Datos personales

Mi foto
Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

lunes, 30 de septiembre de 2019

CRISIS DE IDENTIDAD









LA CRISIS DE IDENTIDAD DE GIGI

No lo digo yo –lo dice ella misma en una entrevista que aparece publicada en la edición dominical de El Nuevo Día : “Yo a veces tengo una crisis de identidad. ¿Soy puertorriqueña o americana? Somos las dos cosas. Pero tenemos que decidir.”  Creo que ella siempre ha tenido una crisis de identidad, que no es un caso aislado en este país caribeño, hispanoparlante, con una relación sui generis con los Estados Unidos que nos hace personajes shakespirianos en el ser o no ser parte de esa nación que no parece tener mucho interés en que seamos parte de ella.  Muchos norteamericanos ni siquiera saben dónde estamos y mucho menos que somos ciudadanos americanos.

El drama de miles de puertorriqueños ha sido transitar a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades.  Muchos añoran regresar; otros, deciden que por allá están mucho mejor y en algunos patéticos casos, reniegan de su origen y se integran totalmente al llamado melting pot. Gigi lleva años residiendo en Estados Unidos.  De hecho, muchos habíamos olvidado su existencia hasta que Mónica Puig ganó su medalla de oro olímpica y Gigi se picó cuando se dijo que era la primera puertorriqueña en alcanzar dicho galardón.  Según Gigi, la primera fue ella, pero claro, no ganó para Puerto Rico, sino que ganó para Estados Unidos.

El asunto de los atletas que se van a Estados Unidos para perfeccionarse no puede ser censurado.  Cada quien tiene derecho de  buscar superarse personal y profesionalmente.  Roberto Clemente, Alex Cora, Cheyenne Vassallo y muchos otros, han competido o formado parte de equipos estadounidenses.  No obstante, siempre se mantuvieron ligados a la isla, incluso residiendo –de verdad- aquí.  Ese no es el caso de Gigi.

La tenista con crisis de identidad lleva mucho tiempo residiendo fuera de la isla y al menos en mi caso, no tengo conocimiento de que haya hecho grandes aportaciones por nuestro país, como han hecho tantos otros que residen fuera –como lo son Ricky Martin, Lin-Manuel Miranda, Esmeralda Santiago y hasta la jueza Sonia Sotomayor.  Ellos no tienen que hacer demostraciones de que son puertorriqueños –ellos, como Mónica, viven su puertorriqueñidad.

Una de las cosas que más me molestó de la antes citada entrevista, es la aseveración de Gigi de que iba a divertirse con los cuestionamientos que le hacían de si era puertorriqueña, por lo que comenzó a colocar vídeos “haciendo cosas puertorriqueñas, como comer mallorcas”.  En primer lugar, quien es verdaderamente puertorriqueñ@ no tiene que andar por ahí demostrándolo –sus actos lo evidencian, al hacer algo productivo, al demostrar su amor por el país.  Por eso es que la gente adora a Mónica.  En segundo lugar, “hacer cosas puertorriqueñas” es mucho más que comer mallorcas, alcapurrias, bacalaítos o pasteles.  Podrías comer todo esto, Gigi y se te sale el refajo de que en verdad, te sientes más de allá que de acá.

Creo que este embeleco de formar parte de la “Comisión de la igualdad” fue algo gestado en el grupo estadista y que vieron en la figura de Gigi a alguien que con su cierta prominencia en el ámbito deportivo, podía adelantar la causa.  A mí se me hace difícil creer que alguien que nunca se vinculó a la política vaya -de la noche a la mañana- a tener un súbito interés en el futuro de nuestro país.  Cada quien tiene derecho a creer en lo que quiera como alternativa para Puerto Rico.  Los que quieren legítimamente la estadidad, no como un ejercicio en conveniencia, creen que lo mejor es la anexión y eso incluye la total inmersión en esa cultura que es distinta.

