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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

domingo, 24 de marzo de 2019

Grandeza





GRANDEZA

Desde hace años disfruto de la música interpretada por un artista excepcional que ayer se me reveló como un genio.  He sido fanática de varios artistas a través de los años.  Comencé con los Beatles, con una predilección especial hacia Paul McCartney.  Luego le siguieron Chucho Avellanet, Danny Rivera, Marco Antonio Muñiz, Milton Nascimento –durante una época con particular afición por la música brasileña. Ednita Nazario  llegó más tarde.  Irrumpieron a escena músicos del bel canto, precedidos por Luciano Pavarotti, quien sigue siendo mi favorito y Andrea Boccelli.  Como una estrella que se fue insinuando en mi corazón poco a poco, con la sutileza del instrumento que tan magistralmente ejecuta, llegó Yo –Yo Ma.

Imagino que lo escuché por primera vez en la radio y eso me provocó comprar un disco.  Luego de eso he adquirido varios, que escucho dependiendo de mi estado de ánimo.  Hace 14 años lo escuché en persona por primera vez  y quedé prendada no sólo del músico, sino también del ser humano.  Fui conociendo mas de sus esfuerzos para hacer música de géneros diversos y de acercarse a personas de distintas culturas. Ejemplo de ello es uno de mis discos favoritos, con temas festivos, en el que colabora con músicos de varios países e interpreta ritmos orientales, caribeños, europeos y norteamericanos.  Ya me iba formando una idea de que este hombre es un ser universal, un maestro no sólo por su maestría en la ejecución del violonchelo, sino porque nos muestra el camino hacia una mejor sociedad.

El pasado viernes y sábado pude constatar que estuve ante la presencia de un ser cuya grandeza trasciende su enorme talento musical. Asistí al concierto que ofreció el viernes en la sala de festivales del Centro de Bellas Artes, en el que interpretó las seis suites de Bach.  Yo había escuchado tal vez dos y porciones de otras.  Yo-Yo Ma estaba solo en el escenario –bueno, sólo con su chelo.  Hubo momentos verdaderamente sublimes.  Hay una magia especial en ver la simbiosis intérprete/instrumento que se establece entre ambos.  Por momentos, se siente que estamos ante un suceso íntimo en el que el maestro acaricia el instrumento; en otros, parece como si hubiese dos o tres chelos en lugar de uno solo.

Para mi, que prefiero los conciertos orquestales resultó un poco fuerte estar dos horas ante la interpretación de un solo instrumento, pero no dejé de apreciar momentos sublimes.  El maestro –me resisto a llamarlo Yo Yo, aunque estoy segura que a él no le molesta –dedicó la quinta suite a Puerto Rico, tras unas interpretaciones magistrales.  Fusionó la quinta y sexta y el concierto llegó a su fin, pero él anunció que había una sorpresa – y lo dijo en español.  De verdad fue una sorpresa –jamás lo hubiera imaginado.  Pensé que tal vez interpretaría El Canto de los pájaros, de Casals, pero no.

Entró a escena el coro de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Cayey, acompañado de Alberto Carrión y en compañía del maestro, interpretaron Amanecer Borincano. Al escuchar los primeros acordes las lágrimas se agolparon en mis ojos y luego fluían libremente por mis mejillas.  Me sorprendió la intensidad de la emoción, como me sorprende cada vez que la asocio con la tragedia que vivimos con el huracán María y la desnudez no solo de nuestros montes, sino de la realidad colonial que ha quedado tan patentemente retratada en los últimos tiempos.  Y ese dolor está ahí, aunque hayamos superado mucho, aunque personalmente no hayamos sufrido tanto como los habitantes de regiones más apartadas.  El abrazo cálido que el maestro le ofreció a Alberto Carrión al finalizar fue como si hubiese ofrecido un abrazo colectivo al país entero, como queriendo decir “estoy con ustedes”.  Todo me quedó aun más claro ayer.

Asistí a un conversatorio que formaba parte del mismo proyecto de la gira de Yo Yo Ma en el que participarían Luis Miranda –el papá de Lin Manuel- junto al promotor de La Respuesta en Santurce, quienes analizarían arte y desarrollo económico; el propio Yo Yo Ma y la directora del Museo de Arte Contemporáneo, para discutir el rol del arte en la revitalización de la isla y el Chef José Andrés y la dueña de uno de los food trucks que participó en la tarea titánica de alimentar la isla tras el paso del huracán.  Alguien le preguntó a Luis Miranda cómo hacer sentir en Los Ángeles la presencia de la cultura Boricua y Luis Miranda le respondió “haciéndolo”, lo cual fue sentando la tónica del conversatorio.

Siguió Yo –Yo Ma con Marianne Ramírez y dejó ver una vez más su calidad humana.  Saludaba con abrazos a los que tenía alrededor antes de subir al escenario y mientras lo presentaban, sonreía como un niño chiquito como queriendo decir “¿y ahora qué vamos a hacer?” Asumió el rol de entrevistador y le lanzó la siguiente pregunta a Ramírez: “si tuvieras los recursos para resolver los problemas del país qué harías?”  Yo quedé como la computadora cuando está buscando un archivo y Ramírez abordó el asunto.  De ahí fluyó la conversación y se abrió el foro para preguntas.  Una de las participantes recibió un micrófono que no funcionaba y Yo - Yo Ma se acercó desde el escenario y le dio el suyo.  Ese pequeño acto me reveló que nunca pierde de vista a los otros seres humanos.  El no se siente como un ente aparte, aunque tendría todo el derecho de hacerlo.  Como dicen por ahí, está fuera de liga. Creo que él no se da cuenta de cuán grande es.

En un momento dado Ma afirmó “ustedes tienen una identidad bien fuerte, pero es necesario que el resto del mundo sepa eso”. También dijo que debemos cambiar el nombre a Puerto Sí Podemos.  Una profesora de música preguntó qué era lo que había en Bach que apela al sentimiento y Ma contestó que representa empatía, como un tío lejano, pero que se sienta a escucharte.  Creo que por eso es que el maestro puede interpretar tan magistralmente a este compositor.  Él es también ese tío que nos escucha.

Tras su participación, permaneció un rato escuchando al chef José Andrés, quien también recalcó en la importancia del convencimiento de que podemos echar adelante el país nosotros mismos, particularmente tras la ineficiencia demostrada por FEMA y su empecinamiento en traer comida de afuera cuando aquí había recursos disponibles que tan sólo era necesario movilizar.  Tras el conversatorio, nos movimos a la plazoleta de Minillas, donde otros músicos, en este caso de música popular, participaban.  Yo-Yo Ma se les uniría, así que pese al candente sol, el hambre que arreciaba y el cansancio que arrastraba tras el intenso concierto de la noche anterior, quería volver a verlo.  Escuché parte de la música, pero tras un rato me desesperó, porque es de esa música que lleva una melodía al principio, pero luego rompe en una descarga que no es exactamente algo que me atrae.

