Datos personales

Mi foto
Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

miércoles, 6 de marzo de 2019

Control








CONTROL

No, no voy a hablar de la Junta, ni del lío de Venezuela, aunque sin lugar a dudas ambos temas inciden sobre el tirano que nos habita en nuestras respectivas cabezas.  Todos, en mayor o menor grado, padecemos sus efectos.  En mi caso, he sido acusada en múltiples ocasiones de poseer una personalidad controladora.  Admito que hay algo de eso, pero no siempre lo soy, particularmente en estos tiempos, donde me reconozco y recojo velas.

A modo de ilustración relataré tres incidentes que ilustran mis reacciones a sucesos recientes en los que se puso de manifiesto mi respuesta al hecho de no tener control de ciertas situaciones.  El primero se suscitó con el anuncio de la puesta en venta de boletos para el concierto del chelista Yo-Yo-Ma.  Hace unos tres años vino a Puerto Rico, como parte del Festival Casals.  Demoré en acudir a comprar los boletos por dejadez y cuando acudí a la boletería, ya estaban todos vendidos.  Me recriminé a mí misma  y por varios días me fustigué por no haber hecho las gestiones a tiempo.

Desde el mes antes pasado empezaron a colocar anuncios en la página de Pro-Arte Musical, anunciando que pronto estarán en venta los boletos para un concierto de Yo-Yo.  Me mantuve pendiente y resultaba desesperante que aunque ya tenían la fecha, no ponían los boletos a la venta en una página que nunca he utilizado.  Finalmente anunciaron que la venta iniciaría de forma exclusiva, un sábado a las 10 de la mañana.  Yo no tenía claro si esa venta exclusiva significaba que no se venderían en la boletería de Bellas Artes, donde pensaba acudir con una amiga a comprar mi ansiado boleto.  Llamé para verificar y en efecto, exclusivo quería decir precisamente eso – Bellas Artes no vendería los boletos -había que hacerlo a través de la entidad que yo nunca había usado.

El plan con esa amiga se desarticuló. En el proceso había hablado con otra amiga y pensábamos adquirir varios boletos, pues se unirían otras.  Luego pensé comprarlos yo misma a través de internet y de esa forma podía controlar el proceso. Me aseguraría de estar unos minutos antes en línea.  Ya ahí se me activaron todos los miedos, porque había intentado comprar boleto para Hamilton y no lo había logrado.  Supe después que esos se podían adquirir de otro servicio, pero las filas eran de sobre 4 horas, cosa que no estaba dispuesta a hacer. Para el concierto de Yo-Yo la segunda amiga me había dicho que podía comprar los boletos, pero sólo de cierto precio.  Luego, me llamó otra amiga, quien me aseguró que otra amiga a su vez tenía una hija chelista e iba a ir personalmente al lugar de venta a adquirir los boletos.  Pensé que tal vez esa era la mejor opción, aunque de todos modos me aseguré de entrar a la página a la hora designada, por si había algún problema.  Le pedí a mi amiga que me avisara si había alguna dificultad. 

En vista de que podía acceder al diagrama de los asientos, comencé a tener ansiedad al ver como poco a poco, iban desapareciendo los asientos disponibles en cuestión de minutos. La película que se repetía en mi cabeza era una mezcla de desilusión con recriminación, mientras me repetía que nunca debí dejar que otra persona -en este caso una desconocida amiga de la amiga, fuese a comprar el boleto que tanto ansiaba.  Es decir, estaba en un ataque agudo de controlitis.

Eventualmente llamé a mi amiga y me aseguró que ya su amiga tenía los boletos.  Respiré. A las dos semanas más o menos, se presentó el otro episodio.  Una amiga (sí, soy afortunada; tengo muchas amigas) muy ingeniosa del grupo de voluntarias al que pertenezco, planificó una excursión a la Hacienda Muñoz en San Lorenzo.  Me anoté en seguida, ya que he estado en el lugar antes y me encanta. Ella indicó que había solicitado los servicios de un chofer con una guagua, en la que iríamos 10 personas,  Se acordó el precio y listo.  La hora de salida se fijó a las 9 am., lo cual consideré muy temprano, pero decidí fluir.  Ese día llegué unos minutos más tarde, debido a que la organizadora había indicado que citaba a las 9 para salir a las 9:30.  Ya estaban todas en el lugar.  Me dio mucho gusto verlas, sobre todo porque se unió una compañera de recién ingreso al grupo de voluntarias. 

El viaje fue muy placentero.  Íbamos charlando, compartiendo experiencias.  Llegamos a la Hacienda, algunas tomaron café e hicimos un leve recorrido por el hermoso lugar.  Una de ellas repartió el menú del restaurante y yo empecé a hacer cerebrito con unas costillas en salsa de café.  Lamentablemente, varias del grupo no estaban inclinadas a almorzar allí, así que nos fuimos, sin tener una idea clara de a dónde nos dirigíamos. Mi incomodidad iba en aumento –eso de no tener un plan me pone ansiosa.  Y que conste, que salir sin rumbo definido puede ser un plan, pero eso no fue lo que yo entendí. El chofer se detuvo en un lugar que jamás supe el propósito, pero aparentemente en los asientos delanteros se fraguaba alguna alternativa.