Lo que uno cree a conciencia no se puede discutir.  Tampoco se puede discutir el sentimiento de una persona que se siente parte de una nación, independientemente de dónde haya nacido.  Tony Croatto es un excelente ejemplo de alguien que sin haber nacido aquí, se sentía puertorriqueño. El hecho de sentirse parte de determinada nación, no implica negar su origen. Si Gigi se siente estadista, eso es lo que siente, pero que no me trate de disfrazar esto; que salga ya de su crisis y se declare americana a lo Myriam Ramírez, que no tiene ninguna crisis.  Con ello no niega su origen, como de hecho, no creo que lo haya hecho.  Hay miles de ciudadanos de otros países viviendo en Estados Unidos, que se sienten americanos, con orgullo de sus raíces. A mi modo de ver, Gigi en verdad se siente americana, pero no se ha atrevido a admitirlo –tal vez no se lo ha admitido a sí misma.  A mí como a muchos, no se nos ha formado crisis alguna.  Somos puertorriqueños.

30 de septiembre de 2019

lunes, 16 de septiembre de 2019

Mirar a la cara






MIRAR A  LA CARA


Hoy fui a una cita médica con un doctor que no conocía.  Desde hace un tiempo asistía a la consulta con un especialista que me parecía competente y que me trataba con amabilidad, pero no veía mejoría en la condición.  Decidí acudir a otro especialista en busca de la posibilidad de otro tratamiento que resultara exitoso.  Pensé acudir en la tarde, para evitar esas esperas de pesadilla, pero en la mañana me llamaron que había pocas personas en la oficina, por si quería llegar más temprano.  Aunque dudé, ya que no sabía si en lo que llegaba a la oficina la encontraría atestada, decidí salir.  Afortunadamente, sólo había una persona esperando.

La oficina me impresionó.  La entrada es en cristal escarchado, con puerta que requiere control desde adentro. Tiene una sala de espera amplia, con cómodas butacas y un mostrador con tope de granito.  La joven que me atendió al llegar fue muy amable.  Como a los 40 minutos, me llamaron.  Atravesé un largo pasillo, con varias puertas  y temí perderme al salir, pero la joven que me acompañó me condujo a una sala de examen con una inmensa e intimidante butaca.  Me dijo que soltara las pertenencias en una silla y me acomodó en la butaca.  Subió la misma y me dijo que el doctor me vería pronto.

Mientras esperaba por el doctor, me puse a contemplar el entorno.  Había una lámpara enorme sobre mi cabeza, como esas que se ven en las salas de operaciones.  A mi izquierda, una bandeja con muchas jeringuillas pequeñitas.  A mi derecha había otra bandeja en una repisa, con más jeringuillas.  No pensé que nada de eso fuera para mí, porque el motivo de mi visita no parecía necesitarlo, sobre todo porque entendía que era una visita con fines diagnósticos.

Pasaron varios minutos y comencé a inquietarme, Como había subido a la inmensa silla con ayuda, no me atreví bajar a buscar el libro que acostumbro a llevar cuando ando en esos menesteres, así que la espera se hizo larguísima.  Finalmente entró el que tenía que ser el doctor, aunque no se presentó, acompañado de una mujer que no sé si era otra doctora porque tampoco se presentó y una asistente.  El doctor me miró de refilón y se dirigió de inmediato al expediente.  Leyó, me imagino, lo que yo misma había escrito, porque era la primera visita y me preguntó, sin mirarme a la cara ¿en cuál uña es la condición?  Cabe señalar que la condición en la uña era la menor de las preocupaciones, por eso la puse en segundo lugar.  Apunté a la uña en cuestión y allá enfocó su vista.  Luego me preguntó sobre la otra condición y luego de examinar el área me dijo, moviéndome en esa dirección: “a ver su cara”.  Me miró y procedió a escudriñar mi cara bajo la lámpara esa tipo platillo volador. 

