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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

domingo, 26 de agosto de 2018

Otra vez Luis Rafael








 OTRA VEZ LUIS RAFAEL



Hoy apareció publicada en la versión impresa de El Nuevo Día, la columna de Luis Rafael Sánchez que apareció ayer en la versión digital y que compartí en la página de Facebook.  Ver de nuevo su foto y releer sus palabras me llevó a retroceder en el tiempo y buscar un escrito mío del 2005, el que redacté previo a unos sucesos terriblemente dolorosos ocurridos más tarde.  Mi Buddy dice que a la menor provocación, escribo sobre Luis Rafael Sánchez y es cierto.  Ello, porque su presencia está atada a recuerdos de mis años de estudiante; por el indiscutible talento que tiene; porque es una figura imponente, que no pasa desapercibida y porque pese a que lo veo raras veces, su fugaz presencia en mi vida ha dejado una hermosa marca indeleble que proclamo con orgullo, algo así como un tatuaje en el alma.

Luego del escrito del 2005, me encontré con él en persona 10 años más tarde y tuvimos un breve intercambio que significó mucho para mí.  Ese encuentro motivó una reflexión que titulé Encuentros fugaces, tomando prestado el título del mural de Susana Espinosa en la estación de Hato Rey del Tren Urbano. Comparto mi escrito de enero de 2005, porque como la columna de hoy sobre Mundi, la columna sobre Mafalda revela un lado tierno de Luis Rafael Sánchez que me hace sentirlo más cercano.  Y aguardo, con ilusión, al próximo encuentro fugaz.

26 de agosto de 2018

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¡AMO A LUIS RAFAEL!

El miércoles pasado apareció publicada una columna de Luis Rafael Sánchez que por poco me pierdo.  No había leído el periódico temprano y en la tarde, al llegar a casa, lo ojeé por encima sin entusiasmo, porque un periódico en la tarde es como una fritura recalentada.  Cuando casi me disponía a tirarlo a la basura  me topé con la columna de Luis Rafael.  Me acomodé en la silla, dispuesta a darme un banquete con la lectura de estas líneas escritas por alguien a quien admiro profundamente.  De hecho, dos días antes había terminado de leer su último libro, una recopilación de varios artículos suyos publicados a través de los años. 

Por alguna razón, la figura de Luis Rafael Sánchez ha estado repitiéndose para mí en estos días.  Mi prima segunda, quien reside en Barcelona y estaba de visita estas Navidades, me contó que ella había tomado una clase con Luis Rafael Sánchez.  Es curioso, porque es un dato totalmente desconocido para mí y entre ella y yo hay más de 15 años de diferencia en edad.  En esos días había comprado el libro -no recuerdo si antes o después, pero sé que terminé de leerlo antes de que apareciera la columna.

El descubrimiento del libro, muy sugestivamente titulado Devórame otra vez y ahora esta columna, me hicieron rememorar los días en que yo conocí a Luis Rafael Sánchez.  Lo ví por primera vez en mi clase de Español 101, la cual tomaba en el salón del Edificio Pedreira que queda al extremo final, como si fuera a la derecha de la Torre, si uno se sitúa de frente a ésta.  Por supuesto, estoy hablando de La Torre de la UPR, mi Alma Máter.  Allí escuchaba yo a Luis Rafael Sánchez embelesada, impresionada con su presencia, su dominio del lenguaje y la calidad envolvente de su voz, que era como una caricia sonora de una voz evidentemente masculina que proyectaba fuerza, pasión y gozo.

Para el tiempo que tomaba mis clases de segundo año en Humanidades estaba recién casada y no había asomo de la crisis que vendría muchos años después y que nada tuvo que ver con Luis Rafael Sánchez (qué pena), así que toda esta contemplación era enteramente platónica.  Recuerdo que me sentaba en la primera fila y no me perdía ni una sola palabra.  No hablaba con nadie, así que el profesor parecía tener una idea de que yo era algo así como un ratón de biblioteca (que no era el caso).  Un día nos encontramos de forma casual en la Librería La Tertulia.  Yo andaba con una amiga, creo que era Leticia y tan pronto lo vi empecé a hablar corridito y más de la cuenta, producto de los nervios que me producía encontrarme con el Profesor en un lugar inesperado, aunque no extraño -después de todo se trataba de una librería.  Al escucharme, me dijo: “Señorita Olivencia (siempre me decía señorita aunque yo estaba casada pero creo que él no lo sabía y yo no lo corregía), ¡pero qué parlanchina es usted!”  Claro, ahí me entró esta risa nerviosa, producto de la conducta irracional que provocaba y todavía provoca en mí este hombre.