Mientras esto ocurría, la nueva integrante del grupo produjo una botella de vino blanco.  No estaba tan fría, pero vamos, una no se puede poner muy exigente en una guagua que en la semana opera como carro público.  Otra compañera repartió unos riquísimos sandwichitos de atún, apareció queso y unos cheetos de queso blanco que llevé, por aquello de entretener la tripa.  Poco a poco me entregué al placer de la compañía, de los relatos alegres y dolorosos de algunas compañeras, que me hacían admirar, una vez más, la extraordinaria valía de la mujer puertorriqueña.

Llegamos al pueblo de Gurabo y en una esquina de la plaza, entramos a una cafetería que ofrecía almuerzo buffet – El Buffet de Víctor, se llama. Una larga fila y un espacio de mesas reducido se presentaba a nuestra vista.  “No vamos a caber, comenté”.  Algunas estuvieron de acuerdo y otra afirmó categóricamente, “si, vamos a caber”.  Esta última tenía razón – nos apretujamos en dos mesas luego de buscar los respectivos platos.  Cónsono con el concepto de buffet, un encantador hombre, que presumo era Víctor, se encargaba de servirnos todo lo que se nos antojase.  Yo opté por fajitas de cerdo, con carne de pavo, majado de yuca y ensalada.  Víctor preguntaba amablemente “¿quiere tomate; quiere sopita?” Respondí si a ambos y decliné el postre.

La comida, servida en modestos platos de melamina y acompañada de la botellita de agua no tenía la elegancia de lo que hubiese comido en la Hacienda Muñoz, pero tampoco tenía el precio de lo que hubiese pagado allí.  La cuenta sumó algo como $8.50, atenciones amorosas de Víctor incluidas. La comida estaba muy buena, aderezada con la conversación en la mesa. Decidí abrir mi mente y dejar a un lado las expectativas que originalmente tenía.  Como elemento adicional, una amable chica nos recomendó que fuésemos a la Universidad del Turabo, fundada por Ana G. Méndez (no voy a entrar en las nociones pre-concebidas que su nombre evoca), ya que allí tenían un museo.

Allí nos dirigimos.  Los terrenos son hermosos.  Hay una casa que se utiliza como oficinas administrativas y otra, que era la casa que utilizaba por temporadas la Sra. Méndez y es ahora museo.  Contiene mobiliario de la época, así como memorabilia de la familia, incluyendo una colección de abanicos que le regaló Doña Felisa.  Ya habíamos entrado a la casa, pero llegó Ivette a recibirnos y nos explicó que usualmente las visitas se programan (es decir que no se acostumbra que lleguen chulas y presentás como nosotras), pero que gustosamente nos mostraría la casa.  Sin asomo de molestia por nuestro presentamiento, nos ofreció una visita guiada, contestó nuestras preguntas y mostró interés en saber de dónde veníamos y qué hacíamos.  Ivette, evidentemente, se había entregado también a la experiencia.  Salimos de allí felices y agradecidas.

Hace semana y media se produjo el otro episodio que me provocó ansiedad y pone de manifiesto que es muy poco lo que controlamos y en ocasiones, la realidad resulta mucho más positiva de lo que nuestra mente puede fabricar.  Mi computadora estaba actuando extraña- prendía cuando se le antojaba- así que llamé a mi experto en estos menesteres.  Diagnosticó que el problema era la batería, así que procedió a traer una sustituta.  No hizo más que salir por la puerta, cuando ya la computadora decidió apagarse y se negó a prender nuevamente.  Me sugirió cotejar si el equipo estaba aún en garantía, cosa que dudé, pero en efecto, le quedan como tres semanas.  Me dio los teléfonos del fabricante y me comuniqué; mientras tanto, mi mente producía esta película en la que todos mis datos, documentos y fotos se perdían irremediablemente.  Me fustigué por no haber hecho back-up hace más de un año.  Tras sufrir por dos días, llegó el técnico de Dell, reemplazó una pieza y ya.  Todo ese sufrimiento por nada.

Y así vamos por la vida, sufriendo por lo que quizás ni siquiera va a ocurrir, privándonos de disfrutar el presente y pensando que tenemos el control de todo, cuando la realidad es otra.  Viene a mi mente una canción del Grupo Chambao, que tiene unas líneas geniales:

Tú y tú, si tú, lo tendrás to’ pensa’o
la familia y el trabajo
el plan de jubilación
lo tienes to’ controla’o
te la crei’o tú
que sí te la crei’o tú

Somos muchos los que creíamos que lo teníamos to’ controla’o y no.  Tenemos que hacer ajustes día a día, estar abiertos a la posibilidad de que lo que vislumbramos, planificamos, temíamos o ansiamos, puede cambiar de un momento a otro.  Soltar el control nos libera y nos hace más felices.  He practicado esto varias veces, aunque admito que a veces regreso a mi Control mode. Pero la vida me ofrece oportunidades de hacer ajustes todos los días, como me ocurrió el fin de semana pasado, pero esa es otra historia…

6 de marzo de 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario