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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

martes, 27 de junio de 2017

Cuba










LA CUBA QUE YO VI

Desde hace mucho tiempo había querido viajar a Cuba por varias razones. En primer lugar, conocer la patria de mi Tía Laura, quien era oriunda de la provincia de  Matanzas. Quería ver qué tan cercana eran las costumbres e idiosincrasia de este pueblo que Lola Rodríguez de Tió afirmó representaba un ala del mismo pájaro. En segundo lugar, quería constatar de primera mano cómo era la vida de este país que por un lado se decía era víctima de un dictador y por otro, ejemplo de lucha y sobrevivencia en medio de las más difíciles carencias.  No se puede hablar de lo que no se conoce.

Con la liberalización de las reglas por parte del Presidente Obama y antes de que el nefasto Trump diera al traste con la posibilidad de hacer el viaje de manera legal, decidí que era el momento apropiado para viajar, pese a que los costos eran muy elevados.  Después de todo, la vida es corta y no quería lamentarme de perder la oportunidad. La excursión me permitiría tener un panorama bastante amplio del país, cruzándolo de un extremo a otro, comenzando en la Habana y terminando en Holguín.  De los destinos a visitar me hacía mucha ilusión visitar la Habana por el aspecto arquitectónico y Varadero, por la conexión con mi Tía Laura que mereció mi primer escrito en torno a este viaje.  En la Habana estaríamos tres noches, con un día libre y sólo tendríamos dos noches en Santiago; en el resto de los destinos sólo una noche, lo que implicaba un itinerario retador, pero yo quería tener una experiencia lo más abarcadora posible.

Al llegar a la Habana el primer impacto fue el bofetón de calor y luego ver imágenes como si fuéramos atrás en el tiempo con muchos carros de los años 50 ó 60, tal vez de antes, pero yo sé de carros lo que sé de física nuclear. Conocimos a la guía, Yurina, quien nos dijo le llamáramos Yuri y el chofer, Rogelio. Nos trasladamos a almorzar a un lugar muy acogedor para almorzar. 




El ambiente era como de un lugar de esos que pueden verse en el centro de la isla nuestra.  Ordené mi primer mojito, que resultó ser el mejor.  La comida estuvo buena, pero no excepcional.  Me sorprendieron los precios –mucho más altos de lo que imaginaba y la proliferación de moscas, que fue algo que se repitió en todo el viaje, aunque no con la intensidad de este primer impacto.  En Santiago me explicaron que se debe a la época de mangos; pienso que tal vez se relaciona con la poca accesibilidad a métodos de control de plagas.

El almuerzo estuvo acompañado de música, que fue algo que se repitió durante todo el viaje.  La cantante del grupo resultó llamarse Ana y tuvimos un intercambio de impresiones muy agradable.



Llegamos al Hotel Capri, con ambiente muy de los años 60.





Me sorprendió la habitación mucho más cómoda de lo que imaginaba. 

 El hotel está cerca del Hotel Nacional; de hecho, podía divisarlo desde mi habitación y me prometí que le haría una visita.  En la noche iríamos a una presentación de los años 50, con estrellas del Buena Vista Social Club en un edificio muy viejo, con mesas apretujadas, pero fue toda una experiencia de disfrutar la música con el sabor local, en medio del calor y algunos fumadores cercanos.  Bailé un poquito, al son de aquella canción que Celia Cruz hizo popular aquí: La vida es un carnaval.





Al día siguiente disfrutamos de un desayuno espectacular.  ¡Hasta mimosas había! Hicimos recorrido por la ciudad, donde podía apreciarse la mezcla de estructuras deterioradas y nuevas edificaciones.  Tras un cambio de planes que evidenció un faux pas de alguien en términos de planificación, visitamos una escuela que sería el equivalente a la Escuela Libre de Música de aquí.  Me impresionó la sencillez de los directivos, quienes por su vestimenta nunca hubiese pensado ocupaban altos cargos, pero que evidenciaron un profesionalismo y entrega a su labor impresionantes.  Un conjunto de jóvenes interpretaron varias piezas de jazz, que pusieron de manifiesto que el talento y la disciplina no dependen de instalaciones, materiales e instrumentos en óptimo estado para producir música a nivel profesional.  Me emocioné con la entrega de los jóvenes y me doy cuenta que si ellos necesitan mejores materiales nosotros necesitamos más disciplina y apreciación de lo que tenemos para sacar el talento que poseemos.








