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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

viernes, 8 de octubre de 2021

Un viejo amor

 




UN VIEJO AMOR

En estos atribulados días en que se entremezclan los temores de contagios, la posibilidad de huracanes y los desastres de la administración gubernamental sobre los que no hablaré para no despertar corajes acumulados, ha habido momentos de una belleza inefable.  No son momentos trascendentales, pero son los que me hacen tomar conciencia –una vez más, de cuán bendecida he sido en esta vida. Tengo unas amistades de lujo, de esas con las que se disfruta de una buena plática, un buen vino y momentos de desahogo que se entremezclan con risas y lágrimas. También he disfrutado del talento extraordinario de nuestros artistas, muchos de los cuales tienen que haber pasado la zarza y el guayacán, pero no por ello dejan de crear.

El viernes de la semana antes pasada supe que estaba a la venta el nuevo libro de Luis Rafael Sánchez, El corazón frente al mar y por supuesto, acudí al otro día a comprarlo.  Quienes me conocen saben de mi predilección por su lectura, pero no tod@s saben que es, para mí, un viejo amor.  No se escandalicen –o entusiasmen, que depende de su visión-  es un amor platónico. Luis Rafael Sánchez fue mi profesor en la IUPI, durante mi primer año y luego en la Facultad de Humanidades.  Asistir a su clase era para mí un deleite y contrario a otras clases, me ponía triste si por alguna razón no se celebraba una sesión.  Todo en él era –y sigue siendo- una experiencia sensorial exquisita: su porte, su dominio del lenguaje, su dicción perfecta, su sonrisa contundente y su voz profunda, varonil, cautivante. Han pasado más de 40 años desde ese primer encuentro y todavía todo esto sigue siendo aplicable.

Me he encontrado con él en pocas ocasiones, pero en todas, vuelvo a sentirme como esa primera vez en que contemplé a este profesor, ya escritor reconocido y me convierto en una jovencita que se pone nerviosa cuando ve el objeto de sus afectos.  Cuando fui a la librería a comprar el libro, le dije a la joven que me atendió: “él fue mi profesor”, presumo que con una cara así como de fanática de Paul McCartney –que es otro viejo amor- y ella me miró como si nada.  No sé si porque no le importaba,  porque no sabía quién era Luis Rafael Sánchez o todas las anteriores.  El caso es que ya tenía el libro en mi poder y al leer la última oración en la contraportada, parte de la Introducción, quedé en éxtasis: Los sueños se pudren si no se les muda el aire.

Debo confesar que al inicio la lectura me incomodó.  Por alguna razón mi adorado profesor escribe últimamente enumerando secciones de sus escritos. Algo en los números me repele, pero no me impide disfrutar de una lectura que me reta.  Además, las viñetas que toman el Viejo San Juan como inspiración o leitmotiv no se ajustan a las formas conocidas.  Sin embargo, su dominio del lenguaje se impone y la profusión de imágenes que evoca es una experiencia por sí sola.  No deja de deslumbrarme con esa habilidad suprema que posee para hilvanar recuerdos de experiencias, de canciones, de sucesos ridículos o sublimes, con referencias a escritores locales o internacionales. Su grandeza no le impide –como le impide a muchos con menos talento y mayor ego- reconocer la maestría de varios escritor@s, particularmente l@s locales.

Cuando ya había comenzado la lectura, interrumpí ese gozo para ir con una amiga a un centro comercial.  No buscaba nada en particular; tan solo iba a novelerear, con la expectativa de ir luego a almorzar, que es algo que de veras me entusiasma.  Pasamos por un pasillo con varios de esos carritos con chucherías y mi amiga se detuvo a mirar unas pequeñas pantallas en plata.  No soy fanática de la plata; desafortunadamente prefiero el oro, porque por alguna razón pienso que el dorado me va mejor que el plateado.  Además, ya no compro pantallas, porque hace años uso unas pequeñitas, que no me tengo que quitar, así que siempre, salvo excepciones, las tengo puestas.  Ah, pero mis ojos se posaron en una inusual sortija de plata con diseño de atrapasueños (dreamcatcher). El origen de ese objeto se supone que proviene de una tribu de indios de Norteamérica que diseñaban esta especie de red para colocarla en la abertura del espacio que usaban para dormir, de forma tal que la red atrapara los malos sueños y dejara pasar tan sólo los buenos.  De inmediato pensé en la frase del libro de Luis Rafael Sánchez sobre los sueños y la compré.  Siempre que la vea –y en otras ocasiones también- lo recordaré.

Suelo escribir todos los días algo corto para agradecer mis bendiciones.  El lunes pasado escribí sobre el gozo de preparar una pasta aderezada sólo con mantequilla, salvia y queso parmesano, porque parte de disfrutar los alimentos es poder apreciar los sabores sin mucho disfraz.  La cocina siempre ha sido un deleite para mí, como es la lectura y en particular lo que sale del teclado –o la pluma, que no sé cómo escribe- Luis Rafael Sánchez.  Comenté que la lectura de su libro me había hecho redescubrir un viejo amor y de inmediato vino a mi mente la canción Un viejo amor.  Ah, las ventajas de la tecnología – la busqué en You Tube y la encontré interpretada por Marco Antonio Muñiz- otro viejo amor y Ana Gabriel: Que un viejo amor, ni se olvida ni se deja; que un viejo amor, de nuestra alma sí se aleja pero nunca dice adiós…

El recuerdo de Luis Rafael Sánchez está ligado a otro viejo amor: la IUPI.  Amo sus edificios viejos, las frías losas de los pasillos externos de la facultad de Humanidades o el Teatro, donde tantas veces me senté a charlar con mis compañeros; el sonido del carrillón; el olor del Teatro antes de la remodelación o de la Biblioteca Lázaro, la cual visité hace como seis años y olía exactamente como la recordaba. Me emociono cuando oigo el himno y lo canto con mi desafinada voz cuando escucho el disco de la Tuna Bardos, producto de la IUPI.  Para mí, ningún coro supera al de la IUPI.  Cada vez que transito por los espacios originales me transporto a los momentos que allí viví y siento que el tiempo se ha detenido cuando me encuentro con ese viejo y gran amor.

Curiosamente, en estos días compré boleto para asistir al concierto de Chucho Avellanet –otro viejo amor.  A sus 80 años (¡tantos!), conserva esa voz impecable que me hace suspirar cuando canta Jamás te olvidaré. No se me escapa la ironía de que el concierto esté auspiciado por una aseguradora de planes médicos dirigidos a la población con beneficios de Medicare, lo cual sin duda me expondrá a que el público que asistirá me recordará aquélla frase de una canción de Pablo Milanés – otro- : porque el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos… Me resulta interesante cómo en estos días he rememorado varios viejos amores –los platónicos y los que no, pero de esos no hablo ahora.

Hace un tiempo había visto en Facebook una corta grabación de un concierto en vivo de Juan Luis Guerra –sí, otro. Siempre he admirado el talento de este músico extraordinario, que ha logrado conjugar una música sofisticada, producto de una educación formal con los ritmos tradicionales de su país. Pues fui a una farmacia de esas de cadenas y presencia ubicua y me topé con el disco de ese concierto.  Resulta que tiene todos los grandes éxitos, interpretados en vivo, con nuevos arreglos.  Contiene dos canciones de esas que son las clásicas y que no voy a revelar, para no estropear la sorpresa, que son interpretadas en otro ritmo – no, no reguetón, por Dios.  El resultado es algo hermoso.

Si estamos dispuest@s a mirar la esencia, sin importar la forma, como yo lo he hecho con el nuevo libro de Luis Rafael Sánchez, nos daremos cuenta de que ese viejo amor sigue estando ahí y probablemente su encanto ha aumentado con la pátina del tiempo.  Ahora solo falta que mi pequeño atrapasueños permita que entre un hermoso sueño con Luis Rafael Sánchez.

8 de octubre de 2021