Me despedí de mi prima Socorrito y su esposo, a quienes vi en el conversatorio y quienes me acompañaron un rato en la fila desesperante por algo de comer en uno de los food trucks disponibles, di una vuelta por las carpas con artesanía y me fui.  Hoy leí que Yo-Yo Ma interpretó una canción con PJ sin suela, alguien de quien he escuchado pero no conozco nada de lo que hace.  Según la reseña del periódico, interpretaron Avemaría, una composición del joven músico dedicada a Puerto Rico tras el paso del huracán.  La busqué un UTube y honestamente no me gustó, pero estoy segura que Yo-Yo Ma hizo una interpretación sublime, porque sin duda escucha algo que yo no escuché.  En el conversatorio aludió a que hay algo de ciencia en la música y que le sorprendió que ninguno de los integrantes del coro que lo acompañó la noche anterior eran estudiantes de música.  Es evidente que Yo-Yo Ma no sólo habla con la gente –los escucha.  Tiene un cerebro privilegiado, pero mas aún, tiene un alma privilegiada.

Cuando me disponía a realizar este escrito, busqué mis discos favoritos de Yo-Yo Ma –sí, los que aparecen en la foto son solo mis favoritos -hay más. En uno de ellos hay un folleto con un extracto de una entrevista que le hacen al maestro.  Le hacen alusión a una campaña publicitaria de un producto en el que se dice “I wanna be like Mike”, refiriéndose a Michael Jordan.  El entrevistador le pregunta a Yo-Yo Ma, que si hubiese una campaña denominada “Quiero ser como Yo-Yo”, cual producto promocionaría.  El respondió que un uniforme de mesero.  Tras una pausa –imagino que por la sorpresa- el entrevistador preguntó por qué.  Yo-Yo Ma respondió: “Porque creo que ser un buen músico es como ser un buen mesero.  No eres el chef – es al compositor a quien le corresponde ese uniforme-pero necesitas conocer bien lo que vas a servir para hacer bien tu trabajo.  Necesitas ser discreto.  Si haces bien tu trabajo, puedes verdaderamente añadir valor al disfrute de toda la experiencia”.

Este fin de semana, he descubierto la grandeza de Yo-Yo Ma en todo su esplendor.  Me recuerda la oración de San Francisco de Asís que reza en parte

Oh Señor hazme instrumento de Tu paz….
........
Donde haya desesperación que lleve yo alegría
Donde haya tinieblas que lleve yo la luz
Oh, Maestro haz que yo no busque tanto ser consolado sino consolar
ser comprendido, sino comprender
ser amado, como amar

Yo-Yo Ma me brindó en dos días lecciones en amor, humildad, empatía, gozo y constancia predicadas con su ejemplo.

Namasté.

24 de marzo de 2019



viernes, 22 de marzo de 2019

Un nombre singular, para un ser humano singular







El 2005 fue terrible para mi por muchas razones, pero si algo tuvo de hermoso
 fue presenciar al extraordinario músico y ser humano que es Yo Yo Ma.
Como preludio al concierto que 14 años después disfrutaré hoy,
comparto mis reflexiones de entonces.  Luego del tiempo transcurrido,
todo lo que percibí sigue siendo cierto –y mas.
Yo Yo Ma continúa su ascenso como músico y ser humano excepcional.
Namasté


WHAT’S IN A NAME?

Tengo un vago recuerdo de una frase de Shakespeare en la obra Romeo y Julieta, que alude a por qué la importancia de un nombre.  Esto, claro está, porque las familias de los protagonistas -los Montescos y los Capuletos- estaban enfrascados en una lucha de años.  Recuerdo que Romeo decía algo así como “What’s in a name? A rose by any other name will smell as sweet...”  Vino a mi mente esta frase, porque desde hace varios días he estado hablando de alguien con un nombre que para nosotros es un tanto extraño.  Se trata del chelista chino - francés Yo-Yo Ma.

Ciertamente, en nuestro lado del hemisferio asociamos Yo-Yo con un juguete de nuestra infancia.  Yo también tuve uno, aunque nunca fui muy diestra en su manejo.  Hace tiempo que escucho la música de Yo-Yo Ma y tan pronto me enteré de que venía a Puerto Rico, planifiqué para ir a su concierto.  Cuando lo mencionaba a amigos o conocidos, muchos se quedaban con cara de teléfono ocupado al escuchar su nombre.  Probablemente era la misma cara que yo ponía cuando me hablaban de Usher.  De hecho, sé que este último hizo un concierto aquí, vi las fotos, pero no podría reconocer su música aunque probablemente la haya oído. 

Con respecto a Yo-Yo Ma, es posible que alguna gente pensara que era algún rapero o algún grupo de rock.  De todos modos, me parecía extraño que con todo el despliegue que había en la prensa, mucha gente no supiera quién era, aunque no hubiesen escuchado la música.  De hecho, yo no creo haber escuchado la música de Usher, pero después de ver tanto sobre él, al menos sé quien es, como también sé quien es Don Omar, Daddy Yankee, Tego Calderón y otros que no creo que me vaya a dar ahora con convertirme en su fanática.  De hecho, si me ven en un concierto de ellos, llámenme más a menudo, porque quizás no esté muy bien de la mente.  No obstante, creo firmemente que no nos podemos abstraer del mundo que nos rodea y la música es una forma de expresión.  No me gusta la mayor parte de la música de rap, pero reconozco que muchas de sus letras llevan un mensaje -unos positivos y otros negativos.

La brecha social o generacional hace que a veces nos ceguemos totalmente ante aquello que no nos es familiar y lo ignoremos o lo critiquemos de forma absoluta.  En la vida hay pocas cosas absolutas -casi todo tiene matices y depende, como dice la sabiduría popular, “del color del cristal con que se mire”.  Por ende, el rap en sí no es ni malo ni bueno, ni bello ni feo.  Simplemente es una expresión de un sector de la sociedad.  Si nos gusta o no, no tiene mayor relevancia, pero es importante que veamos por qué se hace necesario para alguna gente utilizar esa forma de expresión.  Con criticarla ciegamente, no se va a desaparecer.  Debe recordarse que en un momento la plena era considerada casi un sacrilegio.