Los recuerdos de Luis Rafael en clase fluctuaban desde momentos explosivos, gozosos o de puro miedo.  En una ocasión, cuando yo no me había preparado para la lección de ese día, comenzó a preguntar sobre una lectura y ninguno de los estudiantes había leído.  Cuando me preguntó a  mí y le respondí que no había leído, me dijo: ¡Que usted tampoco ha leído!  Me sentí empequeñecer poco a poco en la butaca.  Nos echó a todos del salón y nos dijo que no regresáramos si no íbamos preparados.  Salí casi arrastrándome de la vergüenza y la desilusión.  Pero estos momentos eran escasos y la más de las veces, era un gozo estar en su clase, escuchar su voz y su risa estruendosa, con su boca abierta y mostrando su hermosa sonrisa.  A veces había tensión al contestar sus preguntas, porque él enfatizaba que había que expresarse correctamente.  Un compañero cometió el delito de empezar a hablar diciendo “o sea” y el Profesor lo fustigó diciendo “¡o sea, o sea, pero si no ha dicho nada! - ¿cómo puede comenzar una oración con o sea?”

Para muchos estudiantes, Luis Rafael era casi un ogro y para otros era casi un dios.  Yo estaba entre las últimas.  Cuando por alguna razón no había clase, yo me sentía triste, como si me faltara algo. Después del episodio del bochorno colectivo me ocupaba de prepararme para la clase, al punto de que un día, cuando tomé un segundo curso con él y no pude prepararme, antes de entrar el salón le pregunté si me permitía entrar sin haber leído, a lo cual accedió.  Este segundo curso fue “Literatura Hispanoamericana” y lo tomé en un salón tipo anfiteatro que queda hacia la parte de lo que fue hace muchos años, aún previo a mi ingreso a la UPR, Estudios Generales y hasta hace poco, no sé si todavía, allí se imparten cursos de teatro.  Tengo un vago recuerdo de que al finalizar este curso se hizo como un pequeño festejo y yo llevé un postre que hace años que no hago, que es  una especie de “coffee cake”, el cual en medio de mi adoración me aseguré que el Profesor probara.  Pienso que hay algo de erótico en ofrecerle a un hombre que nos gusta algo que hemos preparado nosotras mismas, aunque en aquel tiempo ni pensaba algo así.

De esta clase, guardé dos libretas de examen, las cuales aún conservo.  En una de ellas, aparece una “A”, lo cual evidentemente es motivo de gran orgullo -es una “A” según otorgada por nada más ni nada menos que Luis Rafael Sánchez.   En la otra, aparece una “B+”, que de hecho, no recuerdo bien si fue “B-”y yo fui a hablar con él sobre esto y se produjo el leve cambio, pero no importa.  El punto es que hay una nota de su puño y letra que resulta ser más significativa que la “A”.  La nota dice: “Su trabajo debió (sic) ser mejor pues usted tiene el talento para ello”.  Aunque en aquel momento me sentí decepcionada, hoy me doy cuenta de que esta “B” con su nota tiene mucho más valor, porque representa un reconocimiento a mi talento.  Depende exclusivamente de mí, no del evaluador, si lo voy a utilizar al máximo.

Pasaron varios años antes de volverme a encontrar con el Profesor.  Una vez nos encontramos en el aeropuerto cuando yo acudí a buscar al que era mi esposo y se lo presenté.  En otra ocasión nos encontramos en el Viejo San Juan y a mi ex no le hizo gracia la cara de evidente adoración que yo puse cuando lo vi.  Pasaron muchos más años y muchas más experiencias, incluyendo el divorcio, antes de que nos volviésemos a ver.  Estaba yo en Broadway.  Había comprado unos boletos por teléfono para el teatro, desde Puerto Rico.  Como yo tengo problemas con las direcciones (aún aquí), decidí ir a recoger los boletos temprano, para saber cuán distante estaba el teatro, no fuera a ser que me perdiera sin el boleto de entrada.  Al salir del teatro, lo vi y lo llamé -¡Profesor!  Me saludó muy cariñoso y comenzamos a caminar por Broadway.  Yo estaba fascinada.  ¡Caminar por Broadway con Luis Rafael Sánchez!  Al despedirnos, me dijo que había sido muy agradable compartir durante el trayecto.  Regresé al hotel emocionadísima, como una adolescente, a pesar de que calculo yo tendría unos 37 años en ese entonces.  Algunos 10 años después, me lo encontré en Border’s y fue exactamente la misma emoción -risa nerviosa y todo.

El artículo del pasado miércoles se titula ¡Amo a Mafalda!  En él Luis Rafael Sánchez hace gala nuevamente de su dominio del lenguaje.  Dominio que yo he visto no sólo en sus libros -En cuerpo de camisa, O casi el alma, y Quíntuples, entre mis favoritos, aparte de los artículos y ahora el de Devórame otra vez, el cual adquiere una nueva dimensión, sino también en su expresión oral, la cual he tenido el privilegio de disfrutar.  Pero más allá de la suprema habilidad que sabemos posee, este artículo se me revela tierno, como que acerca más a mí a esta figura casi mítica que es para mí Luis Rafael Sánchez.  Dice en una parte del artículo, refiriéndose a los dones de Mafalda: “Y porque considero la inteligencia el afrodisíaco cumbre”.  Me identifico plenamente con esta aseveración, pues para mí, una mente privilegiada atrae más que cualquier otro don y en más de una ocasión me he sentido poderosamente atraída a hombres brillantes.  Y si tienen una voz hermosa es como para caer desfallecida.

Luis Rafael expresa en este artículo todas las razones por las cuales ama a Mafalda, entre éstas “porque en su contorno infantil escasean las hadas aéreas y los príncipes azules, pero abundan otras fantasías más increíbles, como la fantasía suprema en que consiste la justicia humana”.  Esto casi me dejó sin aire.  Pero el coup de graçe, está casi al final dónde expresa que “la llevaría a la playa de Acapulco a acariciar las estrellitas con sus manitas”.  Suspiro.

Amo a Luis Rafael, porque tras más de 30 años de haberlo conocido, aún me hace suspirar con el afrodisíaco de su  talentosa inteligencia, su hermosa voz y me hace desear que me lleve a la playa de Acapulco a acariciar estrellitas con mis manitas, mientras como Mafalda, aún conservo la fantasía suprema de la justicia humana.

21 de enero de 2005

jueves, 23 de agosto de 2018

¿DÓNDE ESTÁ EL ALMA?





Reflexiones sobre la esencia del Partido Popular Democrático 




¿DÓNDE ESTÁ EL ALMA?
  

Yo he usado esta palabra muchas veces.  Me he referido a hombres con alma de niño, edificios, cachivaches o lugares con alma; a palabras que me salen del alma –usualmente palabras fuertes, de las llamadas “malas”, pero que son un reflejo de un profundo dolor o indignación.  En momentos gozosos, aludo a adornar o alegrar el alma; en momentos tristes han salido a relucir las heridas del alma o el dolor que estruja el alma o los pedazos arrancados de ella.  Por supuesto, que la uso con un tono cargado de orgullo y casi reverencia cuando me refiero a mi Alma Máter, la Universidad de Puerto Rico.  He tenido la dicha de hacer viajes con alma, que es decir que son experiencias de vida en las que aprecio la belleza de los paisajes, aspiro los olores, siento la brisa; disfruto a plenitud de los sabores de un país y me comunico con su gente.   Una de las alusiones más hermosas que he escuchado es cuando Papi me llamaba su hija del alma. 

En estos días ha salido a relucir la palabra vinculada al Partido Popular Democrático.  Se ha dicho que en estos momentos se cuestiona si se ha quedado sin alma.  Creo que sí.  Yo crecí bajo los fundamentos de ese partido, aunque hace mucho tiempo que dejé de considerarme militante.  Respaldo muchas de sus posturas de justicia social y su apego a la reafirmación de nuestra identidad nacional.  Esto último se ha venido erosionando con el tiempo y merece un análisis mucho más profundo que lo que esta reflexión puede atender.  Son muchas las personas que han señalado que cada día el Partido Popular se parece más al PNP y estoy de acuerdo.

Desde mi punto de vista, el PNP se ha caracterizado por tener una organización muy centrada en lograr triunfos electorales.  De hecho, internamente hay quienes han criticado esto, lo que ha provocado un nuevo énfasis en impulsar la estadidad.  Desde hace bastante tiempo, el Partido Popular ha estado enfocado en seleccionar candidatos con la posibilidad de derrotar el candidato del PNP, pero sin hacer esfuerzo alguno para definir el rumbo que debe tomar en términos filosóficos a la luz del giro que ha tomado nuestra relación con los Estados Unidos.  Se hacen esfuerzos para derrotar la estadidad –algunos muy burdos como hemos visto, pero no para definir hacia dónde vamos con un estatus que ha quedado más que desprestigiado.

Hace mucho tiempo que Estados Unidos ha decidido ignorarnos, en el mejor de los casos y más recientemente, humillarnos.  Esta actitud desdice mucho de uno y otro país.  Pese a que muchos todavía insisten en que el Estado Libre Asociado es viable con unos pequeños ajustes, la situación, aunque dolorosa, es insostenible.  Las más recientes decisiones de los tribunales han dado al traste con cualquier ilusión de que aquello que funcionó hace varias décadas, aún funciona y que sólo hay que darle un update.

La dirección del partido es el mejor ejemplo del estado de negación.  Por años se ha pospuesto una consideración seria y profunda del estatus, amparándose en que hay una crisis económica que atender, como si no pudiesen atenderse ambos asuntos.  Este ejercicio de posponer lo medular me recuerda una relación que tuve, en la que la justificación para no atender el distanciamiento era que había que atender diversas crisis que se presentaban en el entorno laboral, que a fin de cuentas no eran distintas crisis, sino una con variantes.  El resultado final fue que la crisis económica, que en verdad era una crisis de prioridades, se tragó la relación.

Pues los que tienen el control del partido no han querido enfrentar la crisis mayor en la relación con un pilar fundamental – el estado libre asociado que ideó Muñoz y que fue una solución en su momento.  Hay quien ha planteado que esta creación fue un engaño, pero yo no lo veo así.  Creo que Muñoz se enfrentó a una situación de un pueblo sumido en la miseria y buscó una alternativa novedosa que halló resonancia en líderes de la época en Estados Unidos.  La traición no vino de Muñoz –vino del que se presentó como socio y que luego, cuando la isla no servía a sus intereses, nos  fue abandonando poco a poco, como el amante que empieza a llegar tarde, luego no tiene tiempo para nosotros y en el peor de los casos, termina maltratándonos.  Esta relación indigna desdice de nosotros, pero desdice también de una nación que ha tenido líderes insignes y se precia de ser ejemplo de democracia.  Las naciones no son sus líderes; son el pueblo que las constituye.

Y los líderes que controlan el Partido Popular en este momento desdicen mucho de un partido que una vez fue dirigido por gente honorable.  La pugna reciente sobre los vínculos  del presidente del partido y otro personaje que me parece accesorio con la firma DCI Group dedicada a cabildear a favor del pago a los bonistas y a quien se le imputa lanzar una campaña de lodo sobre el entonces gobernador y las intenciones del país de evadir sus obligaciones presenta la cara más fea de los abogados.  Y puedo hablar sobre los abogados, porque soy abogada.

El rol de un abogado es asesorar a su cliente y ser fiel a su particular visión de los hechos, independientemente de si está de acuerdo o no.  Por supuesto, es su deber plantear todas las posibilidades en defensa de su postura, incluyendo el riesgo de perder en un juicio.  La decisión final no es del abogado-es del cliente. A mucha gente le causa incomodidad que un abogado criminalista defienda a un acusado de crímenes abominables, cuando sabe que el acusado en efecto cometió el crimen. Como abogada, sé que ese abogado está defendiendo el principio del derecho a un juicio justo.  Su obligación es hacer todo lo legalmente posible –y lo subrayo a propósito-  por demostrar que el proceso no se llevó a cabo como corresponde, ya bien sea porque no hubo una identificación adecuada, que la evidencia se obtuvo de manera ilegal o cualquier otra circunstancia que se apartó del procedimiento que está instituido en nuestro sistema de derecho para la protección de todos nosotros.

Es preciso recordar que no es el abogado quien determina que el acusado no es culpable, sino el juez, luego de escuchar los argumentos del otro lado – del fiscal que debe probar más allá de duda razonable que el acusado es, en efecto, culpable de lo que se le imputa.  Para los abogados a quienes se nos hace muy difícil desdoblarnos y atender clientes que pueden ocasionarnos un conflicto con nuestras creencias, el camino a tomar es no atender ciertos casos e incluso, no dedicarnos a la práctica criminal.  Debo enfatizar que no quiero en modo alguno implicar que los abogados criminalistas estén haciendo algo inmoral al defender clientes que saben cometieron los delitos, sino que cada abogado debe tomar el curso de acción que le produzca la mayor tranquilidad  personal.

En el campo del derecho civil también pueden presentarse conflictos, cuando el abogado representa clientes con intereses encontrados, aspecto regulado por los cánones de ética.  Un abogado no puede representar, por ejemplo, a partes que están en pugna en torno a una herencia.  Y el asunto se sigue complicando cuando entramos al ámbito de la persona que es abogado, pero que no está actuando como tal en su capacidad de director o representante de un organismo, lo que me lleva a la actuación del presidente del Partido Popular.  El otro caso no lo abordo, porque como dije, es un mero accesorio.

