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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

domingo, 31 de diciembre de 2017

OTRO AÑO




OTRO AÑO

Se supone que mañana comienza un nuevo año, pero eso, por supuesto, depende de cuándo decidamos comenzar  a contar el paso de esos 365 días que se han designado como constitutivos del tiempo que tarda nuestro planeta en dar la vuelta al sol.  Y esto es algo que tomo por auto de fe, porque no me he puesto a hurgar en cómo se hace el cálculo.  Tampoco voy a indagar cómo se inició la costumbre de que el 1ro de enero es el comienzo de año.  Yo aprovecho para mirar cómo transcurrió mi vida –a nivel individual y colectivo y hoy he pensado que el conteo de ese año podría haberlo iniciado el 8 de enero, fecha en que en el 2016 decidí iniciar mi retiro.  Para celebrar esa fecha, tendría que esperar unos días.  Me cuesta creer que hace casi dos años mi vida cambió.

Hace casi dos años que no me siento limitada por horarios; que no tengo que asistir a reuniones para discutir lo que se discutió en incontables reuniones anteriores; que no tengo que preparar informes para cumplir con un requisito, pero que nadie lee; que no tengo que manejar asuntos que podrían relatarse en una obra de teatro del absurdo; que no tengo que pedir fondos que no me van a dar.  Tengo la ventaja de ir a mi antiguo lugar de trabajo como visitante –saludar a quienes quiero ver y ofrecer una sonrisa plástica a los que no.  He logrado dedicar mi tiempo a escribir sobre lo que me interesa, no porque tengo, sino porque quiero. 

También podría contar un nuevo año a partir de mi cumpleaños.  En mi caso, 63 no es poca cosa – mi mamá no llegó a cumplir 50 y Papi murió a los 61 años de edad.  Más allá de contar años de vida, prefiero contar experiencias  –retos superados, viajes realizados, afectos compartidos.  He tenido muchos retos a través de mi vida –ahora le llaman oportunidades, pero el balance es hacia lo positivo.
Algunas personas que han superado enfermedades serias como el cáncer, escogen celebrar su vida a partir de la fecha que superaron ese reto -me resisto a llamarle oportunidad, porque cualquiera  que haya tenido un familiar cercano con esa enfermedad sabe que verlos estremecerse de dolor y finalmente caer vencidos sabe que es una experiencia desgarradora, que usando palabras de ahora, es algo verdaderamente cabrón.  Recientemente vi un reportaje sobre el Doctor Johnny Rullán y me estremeció saber que nuevamente se enfrenta a esa enfermedad.  Mi mejor deseo es que emerja victorioso y pueda celebrar un año más como el guerrero que es.

Nuestro país podría celebrar colectivamente la fecha de este año en que tomamos conciencia de que la fuerza está en nosotros.  Primero, la fecha en que se descorrió el velo que ocultaba la verdadera relación colonial con los Estados Unidos.  En segundo lugar, la fecha en que enfrentamos el Huracán María.  De hecho, muchos cuentan los meses que llevan sin luz y no sería extraño, dado lo que hemos visto, que algunos lleguen a conmemorar un año sin luz.

El balance del año que contamos desde enero parece inclinarse a lo negativo, particularmente para aquéllos que han perdido su hogar –que son las paredes, el techo, el espacio en que nos dimos besos y abrazos; los documentos que será necesario reponer tras filas interminables en diversas agencias, las figuritas que atesoramos, las fotos familiares, los juguetes preferidos de los niños; el traje o zapatos favoritos.  Son aquéllas cosas que hemos olvidado, pero que de repente recordamos y revivimos el dolor de la pérdida. Para ellos, la pérdida es -como el dolor del cáncer, cabrón.  Pero aun  con una pérdida de esa magnitud, muchos no han perdido la sonrisa, ni el agradecimiento por estar vivos.

Durante esos meses post María, salvo algunas excepciones,  nuestro pueblo ha dado muestras de una solidaridad ejemplar.  Nos hemos cuidado los unos a los otros y hemos descubierto que nuestro concepto de lo que es necesario se modificó.  Nuestro país cambió de un día para otro.  De la devastación ha ido emergiendo una naturaleza exuberante y del desasosiego ha ido surgiendo un puertorriqueño fortalecido.  La mayoría se enjugó las lágrimas, se sacudió, recogió lo que pudo y se encamina a hacerle frente a lo que venga.  María puso al descubierto una pobreza que ya estaba ahí; una incompetencia gubernamental –de aquí y de allá- que ya estaba sembrada, pero que emergió como un hongo que amenaza con cubrirlo todo.  Pese a ello, es tan evidente que no queda de otra que hacerle frente.  No me cabe duda que será una batalla dura y larga, pero habremos de vencer. Ese es el balance positivo.

Como decía Martin Luther King en su último discurso, he escalado la montaña y he visto la Tierra Prometida.  Tal vez yo no llegue (no tengo planes de morirme en el futuro inmediato, tranquilos), pero sé que este pueblo habrá de salir adelante, más fortalecido que nunca.  No importa la fecha que usen como punto de partida, feliz Año Nuevo.


31 de diciembre de 2017

lunes, 25 de diciembre de 2017









¿FELIZ NAVIDAD?

Para los que adornan el alma aun en tiempos difíciles...

Este año nos ha puesto a prueba.  Se dice que este es el país más feliz, donde se celebran las navidades más largas del mundo – esas navidades que son una mezcla de tradición jíbara; música inspirada, festiva, pícara; excesos de comida y bebida; fervor religioso; compras desmedidas; luces por doquier.  Pero vino María –el huracán, no la Virgen y nos cambió la vida.  A más de tres meses del huracán se estima que la mitad de los  puertorriqueños  todavía no tiene luz en sus hogares o comunidad, incluyendo los pequeños negocios.

Antes del huracán ya teníamos una economía en crisis, así que María ocasionó que nos sumiéramos en un hoyo más profundo –algo que jamás imaginamos.  Nosotros, que somos los primeros en salir a ayudar al mundo con sus catástrofes, ahora seríamos los recipientes de ayuda.  Causa dolor ver los vídeos y fotos de casas destrozadas, puentes colapsados, personas con la mirada perdida, naturaleza devastada.  Causa indignación ver la reacción humillante de Trump –me resisto a llamarle presidente- y los torpes esfuerzos de este gobierno que no sale de su marasmo porque se niega a ver la realidad.

Todos hemos tenido más gastos, aún los que como yo no poseen una de esas tan codiciadas “plantas”.  Me acostumbré a beber el agua caliente y  usaba leche de “cajita” para mi café, lo que se convirtió en un reto porque debía buscar cajitas de verdad, de las que sólo tienen ocho onzas, ya que al no tener refrigeración desperdiciaría una completa.  Estas, por supuesto, son mucho más caras.  Compraba alimentos que normalmente no compro.  Antes de María comía salchichas quizás tres veces al año; luego de María se convirtieron en un alimento regular.  Mi gusto por la cocina me llevó a crear platos interesantes con este alimento: sancocho con salchichas, pasta con salchichas y cocido de garbanzos con salchichas.

Me sobrepuse al miedo que me causaba la pequeñísima estufita de gas de una sola hornilla para preparar mis alimentos.  Las familias que no poseyeran una planta ni una estufa de gas gastarían horrores en comidas preparadas.  Otros, los que ni siquiera tenían casa, dependerían de que alguien les proveyera alimento.  Ese alguien, muchas veces fue un vecino, una organización comunitaria, algún empresario con conciencia social.  Las historias de grupos comunitarios que salieron a ayudar son tan abundantes como las historias de dolor.