Lo importante con el rap y otros géneros que a veces contienen letras soeces o violentas, es que analicemos el porqué, lo discutamos y ciertamente, no se patrocine algo que es denigrante hacia determinado sector de la población.  Pero antes de criticarlo en su totalidad, hay que escuchar letra y ritmo.  De hecho, sé que existe una canción sobre un “gistro”amarillo, pero nunca la he escuchado y la voy a tener que oír porque salió a relucir en una de las querellas que investigo.  Por la mención del artículo de ropa, no creo que se convierta en mi melodía favorita y tengo la leve sospecha de que el resto de la letra me disgustará, pero hasta que no la oiga no sabré.  

Así como ocurre con el rap, ocurre con otros géneros musicales; no podemos hacer una masa de los mismos y juntarlos todos como si fuera la misma cosa.  Tomemos por caso la música clásica.  Disfruto de ella, pero no me gusta toda.  En general, no me gusta la música de cámara, ni los compositores más modernos.  Prefiero a Beethoven, a Mozart, a Tchaicovsky y he ido ampliando según voy conociendo más, pero siempre voy a preferir compositores cuya música sostiene una melodía; piezas que no son disonantes.  La preferencia por un género musical o un compositor en particular es algo que no se puede discutir.  Discutir sobre quién es mejor o sobre quién debo escuchar sería como discutir si el color rojo (uno de mis preferidos) es mejor o peor que los otros.

No puedo recordar las circunstancias en las cuales escuché a Yo-Yo Ma por primera vez, pero sí sé que me cautivó.  Hay algo en él que transmite sensibilidad, ternura, pasión y puro gozo.  A través de los años adquirí varios de sus discos.  Una de las características de Yo-Yo Ma es que no es elitista.  Lo mismo graba con orquestas sinfónicas que con músicos de jazz, de tango y recientemente leí que está explorando con la música africana.  Está en constante búsqueda de cómo lograr acercarse a todo ser humano a través de la música.

Cuando leí que vendría a Puerto Rico compré mi boleto con dos meses de anticipación y me preguntaba cómo sería ver y escuchar en persona a este hombre que lograba despertar en mí tantas emociones.  Hay una melodía en particular, titulada “Butterfly’s Day Out”, que está interpretada por Yo-Yo con tal sutileza, que puedo ver la mariposa volando cuando la escucho.  Teniendo tal expectativa, en cierta medida temía que escucharlo en vivo pudiera desilusionarme, como hasta cierto punto me ocurrió con Andrea Boccelli, a quien encontré frío y distante al escucharlo en persona.

El día del concierto planifiqué irme a hacer una manicura -algo que hacía años no disfrutaba.  Quería pintarme las uñas rojo sangre, para que hicieran juego con mi blusa de organza roja, acompañada de una falda negra y zapatos intensa, brillante e innegablemente rojos.  Para completar, luciría mis pantallas y sortija con rubíes y me pondría lentes de contacto.  Nada, que me preparé como si Yo-Yo hubiese venido a Puerto Rico a verme a mí.

Esa noche llegué bien temprano a Bellas Artes y me encontré con unas amistades en la plazoleta, hasta que se aproximó la hora de comienzo del concierto.  Me dirigí a mi lugar, dispuesta a disfrutar del tan esperado concierto.  Yo-Yo no aparecería hasta la segunda parte, pero la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico estuvo fenomenal y ofreció una primera parte memorable.  Luego del intermedio, apareció Yo-Yo en escena.  Al fin podía verlo en persona.  Transmite una espontaneidad, una frescura que hace sentir a todo el mundo como que él viene a disfrutar de juntarse con otros músicos a tocar la música que le gusta.  La primera pieza estuvo muy hermosa, aunque un tanto sombría, ya que era un homenaje al Director que debió estar a cargo del concierto, Sergiu Comisiona, recientemente fallecido.

Su segunda participación sería un concierto de Dvorak del cual yo quizás había oído parte, pero en realidad no conocía.  Yo-Yo estaba totalmente compenetrado con el Director y con la orquesta.  Por momentos, parecía como un baile -a veces con el Director, a veces con el primer violín y muchas veces, tirado hacia atrás en su silla, con la orquesta completa.  Se notaba que él era parte de un todo, que no se veía a sí mismo como una estrella separada de los demás y precisamente por eso, es que brilla más.  Verlo tocando el violonchelo es un espectáculo en sí mismo.  Por momentos, lo abraza, otros lo acaricia y hay momentos en que juro que parece que lo libera y el violonchelo se toca solo.  Después de verlo en ejecución se me antoja que debe ser tremendo amante.  Durante el segundo movimiento, hubo momentos tan sutiles, tan tiernos y melancólicos, que hicieron brotar lágrimas de mis ojos.  El público, incluyéndome a mí, enloqueció al final.  Tocó dos encores, uno de los cuales está en uno de mis discos.

El concierto de Yo-Yo sobrepasó mis expectativas.  Y ciertamente, se llamase Juan, Bjorn, Kunta Kinte o Franz, su música sonaría igual de dulce, de mágica y poseería la misma cualidad unificadora.  Doy gracias a Dios que me ha permitido ver y oír a este extraordinario ser y ojalá esté mucho tiempo entre nosotros para que continúe su labor de acercarnos más.

19 de marzo de 2005



miércoles, 13 de marzo de 2019

¿VOLVER?









¿VOLVER?

El domingo pasado estuve en un concierto de Pro Arte Lírico que disfruté plenamente.  Es una entidad sin fines de lucro que fomenta la buena música, mediante la celebración de conciertos con intérpretes de gran calibre.  La música de ópera, operetas, zarzuelas y clásicos de la música popular internacional integran su repertorio.  En esta ocasión, entre otros, interpretaron el tango Volver. El presentador aportaba interesantes comentarios con respecto a cada canción.  En el caso de Volver, comentó que la tan trillada frase de que “20 años no es nada” es relativo, ya que no es lo mismo 20 años para una persona de 30, que para una de 50 o más.  No le dí mayor pensamiento a esto, hasta un intercambio que tuve con una amiga a raíz de relatar mis experiencias en torno a mi último cumpleaños.

Como plasmé en un escrito anterior, quise tener una celebración especial para de algún modo paliar el golpe al ego que representaba este cumpleaños.  Decía mi amiga –y estoy de acuerdo, que llegar a cierta edad es un privilegio.  Si alguien está consciente de eso soy yo – tuve una hermanita que murió de año y medio; mi mamá murió de 49 años y mi papá de 61.  No miento sobre mi edad, pero tampoco ando anunciándola.  Para mí es un gran misterio el porqué un mero número me afecta.  La mayor parte de la gente me asegura que no represento la edad que tengo y de hecho, a mí misma me cuesta trabajo pensar que tengo esa edad. 