Más tarde visitamos la famosa Plaza de la Revolución, con los impresionantes edificios con imágenes de Camilo Cienfuegos y el Che, íconos de la revolución. 







 El día que teníamos libre hicimos el paseo Hemingway, con una visita a la finca donde vivió, al Bar Floridita, que era donde solía frecuentar, al punto que hay una escultura suya en la barra.














Más tarde fui por mi cuenta a la Misión de Puerto Rico en Cuba y fue una grata experiencia ver la casa como una edificación del Viejo San Juan en su interior y el exterior como una casa de nuestros pueblos.  










Al regreso decidí comer en el Hotel Nacional.  Lo había visitado antes, pero no me había detenido a verlo en detalle.  Los jardines me recuerdan al Caribe Hilton, pavos reales incluidos. 





 No recuerdo si fue esa tarde o el día anterior que hice un breve recorrido por el malecón.






Al caminar, vi el pueblo en sus rutinas diarias –esperando la guagua, que muchas pasaban atestadas, con el agravante de que no tenían aire acondicionado.  Pensé en las paradas de guaguas en Puerto Rico y el hecho de que, salvo por el aire acondicionado, la gente tiene que esperar largo rato y van igualmente apiñadas.  El último día en la Habana, me detuve a hablar con unos de los empleados.  Me sorprendió lo mucho que me emocionó decirle que yo sentía que estaba haciendo el viaje que Tía Laura no había podido hacer.  Le dije que nosotros teníamos mucho que aprender de los cubanos y él me dijo que los cubanos tenían que aprender de nosotros a defender sus derechos.  Lo interpreté como que se refería a los derechos laborales.  Durante todo el viaje vi una total apertura de los cubanos a hablar de sus asuntos, incluyendo las carencias.  En el mercado de artesanías hablé con un joven sobre cómo se sentían con Raúl Castro como presidente y me dijo que muy cómodos; más que con Fidel, porque comenzó a liberalizar unos aspectos.  Al preguntarle sobre el hecho de que ya Raúl anunció se retiraría el año próximo, me manifestó “a decir verdá, estoy preocupao”.  Y para los que seguida piensen en los miedos al comunismo, piensen también si no estamos todos preocupaos con la figura de un presidente como Trump en una democracia.

Rumbo a Varadero nos detuvimos en la parte vieja de la Habana y visitamos la Plaza San Francisco, con un inigualable sabor europeo. 
































Allí se exhibe una tarja honrando a Don Ricardo Alegría, por sus aportaciones en la preservación histórica del Viejo San Juan. Me sentí más que orgullosa de este reconocimiento en esta plaza de la Habana a un puertorriqueño que le hace honor a nuestra identidad.  



Tambien observé una calle llamada Amargura, que se dice es la calle donde se hacía una procesión en Semana Santa y a los participantes se le arrojaban objetos para hacer más difícil desplazarse.  ¿Será de ahí que nace la frase de “me trae por la calle de la amargura”?




Varadero resultó para mi una experiencia sobrecogedora.  En primer lugar, el hotel era excelente –hubiese querido quedarme más tiempo. Pero lo más que me marcó fue la experiencia de sentir que estaba viendo la Playa de Varadero con el recuerdo del cuadro que Tía Laura exhibía en su sala.  Al ver la playa, me remonté a la imagen de aquél cuadro y sentí que Tía Laura estaba viendo la playa a través de mis ojos.  Estar allí es algo por lo que doy gracias a Dios.  Como dice el anuncio de Mastercard, no tiene precio.







Luego de Varadero, nos detuvimos un rato en Cienfuegos.  La plaza semeja cualquiera de nuestras plazas.  Creo recordar que se le conoce como la Perla del Sur y de hecho, hay leones en su plaza.






