Después de María nuestra vida giró alrededor de asegurar la subsistencia: buscar agua, comida, asegurar nuestras pertenencias.  Con el paso del tiempo fuimos logrando lentos avances y se acercaba la época festiva.  Parecería que no hay motivo para celebrar en medio de tanto sufrimiento, particularmente de aquéllos que perdieron su hogar y viven en condiciones precarias.  Para algunos oír Feliz Navidad puede generar coraje o desesperanza, porque su vida en estos momentos no es nada de feliz.

Hace poco más de una semana asistí a la misa de aguinaldo que se celebra en el Centro Gubernamental Minillas.  Solía ir cuando trabajaba allí y luego de retirarme quise mantenerme conectada a esa tradición.  La ceremonia sencilla, oficiada por un sacerdote que emana humildad y apego a nuestras tradiciones, que incluyen trovadores, me emocionó y me hizo pensar una vez más en la importancia de volver a lo básico.  Ayer vi un vídeo de una señora que perdió sus pertenencias porque aparentemente el huracán se llevó el techo, adornando con latas, gomas vacías y otros desechos, porque en medio de todo, hay que celebrar la Navidad.  Y ese es el verdadero espíritu de la Navidad –no son los adornos costosos, ni lo regalos que se ofrecen por cumplir, sino los adornos que  ponemos para alegrarnos el alma –que hasta los psicólogos recomiendan que cuando estamos deprimidos y sin deseos de nada, nos animemos a pintarnos la cara y salir a interactuar con otros.

Celebrar la Navidad en los tiempos post María no quiere decir que no vamos a denunciar los errores que haya que denunciar en el manejo de esta crisis, ni que vamos a olvidar a los que menos tienen.  Quiere decir que nos vamos a adornar el alma para ayudar a otros y a nosotros mismos a ver lo que es esencial en la vida: el amor de familia y amigos.  Ya preparé coquito, majarete que me recuerda a Madrinita junto a  unos polvorones de nueces que me enseñó a hacer mi amiga Elena y comencé a repartir, como hacía mi mamá con sus vecinos.  Tengo un pequeño arbolito en una mesa –ya hace varios años que no me embarco en el proyecto de comprar un árbol grande que requiere estar horas adornando y un retablo que me regaló mi amiga de la niñez Carmencita, con quien compartí una sencilla, pero elegante- que María no se llevó el caché- cena que preparé con mucho amor.

Con todas las bendiciones que tengo, he tenido momentos en que me deprimo –la situación del país no es para menos, pero he escogido adornar mi alma para esta Navidad y hacer que lo verdaderamente importante esté presente, como estuvo presente en aquél pesebre hace miles de años.  Feliz Navidad.


25 de diciembre de 2017

Me puedes escribir a: anaolivencia.1954@gmail.com

#Navidad


viernes, 1 de diciembre de 2017











UNA GARITA, UNA BANDERA, UN SAXOFÓN

Hace dos semanas estuve en el Viejo San Juan, como parte de una actividad de la asociación Puerto Rico Historic Building Drawings Society. Esto cubrió el  compromiso que hice conmigo misma de visitar el Viejo San Juan al menos una vez a la semana, para patrocinar los negocios que están sufriendo a causa del impacto del Huracán María.  La primera vez que fui al Viejo San Juan luego de María me angustió ver sus calles desiertas –muy limpias, pero sin el movimiento usual de visitantes.  Había muchos comercios cerrados y los pocos que estaban abiertos operaban con generadores o con algo tan básico como una linterna. Me partió el alma cuando entré a una oscura tienda de artesanía que suelo visitar por la calidad de su oferta y la joven que nos recibió me entregó una linterna para poder ver la mercancía.

Se me hace difícil ver el Viejo San Juan en este estado, como se me hace difícil ver vídeos o fotos de las condiciones en que quedaron muchos de nuestros pueblos y sus habitantes: puentes colapsados, casas sin techo, con las pertenencias semejando las casas de muñecas a las que se les podía cambiar los muebles porque se podía desprender el techo o no tenían la pared de fondo.  La gente se muestra resignada, agradeciendo que en medio de todo el desastre, tienen vida, que después de todo, es lo único que no se puede reponer.

Pese al espíritu de lucha, nos va a tomar mucho tiempo curar todas las heridas que nos dejó María.  Estoy segura que muchos de los que han asumido una actitud de aceptación, tienen momentos en los que les arropa la angustia, la incertidumbre, la impotencia, el coraje.  Lo sé, porque aunque María me provocó pocas pérdidas, he tenido otros momentos de grandes pérdidas –de esas que no son reemplazables y me sorprendo, años después, con emociones que creí superadas.

En la visita al Viejo San Juan hubo tres imágenes que me infunden esperanza y la certeza que nos habremos de recuperar –con cicatrices, con tropiezos, con recaídas, pero habremos de levantarnos.  La primera imagen es de una garita que según nos informó Andy, que nos sirvió de guía, es la única que permanece inalterada, sin restauración.  Está en la calle Norzagaray.  He pasado por allí miles de veces y jamás la noté.  Pensar que ha resistido tantos embates, incluyendo el de María, que no fue Cáscara’e coco, me hizo cruzar la calle y tomarle una foto.  Ella está ahí, resistiendo, aunque no la noten, asida tan sólo de su propia fuerza y de la calidad de su creación.

La segunda imagen fue un cartel en la fonda Manolín –un puño pintado con nuestra bandera, que afirma con decisión que nos levantaremos más fuertes que nunca.  Hay quien propone que no nos levantamos, porque siempre hemos estado de pie.  Eso es una manera de verlo, pero pienso que no hay nada malo en admitir que nos hemos caído.  El fuerte no es sólo el que no cae, sino también aquél que cae, toma fuerza desde su interior y se levanta.

La tercera es una imagen auditiva.  Cuando regresaba al estacionamiento que suelo utilizar, el Doña Fela, escuché una melodía interpretada en saxofón por un músico callejero, a la usanza de la ciudad de Nueva Orleans.  La melodía era Preciosa, de nuestro Rafael Hernández.  He escuchado esa canción en innumerables ocasiones, pero ese día me llenó de una emoción particular.  Tras el paso de María, nuestra Isla quedó fea -maltrecha, derrumbada, desnuda, quemada.  Ahí es que entonces la miramos con los ojos del alma –esos ojos que ven la belleza interior–la que vemos porque esta islita es nuestra casa, nuestra cuna; los brazos amorosos que nos arrullaron en la infancia y nos vuelven a recibir cuando volvemos abatidos.

Poco tiempo después del huracán hablaba con una conocida norteamericana que vivió aquí por diez años - dice que quiere mucho a Puerto Rico y le duele verla en estas condiciones porque nunca será lo mismo.  Y lo dijo, no porque pensara que nos recuperaríamos fortalecidos, sino como alguien que lamenta perder algo de forma irremediable.  Me enojé mucho porque esta Isla sigue siendo hermosa –no será igual, pero hay belleza en su transformación.  No quiero que me digan que nada será igual de forma derrotista.  Nada es igual de un día para otro, pero tengo la certeza absoluta que habremos de salir adelante fortalecidos y luciendo con orgullo nuestras cicatrices de batalla. 