Como poseo una mente analítica, la reflexión sobre el tango Volver del pasado domingo me hizo pensar si como le ocurre a muchos, hay un deseo oculto de volver atrás en el tiempo, cuando era más joven.  Hay gente que añora tiempos pasados.  Yo no.  Por alguna razón, los que añoran ese pasado tienen una memoria selectiva.  Incluso, hay quienes quieren escudriñar vidas pasadas, pensando que en otro tiempo serían reinas,  faraones o ricos hacendados, sin querer pensar que pudieran haber sido esclavos, mendigos o víctimas de crímenes horribles.

No quiero volver al pasado, sea este cercano o remoto.  Dice Gardel en el famoso tango: volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien; sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada…Y termina Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que llora otra vez.  Sí, el tango es tal vez el género mas cortavenas que existe.  Por mi parte, afortunadamente no tengo aún la frente marchita, aunque las nieves del tiempo platearían mi sien si no fuese por el tinte que aplico de vez en cuando.  Lo que ciertamente no hago es aferrar mi alma a un recuerdo.  Rebusco en mi mente y no quiero volver al pasado.

Cierto es que tengo hermosísimos recuerdos.  Pero también los tengo muy dolorosos: mi divorcio, la muerte de gente muy querida, las angustias del entorno laboral.  Sin lugar a dudas no tengo ansias de retornar al pasado.  A raíz de la muerte de mis padres tuve pesadillas muy similares, aunque en momentos distintos.  Volvían a la vida, pero pensaba que se morirían de nuevo y no podría soportar ese dolor nuevamente.

Pensé también en la canción Volver a los 17, de Violeta Parra. He escuchado a mucha gente decir que quisiera volver a tener 15 años o incluso, regresar a la niñez.  Cuando era niña, no tenía mayores responsabilidades ni me tenía que preocupar de dónde provendría mi sustento, pero tampoco tenía libre albedrío.  A los diecisiete, esa edad de la que hablaba la Parra, yo asumí parte del cuidado de mi mamá ya enferma y me enfrentaba al comienzo de una vida universitaria que añadía más ansiedad a mi vida. No, no quisiera tener diecisiete años.  No obstante, hay algo en la letra de la canción que me hizo pensar en las posibles razones para esta desazón provocada por el último cumpleaños, aunque debo decir que ya estoy mas reconciliada con la idea.

No le había prestado tanta atención a la letra de la canción, que habla sobre la fragilidad de tener diecisiete; de sentir profundo, pero más que todo, la transformación que opera el amor, que con sus esmeros al viejo lo vuelve niño y que convierte sus años en diecisiete.  Creo que a esto es a lo que aspiran los que dicen querer volver a su juventud.  No es a la edad en sí –es a sentirnos llenos de ilusión, a sentir plenamente la experiencia de vivir.  Para eso no tenemos que volver a los 17.

Mi celebración de este último cumpleaños iba en esa onda – disfrutar plenamente, no como si tuviera diecisiete, porque con las experiencias  que he vivido creo que lo disfruté aún más.  El tiempo pasado jamás regresará, pero sí podemos usar las experiencias como peldaños, añadiendo más gozo, más sabiduría, sin olvidar el elemento indispensable, a mi modo de ver, para disfrutar plenamente y que se me había perdido y ando en su busca: la ilusión.

13 de marzo de 2019







sábado, 9 de marzo de 2019

UN CUMPLEAÑOS ESPECIAL








UN CUMPLEAÑOS ESPECIAL


Pese a ser una mujer muy segura de mí misma, me ha tomado tiempo congraciarme con el número de años que tengo.  Sí, ya sé que la edad es sólo un número, que lo que importa es cómo nos sintamos, pero no puedo negar que ese número me causa un cierto grado de disgusto.  Para aplacar de algún modo esa incomodidad, este año planifiqué dos eventos.  El primero, sería el que acabo de culminar y el segundo está en proceso.  Ese último pretende paliar las incomodidades conjuntas de mi Buddy y yo.  Ella cumple en noviembre una edad que a mí me causó incomodidad en su momento y yo paso por un proceso similar, con el agravante de que son más años.  En algunas semanas nos iremos juntas a Disney, para celebrar como niñas todos estos años de amistad y aliviar el escozor que nos producen 
nuestros respectivos onomásticos.  


El evento que acabo de culminar fue una celebración privada –privadísima, ya que se trataba de una estadía para mí sola en el hotel Royal Isabela.  No me malinterpreten –me gusta celebrar en compañía y de hecho, tuve varias celebraciones pre y post cumpleaños con amistades muy queridas, las que disfruté inmensamente.  No obstante, había una necesidad de estar en soledad, para meditar, contemplar los hermosos paisajes de esta isla en la que he tenido el privilegio de nacer y de estar a solas con misma.  El lugar no pudo ser más apropiado.


Había pensado ir a otro resort que me encanta, pero estaba mucho más allá de lo que resulta prudente dada la situación económica actual.  Y no es que Royal Isabela sea una ganga – es sin lugar a dudas un lujo, pero la ocasión lo amerita.  Cierto es que pude haberme ido en un crucero de esos por las islas, o hasta una escapada a la República Dominicana por ese precio, pero yo quería estar aquí, en mi tierra, en el lugar al que pertenezco.  Como dice la canción de Pablo Milanés, amo esta isla, soy del Caribe, jamás podría pisar tierra firme, porque me inhibe…Bueno, he pisado tierra firme, pero sólo de visita, porque como dice otra canción, mamá, Borinquen me llama...

Escoger Royal Isabela resultó una decisión más que acertada.  Parece que un angelito me iluminó, porque no conozco a nadie que haya estado allí.  El lugar es de ensueño.  Tiene una estructura como una torre en el centro, que alberga la recepción y el área de restaurante, que operara como una concesión en el hotel.  Las habitaciones son “casitas” individuales, que quedan escondidas por la vegetación, pero ofrecen una espectacular vista al mar, en algunos casos -como el mío- a lo lejos, pero aún podía divisarlo e incluso escucharlo en la lejanía. 




Al llegar a la casita designada, la número 17, quedé impresionada con el tamaño de lo que era propiamente habitación, la sala y el baño, en el cual fácilmente podía hacerse un party. La terraza tenía una pequeña piscina y a lo lejos se divisaba una franja azulísima de mar.  