Me detuve a conversar con un hombre que me saludó amablemente –como me sucedió en varias ocasiones.  El hombre se mecía en un sillón frente a su casa.  Me dijo que había estado en Puerto Rico para unos juegos centroamericanos y me dijo que era esgrimista, pero que ahora tenía que cuidar de su mamá a quien me presentó.  Me dijo: “cuando vea otros esgrimistas dígales que conoció a Pedroso.”  Le pregunté si le podía tomar una foto y accedió.  La foto muestra un hombre negro, espigado, con una sonrisa franca, que refleja se siente cómodo y feliz con su vida sencilla.  Tiene un leve trasunto con el baloncelista Magic Johnson.




Finalmente llegamos a Trinidad.  De allí me impresionaron los trabajos en cerámicas o azulejos.  Almorzamos en la casa de un alfarero, quien uso una demostración de la elaboración de piezas de barro, que luego eran cocidas en un horno ¡de leña! Quemar las piezas puede tomar 6 horas.














No pensaba adquirir nada, pero compré una pequeña vasija con los colores que luego vi en un museo. 




Me encanta adquirir objetos que tienen un sentido; que me van a hacer recordar los lugares que vi y las experiencias que tuve.  Del hotel no hablo –hay una frase que alude a  que en ocasiones la mejor palabra es la que no se dice.

Al día siguiente partimos rumbo a Camagüey y nos detuvimos a almorzar en un lugar que no recuerdo –era un nombre con algo azul, en Ciego de Ávila donde comí quizás mis mejores alimentos –pernil asado jugosito, un buen congrí y yuca.  De postre, un dulce de papaya como nunca lo había comido.  No es un postre que me encante, pero este era un deleite a la vista: cuadritos transparentes, chiquititos, como cristales. El área estaba rodeada de vigorosas siembras de plátanos, ganado vacuno y cabras.

Al arribar a Camagüey comenzó a llover y debíamos trasladarnos al hotel en bici-taxi, porque el autobús no podía llegar hasta el hotel.  El bici-taxi es una bicicleta modificada, con un asiento para dos personas en la parte de atrás.  Varios de nosotros nos acomodamos en distintos bici-taxi.  Carmen y yo íbamos con un conductor, si es que se le puede llamar así, con espíritu competitivo, empeñado en pasarle a velocidad a los otros bici-taxis, todo en medio de un aguacero torrencial.





El pequeño toldo no servía de mucho y yo había olvidado en casa la sombrilla y un jacket impermeable, así que terminé empapada. Temía además por mi cámara y celular, que debían estarse mojando y hasta por mi seguridad física al ver que mi mano aferrada al mango del asiento pasaba a milímetros de otros bici-taxis. Carmen iba lo más divertida, pero yo, que no me caracterizo por un espíritu aventurero iba con una cara  mezcla de pasme y pánico.

Víctor nos dejó bajo un alero y ahí nos guarecimos tres de nosotros.  En un momento dado la dueña de la casa nos abrió la puerta y nos dejó pasar a su modesta vivienda.  La mujer acudió a buscar envases para recoger el agua que se colaba.  La vivienda estaba oscura, con una vieja máquina de coser en una esquina y unos muebles maltrechos.  Sin embargo fue un buen momento para darnos cuenta que en medio de la adversidad, un acto de bondad, un techo y un lugar seco donde sentarse son suficientes.

Salimos tras haber escampado un poco y fuimos a un taller de una artista que a decir verdad, pese a la evidente calidad de sus obras, no me hizo gracia tras la experiencia de estar entripada. Llegamos al hotel y hubo otro faux pas que nos hizo ir bajo la lluvia a buscar el equipaje de mano al autobús, para luego descubrir que se podía acceder al hotel por la puerta de atrás.  El Hotel Colón me resultó encantador –me hace recordar el Hotel Meliá de Ponce –las habitaciones pequeñas, con sus pisos en losas de colores y los muebles de otro tiempo. 




