la escalera suele apostarse un gato enorme, que es un encanto y se deja acariciar.  Claro, eso soy yo, que soy cat lover, pero hubo protestas de dueños de perros que alegaron que el gato les había atacado y yo no podía creer que este gato enorme, que se tira al piso para que lo acaricie y ronronea a gusto, fuese capaz de atacar a nadie.  No sé si necesite una pastillita para la ansiedad o tal vez sean los dueños de perros los que la necesiten.  Así que en mi mente me veía descendiendo la escalera con Aloe, siendo atacadas por el gato que es del tamaño de ella, o por otros perros que visitaran el jo, digo, dichoso parquecito.  Nada, me armé de valor y primero salí a inspeccionar el área para asegurarme que no había perros o el gato en la costa.  Subí a buscar a Aloe, pero primero tenía que descifrar cómo ponerle el arnés que debía conectar a la correa.  Tuve que acudir a YouTube para poder entender cómo ponerle aquello.

Tan pronto Aloe vio que saqué el arnés y la correa salió de la jaulita y daba saltitos emocionada.  Yo intentaba calmarla mientras le ponía, bueno, trataba de ponerle el arnés.  Menos mal que ella es taaaaan buena y tuvo paciencia conmigo.  Finalizado el proceso, bajamos, ella temblando y yo tratando de  disimular mi ansiedad.  No había gatos ni perros.  Orinó pegado a la verja, antes de llegar a la escalera que conduce al jo, digo, dichoso parquecito, al cual llegué y vi una cantidad de cacas en el piso, aparte del zafacón desfondado que se supone se use para echar las bolsitas con las respectivas cacas, que evidentemente no se podía usar.  Cualquiera diría que es una obra de esas que el gobierno construye y luego no le da mantenimiento.

Caminamos las inmediaciones del jo, digo, dichoso parquecito, yo tratando de evitar pisar las cacas y Aloe tratando de olerlas.  Regresé al apartamento exhausta.  Aloe se veía contenta, aunque no comía.  Me daba pena comer frente a ella, que se me quedaba mirando con esos ojitos del gato de Shrek, pero no hacía ademán de pedir comida.  Al otro día no resistí y fui a comprarle unas comidas que parecen pollo guisado, para mezclarlas con la comida seca que mi amiga me dejó.  Decidí echarle poco sobre los granitos secos, porque por experiencia con los gatos sé que después que prueban comida con salsita, no quieren volver a la comida seca y no quería crearle un problema a mi amiga.  El truco resultó.  Yes!

Al otro día debía asistir a mi labor de voluntariado y suelo almorzar al mediodía y luego me arreglo para salir.  Almorcé, terminé de vestirme y cuando me disponía a salir me topé con este camino de cacas en dirección a la puerta de entrada.  Por alguna razón Aloe decidió que ella iba a orinar en el pad y hacer la caca en el piso.  Como no había hecho caca en varios días, había una cantidad considerable y no voy a entrar en detalles.  Pese a ello, nunca me sentí tan contenta de ver caca, porque ya estaba verdaderamente preocupada. Recogí las susodichas, limpié el piso, me lavé bien las manos y salí por la ruta de la caca.

El resto de los días transcurrió con la observación de las conductas de Aloe, quien definitivamente estableció la ruta de la caca, así que me resigné al ritual del recogido y limpieza del área, al mezclado de la comida, asegurarme que tomara los medicamentos y acostumbrarme a dormir en ocasiones semejando una S, porque Aloe se acomodaba justo en mi lado, aunque había espacio al otro lado, que desafortunadamente permanece sin usar, pero esa también es otra historia.  Me seguía por todos lados, cosa que por momentos me incomodaba, sobre todo si iba al baño.  ¿Es necesario? , le preguntaba retóricamente y cerraba la puerta.  Dejó de usar la jaulita y se veía contenta, sobre todo el día que su mamá la vendría a buscar.  Pienso que ella de algún modo presintió su llegada.  Mi amiga me había dicho que podíamos dejarla en su apartamento y hacer algo de comer para compartir, pero le dije que yo estaba exhausta.



El cansancio no tenía que ver con que pasara demasiado trabajo con Aloe, que después de todo es casi gato –destaco el casi, sino con el estrés de no conocer sus costumbres y la ansiedad que me producía saber que me habían confiado esta criaturita tan dulce y yo era responsable de cuidarla.  Tengo otra amiga que ama los perros y piensa que después de compartir con Aloe, me voy a cambiar al bando de los perros.  Nonines.  Aloe es un amor y de ser necesario, la cuidaría de nuevo, pero sigo siendo ¡Team gatos!

3 de octubre de 2023