Nuestros bosques están diezmados, las estructuras lucen destruidas, los habitantes pasan penurias, pero nuestra esencia, la que vemos con los ojos del alma, está intacta –sigue siendo preciosa, “sin banderas, ni lauros, ni glorias”.  Vivo convencida de que no importa el tiempo que tome, vamos a trabajar para que esta bendita Isla sea tan preciosa a los ojos del rostro, como lo es para los ojos del alma.


1 de diciembre de 2017

sábado, 18 de noviembre de 2017




DISTRACCIÓN

Se fue, cuando lo debieron haber ido, el que ocasionó la madre de las distracciones.  El personaje de Ricardo Ramos, hasta ayer Director Ejecutivo de la Autoridad de Energía Eléctrica es, por si solo, como un circo de esos que ofrecen espectáculos simultáneos –lo que se conoce en ingles como un three ring circus. Por varias semanas, nos mantuvimos como espectadores horrorizados –con una mezcla de incredulidad, vergüenza e indignación- ante este circo de múltiples pistas que protagonizó Ricardo Ramos.

En una de las pistas, apareció el cuento de que no pudo contactar a la entidad que agrupa organizaciones estatales de energía eléctrica, conocida por sus siglas en inglés APPA, porque no tenía comunicación telefónica ni de internet, mientras que en el Centro de Operaciones de Emergencia (COE), a los dos o tres días tenían toda una operación montada y luego se descubre que los contactos con la firma privada se establecieron en algún momento entre Irma y María.  Y esa operación privada es la pista principal del circo donde Ricardo Ramos es el maestro de ceremonias, con chistera, frac y ademanes rimbombantes.

En la pista central – la firma Whitefish Energy Solutions, una oscura compañía del lejano estado de Montana, que antes de ser contratada por la AEE, tenía solo dos empleados.  Su operación, pues, estaría montada sobre subcontratación, lo cual encarece sustancialmente la operación –al son de nada más ni nada menos que de (redoble de tambores) ¡300 millones! – los mismos que no tenemos y que FEMA no va a pagar. Según lo informado por la prensa, hubo un contrato inicial, por una cuantía menor, que luego fue enmendado.  Surge también que el contrato tenía cláusulas que resultan inoficiosas por ser contrarias a la ley, como disponer que el mismo no podía ser auditado y que de tener que pagar impuestos, sería aumentado para compensar por lo que tuviese que pagar por ese concepto.

Tras posponer una función, el circo trasladó su espectáculo principal al Congreso federal, ante el cual compareció Ricardo Ramos a dar las explicaciones que ni el mismo creyó. El público observa el espectáculo con muestras de una vergüenza cósmica, sabiendo que no es sólo que el espectáculo es un fracaso a nivel de esa función, sino que habrá de costar en el futuro porque pone en entredicho nuestra capacidad de administrar los fondos que pudiesen asignarse.

Esta semana se incorporó otra pista al circo, al divulgarse que Ricardo Ramos contrató a su amigo como asesor, al son de $99,000 anuales.  El problema no es que lo contratara, es que esa contratación no tuvo el aval de la anterior Junta de Directores cuando Ramos intentó nombrarlo subdirector, por cuestionamientos debido a la participación del amigo en los líos de otro circo –el de De Castro Font.
Mientras todo este circo está en funciones, hay pueblos enteros que todavía no tienen luz.  Los comercios languidecen –algunos jamás podrán recuperarse de esta.  En la zona metro, las interrupciones del servicio son frecuentes.  Yo todos los días recito mi oda a la nevera, para que resista esta intermitencia y no tener que acudir a comprar otra, porque no tengo el beneficio, a mucha honra, de trabajar en uno de estos circos.  También me apresuro a escribir, porque en cualquier momento -¡puf!, se va la luz.

Los puertorriqueños usamos el humor como válvula de escape. Esto es como un circo, pero es un asunto muy serio.  Una distracción es, obviamente, según el Diccionario de la Real Academia, el efecto de distraer, que en sus primeras dos  acepciones  significa desviar, divertir o entretener.  Ricardo Ramos no nos está desviando de la atención que tenemos a todos estos asuntos. Más bien, está incurriendo en actos contenidos en una acepción que no conocía de la palabra distraer: “apartar a alguien de la vida virtuosa y honesta”.  Se apartó él mismo y parece ser que al dueño del circo también, si no es que ya estaba apartado.


18 de noviembre de 2017

domingo, 12 de noviembre de 2017




¿DE QUÉ ESTAMOS HECHOS?

La canción El wanabí, del grupo Fiel a la Vega tiene un estribillo pegajoso que reza “ dame un momento pa’ probar de qué estoy hecho…” y lo tengo enredado en la mente hoy. El vocablo inventado alude a la persona que aspira a ser – en inglés want to be ; en el argot wanna be y de ahí el wanabí.  Ese wanabí quiere ser alguien; aspira a más de lo que conforma su presente y a veces, como dice la canción, echa todo hacia un lado, el familiar y la amistad, cambiando el suelo de tantos años por un estudio que paga mas.

En estos momentos miles de puertorriqueños estamos en una encrucijada que nos marca.  Algunos hace tiempo que sienten que la isla les queda chiquita –que sus sueños necesitan mayor espacio para que su talento alce vuelo.  De eso dan fe los Ricky Martin, los Lin Manuel Miranda, los Yadier Molina y Carlos Correa, como en un momento lo fueron Antonio Paoli, los hermanos Figueroa y nuestro inolvidable Roberto Clemente.  Es algo casi innato querer aspirar a ser lo mejor que podamos ser.  En el caso de los que menciono han alcanzado fama internacional, pero nunca olvidaron sus raíces y continuaron - a veces al regreso, a veces desde la distancia-  aportando sus energías para el beneficio del resto de la población.

Tras el paso del Huracán María muchos han tenido grandes retos de salud y de vivienda que les obliga a abandonar el país en busca de mejores condiciones de vida.  Otros no han podido continuar operando sus pequeños negocios que eran el sustento de sus familias y de dos o tres empleados. La situación les ha forzado a tomar una decisión que tal vez bajo otras circunstancias no habrían tomado.  Por otro lado, hay muchos que no han sufrido grandes pérdidas, pero su vida se les ha hecho algo incómoda, aunque tienen la facilidad de tener un generador eléctrico y cisterna.  Les incomoda, como nos incomoda a todos, que hay más tapones, más filas y menos opciones en los comercios.  Sin embargo, su nivel de tolerancia es muy bajo para estas incomodidades.  En lugar de agradecer todo lo que tienen, se lamentan de lo que carecen.

Hay otro grupo de puertorriqueños que salen del país desesperados, sin un plan de vida y deslumbrados por unas ofertas de asilo temporal en casa de amistades o familia.  No conocen el idioma, no tienen reservas de dinero y se lanzan en una huída desesperada, sin saber que del otro lado pueden terminar peor de lo que estaban, al dejar todo lo conocido –la red de apoyo de la familia y amigos, por perseguir ese sueño de una “vida mejor”.  ¿Qué es una “vida mejor”?  Como todo, eso es relativo.  Lo que sí es una realidad es que ninguna vida puede ser mejor cuando se reniega de quien se es.  No importa a dónde vayamos, ni si lo admitimos o no, siempre seremos puertorriqueños.  En este momento, demostramos de qué estamos hechos cuando decidimos si incluimos o no el bien colectivo en el propio; cuando miramos o no la desgracia ajena y hacemos algo para aliviarla; cuando apoyamos a los que están dando el todo por el todo para recuperar el país, o nos limitamos a criticar con saña a los que señalan los errores cometidos.

Es el momento de probar que estamos hechos de una raigambre que luchó en otros momentos contra la miseria; que se irguió apoyándose los unos en los otros.  No se trata de si te quedas o te vas; se trata de si buscas tu bienestar –aquí o allá- sin olvidar tu familia y amigos, o si te vas a la huída,  sin mirar atrás. No le fallemos a los que nos precedieron –que se sepa que somos hijos orgullosos de esta noble tierra que ahora necesita nuestra ayuda. 

12 de noviembre de 2017



sábado, 4 de noviembre de 2017

Luz










LUZ
Sin duda la vida después de María ha cambiado para todos en nuestra querida isla. Opera la ironía de que los que menos tienen son los que más sufren, pero todos nos hemos afectado en mayor o menor grado.  Para algunos, el huracán les altera su rutina diaria – tienen que salir a buscar combustible para alimentar una planta -de metal, no de las vivientes.  Tienen que hacer trámites con la aseguradora para reclamar daños; ven interrumpido su trabajo, aunque saben que retornarán a el. Tal vez pasan mucho tiempo buscando un restaurante donde comer y al principio hacían largas filas para obtener dinero en efectivo.

Al otro extremo está la mayoría, que no tiene que salir a buscar combustible porque la única planta que tienen es la que sobrevivió en el patio tras el huracán.  Y dentro de esa mayoría hay también gradaciones.  Unos hemos sido afortunados - tenemos techo, recursos para atender las necesidades básicas y más.  Otros están todavía en refugios,  en casa de familiares o amigos.  La lentitud de la recuperación es alucinante.  Todavía hay comunidades apartadas – y no tan apartadas- que no tiene agua y luz ni se diga.  El asunto de la luz se perfilaba más que complicado por el deterioro del sistema, producto de años de abandono.  Nadie esperaba que iba a haber una recuperación rápida, así como nadie – ni aun los que tratan de justificar lo injustificable, esperaba esta comedia chifladesca de los ejecutivos de la AEE.

La trama novelesca de la contratación de la empresa Whitefish se desarrolla como una serie televisiva en la que cada día salen nuevos elementos que nos siguen asombrando.  Algunos, que son como el peor ciego, tratan de justificar los traspiés del director ejecutivo y la Junta de Gobierno (la que brilló no por su luz, sino por su ausencia dos semanas después del huracán) alegando que la emergencia justificaba las acciones rápidas.  Tratan de convencerse a sí mismos de que la historia del director ejecutivo de que no podía comunicarse es creíble. Muchos están convencidos de que no importa el gasto exorbitante, porque FEMA lo va a pagar.  Como dijo el jíbaro: unjú. Lo que no saben o pretenden no saber, es que si los contratos no están acorde con las normas de FEMA, no van a pagar y adivinen a quién le toca –a nuestro boyante presupuesto.  Otros, los más cínicos, alegan que puede haber chanchullo, pero que eso siempre se ha hecho, bajo todas las administraciones y lo que importa es que se haga obra; que llegue la luz y la ayuda salvadora del gobierno federal.

Frente a todo esto, nuestro pueblo ha dado cátedra de solidaridad. Miles se tiraron a la calle a abrir camino, a repartir comida, a salvar vidas humanas y animales.  Miles están haciendo lo indecible para reconstruir sus casas y restablecer sus negocios, con luz o sin luz eléctrica.  Habremos de echar adelante este pueblo porque estamos imbuidos de otra luz –la luz que nace de adentro, del corazón noble de esta tierra y se proyecta hacia afuera, como reflejo de la brillante estrella que adorna la bandera que tantos nos hemos visto impulsados a enarbolar con orgullo.  Bendita sea la luz de este noble pueblo.


4 de noviembre de 2017



jueves, 2 de noviembre de 2017

Sin saber










SIN SABER

Escribo a 43 días del paso del Huracán María por Puerto Rico.  Había intentado escribir antes, pero ocurrió algo muy extraño –al no tener electricidad, sentía que las palabras no fluían de la misma manera a manuscrito.  La tecnología me ganó, silenciándome por todos estos días, o tal vez es que aun no estaba lista para dejar salir todo lo que siento. Ya había sufrido un anticipo de la angustia, a través del Huracán Irma, el que no tuvo los efectos devastadores de María.  Para este último decidí refugiarme en casa de mi prima Socorrito, porque está mas cerca que la de los amigos que me refugiaron para Irma.

La ejecución de los planes para preparar mi apartamento me tomó un tiempo considerable.  Intuir que esto era mucho peor que Irma le añadía un nivel de ansiedad conmensurable a la intensidad del huracán que se perfilaba como algo inescapable.  El ejercicio de envolver las lamas de  las ventanas se convirtió en una tarea extenuante –llegó el momento que me sentía harta de tanto esfuerzo, al tiempo que pensaba que este monstruo se podía llevar las ventanas completas.

Finalmente salí para casa de mi prima, con ropa para dos noches –la del martes 19, ya que se perfilaba que los vientos de tormenta comenzarían en la madrugada del miércoles y esa noche, ya que los vientos de tormenta soplarían hasta temprano en la noche.  Por supuesto, me llevé a Estrellita y esta vez cargué hasta con Matita, mi querida planta que no tuve corazón para dejarla encerrada por dos noches, a riesgo de que se asfixiara, o que quedara destrozada si María decidía entrar a inspeccionar mi apartamento.

Socorrito y su esposo Juan Alfredo estaban preparados con generador, cisterna y tenían la nevera surtida con toda clase de cortes fríos, quesos, carnes, dos docenas de huevos; en fin,  abastos para varios días asegurados por el generador, que luego estuvo a punto de desfallecer.  Nos tomamos una botella de buen vino que llevé, acompañado de algo que Socorrito preparó y no me puedo acordar qué era.  Finalmente, nos acostamos.

La casa tenía ventanas de seguridad, así que había un sentido de estar protegidos.  Temprano en la mañana los vientos arreciaron.  Socorrito y Juan Alfredo dormían profundamente.  Yo desperté con la puerta doble de mi habitación vibrando.  Caminé hasta la sala y sentía un ruido de algo azotando levemente, sin saber de dónde provenía el sonido.  Conozco los  de mi casa, pero estos no los conocía.  La puerta doble del  family room también vibraba. Decidí despertar a Juan Alfredo, lo que me costó bastante esfuerzo.  Le dije del ruido, hasta que el identificó un pequeño panel de cristal en  la parte de abajo de un ventanal de cristales regulares, que estaba suelto.  Logró prensarlo con periódicos, que me pareció algo frágil, pero afortunadamente resistió.  Más tarde Socorrito se levantó y ambos se percataron que entraba agua por las ventanas de su cuarto.   Comenzamos a sacar el agua por una puerta corrediza que se veía más frágil que las mías.

Regresé a mirar la puerta doble del family y me percaté que no solo vibraba, sino que la manija se movía.  Yo estaba aterrada de que la puerta se abriera de un momento a otro, pero Juan Alfredo afirmaba que no ocurriría.  Afortunadamente así fue.  Ya él había logrado controlar la vibración de la puerta de la habitación que yo estaba utilizando, atándola a la puerta del baño.  El día transcurrió entre sacar agua, inspeccionar constantemente las áreas de la casa, escuchar la radio - que no permitía  entender con claridad por dónde andaba el monstruo.  Pienso que yo debo haber tenido una cara de terror contenido.  No suelo expresar mis miedos de forma histérica -es como si de forma inconsciente me obligara a mantener una fachada de calma.  Ahora, 43 días después, pienso en esto y me doy cuenta que es algo que hago en medio de las grandes crisis de mi vida –es mi modo de afrontar las hecatombes y a algunos puede darles la impresión de que estos sucesos no me afectan.