La participación de Héctor Ferrer en la redacción de memorandos legales a DCI Group lo convierte en un abogado con obligación hacia ese cliente.  El no actúa como abogado del Partido Popular, por lo que desde el punto de vista ético legal, no ha actuado de forma que violente leyes o el código de ética de los abogados.

Habiendo establecido esto, es preciso que nos enfrentemos a lo que es una ética personal, que no aparece en códigos, ni leyes.  Trabajar para una entidad -aunque sea en una gestión limitada-  que en su afán para obtener el pago para unos bonistas, pinta un cuadro distorsionado de los puertorriqueños, es algo que hiere eso intangible que llevamos dentro la mayoría de los puertorriqueños, aunque ni siquiera se esté consciente de ello.  Yo dirigí una oficina dedicada a combatir el discrimen y no actuaba como abogada.  ¿Cómo se sentiría una víctima de discrimen por digamos, origen nacional, si fuera de horas laborables me dedicara a orientar policías acusados de violencia policiaca contra la comunidad dominicana?  No se trata de si la actuación de Héctor Ferrer era legalmente válida; se trata de que una persona que representa un organismo que defiende la justicia social no debería representar a quien, aunque legítimamente, defiende sus intereses económicos sin contemplar las consecuencias.

Y no es cuestión de empezar a señalar que hay otros que actúan de la misma forma o las motivaciones que pudiesen tener para hacer el señalamiento.  Todos los que actúen de igual manera incurren en el mismo enredo de espíritu, para usar una frase de Muñoz.  La pugna ha sacado a la luz que el Partido Popular, tristemente, perdió su alma, como se dice que manifestó Victoria Muñoz.  Y lo cierto es que hace tiempo la perdió, pero era algo que no se quería ver.  La controversia por las gestiones con DCI Group destapó esa realidad, como María destapó la pobreza que estaba ahí y no veíamos –o no queríamos ver.

Es repugnante ver los intentos de justificar lo injustificable ante nuestras almas heridas, porque lo que ocurre en el Partido Popular –y en otros también, duele en el alma, pero no hablo de lo que no es el tema –eso le toca a otros. Hay veces que unas declaraciones revelan mucho más allá de lo que se dice.  Establecida la pugna, según el Periódico Primera Hora del lunes, comenzaron a salir carteles que decían PPD sin criminales, con una foto de Aníbal Acevedo Vilá y No a los gansos. Cuestionado sobre ello, Ferrer se desvinculó de los mismos y manifestó ¿Quién puso eso y los otros? Yo no sé ni me interesa ni me importa.  No dudo que él no sepa, pero ¿cómo no le va a importar a su presidente que aparezca una campaña de descrédito contra miembros del PPD?  A mí me importaría mucho que se arrojaran sombras sobre el personal de la oficina que dirigía, porque eso afectaría la credibilidad de la labor que allí se hacía.  Ese es el gran problema, que a muchos no les importa la imagen que se proyecte de un partido con nobles propósitos.

Y más allá de la imagen, la naturaleza del partido, su razón de ser se ha perdido, si se va a continuar por este camino de negación de la realidad colonial y la lucha por candidaturas para gobernar algo que ya ni se sabe qué es.  Por años no hemos querido ver una realidad porque resulta dolorosa.  William Miranda Marín aludió en el 2010 a la necesidad de una ruptura.  Han pasado 8 años y hay una negación de la necesidad de romper con lo que en algún momento sirvió bien al país.  Precisamente 8 años me tomó llegar al convencimiento de que mi relación de matrimonio no era lo que en su origen fue; que ya la razón de ser había dejado de existir; que era una relación donde no había maltrato, pero tampoco había amor de pareja.  Lo mismo ocurre con el Partido Popular.  Hay una resistencia a romper con lo que dejó de ser, porque seguimos añorando lo que una vez fue.

Sí, el alma del Partido Popular se ha perdido, pero está en los pedazos que de ella hay en los corazones de cada uno de los que creemos sus postulados básicos de pan – pan para saciar el hambre del cuerpo y del espíritu; tierra para cultivarla,  sostenernos, protegerla  y amarla y finalmente, libertad para elegir el rumbo de nuestro destino con plena conciencia de quiénes somos y hacia dónde vamos.  No es un camino fácil; es doloroso, pero  necesario. Se comienza  juntando todos esos pedacitos del alma del Partido Popular que llevamos dentro para retornar a su esencia, aunque con ello tenga otra apariencia.

23 de agosto de 2018