Tras un leve contratiempo con agua que entraba tal vez por la ventana, me movieron a otra habitación que era más nueva y de hecho más cómoda.  La chica que enviaron a ayudar con secar otro charco resultó muy amable y dispuesta, con una sonrisa que hizo desvanecer mi incomodidad con el contratiempo. Bajé al vestíbulo a entregar la llave y me detuve a hablar con Tania.  Estuvimos buen rato conversando.  Cuando aludí a mis zapatos empapados en tal grado que hacían ‘squish-squish” al caminar, ofreció ponerlos a secar en el ventilador (abanico) bajo el mostrador.  Me dijo que estaría allí en la mañana, así que accedí.  A las 7 de la mañana del otro día sonó el teléfono y escuché: Buenos días; ¡sus zapaticos están secos!”  Ah, el placer de las cosas sencillas.  Unos zapatos secos y un gesto desprendido me hicieron feliz esa mañana.

Creo que fue en ese trayecto que Yuri nos habló de la Operación Peter Pan, como había hablado en otros momentos del sistema de salud, de educación y de religión.  El relato de la Operación Peter Pan según un documental de la periodista Estela Bravo, quien ha producido varios documentales sobre diversos temas, me conmovió hasta las lágrimas. La operación Peter Pan consistió en el envío de niños cubanos a los Estados Unidos por parte de sus padres temerosos de perder la patria potestad, ante el temor de que fueran a ser indoctrinados y llevados a Rusia.  El rumor corrió como pólvora e incluso se divulgó una ley falsa que disponía para la supuesta privación de patria potestad.  Ante ese temor y la imposibilidad de ellos mismos poder salir, varios padres acogieron la oferta de la Iglesia Católica y enviaron a sus hijos a Estados Unidos.  Algunos fueron acogidos por familias y otros terminaron en orfanatos. El documental recoge entrevistas a los adultos que ahora son estos niños.  Unos se sienten bien y agradecidos de haber tenido una vida próspera.  Otros se sienten agustiados, marcados por el trauma de sentirse abandonados por sus padres y en algunos casos, resienten haber sido abusados por las personas que supuestamente debían protegerlos.  En el documental se ve a estas personas en su regreso a Cuba tras todos estos años.

Me resultó desgarrador ver el drama de estas familias.  Por un lado, unos padres que creían estar haciendo lo mejor por sus hijos; por otro, el sentido de abandono de los niños, que no podían comprender cómo sus padres los enviaban en un viaje a lo desconocido.  Evidentemente las experiencias de cada cual van a formar su opinión del resultado –aquéllos a quienes les fue bien agradecen el gesto que los hizo más fuertes.  Los que sufrieron vejámenes cargan consigo la huella de un suceso que les perseguirá toda la vida.

Yuri también nos había hablado del sistema de salud, que presupone que a un médico se le asignan 120 familias de la comunidad inmediata, por lo que este médico tiene asignadas 120 familias de quienes conoce todo el historial, en ocasiones las visita y hace referidos cuando el caso es más complejo.  Todo el sistema es gratuito, incluyendo las medicinas.  Con respecto al sistema educativo, también la educación es gratuita y la preparación del pueblo cubano es evidente una vez uno conversa con ellos.  No experimenté restricción alguna para hablar de cualquier tema; vi muy pocos policías y pese a que es notable la escasez de artículos que aquí damos por sentado, la gente se ve saludable y con buena disposición de ánimo.

Nos habían dicho antes de llegar a Cuba que lleváramos artículos de aseo personal o ropa, para entregar a las personas que de algún modo hiciesen saber su necesidad o como muestra de agradecimiento.  Todo lo que entregué fue bien recibido –pasta de dientes, desodorantes, navajas de rasurar.  Nunca me había llevado tantos champús y jabones de los hoteles, que fui repartiendo a lo largo de la ruta.  Una chica en la Plaza San Francisco me dijo, cuando recibió un esmalte de uñas, que nosotros los puertorriqueños le facilitábamos los regalitos de Navidad.  Otra chica se alegró  al recibir un esmalte porque dijo ser manicurista y otra se entusiasmó con el color del lápiz labial que le entregué.  De nuevo, la alegría de las cosas sencillas.