Solté los motetes y me fui al restaurante a comer alguito liviano, ya que eran mas de las 3 de la tarde y no había almorzado, pero tampoco quería llenarme mucho, para poder disfrutar de una buena cena.  Me atendió una encantadora chica de nombre Pamela.  Ordené unos taquitos de ropa vieja con salsa de guayaba, -la cosa más mona  y estaban exquisitos- con una copita de Chardonnay.

Tras el amuse bouche, me fui a explorar. Divisé una bajada rodeada de vegetación que parecía dar al mar.  De hecho, podía divisarlo al fondo y escuchar su sonido con más intensidad.  Tras descender no sé cuantos escalones de piedra y madera, así como un camino de tierra, me topé con un portón cerrado con una enorme cadena mohosa, como si la hubiese puesto Colón al llegar en una de las carabelas (sí, ya sé, que no fue por Isabela por donde entró, pero es la imagen).  Giré y ascendí poco a poco, dejando en evidencia mi pobre condición física.  Otra ventaja de haberme ido a celebrar sola –nadie, hasta ahora que lo relato, se enteró.


Seguí explorando hasta que regresé a la casita para darme un baño y prepararme para la cena.  Confieso que me metí en la enorme bañera, aunque no la llené del todo porque me sentí culpable del desperdicio de agua, dado que esa zona está ahora en racionamiento.  Espero los espíritus del agua me perdonen –juro que fue solo una vez y el resto del tiempo tomé cortos duchazos.  Me vestí con un traje de tonos naranja, con mangas, por si hacía frío.  Me senté en la parte de afuera del restaurante, para seguir apreciando la hermosa vista.  El silencio era envolvente, un bálsamo para mis atribulados oídos expuestos al alboroto de los visitantes de la gasolinera detrás  de mi apartamento, que hablan duro y a veces ponen esa música con sonsonete que tanto me disgusta.

Pedí mi cena- mofongo de yuca con filete de bacalao, camarones y mejillones.  Esta vez, una copa de Pinot Grigio.  Este era un mofongo con caché –nada de pilón, sino una especie de cama donde reposaban los mariscos.  En eso, comenzó una música de un joven que no divisaba, pero escuchaba su dulce voz, acompañado por su guitarra.  Interpretó canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Robby Draco Rosa y otros.  En fin, disfruté de un banquete para mi boca y oídos.  Para coronar la noche, podía divisar el cielo estrellado, actividad que hacía meses no podía hacer, desde los tiempos de María.

Me marché feliz a mi casita, lista para dormir en la enorme cama.  Me dormí seguida, pero luego me desperté -algo que me ocurre cuando duermo fuera de casa.  Al otro día quería disfrutar de un brunch, pero sería más tarde, así que colé café en la habitación.  Lleve al café a la terraza, con  unos pedazos de un queso manchego que había llevado y mi Palabra Diaria, la cual leí en esta paz infinita, luego de contemplar la salida del sol.  Hice algo de yoga y me alisté para ir a la piscina.  Estaba muy tranquila –solo una pareja que ya se iba y luego llegó una mujer como india, con su hija.  Observó que yo estaba leyendo la autobiografía de Michelle Obama y me preguntó qué tal era.  Muy buena – le dije.

Le pregunté de dónde era y me respondió que Virginia, si no me equivoco.  Pensé en el frío pelú que hace por esos lares y me dijo, que en efecto, su esposo le había dicho que quería venir a un lugar donde no necesitaran abrigo.  Quise saber si estaban disfrutando y me contestó en la afirmativa, cosa que me alegra infinitamente.  Me encanta que los turistas tengan una experiencia memorable de su visita a esta tierra que tanto amo.  Me metí un ratito al agua, que estaba algo fría y salí a leer y secarme un poco.



Más tarde me fui al brunch, que estuvo bueno, particularmente el churrasco, que es algo que no me encanta, pero en verdad estaba delicioso.  Me extrañó  que no tuvieran salmón, porque prefiero más los mariscos o pescados, pero una mimosa me ayudó a paliar la  decepción.  De hecho, pregunté por un lugar de sushi del cual había leído.  Pamela me explicó la ruta y me aseguró que era fácil llegar, pero claro, ella no conoce mi habilidad para perderme.  Dorcas también me aseguró que era fácil.  Ya veremos, pensé.  Ellas estaban fascinadas con el hecho de que me estuviese celebrando yo misma el cumpleaños.

Tras el brunch, fui a preguntar por el árbol emblemático del hotel.  Ismael me indicó que el árbol existe, me lo señaló, pero yo no podía verlo.  Me indicó que después de las 2 de la tarde podía ofrecerme un tour por el lugar, a lo que respondí que sí con entusiasmo.  Quería regresar temprano para completar mi plan de ir al lugar de sushi temprano, ya que no quería estar en la carretera de noche.  Me pierdo de día, así que ir de noche, por una oscura carretera desconocida no era mi idea de diversión.  Salí a intentar encontrar el camino a la playa, pero no lo logré.  Al rato me fui al tour por los terrenos del hotel, en un carrito de golf - después de todo, el hotel es reconocido por esta actividad que hasta ahora no me ha interesado para nada.  La belleza del paisaje, sin embargo, impresiona al más indiferente.

Fuimos a ver el icónico árbol, que sobrevivió al huracán como tantos en el lugar.  Me recuerda una cola de caballo de esas que algunas mujeres se hacen al lado. Según lo que leí en la página de internet del hotel, el árbol, un roble, es símbolo de resiliencia, palabra que está de moda luego del huracán María.  Este árbol ha resistido el viento desde siempre, porque en esa área se siente muy fuerte.  Tanto así, que yo sentía cómo el viento me empujaba. No puedo ni imaginar cómo sería durante los embates del huracán.  Este árbol tiene mucho que enseñarnos a todos en términos de cómo hacernos flexibles, de forma tal que las fuerzas que nos enfrentan no nos destruyan.  El árbol aprendió a cambiar su forma.  No es lo usual, pero  tiene una belleza muy singular.  Este árbol tiene mucho que enseñarme en esta nueva etapa de mi vida.


En el camino nos detuvimos porque encontramos unos golfistas en el proceso de hacer lo suyo y la regla es permitirles hacer su juego, en silencio.  En ese punto, no tengo idea cómo pensaban enviar la bola a algún punto razonable.  Si el viento me movía a mi, ¿qué no haría con una pequeña bolita? Desde allí se supone la enviaban  a otro lugar que quedaba muy distante, con un acantilado de por medio.  Se montaron en su carrito de golf, camino al área donde se supone fue a parar la bola.  Nosotros proseguimos a un área donde puede apreciarse un hermoso acantilado, que tiene la cara de indio que se supone es la inspiración para la que aparece al inicio de la carretera que conduce hacia Isabela.  El lugar no sólo es hermoso por las formaciones rocosas y el embate de las olas, pero también por los hermosos tonos azules de sus aguas.  En varios momentos me emocioné ante tanta belleza.





Ismael me explicó que en ocasiones pueden verse ballenas cruzando el área.  Yo no tuve tanta suerte.  Sin embargo, me sentí extremadamente afortunada de presenciar la hermosura del paisaje que vi.  Hacía tiempo que no tenía la oportunidad de presenciar tanta belleza concentrada en un solo lugar, con un silencio sobrecogedor y un cielo tan azul como el mar.  Regresé al punto de partida sintiéndome extremadamente afortunada y me preparé para la expedición hacia el restaurante de sushi en la playa de Jobos.

Salí como a eso de las 4:30, porque no quería que me sorprendiera la noche y el lugar estaba al menos como a 20 minutos del hotel.  Claro, eso es para una persona que sabe para dónde va.  Me habían indicado que el trayecto era directo, salvo por un tramo dentro del pueblo en que me debía desviar, pero que supuestamente la misma carretera me mostraría el camino.  Por alguna razón el sistema de GPS no estaba funcionando con voz, así que dependía exclusivamente de las indicaciones que recibí.  Todo iba bien hasta que me topé con un letrero de No Entre.  Terminé en una playa, pero no era la de Jobos.  Llamé al restaurante para indicaciones y me dirigieron hacia la carretera correcta.

Para cuando logré salir, ya eran poco más de las 5 y me topé con un tapón agravado por una delegación de Jeeps. Se veía que  la carretera no tenía alumbrado y me empecé a poner ansiosa.  Miré el reloj y ya eran como las 5:15.  Calculé que todavía me quedaban como 15 minutos de camino.  Pensé que no iba a tener una cena tranquila, por la preocupación de que cayera la noche y se me hiciese más difícil encontrar el camino de vuelta. Decidí abortar el plan de una cena de sushi frente al mar y regresar al hotel.  Al entrar al pueblo, me volví a perder.  Ví una patrulla de Policía Municipal y les pregunté como llegar. Por fortuna, me dijeron que los siguiera y me llevarían a la entrada del hotel.  Al llegar, les di las gracias y los bendije.  Fue como un déjà vu que me recordó la perdida monumental que me había dado  hace más de veintiocho años cuando quise tener una experiencia inolvidable en Atenas y terminé cenando en el hotel.  Bueno, fue una experiencia inolvidable, como esta, sólo que no la que imaginé.  Por lo menos estaba feliz de regresar al hotel, como si hubiese vuelto a casa.

Me senté en el restaurante y me recibió Jessica.  Revisé el menú y estaba entre no recuerdo qué plato y un filete.  No soy tan fanática de la carne, pero hace semanas que estoy en un ejercicio de soltar el control y hacer cosas distintas.  Pedí una sopa de pana para empezar, con un Chardonnay y luego pedí el filete, con un Cab, como le dice Jessica, que deduje, correctamente era un Cabernet Sauvignon de California.  De postre pedí soufflé de chocolate y le pregunté a Jessica si tenían fósforos.  ¿No me digas que es tu cumpleaños? Sí le dije y entonces me dijo que tenían velitas y yo le dije que había llevado mi propia velita con estrellita, cortesía de mi Buddy.

Jessica trajo el postre, con la velita colocada en una nube de malvavisco.  Pedí mi deseo y soplé.  Al terminar, Jessica me trajo una copa de espumante por la casa.  Se despidió deseándome muchas felicidades y me brindó un cariñoso abrazo.  Salí hacia la casita sintiendo que no podía comer más, así que de nuevo me vi forzada a cambiar los planes.  Había llevado una media botella de Laurent Perrier, regalo de mi Buddy, con unos chocolates que pensaba degustar al final de mi cena, en la habitación, pero había comido tanto que no los iba a disfrutar, así que decidí serían mi despedida al día siguiente, previo a emprender el camino de vuelta. Me limité a contemplar el cielo estrellado que esa noche parecía aún más hermoso.

A la mañana siguiente solo puede tomar tostadas y café, tras la opípara cena.  Debía abandonar la casita a eso de las 12:30, así que el pregunté a Dorcas si podían preparar algo para llevar.  Ella me dijo que me podían llevar algo al área de la piscina.  Le dije que tenía una botella de champán, que si tenían una cubeta de esas desechables.  Me dijo que no la tenían desechable, pero que yo podía devolverles la que tenían.  Revisé el menú y encontré un tartare de atún que resultaría perfecto para acompañar el champán.  Di un recorrido por los terrenos, a modo de despedida y procedí a cambiarme de ropa con un vestido naranja sin mangas.  Me acomodé en la piscina, con mi botella de champán, a esperar que me trajeran el atún.  Ví un rótulo que decía no se permitían objetos de cristal en el área de la piscina y muy contrario a mi apego a las reglas, decidí romperlas.  Esta era mi celebración y sería extremadamente cuidadosa para no romper nada.



 

Finalmente llegó el atún, que me llevó un amable mozo.  Procedí a acomodar todo y a abrir el champán, que hizo su característico sonido y rogué no me delatara como una violadora de las normas, ya que ese sonido inconfundible no proviene sino de una botella de cristal.  Afortunadamente nadie apareció para estropear mi celebración ultra privada.  Procedí a probar el atún y mmmmmmm –estaba delicioso.  Lo comí despacito, acompañado por sorbos de champán.  Al final, dos chocolates de Loíza Dark cerraron con broche de oro la ocasión.  Ya había llevado la maleta al auto, así que sólo me restaba recoger los rastros de la celebración y devolver la cubeta al restaurante. 


Salí del lugar con tristeza, pero al mismo tiempo satisfecha con todas las experiencias hermosas que tuve.  En primer lugar, ver otro ángulo de la hermosura que ofrece esta tierra –cielos estrellados en la noche, cielos límpidos de día, mar azulísimo; el gozo del silencio, el trato amable de los empleados, la comida sabrosa, aderezada con las atenciones de quienes la servían.  Unas instalaciones a todo lujo –por tres días y dos noches jugué a ser rica. Una vez más soy consciente de cuán bendecida he sido.  Este cumpleaños resultó inolvidable – un antídoto ideal para la desazón producida por el número de años cumplidos.


9 de marzo de 2019


miércoles, 6 de marzo de 2019

Krippy






KRIPPY


Mi ausencia de sentido de dirección es notoria.  El pasado fin de semana me volví a perder, pero no es de esa perdida de la que voy a hablar –es de mi sensación de estar perdida en este laberinto de contradicciones de nuestra realidad actual.  Leí que el gobernador regaló entradas a estudiantes para asistir al concierto de Bad Bunny.  No me lo estoy inventando.  Vean la página 53 del periódico El Nuevo Día de hoy miércoles 6 de marzo.  Para abundar a la sensación de estar más perdí’a que el hijo de Lindbergh, como diría el gran Demetrio Fernández, hay una cita del gobernador en el artículo que me dejó eleta, pasmada y patidifusa.

Según un comunicado de prensa que cita el periódico, el gobernador dijo que “en esta ocasión, esta oferta musical también apela a un mensaje para nuestros jóvenes, por parte de alguien quien hace unos años cursó estudios también en Vega Baja y en nuestro sistema público de enseñanza.  El esfuerzo rinde frutos y con dedicación y esmero, las metas son alcanzables”.  El mensaje muy bien puede ser que el esfuerzo rinde frutos, pero hay que ver en qué consiste el esfuerzo y cuál es la meta.

Creo que Bad Bunny tiene talento, carisma y una habilidad para rodearse de genios en mercadeo.  Pablo Escobar, el Chapo Guzmán y muchos dueños de puntos en Puerto Rico también, así como varios ejecutivos dizque respetables que logran agenciarse jugosos contratos en el gobierno.  El mensaje no está nada claro para mí.  O tal vez si lo está y estoy en negación. Hace unos días se reportó el éxito que tuvo Bad Bunny en Viña del Mar, una plaza tan difícil de conquistar que la han llamado “el monstruo”.  Decía el reportaje que Bad Bunny cerró el concierto con las canciones Krippy Kush y Chambea. Sobre esta última, ya había opinado, pero baste decir que es una oda a la violencia, salpicada con comentarios denigrantes hacia la mujer.

Como no opino de lo que no sé, busqué en You Tube el vídeo de Krippy Kush, que resulta ser una oda a la marihuana, a hacerse millonario con su venta y cómo se recibe hasta por Fedex.  Para colmo, la letra dice que los maleantes quieren Krippy (del inglés creepy, que quiere decir escalofriante, refiriéndose a una marihuana manipulada genéticamente y tratada con químicos) y las babys/ pu… quieren Kush, que es una marihuana orgánica.

Yo no tengo mayores problemas con que una persona adulta se fume un motito de vez en cuando o que la use para propósitos medicinales.  Con lo que sí tengo problemas es con que a jóvenes que no tienen su mente aún formada se les invite a  escuchar canciones que fomentan el uso y distribución de drogas, la violencia y el trato denigrante hacia la mujer.  Estas canciones no tienen absolutamente ningún socially redeeming value; no son canciones que pinten una realidad negativa para demostrar el daño que todo esto hace.  Todo lo contrario; el mensaje que llevan las canciones es que si vendes droga harás mucho dinero y tendrás muchas mujeres a tu alrededor, que te dejarán que las llames pu… si quieres.  Que el gobernador regale boletos para escuchar esta aberración me parece de espanto.

El mensaje es bieeeen krippy.

6 de marzo de 2019

Control








CONTROL

No, no voy a hablar de la Junta, ni del lío de Venezuela, aunque sin lugar a dudas ambos temas inciden sobre el tirano que nos habita en nuestras respectivas cabezas.  Todos, en mayor o menor grado, padecemos sus efectos.  En mi caso, he sido acusada en múltiples ocasiones de poseer una personalidad controladora.  Admito que hay algo de eso, pero no siempre lo soy, particularmente en estos tiempos, donde me reconozco y recojo velas.

A modo de ilustración relataré tres incidentes que ilustran mis reacciones a sucesos recientes en los que se puso de manifiesto mi respuesta al hecho de no tener control de ciertas situaciones.  El primero se suscitó con el anuncio de la puesta en venta de boletos para el concierto del chelista Yo-Yo-Ma.  Hace unos tres años vino a Puerto Rico, como parte del Festival Casals.  Demoré en acudir a comprar los boletos por dejadez y cuando acudí a la boletería, ya estaban todos vendidos.  Me recriminé a mí misma  y por varios días me fustigué por no haber hecho las gestiones a tiempo.

Desde el mes antes pasado empezaron a colocar anuncios en la página de Pro-Arte Musical, anunciando que pronto estarán en venta los boletos para un concierto de Yo-Yo.  Me mantuve pendiente y resultaba desesperante que aunque ya tenían la fecha, no ponían los boletos a la venta en una página que nunca he utilizado.  Finalmente anunciaron que la venta iniciaría de forma exclusiva, un sábado a las 10 de la mañana.  Yo no tenía claro si esa venta exclusiva significaba que no se venderían en la boletería de Bellas Artes, donde pensaba acudir con una amiga a comprar mi ansiado boleto.  Llamé para verificar y en efecto, exclusivo quería decir precisamente eso – Bellas Artes no vendería los boletos -había que hacerlo a través de la entidad que yo nunca había usado.

El plan con esa amiga se desarticuló. En el proceso había hablado con otra amiga y pensábamos adquirir varios boletos, pues se unirían otras.  Luego pensé comprarlos yo misma a través de internet y de esa forma podía controlar el proceso. Me aseguraría de estar unos minutos antes en línea.  Ya ahí se me activaron todos los miedos, porque había intentado comprar boleto para Hamilton y no lo había logrado.  Supe después que esos se podían adquirir de otro servicio, pero las filas eran de sobre 4 horas, cosa que no estaba dispuesta a hacer. Para el concierto de Yo-Yo la segunda amiga me había dicho que podía comprar los boletos, pero sólo de cierto precio.  Luego, me llamó otra amiga, quien me aseguró que otra amiga a su vez tenía una hija chelista e iba a ir personalmente al lugar de venta a adquirir los boletos.  Pensé que tal vez esa era la mejor opción, aunque de todos modos me aseguré de entrar a la página a la hora designada, por si había algún problema.  Le pedí a mi amiga que me avisara si había alguna dificultad. 

En vista de que podía acceder al diagrama de los asientos, comencé a tener ansiedad al ver como poco a poco, iban desapareciendo los asientos disponibles en cuestión de minutos. La película que se repetía en mi cabeza era una mezcla de desilusión con recriminación, mientras me repetía que nunca debí dejar que otra persona -en este caso una desconocida amiga de la amiga, fuese a comprar el boleto que tanto ansiaba.  Es decir, estaba en un ataque agudo de controlitis.

