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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

sábado, 5 de agosto de 2017











IDENTIDAD, EQUIDAD, GÉNERO, SEXUALIDAD Y OTROS ALEGADOS DEMONIOS

Yo no soy psicóloga, socióloga, teóloga, ni otra clase de óloga. Soy una mujer Boricua, que estudió Derecho en la YUPI –a mucho orgullo- y dedicó más de quince años de su vida a trabajar para que a todo ser humano se le garanticen unos derechos básicos.  Estos derechos básicos nacen de nuestra Constitución –esa que ha sido ninguneada en los últimos tiempos, pero que merece nuestro respeto y reconocimiento.  No voy a entrar en esa discusión, porque es otro tema.  Nuestra Constitución establece, en su Artículo II, § 1, lo siguiente:

La dignidad del ser humano es inviolable.  Todos los hombres son iguales ante la ley. No podrá establecerse discrimen alguno por motivo de raza, color, sexo, nacimiento, origen o condición social, ni ideas políticas o religiosas. Tanto las leyes como el sistema de instrucción pública encarnarán estos principios de esencial igualdad humana.  [énfasis suplido]

Mucho antes de ser abogada, mi papá me inculcó los principios básicos del respeto a la dignidad humana.  Nunca vi en mi casa faltas de respeto, mofa o abuso contra personas de apariencia distinta, que pensaran o se comportaran de manera diferente a nosotros.  En ese sentido, tenía los principios de nuestra Constitución, como dicen “de nación”; es decir, que yo los tenía instalados como parte de mi ADN.

A fines del cuatrienio pasado se armó un revuelo por la implantación en el Departamento de Educación de una Carta Circular sobre equidad de género.  Mucha de la oposición venía de parte de personas que ni siquiera habían leído la carta. También estuvo precedida por la reacción visceral de muchos sectores ultra conservadores ante la ley para prohibir el discrimen por identidad de género u orientación sexual, que son términos distintos.  La identidad de género se refiere a cómo la persona se identifica a sí misma con respecto a su género.  En la mayoría de los casos, hay correspondencia en cuanto al género con que nació y la percepción de la persona.  En otros casos, por diversas razones que no me compete discutir, la percepción propia difiere del género con el que se nació.

Recientemente se volvió a abrir la controversia al aprobarse una ley para promover la equidad de género mediante un proyecto piloto en las escuelas. La  ley define la equidad de género básicamente como la imparcialidad y la justicia en la distribución de beneficios y responsabilidades entre hombres y mujeres.  No entra a discutir el aspecto de la orientación sexual.  Algunos sectores, influenciados por mentes extremistas que ven pecado donde no lo hay, se han opuesto a esta ley.  No me cabe en la cabeza que algunas personas puedan oponerse a que sus hijas e hijos sean tratados equitativamente ante la ley –que se le garanticen los mismos derechos.

La orientación sexual se refiere a la preferencia o atracción sexual que tiene una persona hacia personas de su mismo género, del género opuesto o ambos, independientemente de su identidad sexual.  A mí siempre me ha parecido espantosa la obsesión que tiene mucha gente por la vida íntima de los demás.  Solía decir en mis talleres y lo sigo creyendo, que a no ser que yo me quiera acostar con un hombre, su vida íntima no es asunto mío.  Un troglodita que asistió a uno de mis talleres hace muchos años, me preguntó: “y Ricky Martin, es pato?”.  Sin pensar mucho la respuesta –porque de haberlo pensado hubiese comenzado por decirle  que referirse a otro ser humano como pato es ofensivo-, le riposté: ¿y a mi que me importa? Para añadir ironía al asunto, este señor era director de Recursos Humanos.

Los sectores más conservadores de grupos religiosos ven en toda legislación protectora de los derechos de personas que no pertenezcan a su modo de ver el mundo como un intento de imponer una visión o estilo de vida.  Nada más lejos de la verdad.  Nuestra Constitución garantiza los derechos de todas las personas, independientemente de su religión o falta de ella.  Eso significa que el estado tiene que proteger tanto al que cree, como el que no cree.  Alzarse contra esto es precisamente querer imponer un criterio religioso a los demás.  Sea usted fundamentalista, bautista, católico, protestante, musulmán, judío, pentecostal, agnóstico o ateo, el estado le tiene que garantizar los mismos derechos. 

Lo que nos debe importar en nuestro entorno familiar no es cuál es la identidad de género o la orientación sexual de una persona, sino cómo trata a los demás seres humanos, si es honesto, si cumple a cabalidad con sus deberes, si es respetuoso, compasivo y trabaja para hacer de este un mundo mejor.  Me parece una gran contradicción que muchas personas que se aferran a dogmas religiosos estén prestos a señalar a otro ser humano por su identidad de género distinta o su preferencia sexual.  Se llega hasta a decir que con su conducta son instrumentos del demonio, al igual que los que nos esforzamos por lograr que se les trate con dignidad.  La Constitución le garantiza el derecho a no informarse adecuadamente; le da derecho a decir esto y a mí a oponerme.

No todas las religiones o sus representantes son negativas ni faltas de compasión, pero debemos analizar detenidamente en quién ponemos nuestra confianza y el efecto de nuestras palabras condenatorias sobre otros.  ¿Se imaginan cómo se siente un adolescente, en una edad de tanta inseguridad, al que se le señala como instrumento del demonio?  Precisamente por actitudes como esta es que algunos esconden su realidad y terminan hasta casándose, negando su verdadera identidad y terminan siendo infelices ellos y su familia.  ¿Es buen cristiano aquél que pretende engañarse a sí mismo y a su familia, proyectándose como algo que no es?  Algunos hasta han recurrido al suicidio.

Ser compasivos hacia los que no piensan o sienten como nosotros no nos hace instrumento del diablo.  Para mí, nos hace instrumentos de Dios.

5 de agosto de 2017


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