Durante el recorrido vi dos carnicerías sin mercancía; entré a una de ellas y la persona a cargo me explicó que la carne llega en ciertos días y la gente ya está acostumbrada a esperar.






 Por otro lado, vi pequeños puestos a lo largo de la carretera con frutas y vegetales frescos -¡hasta un hombre cargando una ristra de ajos a su espalda!, como una larga trenza.




















También vi gente haciendo fila para comprar en un local, con las libretas de la ración.  Yuri había explicado que a las personas se le entrega una libreta para el mes con lo básico: carne, frijoles arroz, huevos, leche, etc.  Eso se paga en moneda nacional, que es de valor ínfimo.  El salario de los que trabajan para el gobierno y sus empresas también se paga en moneda nacional, por lo que lo adicional que haga falta lo adquieren con el llamado peso convertible, que es moneda oficial también y es la que usamos los visitantes, pero pueden usarla los cubanos.  Debido a la escasez de algunos artículos muchos cubanos han optado por incursionar en el turismo, como fue el caso de un taxista que me llevó de la Misión de Puerto Rico al hotel en la Habana.  Debido a que me habían dicho que Cuba es un lugar muy seguro, me monté en ese carro destartalado, sin identificar que un empleado de un restaurante me llamó.  El conductor me dijo que había dejado su trabajo anterior para poder ahorrar para costear el quinceañero de su hija.  No es en Puerto Rico nada más que tenemos las prioridades invertidas.  Le pregunté a qué se dedicaba antes y me dijo que era policía.  Nada, que en Cuba los policías están igual de jod.. que aquí. Me cobró la mitad de lo que cobró el taxi oficial.  Le dejé una buena propina y le deseé suerte con el quinceañero.

Eventualmente llegamos a Santiago, donde permaneceríamos dos noches.  Visitamos el santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre.  Me impresionó la belleza del lugar, situado frente a las minas de cobre y de donde emanaba paz. La iglesia está muy bien conservada.



Recordé que Papa Francisco ofició misa allí –misa que presencié por televisión porque Papa Francisco es para mi la misericordia y la compasión encarnadas.  Cuando el habla de estos temas, yo le creo. En todas las iglesias que visité la gente entraba libremente.  No había restricción alguna y se veía que eran parroquias activas.

Más tarde llegamos al hotel – el Meliá Santiago que era muy bueno.  Al otro día iríamos a la escuela localizada en el Cuartel Moncada, que fue objeto de un asalto fallido por Fidel y otros, culminando en su encarcelación y eventual exilio a Méjico, desde donde retornó en el yate Granma. Nos explicó Yuri que todos los cuarteles militares fueron transformados en escuelas y este no fue la excepción.  Su exterior exhibe las huellas de las balas.  Hay un museo, pero primero visitamos la escuela.  Los niños se ven muy disciplinados y recitan las respuestas de forma un tanto mecánica, pero se ven felices, salvo un chico que se veía como perdido.



 Alguien me comento que era venezolano.  Tal vez lleva poco tiempo y está adaptándose.  Los chicos que respondieron a la preguntas aludieron a que la importancia del asalto fallido al Cuartel Moncada es que demuestra que los esfuerzos que no producen resultados inmediatos nos motivan a continuar la lucha.  Otra lección para nosotros. 


















En la pared una foto de José Martí. Luego de dejar algunos materiales, salimos al museo, que está en el mismo piso.  La chica que nos guió en el recorrido se mostraba muy conocedora, con entusiasmo.  Al final nos manifestó que le había gustado guiarnos, porque mostrábamos interés.

Luego de visita en la ciudad fuimos a almorzar a un lugar desde donde se divisa la Fortaleza San Pedro de la Roca o el Morro.  La caminata hasta el lugar resultó agotadora debido al calor abrasador. Desde el lugar se divisa una vista espectacular a un acantilado, con el mar de un azul bien intenso y la playa al pie del fortín.  Tras el almuerzo decidí visitar el fortín.  El sol me quemaba la piel y luego comprobé que en efecto, había quedado bronceada.  El fortín está en excelente estado y desde sus varios niveles puede apreciarse la belleza del mar. 