Me afectan y mucho, pero cada quien lo maneja a su manera.  Me doy cuenta que hice lo mismo cuando el Huracán Hugo; con las muertes de mis padres; con mi divorcio y otros rompimientos.  Pues durante el huracán, pensaba de vez en cuando si mi apartamento habría resistido.  Esa noche no podía apartar de mi mente las imágenes que me atormentaban, de las puertas corredizas de cristal de mi apartamento y las ventanas cediendo, dando paso a un viento que se llevaba gabinetes, y el agua que arruinaba mis pertenencias.  A la mañana siguiente Socorrito y Juan Alfredo salieron a despejar ramas y a hurgar en el generador que parecía haber sufrido desperfectos.  Yo me sentía inútil, aparte de que estaba desesperada por regresar a casa. 

Insistí en preparar un desayuno –después de todo había dos docenas de huevos en la nevera.  Además, en medio de toda suerte de crisis nunca pierdo el apetito.  Mientras Socorrito y Juan Alfredo recogían ramas y atendían el asunto del generador rebelde yo preguntaba si hacía el desayuno.  Creo que finalmente Socorrito me dijo que sí como la mamá que cede a la pataleta de un niño.  Desayunamos y yo me uní tímidamente a los esfuerzos de los vecinos en abrir camino –las ramas de los árboles obstruían la salida.

Temprano en la tarde anuncié que me iba –no podía resistir el no saber.  Me llevé a Estrellita, pero dejé a Matita, por si tenía que regresar.  No había señal de teléfono.  Como se anunció un toque de queda, le dije a Socorrito que si a las 5:30 no había regresado, quería decir que el apartamento había resistido. Ambas compartimos nuestros respectivos miedos y lloramos un poco.  Salí atemorizada.  En el camino había árboles y postes en el suelo; por momentos había que transitar por el carril contrario, porque el camino estaba totalmente obstruido.  Iba guiando tensa, mirando a todos lados para evadir obstáculos y evitar un accidente.  El camino semejaba las imágenes que recuerdo ver en fotos de lugares arrasados por el napalm en la guerra de Vietnam.  Era como estar en otro país.

Me acercaba a mi área.  La estación de gasolina detrás de casa lucía  desvencijada –no podía determinar si las bombas estaban en pie.  Al arribar al complejo, el carril de entrada estaba obstruido por árboles, por lo que había que entrar por el carril de salida.  Observé que parte del techo de la cancha de racquetball estaba arrancado.  Me estremecí, no porque se dañara una cancha que nunca uso, pero me aterrorizaba pensar lo que pudiese haber pasado en mi apartamento.  Al llegar al estacionamiento, me sentía  temblar como una hoja.  Una vecina salía de su apartamento y se dirigía a la casa de su hija.  Me dijo que no había sufrido daños.  Yo salí del carro sobre unas piernas que apenas me sostenían –es como si fuesen de goma.  Sollozando le dije que tenía mucho miedo de enfrentarme a lo que pudiese encontrar.

Ella y su hija me acompañaron hasta mi apartamento en un trayecto que me pareció eterno.  Abrí la puerta temblorosa.  Miré al interior y mis esfuerzos de proteger las ventanas no me permitían ver el estado del apartamento.  Fui habitación por habitación, con una lámpara de baterías, mirando, buscando los objetos conocidos que había movido para proteger.  Salvo agua en algunas áreas, no veía daños.  La vecina me expresó que nunca me había visto fuera de control –una vez más, mi modo de operar le da la impresión a la gente de que las cosas no me afectan.  Les agradecí el haberme acompañado y a solas en la sala del apartamento y entre lágrimas, me arrodillé y le di gracias a Dios por haber salvado mi casa.

Poco a poco fui restableciendo los objetos en su lugar.  Todavía hay cosas que no encuentro.  El agua retornó a las dos semanas y media y la luz antier, aunque ayer se volvió a ir y hoy escribo pensando que puede volverse a ir de un momento a otro.  Las emociones han fluctuado –unas veces el solo hecho de estar a salvo, con un techo y los recursos para resolver las situaciones son suficiente motivo para mantener la calma.  Me angustia la cantidad de gente sin techo, entre ellas, Wanda, que me entrega el periódico bien temprano y a quien ni aun ahora, veo molesta o angustiada.  Ella y su esposo son ejemplo de tantos Boricuas que no se amilanan.  Otros días me indigno ante la figura de un Donald Trump, arrogante, insensible, ninguneando a este pueblo; me indigno ante la incompetencia manifiesta de unos funcionarios – de aquí y de allá- que no han sabido estar a la altura de las circunstancias y que dan unas explicaciones que nadie creería.

Fueron muchas las veces que me conmoví con las llamadas de la gente a la radio –la única comunicación viable por varios días –que llamaban desesperados porque no sabían de sus hijos; de sus padres, primos o hermanos.  Ese no saber les desgarraba el alma. La gente llamaba desesperada de los Estados Unidos, porque contrario a nosotros, podían ver las noticias y todo el horror que nosotros mismos no podíamos ver.  Hubo una llamada que me emocionó hasta las lágrimas, de una nicaragüense, que llamaba porque se enteró de la tragedia y expresó que tenía que ser solidaria con nuestra isla, en recuerdo de la gesta de nuestro Roberto Clemente hacia su país.

Han sido incontables las muestras de solidaridad de aquéllos que menos tienen.  Hubo varias historias que me hicieron dejar a un lado el periódico y echarme a llorar.  Una de ellas es el relato de un cuartel de Policía que se inundó, obligándolos a tener que subir al techo.  Uno de los policías que se quedó atrás suplicaba, con el agua al cuello, que no lo dejaran morir.  Por fortuna, los compañeros lo lograron sacar.  Pudieron salir y quienes acudieron a su auxilio fueron, entre otros, residentes de un residencial cercano.  Otra historia es de un matrimonio en el centro de la isla, que no podían salir de su terreno porque el camino estaba obstruido y llevaban creo que semanas sin ver a su hija y nieto.  Mientras el periodista hacía el reportaje, la hija logró llegar a la casa de sus padres y su madre abría los brazos para recibirla, mientras repetía mi hija, mi hija.

He recibido agua de Marta y tanquecitos de gas de mi Buddy, que también me trajo gasolina cuando era casi imposible conseguirla. El guardia de seguridad del complejo y Wanda me consiguieron tanquecitos en un gesto que me conmovió profundamente.  Ramón me dio una demostración de su amor incondicional al día siguiente de yo haber regresado, que es una de las expresiones mas inequívocas de lo que significa la palabra incondicional.  Antes del huracán me había dicho que el viernes tras el paso de María vendría a verme – aunque no hubiera comunicación y sin saber la hora, pero que estaría aquí. Aunque estaba consciente de que Ramón me había dicho que llegaría hasta casa, pensé que con todas sus buenas intenciones el trayecto desde Aibonito pudo haber estado bloqueado.

Ese día esperé como hasta las 11 de la mañana, pero me tuve que ir porque debía a ver el estado del apartamento de Papi.  Temía se hubiese inundado y fuese a causar daños en los pisos inferiores.  Le dejé a una vecina unas velas, por si Ramón venía y le pedí que le explicara que tuve que salir. Al llegar al condominio donde vivía Papi no había luz y el generador no estaba funcionando, así que tuve que subir las escaleras hasta el octavo piso.  Afortunadamente solo había algo de agua.  Exprimí las toallas y frisas que había dejado para recoger el agua y me fui.  Al regreso, entré a casa de Socorrito a buscar a Matita y una ropa que había dejado, por si tenía que regresar.  Regresé a casa y la vecina me entregó una nota de Ramón.  Sí llegó, tal y como me había dicho.  Me dio mucha pena no haberlo visto.  Al otro día, sentí que alguien tocaba a la puerta.  Pensé que era un vecino, pero era Ramón.  Sin saber si yo estaría; sin saber los tropiezos que tendría, cumplió su palabra.  Y así vivimos ahora todos, sin saber cuándo ni cómo nos habremos de reponer, pero con la certeza de que saldremos adelante.


2 de noviembre de 2017




viernes, 15 de septiembre de 2017

Mi casa







¡MI CASA!

Este asunto de los huracanes revuelca no sólo objetos, sino también emociones. Yo todavía tengo cosas que no he retornado a su lugar y en cuanto a las emociones, esas están aún más revolcadas.  Tan pronto se perfiló que el Huracán Irma era una posibilidad aterradoramente real, comencé a planificar cómo iba a proteger mi apartamento.  Estaba en esas elucubraciones cuando recordé que el apartamento de mi papá, deshabitado desde la muerte de su viuda, también tenía que ser protegido.

Ya había comenzado la labor en mi apartamento, angustiada por el recuerdo del Huracán Georges en 1998, durante el cual  la puerta corrediza de mi apartamento, con todo y tormentera, evidenció una comba que me dejó incrédula y con el temor de que el huracán entrara como entraron las tropas norteamericanas, sin invitación. Lamenté haber tomado la decisión de quedarme sola, a riesgo de sufrir graves daños físicos. Me refugié en el baño del pasillo y cuando los vientos amainaron, acudí a atender la cascada de agua que entraba por la ventana de mi cuarto.  Me pasé gran parte de la noche o día –no recuerdo- sacando cubos de agua, para evitar que el agua corriera por el resto del apartamento.

El martes previo a Irma acudí por la mañana al apartamento de Papi, para asegurar las tormenteras corredizas.  Ya un pariente de Lillian, su viuda, había adelantado unos pasos, pero era necesario asegurar los cierres –algo que yo desconocía cómo hacer y que me tomó un tiempo descifrar, aparte de que algunos herrajes ofrecían resistencia, producto de las inclemencias y el paso del tiempo. Quité cuadros de algún valor que podían dañarse si las puertas cedían.  Luego de asegurar la puerta corrediza y varias ventanas, me dí a la tarea de colocar toallas, frisas y colchas en el piso, para contener el agua que preveía iba a entrar.  Tenía grabado en la memoria el recuerdo de Lillian y yo mientras secábamos el piso con toallas y recogíamos por cubos el agua que entraba por las puertas corredizas.

Para el tiempo de Hugo -luego de mi divorcio- yo vivía en un apartamento en el segundo piso de una casa de urbanización y había perdido la casa que compartí con mi ex, porque como decía mi papá, la nuestra no era una sociedad de gananciales, sino de perdiciales. La construcción era en cemento, pero el techo era en un metal más resistente que el zinc, con paneles de canal cuadrados, agarrados con tornillos –una construcción fuerte, pero no era cemento.  Pensé pasar el huracán en el apartamento, pero Papi, quien ya estaba enfermo, se mostró intranquilo, preocupado por mi.  Me fui a su apartamento para quitarle ese estrés adicional que ciertamente no necesitaba, dada su condición de cáncer.

El apartamento de Papi daba en su parte posterior a una barriada de Hato Rey con casitas de madera y zinc.  Cuando comenzaron los vientos, pensé: -si esos techitos aguantan, el mío también.  Al rato comencé a ver los techitos volar –mi ansiedad crecía, pero no quería demostrarlo, para no preocupar a Papi.  Mientras me ocupaba de atender las situaciones que se presentaban en su apartamento, me preguntaba si cuando yo regresara al mío tendría mis pertenencias o si se habían convertido en una versión criolla de Lo que el viento se llevó.  Finalizada la emergencia, unos amigos me llevaron a mi apartamento.  En el trayecto veía los destrozos –cristales de grandes edificios bancarios rotos, mostrando los huecos como caries gigantescas; postes y árboles derrumbados o arrancados de raíz, en ocasiones sobre verjas sólidas que caían derribadas y mi ansiedad crecía.  Llegué al apartamento, subí las escaleras con el corazón en la garganta.  Fui uno por uno de los cuartos, inspeccionando todo.  El techo resistió y no entró agua.  Luego de la inspección, me eché a llorar de la emoción.

Hugo me ofreció muchas lecciones.  Una de ellas fue la de aprender a no juzgar a otros por su trasfondo.  Como yo trabajaba para una corporación pública que ofrecía servicios a pescadores comerciales que en su mayoría tenían sólo pequeñas yolas para salir a buscar su sustento, veía con cierto desdén a los pescadores recreativos que salían a pescar por diversión en sus yates.  Pues esos mismos pescadores recreativos salieron en sus yates a distribuir ayuda a las atribuladas Vieques y Culebra, mientras yo no estaba haciendo nada.  La segunda lección fue aprender a sobrevivir con muy poco –sin luz ni agua por varias semanas, aprendí a ahorrar hasta la más mínima gota de agua y a tomar conciencia que no necesito beber agua fría.  La lección del hielo vino más tarde –en ese tiempo- y aún todavía, en parte, me parecía ridículo peregrinar a Ponce en busca de los brillantes cubitos.

Luego de finalizar los preparativos para Irma en el apartamento de Papi, salí a terminar los preparativos en el mío.  En el trayecto veía policías dirigiendo el tránsito de los atribulados conductores que como yo, estaban haciendo los preparativos posibles ante un fenómeno que amenazaba con ser peor que Georges.  Una mezcla de ansiedad, miedo y recuerdos dolorosos hizo que condujera un trayecto con lágrimas en los ojos.  Me sentía extenuada, pero ahora me esperaba la segunda tanda en mi apartamento, en el cual las tormenteras son en paneles individuales que hay que colocar uno a uno.  Los primeros son más difíciles de posicionar.  Aunque en ocasiones lo había hecho sola, esta vez decidí pedirle ayuda a un amigo y gracias a él, las tormenteras se colocaron más pronto de lo que yo lo hubiera hecho.  Me mantuve atenta a los boletines y decidí quedarme en casa de unos amigos.  Pensé salir a la mañana siguiente, ya que se anunció que los vientos se comenzarían a sentir a eso de las 2 de la tarde.

Durante el resto de la tarde y noche me mantuve guardando objetos, forrando el aire acondicionado que no sirve, pero está ahí y por los lados puede entrar agua y cubriendo algunas ventanas con algo que escuché de envolver las lamas en bolsas plásticas.  Me acosté a las 11:30 pm, exhausta, pero sin terminar la labor. Al día siguiente me levanté a las 4:30 am.  Continué la labor de envolver ventanas –consume tiempo –es algo como poner la bolsa plástica y pasarla como un entredós.  Había que dejar para lo último el comedor, con sus ventanas al balcón, porque era como estar en un sauna.

