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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

sábado, 9 de marzo de 2019

UN CUMPLEAÑOS ESPECIAL








UN CUMPLEAÑOS ESPECIAL


Pese a ser una mujer muy segura de mí misma, me ha tomado tiempo congraciarme con el número de años que tengo.  Sí, ya sé que la edad es sólo un número, que lo que importa es cómo nos sintamos, pero no puedo negar que ese número me causa un cierto grado de disgusto.  Para aplacar de algún modo esa incomodidad, este año planifiqué dos eventos.  El primero, sería el que acabo de culminar y el segundo está en proceso.  Ese último pretende paliar las incomodidades conjuntas de mi Buddy y yo.  Ella cumple en noviembre una edad que a mí me causó incomodidad en su momento y yo paso por un proceso similar, con el agravante de que son más años.  En algunas semanas nos iremos juntas a Disney, para celebrar como niñas todos estos años de amistad y aliviar el escozor que nos producen 
nuestros respectivos onomásticos.  


El evento que acabo de culminar fue una celebración privada –privadísima, ya que se trataba de una estadía para mí sola en el hotel Royal Isabela.  No me malinterpreten –me gusta celebrar en compañía y de hecho, tuve varias celebraciones pre y post cumpleaños con amistades muy queridas, las que disfruté inmensamente.  No obstante, había una necesidad de estar en soledad, para meditar, contemplar los hermosos paisajes de esta isla en la que he tenido el privilegio de nacer y de estar a solas con misma.  El lugar no pudo ser más apropiado.


Había pensado ir a otro resort que me encanta, pero estaba mucho más allá de lo que resulta prudente dada la situación económica actual.  Y no es que Royal Isabela sea una ganga – es sin lugar a dudas un lujo, pero la ocasión lo amerita.  Cierto es que pude haberme ido en un crucero de esos por las islas, o hasta una escapada a la República Dominicana por ese precio, pero yo quería estar aquí, en mi tierra, en el lugar al que pertenezco.  Como dice la canción de Pablo Milanés, amo esta isla, soy del Caribe, jamás podría pisar tierra firme, porque me inhibe…Bueno, he pisado tierra firme, pero sólo de visita, porque como dice otra canción, mamá, Borinquen me llama...

Escoger Royal Isabela resultó una decisión más que acertada.  Parece que un angelito me iluminó, porque no conozco a nadie que haya estado allí.  El lugar es de ensueño.  Tiene una estructura como una torre en el centro, que alberga la recepción y el área de restaurante, que operara como una concesión en el hotel.  Las habitaciones son “casitas” individuales, que quedan escondidas por la vegetación, pero ofrecen una espectacular vista al mar, en algunos casos -como el mío- a lo lejos, pero aún podía divisarlo e incluso escucharlo en la lejanía. 




Al llegar a la casita designada, la número 17, quedé impresionada con el tamaño de lo que era propiamente habitación, la sala y el baño, en el cual fácilmente podía hacerse un party. La terraza tenía una pequeña piscina y a lo lejos se divisaba una franja azulísima de mar.  















Solté los motetes y me fui al restaurante a comer alguito liviano, ya que eran mas de las 3 de la tarde y no había almorzado, pero tampoco quería llenarme mucho, para poder disfrutar de una buena cena.  Me atendió una encantadora chica de nombre Pamela.  Ordené unos taquitos de ropa vieja con salsa de guayaba, -la cosa más mona  y estaban exquisitos- con una copita de Chardonnay.

Tras el amuse bouche, me fui a explorar. Divisé una bajada rodeada de vegetación que parecía dar al mar.  De hecho, podía divisarlo al fondo y escuchar su sonido con más intensidad.  Tras descender no sé cuantos escalones de piedra y madera, así como un camino de tierra, me topé con un portón cerrado con una enorme cadena mohosa, como si la hubiese puesto Colón al llegar en una de las carabelas (sí, ya sé, que no fue por Isabela por donde entró, pero es la imagen).  Giré y ascendí poco a poco, dejando en evidencia mi pobre condición física.  Otra ventaja de haberme ido a celebrar sola –nadie, hasta ahora que lo relato, se enteró.


Seguí explorando hasta que regresé a la casita para darme un baño y prepararme para la cena.  Confieso que me metí en la enorme bañera, aunque no la llené del todo porque me sentí culpable del desperdicio de agua, dado que esa zona está ahora en racionamiento.  Espero los espíritus del agua me perdonen –juro que fue solo una vez y el resto del tiempo tomé cortos duchazos.  Me vestí con un traje de tonos naranja, con mangas, por si hacía frío.  Me senté en la parte de afuera del restaurante, para seguir apreciando la hermosa vista.  El silencio era envolvente, un bálsamo para mis atribulados oídos expuestos al alboroto de los visitantes de la gasolinera detrás  de mi apartamento, que hablan duro y a veces ponen esa música con sonsonete que tanto me disgusta.

Pedí mi cena- mofongo de yuca con filete de bacalao, camarones y mejillones.  Esta vez, una copa de Pinot Grigio.  Este era un mofongo con caché –nada de pilón, sino una especie de cama donde reposaban los mariscos.  En eso, comenzó una música de un joven que no divisaba, pero escuchaba su dulce voz, acompañado por su guitarra.  Interpretó canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Robby Draco Rosa y otros.  En fin, disfruté de un banquete para mi boca y oídos.  Para coronar la noche, podía divisar el cielo estrellado, actividad que hacía meses no podía hacer, desde los tiempos de María.

Me marché feliz a mi casita, lista para dormir en la enorme cama.  Me dormí seguida, pero luego me desperté -algo que me ocurre cuando duermo fuera de casa.  Al otro día quería disfrutar de un brunch, pero sería más tarde, así que colé café en la habitación.  Lleve al café a la terraza, con  unos pedazos de un queso manchego que había llevado y mi Palabra Diaria, la cual leí en esta paz infinita, luego de contemplar la salida del sol.  Hice algo de yoga y me alisté para ir a la piscina.  Estaba muy tranquila –solo una pareja que ya se iba y luego llegó una mujer como india, con su hija.  Observó que yo estaba leyendo la autobiografía de Michelle Obama y me preguntó qué tal era.  Muy buena – le dije.

Le pregunté de dónde era y me respondió que Virginia, si no me equivoco.  Pensé en el frío pelú que hace por esos lares y me dijo, que en efecto, su esposo le había dicho que quería venir a un lugar donde no necesitaran abrigo.  Quise saber si estaban disfrutando y me contestó en la afirmativa, cosa que me alegra infinitamente.  Me encanta que los turistas tengan una experiencia memorable de su visita a esta tierra que tanto amo.  Me metí un ratito al agua, que estaba algo fría y salí a leer y secarme un poco.



Más tarde me fui al brunch, que estuvo bueno, particularmente el churrasco, que es algo que no me encanta, pero en verdad estaba delicioso.  Me extrañó  que no tuvieran salmón, porque prefiero más los mariscos o pescados, pero una mimosa me ayudó a paliar la  decepción.  De hecho, pregunté por un lugar de sushi del cual había leído.  Pamela me explicó la ruta y me aseguró que era fácil llegar, pero claro, ella no conoce mi habilidad para perderme.  Dorcas también me aseguró que era fácil.  Ya veremos, pensé.  Ellas estaban fascinadas con el hecho de que me estuviese celebrando yo misma el cumpleaños.

Tras el brunch, fui a preguntar por el árbol emblemático del hotel.  Ismael me indicó que el árbol existe, me lo señaló, pero yo no podía verlo.  Me indicó que después de las 2 de la tarde podía ofrecerme un tour por el lugar, a lo que respondí que sí con entusiasmo.  Quería regresar temprano para completar mi plan de ir al lugar de sushi temprano, ya que no quería estar en la carretera de noche.  Me pierdo de día, así que ir de noche, por una oscura carretera desconocida no era mi idea de diversión.  Salí a intentar encontrar el camino a la playa, pero no lo logré.  Al rato me fui al tour por los terrenos del hotel, en un carrito de golf - después de todo, el hotel es reconocido por esta actividad que hasta ahora no me ha interesado para nada.  La belleza del paisaje, sin embargo, impresiona al más indiferente.

Fuimos a ver el icónico árbol, que sobrevivió al huracán como tantos en el lugar.  Me recuerda una cola de caballo de esas que algunas mujeres se hacen al lado. Según lo que leí en la página de internet del hotel, el árbol, un roble, es símbolo de resiliencia, palabra que está de moda luego del huracán María.  Este árbol ha resistido el viento desde siempre, porque en esa área se siente muy fuerte.  Tanto así, que yo sentía cómo el viento me empujaba. No puedo ni imaginar cómo sería durante los embates del huracán.  Este árbol tiene mucho que enseñarnos a todos en términos de cómo hacernos flexibles, de forma tal que las fuerzas que nos enfrentan no nos destruyan.  El árbol aprendió a cambiar su forma.  No es lo usual, pero  tiene una belleza muy singular.  Este árbol tiene mucho que enseñarme en esta nueva etapa de mi vida.


En el camino nos detuvimos porque encontramos unos golfistas en el proceso de hacer lo suyo y la regla es permitirles hacer su juego, en silencio.  En ese punto, no tengo idea cómo pensaban enviar la bola a algún punto razonable.  Si el viento me movía a mi, ¿qué no haría con una pequeña bolita? Desde allí se supone la enviaban  a otro lugar que quedaba muy distante, con un acantilado de por medio.  Se montaron en su carrito de golf, camino al área donde se supone fue a parar la bola.  Nosotros proseguimos a un área donde puede apreciarse un hermoso acantilado, que tiene la cara de indio que se supone es la inspiración para la que aparece al inicio de la carretera que conduce hacia Isabela.  El lugar no sólo es hermoso por las formaciones rocosas y el embate de las olas, pero también por los hermosos tonos azules de sus aguas.  En varios momentos me emocioné ante tanta belleza.





Ismael me explicó que en ocasiones pueden verse ballenas cruzando el área.  Yo no tuve tanta suerte.  Sin embargo, me sentí extremadamente afortunada de presenciar la hermosura del paisaje que vi.  Hacía tiempo que no tenía la oportunidad de presenciar tanta belleza concentrada en un solo lugar, con un silencio sobrecogedor y un cielo tan azul como el mar.  Regresé al punto de partida sintiéndome extremadamente afortunada y me preparé para la expedición hacia el restaurante de sushi en la playa de Jobos.

Salí como a eso de las 4:30, porque no quería que me sorprendiera la noche y el lugar estaba al menos como a 20 minutos del hotel.  Claro, eso es para una persona que sabe para dónde va.  Me habían indicado que el trayecto era directo, salvo por un tramo dentro del pueblo en que me debía desviar, pero que supuestamente la misma carretera me mostraría el camino.  Por alguna razón el sistema de GPS no estaba funcionando con voz, así que dependía exclusivamente de las indicaciones que recibí.  Todo iba bien hasta que me topé con un letrero de No Entre.  Terminé en una playa, pero no era la de Jobos.  Llamé al restaurante para indicaciones y me dirigieron hacia la carretera correcta.

Para cuando logré salir, ya eran poco más de las 5 y me topé con un tapón agravado por una delegación de Jeeps. Se veía que  la carretera no tenía alumbrado y me empecé a poner ansiosa.  Miré el reloj y ya eran como las 5:15.  Calculé que todavía me quedaban como 15 minutos de camino.  Pensé que no iba a tener una cena tranquila, por la preocupación de que cayera la noche y se me hiciese más difícil encontrar el camino de vuelta. Decidí abortar el plan de una cena de sushi frente al mar y regresar al hotel.  Al entrar al pueblo, me volví a perder.  Ví una patrulla de Policía Municipal y les pregunté como llegar. Por fortuna, me dijeron que los siguiera y me llevarían a la entrada del hotel.  Al llegar, les di las gracias y los bendije.  Fue como un déjà vu que me recordó la perdida monumental que me había dado  hace más de veintiocho años cuando quise tener una experiencia inolvidable en Atenas y terminé cenando en el hotel.  Bueno, fue una experiencia inolvidable, como esta, sólo que no la que imaginé.  Por lo menos estaba feliz de regresar al hotel, como si hubiese vuelto a casa.