Yo, que había ido por algo sencillo que no tenía que ver con mi cara, le pregunté el porqué de la inspección a la cara y me dijo, de forma clínica y fría, que el mira la cara de todos sus pacientes, para evaluar la posibilidad de cáncer en la piel; que casi todos los especialistas en su campo lo hacen.  Procedió entonces, sin más explicaciones a hacer marquitas, inyectar un anestésico -ah, ya se explican las mini jeringuillas-  y proceder a tomar las muestras para la biopsia.  Después de esto, la doctora, asistente o lo que fuera me dio a firmar una hoja que decía que me había sido explicado el procedimiento para una biopsia y sus riesgos.  Quede tan anonadada que no dije nada y firmé.

Yo sabía que iba a hacer una biopsia, porque me lo dijo tras mi pregunta del porqué examinar mi cara, pero no recibí explicación sobre los riesgos, sino hasta después, cuando ya se había hecho y me entregaron la hoja para firmar.  La hoja en verdad no era para que yo me informara; era para cubrir sus espaldas en caso de complicaciones.

Y vamos, estos consentimientos en realidad valen el papel en que están escritos.  Como abogada sé que yo puedo consentir a un procedimiento, pero eso no quiere decir que consiento a que se haga de forma negligente.  A través de mi vida he firmado decenas de esos consentimientos, previo al procedimiento que fuese y la verdad es que si una lo analiza no se somete a ellos, sobre todo esos que dicen que puede haber todo tipo de complicaciones, hasta la muerte, que no era el caso hoy.

El doctor procedió a hacer la receta.  Le pregunté cuál medicamento me había recetado para la condición primaria, ya que había tomado algunos anteriormente sin resultado.  Como el nombre no me resultó familiar, me sentí esperanzada de que un nuevo medicamento pudiese resultar exitoso.  Le pregunté qué podía causar la condición y me indicó lo mismo que el especialista que había visitado anteriormente –herencia, edad, o causas desconocidas.

Salí de la oficina al mostrador para pagar y el joven que me atendió ni me miró y mucho menos se sonrió  Me dijo el total que debería pagar y me dio una fecha para la próxima cita.  Ya en este punto, me sentí tan molesta y apesadumbrada con el trato impersonal, que le dije que salvo la chica de recepción, todos los demás, incluyendo al doctor, debían intentar ofrecer una sonrisa y mirar a la cara al paciente que tienen en frente.  El joven  me dijo –y le creí- que iba a tomar conciencia de eso, al menos para él.

Salí de la oficina más que molesta, decepcionada con el trato que sé no es exclusivo de este médico, sino de muchos.  Detrás de la oficina a todo lujo, bien jai joyetin, hay un trato frío, impersonal, porque lo que se está tratando no es la persona, sino la condición.  Yo no soy la condición en mi uña, ni en cualquier otra parte de mi cuerpo, que dicho sea de paso, no es en mi cara, sino una persona con una condición.  Para colmo de males, cuando fui a recoger la receta en la farmacia, el medicamento que tanto esperaba resultó ser el mismo que me recetó el especialista anterior, pero que no reconocí por el nombre.

Se podrán imaginar el nivel de decepción, que no es sólo por mí, sino por los miles de pacientes que reciben un trato deshumanizado por parte de aquéllos a quien van a confiarle lo más preciado: su vida.  Hay médicos extraordinarios y no dudo que éste lo sea en términos de sus conocimientos, pero en bedside manners se colgó.  Cuando verdaderamente miró mi cara fue para hacer una prueba de diagnóstico que no era el propósito de mi visita.  Y que conste, que creo importante que se haga ese examen, porque muchos están expuestos a padecer cáncer de la piel, pero es imprescindible que l@s pacientes reciban una información  antes de iniciar cualquier procedimiento.

A través de mi vida he recibido cuidado de calidad profesional y humana por parte de médicos de familia y especialistas.  Unos son más conversadores que otros, pero siento que he sido atendida como merezco por la mayoría de ellos. Unas oficinas son más cómodas que otras, pero analizando bien, comienzo a sentir que mientras más jai joyetin la oficina, menos me van a mirar como a una persona.  Yo quiero que me miren a la cara, no buscando algo que tratar y facturar al plan médico, sino para reconocer a una persona que necesita recibir un trato humano con respecto a una condición que requiere tratamiento.  Lo demás, es secundario.

16 de septiembre de 2019