Empecé a bajar los cuadros que tenían más valor para mí, porque una película en mi mente repetía una y otra vez vientos de huracán que entraban a mi apartamento y se llevaban todo –enredándolo, rompiéndolo, despedazándolo sin piedad.  Mi vida, mis recuerdos hechos pedazos. Y recogí objetos e intenté resguardarlos lo mejor que pude.  Tomé algunas fotos por si tenía que reclamar al seguro, sabiendo que hay cosas que el dinero no puede compensar, porque llevan enganchadas recuerdos, emociones, vivencias… Y cargué cuadros, objetos de cerámica, a través de varios cuartos pensando, no, aquí no, que se puede mojar; aquí tampoco, que aunque lo coloque alto, las patas de la mesa se pueden mojar y colapsar…Tengo una planta, a la que tengo un cariño entrañable porque me acompañó en momentos muy duros, la que cargué de un lugar a otro sin decidir dónde ponerla.  Esta planta fue bautizada como Matita por mi Buddy  y finalmente la coloqué en el baño del pasillo, donde mismo me refugié cuando Georges, temiendo que se fuera a asfixiar con el calor, porque yo no iba a estar allí cuando llegara Irma.

Tras todos estos preparativos, que parecían infantiles si Irma decidía entrar por mi balcón, agarré a Estrellita, mi peluche de guata que se ha convertido en casi una persona y otros dos con los que no tengo el mismo apego, pero que mi amigo Ramón insistió no abandonara y me fui, con el pasaporte y copia de la póliza del contenido del apartamento, a casa de mis amigos. Eran casi las 2 de la tarde y en la radio repetían que nadie debía estar en la calle.  Me sentí culpable, pero todavía la situación no se veía peligrosa.  Llegué a casa de mis amigos, que es como decir que llegué a casa de mi familia.  Escuchamos el radio que llevé y en un momento no supimos lo que estaba pasando.  Parecía que el huracán había decidido perdonarnos y así fue.  No nos golpeó tan duro como esperábamos, aunque luego supimos que Culebra y otros pueblos del este fueron golpeados duramente.

Al otro día, una vez entendí que debía ser seguro salir, me dirigí a mi casa.  Sí, ya se que no es una casa –es un apartamento, pero hay algo del vocablo casa que es como hogar –el lugar que te cobija, donde te sientes seguro, reconfortado, a gusto.  Yo siempre hablo de llegar a casa.  Es ese lugar que me acoge –donde tengo los objetos que me son familiares –las ollas y vajilla que eran de mi mamá; las cerámicas que me regaló Papi, el cuadro de la niña contemplando la estrella de mar; Matita creciendo fuerte y saludable en el balcón; la computadora que tiene todos mis escritos –mis pensamientos más preciados; mis fotos de la niñez, de los viajes; las prendas que más que valor monetario tienen valor sentimental, porque llevan atados los recuerdos de los momentos compartidos.  Y todo estaba intacto.  Saqué a Matita de su encierro y voy retornando todo a su lugar.

El servicio de agua retornó el sábado de madrugada – la luz al miércoles siguiente y ha estado intermitente, como para retar mi paciencia y cuán firme es mi agradecimiento de estar viva.  El asunto del hielo me  trajo recuerdos de Hugo.  Había despachado demasiado livianamente el hecho de no tener hielo.  Ahora soy consciente de cuán vital es para muchos conservar lo poco que tienen.  Yo puedo reponer lo que se perdió en carnes u otros alimentos perecederos, pero para otros eso significa gastar un dinero que no tienen.  No estoy hablando de la persona changa que dice que no pude dormir sin aire acondicionado o no puede beber Coca-Cola caliente, sino de las personas para quienes la electricidad es necesaria por sus condiciones de salud o por el gasto que implica reponer artículos dañados.

Hasta yo caí en la obsesión con el hielo para conservar leche para mi café mañanero.  Y no es que no pudiera salir a comprarlo –es que jamás es lo mismo que el café que yo misma cuelo y luego me siento a tomar en mi mesa del comedor –esa en la que paso las páginas del periódico poco a poco, mientras saboreo mi café en un ritual que me ofrece seguridad.  También quería preservar algunos alimentos que me permitieran cocinar en la estufita de gas a la que le tengo tanto miedo, pero que de nuevo, me permite estar aquí, en mi casa, con todo lo que me es familiar.

Poco a poco voy escuchando las historias de otros –cada uno con su versión de lo que es su casa. Y me parte el alma escuchar sus historias, porque muchos no encuentran nada.  Una mujer dijo que no tenía nada que salvar, porque no había quedado nada.  Otra lloraba sus platanitos- los que cultivó y contemplaba crecer poco a poco, anticipando el placer de poderlos cortar, cocinar y ofrecer a su familia.  En un artículo, se citaba a alguien diciendo mi casa, mi casa, al llegar a un lugar cubierto de tablas diezmadas. Y es ahí donde la palabra se queda corta, porque ese mi casa, mi casa no es llamar a una estructura, es lamentar que se nos ha ido un pedazo de la vida, que no tenemos anclaje; que lo conocido se fue para no volver.  No importa si vivimos debajo de un puente; si es una estructura endeble-cuatro tablas y un techo de zinc o si es una estructura con ciertas comodidades, lo que llamamos mi casa es lo que nos acoge; lo que nos hace soltar cuando llegamos al lugar, porque es lo conocido.

Me estruja el alma leer sobre los destrozos en Cuba.  Es una gente que ha sabido salir adelante en medio de la adversidad.  Y ahora viene Irma y les arrebata lo poco material que tienen, porque la dignidad no se las puede arrebatar.  Me duele verlos barriendo sus casas –sacando el agua enlodada y poniendo los muebles y colchones a secar a sol, porque no pueden comprar otros.  Me duele saber que justo cuando la industria turística despuntaba, Irma les llevó estructuras que les costará el dinero que no tienen para reconstruir.  Me pregunto qué será de la señora que nos acogió en su casa en Trinidad-esa casa  cuyo techo se colaba con una lluvia fuerte, mientras nos guarecíamos. 

Todas las personas que han perdido su casa, han perdido un pedazo de su vida.  Y yo, aquí, me muevo entre la gratitud porque aún tengo mi casa y un cierto sentido de culpa, por los que la han perdido y no la pueden recobrar.  Busco la manera de ayudar en los esfuerzos de acopio, en el envío de algún dinero que les ayude a reiniciar el ritmo de su vida, pero siento un dolor inmenso por todo aquello que nunca podrán recobrar, como yo no podría recobrar a Matita, a Estrellita o los regalos de mi papá si un huracán se los llevara; como Mota, mi peluche de la niñez que un perro se llevó y la búsqueda fútil de los vecinos ni todas las lágrimas derramadas me lo pudieron devolver.

15 de septiembre de 2017



miércoles, 23 de agosto de 2017










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$           DIFERENCIAL   $
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Solía decir -y hoy lo reafirmo, que las oficinas de recursos humanos de las agencias gubernamentales operan como Dios –por caminos misteriosos. Mientras laboré en gobierno, en varias ocasiones tuve que examinar los obscuros documentos que conforman la intrincada madeja de la normativa con repercusiones salariales: plan de clasificación, escalas salariales, aumentos y algo que se usa para de algún modo compensar lo que no está cubierto por otros incisos: el diferencial.  No conozco, ni quiero conocer cómo está estructurado el sistema de administración de personal en la UPR, pero imagino que tiene que seguir unos lineamientos generales similares a los que se utilizan en otros sistemas.