Me senté en el restaurante y me recibió Jessica.  Revisé el menú y estaba entre no recuerdo qué plato y un filete.  No soy tan fanática de la carne, pero hace semanas que estoy en un ejercicio de soltar el control y hacer cosas distintas.  Pedí una sopa de pana para empezar, con un Chardonnay y luego pedí el filete, con un Cab, como le dice Jessica, que deduje, correctamente era un Cabernet Sauvignon de California.  De postre pedí soufflé de chocolate y le pregunté a Jessica si tenían fósforos.  ¿No me digas que es tu cumpleaños? Sí le dije y entonces me dijo que tenían velitas y yo le dije que había llevado mi propia velita con estrellita, cortesía de mi Buddy.

Jessica trajo el postre, con la velita colocada en una nube de malvavisco.  Pedí mi deseo y soplé.  Al terminar, Jessica me trajo una copa de espumante por la casa.  Se despidió deseándome muchas felicidades y me brindó un cariñoso abrazo.  Salí hacia la casita sintiendo que no podía comer más, así que de nuevo me vi forzada a cambiar los planes.  Había llevado una media botella de Laurent Perrier, regalo de mi Buddy, con unos chocolates que pensaba degustar al final de mi cena, en la habitación, pero había comido tanto que no los iba a disfrutar, así que decidí serían mi despedida al día siguiente, previo a emprender el camino de vuelta. Me limité a contemplar el cielo estrellado que esa noche parecía aún más hermoso.

A la mañana siguiente solo puede tomar tostadas y café, tras la opípara cena.  Debía abandonar la casita a eso de las 12:30, así que el pregunté a Dorcas si podían preparar algo para llevar.  Ella me dijo que me podían llevar algo al área de la piscina.  Le dije que tenía una botella de champán, que si tenían una cubeta de esas desechables.  Me dijo que no la tenían desechable, pero que yo podía devolverles la que tenían.  Revisé el menú y encontré un tartare de atún que resultaría perfecto para acompañar el champán.  Di un recorrido por los terrenos, a modo de despedida y procedí a cambiarme de ropa con un vestido naranja sin mangas.  Me acomodé en la piscina, con mi botella de champán, a esperar que me trajeran el atún.  Ví un rótulo que decía no se permitían objetos de cristal en el área de la piscina y muy contrario a mi apego a las reglas, decidí romperlas.  Esta era mi celebración y sería extremadamente cuidadosa para no romper nada.



 

Finalmente llegó el atún, que me llevó un amable mozo.  Procedí a acomodar todo y a abrir el champán, que hizo su característico sonido y rogué no me delatara como una violadora de las normas, ya que ese sonido inconfundible no proviene sino de una botella de cristal.  Afortunadamente nadie apareció para estropear mi celebración ultra privada.  Procedí a probar el atún y mmmmmmm –estaba delicioso.  Lo comí despacito, acompañado por sorbos de champán.  Al final, dos chocolates de Loíza Dark cerraron con broche de oro la ocasión.  Ya había llevado la maleta al auto, así que sólo me restaba recoger los rastros de la celebración y devolver la cubeta al restaurante. 


Salí del lugar con tristeza, pero al mismo tiempo satisfecha con todas las experiencias hermosas que tuve.  En primer lugar, ver otro ángulo de la hermosura que ofrece esta tierra –cielos estrellados en la noche, cielos límpidos de día, mar azulísimo; el gozo del silencio, el trato amable de los empleados, la comida sabrosa, aderezada con las atenciones de quienes la servían.  Unas instalaciones a todo lujo –por tres días y dos noches jugué a ser rica. Una vez más soy consciente de cuán bendecida he sido.  Este cumpleaños resultó inolvidable – un antídoto ideal para la desazón producida por el número de años cumplidos.


9 de marzo de 2019


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