Eventualmente llamé a mi amiga y me aseguró que ya su amiga tenía los boletos.  Respiré. A las dos semanas más o menos, se presentó el otro episodio.  Una amiga (sí, soy afortunada; tengo muchas amigas) muy ingeniosa del grupo de voluntarias al que pertenezco, planificó una excursión a la Hacienda Muñoz en San Lorenzo.  Me anoté en seguida, ya que he estado en el lugar antes y me encanta. Ella indicó que había solicitado los servicios de un chofer con una guagua, en la que iríamos 10 personas,  Se acordó el precio y listo.  La hora de salida se fijó a las 9 am., lo cual consideré muy temprano, pero decidí fluir.  Ese día llegué unos minutos más tarde, debido a que la organizadora había indicado que citaba a las 9 para salir a las 9:30.  Ya estaban todas en el lugar.  Me dio mucho gusto verlas, sobre todo porque se unió una compañera de recién ingreso al grupo de voluntarias. 

El viaje fue muy placentero.  Íbamos charlando, compartiendo experiencias.  Llegamos a la Hacienda, algunas tomaron café e hicimos un leve recorrido por el hermoso lugar.  Una de ellas repartió el menú del restaurante y yo empecé a hacer cerebrito con unas costillas en salsa de café.  Lamentablemente, varias del grupo no estaban inclinadas a almorzar allí, así que nos fuimos, sin tener una idea clara de a dónde nos dirigíamos. Mi incomodidad iba en aumento –eso de no tener un plan me pone ansiosa.  Y que conste, que salir sin rumbo definido puede ser un plan, pero eso no fue lo que yo entendí. El chofer se detuvo en un lugar que jamás supe el propósito, pero aparentemente en los asientos delanteros se fraguaba alguna alternativa.

Mientras esto ocurría, la nueva integrante del grupo produjo una botella de vino blanco.  No estaba tan fría, pero vamos, una no se puede poner muy exigente en una guagua que en la semana opera como carro público.  Otra compañera repartió unos riquísimos sandwichitos de atún, apareció queso y unos cheetos de queso blanco que llevé, por aquello de entretener la tripa.  Poco a poco me entregué al placer de la compañía, de los relatos alegres y dolorosos de algunas compañeras, que me hacían admirar, una vez más, la extraordinaria valía de la mujer puertorriqueña.

Llegamos al pueblo de Gurabo y en una esquina de la plaza, entramos a una cafetería que ofrecía almuerzo buffet – El Buffet de Víctor, se llama. Una larga fila y un espacio de mesas reducido se presentaba a nuestra vista.  “No vamos a caber, comenté”.  Algunas estuvieron de acuerdo y otra afirmó categóricamente, “si, vamos a caber”.  Esta última tenía razón – nos apretujamos en dos mesas luego de buscar los respectivos platos.  Cónsono con el concepto de buffet, un encantador hombre, que presumo era Víctor, se encargaba de servirnos todo lo que se nos antojase.  Yo opté por fajitas de cerdo, con carne de pavo, majado de yuca y ensalada.  Víctor preguntaba amablemente “¿quiere tomate; quiere sopita?” Respondí si a ambos y decliné el postre.

La comida, servida en modestos platos de melamina y acompañada de la botellita de agua no tenía la elegancia de lo que hubiese comido en la Hacienda Muñoz, pero tampoco tenía el precio de lo que hubiese pagado allí.  La cuenta sumó algo como $8.50, atenciones amorosas de Víctor incluidas. La comida estaba muy buena, aderezada con la conversación en la mesa. Decidí abrir mi mente y dejar a un lado las expectativas que originalmente tenía.  Como elemento adicional, una amable chica nos recomendó que fuésemos a la Universidad del Turabo, fundada por Ana G. Méndez (no voy a entrar en las nociones pre-concebidas que su nombre evoca), ya que allí tenían un museo.

Allí nos dirigimos.  Los terrenos son hermosos.  Hay una casa que se utiliza como oficinas administrativas y otra, que era la casa que utilizaba por temporadas la Sra. Méndez y es ahora museo.  Contiene mobiliario de la época, así como memorabilia de la familia, incluyendo una colección de abanicos que le regaló Doña Felisa.  Ya habíamos entrado a la casa, pero llegó Ivette a recibirnos y nos explicó que usualmente las visitas se programan (es decir que no se acostumbra que lleguen chulas y presentás como nosotras), pero que gustosamente nos mostraría la casa.  Sin asomo de molestia por nuestro presentamiento, nos ofreció una visita guiada, contestó nuestras preguntas y mostró interés en saber de dónde veníamos y qué hacíamos.  Ivette, evidentemente, se había entregado también a la experiencia.  Salimos de allí felices y agradecidas.

Hace semana y media se produjo el otro episodio que me provocó ansiedad y pone de manifiesto que es muy poco lo que controlamos y en ocasiones, la realidad resulta mucho más positiva de lo que nuestra mente puede fabricar.  Mi computadora estaba actuando extraña- prendía cuando se le antojaba- así que llamé a mi experto en estos menesteres.  Diagnosticó que el problema era la batería, así que procedió a traer una sustituta.  No hizo más que salir por la puerta, cuando ya la computadora decidió apagarse y se negó a prender nuevamente.  Me sugirió cotejar si el equipo estaba aún en garantía, cosa que dudé, pero en efecto, le quedan como tres semanas.  Me dio los teléfonos del fabricante y me comuniqué; mientras tanto, mi mente producía esta película en la que todos mis datos, documentos y fotos se perdían irremediablemente.  Me fustigué por no haber hecho back-up hace más de un año.  Tras sufrir por dos días, llegó el técnico de Dell, reemplazó una pieza y ya.  Todo ese sufrimiento por nada.

Y así vamos por la vida, sufriendo por lo que quizás ni siquiera va a ocurrir, privándonos de disfrutar el presente y pensando que tenemos el control de todo, cuando la realidad es otra.  Viene a mi mente una canción del Grupo Chambao, que tiene unas líneas geniales:

Tú y tú, si tú, lo tendrás to’ pensa’o
la familia y el trabajo
el plan de jubilación
lo tienes to’ controla’o
te la crei’o tú
que sí te la crei’o tú

Somos muchos los que creíamos que lo teníamos to’ controla’o y no.  Tenemos que hacer ajustes día a día, estar abiertos a la posibilidad de que lo que vislumbramos, planificamos, temíamos o ansiamos, puede cambiar de un momento a otro.  Soltar el control nos libera y nos hace más felices.  He practicado esto varias veces, aunque admito que a veces regreso a mi Control mode. Pero la vida me ofrece oportunidades de hacer ajustes todos los días, como me ocurrió el fin de semana pasado, pero esa es otra historia…

6 de marzo de 2019