Al salir del fortín, en el camino divisé a través de una verja unos hombres trabajando en el pasto de unos terrenos aledaños al camino.  Cuando miré con detenimiento, vi que cortaban el pasto ¡a machete! 






No me puedo imaginar el esfuerzo físico bajo ese sol candente.  Yo, que estaba de paseo, estaba exhausta, con calor y la piel pegajosa, deseosa de tomar un baño.  De hecho, tan pronto llegamos al hotel me metí a bañar y quería estar relajada, así que pedí un vino en la barra del hotel y un bocadillo.  Luego se unió otra de las compañeras y fuimos al restaurante gourmet del hotel.  En verdad no tenía hambre, así que sólo probé una croqueta y me tomé otro vino.  La música era exquisita –un conjunto de cuerdas que interpretó varias piezas que resultaron un bálsamo para mi estado luego de un día agotador.  Entre ellas interpretaron Yolanda , de Pablo Milanés, que creo que fue lo único que escuché de él en todo el viaje y una melodía que me transportó a mi niñez y de primera intención no pude identificarla, pero luego  recordé.

Mi papá tenía varios discos de música instrumental, entre ellos uno de la Orquesta Filarmónica de Arturo Somohano.  En ese disco está la canción Bella Cubana. Aún ahora evoco la melodía y me imagino a mi papá en su butaca, escuchando la música con sus ojos entornados mientras fumaba un cigarrillo que colocaba en un cenicero de un color como amarillo mostaza que formaba parte de una mesita de metal para revistas.  Todo este recuerdo con tan sólo escuchar una melodía.

Al día siguiente saldríamos hacia Holguín.  El desayuno en el hotel estuvo espectacular.  La primera parada era en Birán, lugar donde está la casa donde nacieron Fidel y sus hermanos.  Su padre era gallego y se casó con una mujer mucho más joven.  En la finca lo producían todo, por lo que era como un pequeño pueblo.  Es interesante ver las fotos de Fidel y Raúl como niños –le añade un elemento más humano a estas figuras míticas.  Al salir, más campos sembrados y otros hombres cortando pasto a machete.  Almorzamos en la loma de la cruz y más adelante había un mirador desde donde se divisaba la ciudad y los sembradíos.  Me recordó la cruceta del Vigía en Ponce.








En la tarde llegamos al hotel, que resultó una agradable sorpresa.  Era pequeño, acogedor y había sido remodelado recientemente. El decorado se relacionaba todo con caballos, porque había sido caballeriza en un tiempo y de allí tomó su nombre. 





 En la noche fuimos a cenar a un paladar, que resultó una linda experiencia.  Ya al otro día debíamos partir.

Pese a las carencias evidentes, la Cuba que yo ví es una hermosa, orgullosa de su historia y de los logros alcanzados en medio de una situación motivada por una percepción de un país de poderío mundial sobre cómo debe otro manejar sus asuntos.  Es evidente que sobre la marcha el gobierno cubano ha comenzado a flexibilizar una serie de restricciones relacionadas con la actividad comercial, que le ha permitido a muchos mejorar su situación económica. La Cuba que yo ví muestra ingenio, es amable la mayor parte de las veces; tiene un talento extraordinario para la música; le busca la vuelta a los problemas.  La Cuba que yo ví es vasta en extensión; de tierra fértil; gente trabajadora, limpia, que no se amilana.  La Cuba que yo ví muestra su mejor cara en medio de edificios despintados, techos que gotean, falta de ciertos alimentos, falta de transportación.


 




    





 



Pero a fin de cuentas, ¿no tenemos nosotros una transportación pública deficiente, a muchos de nuestros compatriotas les faltan artículos de primera necesidad y deben esperar meses por una cita médica? Pese a lo que parecen grandes diferencias, la Cuba que yo ví me reafirma que en efecto, Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas.




27 de junio de 2017