El concepto del diferencial se usa, entre otros, para compensar a una persona por el trabajo adicional que se va a realizar de manera interina.  Lo conozco bien.  Ocupé un puesto de abogada en una oficina legal de una agencia.  Con el pasar del tiempo fui adquiriendo mayores responsabilidades, al punto de llegar a ser la mano derecha de mi supervisor –algo así como la segunda en mando, cuando no existía, como existe ahora, un puesto de sub directora.  Todo el mundo acudía a mi cuando el jefe no estaba.  Se me asignaban tareas altamente confidenciales y mis horarios excedían los del resto de los abogados.  Creo que en aquél entonces tenía un puesto de abogado II y solicité una reclasificación, me parece que a IV.  Bajo ciertas circunstancias es posible avanzar más pasos en la clasificación, pero ya entro en la complejidad de esto.

En aquél tiempo se me denegó la reclasificación, bajo el argumento de que yo no ejercía labores de supervisión, cosa que me pareció absurda tras la realidad de que yo, en efecto, supervisaba el personal en ausencia del jefe –y me refiero no a que estuviera de vacaciones, sino que simplemente estuviera fuera de la oficina en gestiones oficiales.  Ante la evidente injusticia de la conclusión, la Oficina de Recursos Humanos decidió otorgarme un diferencial, para compensarme por el trabajo adicional que reconocían yo hacía.  Pese a que yo entendía que tenía derecho a la reclasificación, opté por aceptar el diferencial, que resultaba un reconocimiento tácito a mi reclamo.

Algunos años después, surgió la plaza de Directora de la Oficina de Derechos Civiles.  Tras un proceso que me resultó altamente irregular, no fui seleccionada para la plaza. No digo que la otra persona no estuviese calificada –lo estaba, pero yo era mejor candidata porque conocía la agencia –ella venía de otra y le iba a tomar bastante tiempo conocer la complejidad de una agencia como la nuestra.  Pero dicen que lo que está para una, eventualmente le llega.  La persona que seleccionaron declinó la oferta y ¿a quién acudieron? – a “yours truly”. El entonces director de Recursos Humanos me llamó a mi casa- cosa que me sorprendió sobremanera.  Me preguntó que si yo todavía interesaba la plaza, a lo que le respondí que yo sí; que al parecer eran ellos los que no estaban interesados.  Finalmente me dijo que el básico de la escala era menor a lo que yo recibía, por lo que eliminado el diferencial, el efecto era que recibiría menos dinero por aún más responsabilidades. Como dije, estas cosas operan como Dios.

Todo tiene su límite.  Me habían negado una reclasificación; el proceso de reclutamiento fue un desastre en términos de publicar los requisitos de la convocatoria (otro de los misterios no gozosos); me habían rechazado y ahora pretendían que ocupara la nueva plaza por menos dinero del que devengaba.  Le dije que no.  Más tarde, me llamó para decirme que lo más que podían ofrecerme era pagarme lo mismo llevándome a una escala equivalente a lo que recibía con el diferencial.  Pese a que eran más responsabilidades acepté, porque de veras quería ocupar la plaza.  El trabajo que se hace en esa oficina es para mí casi sagrado –garantizar a toda persona trato igual ante la ley.  Como gran contradicción, si me hubiesen reclasificado al puesto de abogada que solicité, con el tiempo hubiese ganado más que como Directora de Derechos Civiles.  Pero no se trataba de dinero; se trataba de dignidad.

Hago toda esta historia porque conozco bastante bien el misterio del concepto del diferencial en el servicio público, razón por la cual me llamó la atención la controversia surgida con Rambo, perdón, el presidente interino de la UPR.  Según lo que ha salido a relucir en la prensa, existe una normativa que fija en $105,000 el salario anual del presidente.  Rambo, perdón, el presidente interino, recibía un salario base de  $8,259 mensuales –unos $99,109 anuales como catedrático.  Existe una certificación que aunque  es de 1997 está vigente y establece que el salario del presidente se fija en $105,000.  Pese a esto, al presidente interino se le paga un salario anual que excede por sobre $19,000 esa cantidad.

Y aquí es que las explicaciones son como esta imagen de una persona que está resbalando en un piso mojado y mientras trata de no caer, se sigue enredando más y más.  Por un lado, se dice que lo que ocurre es que el diferencial es el mismo que se le pagó a las anteriores presidentas interinas, lo cual me recuerda un argumento que escuché muchas veces: “es que siempre se ha hecho así”.  Pues como le respondía a los que me esgrimían este argumento, si siempre se hacía de forma que estaba en contra de la norma, siempre se había hecho mal.

Parece ser que el único criterio para considerar el diferencial de Rambo, perdón, del presidente interino, fue aplicar el que se usó anteriormente.  Ese criterio también resultaba, al menos en uno de los casos, en un pago que excedía la normativa sobre el salario del presidente.  El asunto, desde el punto de vista legal, es que existen dos normas que aparentan estar en conflicto –una es la norma de que el trabajo adicional en un interinato se paga a base de un diferencial –el cual había sido aplicado anteriormente en contravención al tope máximo.  Aquí es importante destacar un principio legal básico –los errores no generan derecho. y la otra norma es que en el caso del (de la)  presidente(a), el máximo a pagar es de $105,000.  Evidentemente, aquí alguien incurrió en un faux pas; es decir, una metida de pata. Cuando se dieron cuenta, en lugar de admitir un error, recurrieron a tratar de justificar lo injustificable.  Si hay un tope salarial, hay un tope salarial, independientemente de que el que asume el puesto tuviese un salario base mayor previo a ocuparlo.

¿Cómo se resuelve esto? Es relativamente sencillo.  En primer lugar, se le informa a Rambo, perdón, el presidente interino, que el salario máximo es de $105,000 y queda de su parte si lo acepta o no.  Cabe señalar que eso representaría un aumento de $491 mensuales o $5892 anuales, que no es muchísimo, pero bueno, puede estar acorde con la situación que vivimos.  Yo no sé si esto se le planteó así al presidente interino, pero lo cierto es que le dieron un diferencial que se supone es igual al de las anteriores que ocuparon interinamente el cargo, pero resulta en una cantidad mayor al tope designado.  Si él no aceptaba esto, una posible solución era enmendar la certificación de 1997 para aumentar el tope a pagar al presidente de la universidad.  Tampoco sé si esto no se quiso hacer para no levantar objeciones, pero terminó haciéndose algo peor –un proceso que parece no tener base en ley y muchísimo menos tiene una base moral a base de la situación fiscal que vivimos.  ¿Cuánto compromiso con nuestra Universidad tiene un individuo que ocupa un puesto que debe tener un prestigio y se autodenomina Rambo?

Rambo, digo, el presidente interino declaró en una entrevista que venía a cumplir una misión.  Yo no sé cuál es su misión.  Yo sé cuál era la mía cuando acepté el puesto de Directora de la Oficina de Derechos Civiles con  la misma compensación que recibía como abogada en la Oficina del Asesor Legal: garantizar trato igual ante la ley y ser fiel a los más altos principios éticos en el servicio público que me enseñó mi papá.  Pero Rambo no sabe de eso.


23 de agosto de 2017