IDENTIDAD, EQUIDAD, GÉNERO, SEXUALIDAD Y OTROS
ALEGADOS DEMONIOS
Yo no soy
psicóloga, socióloga, teóloga, ni otra clase de óloga. Soy una mujer Boricua, que estudió Derecho en la YUPI –a
mucho orgullo- y dedicó más de quince años de su vida a trabajar para que a todo ser humano se le garanticen unos
derechos básicos. Estos derechos básicos
nacen de nuestra Constitución –esa que ha sido ninguneada en los últimos
tiempos, pero que merece nuestro respeto y reconocimiento. No voy a entrar en esa discusión, porque es
otro tema. Nuestra Constitución
establece, en su Artículo II, § 1, lo siguiente:
La
dignidad del ser humano es inviolable. Todos los
hombres son iguales ante la ley. No
podrá establecerse discrimen alguno por motivo de raza, color, sexo, nacimiento, origen o condición
social, ni ideas políticas o religiosas.
Tanto las leyes como el sistema de
instrucción pública encarnarán estos principios de esencial igualdad humana. [énfasis
suplido]
Mucho
antes de ser abogada, mi papá me inculcó los principios básicos del respeto a
la dignidad humana. Nunca vi en mi casa
faltas de respeto, mofa o abuso contra personas de apariencia distinta, que
pensaran o se comportaran de manera diferente a nosotros. En ese sentido, tenía los principios de
nuestra Constitución, como dicen “de nación”; es decir, que yo los tenía
instalados como parte de mi ADN.
A fines
del cuatrienio pasado se armó un revuelo por la implantación en el Departamento
de Educación de una Carta Circular sobre equidad de género. Mucha de la oposición venía de parte de
personas que ni siquiera habían leído la carta. También estuvo precedida por la
reacción visceral de muchos sectores ultra conservadores ante la ley para
prohibir el discrimen por identidad de género u orientación sexual, que son términos
distintos. La identidad de género se
refiere a cómo la persona se identifica a sí misma con respecto a su género. En la mayoría de los casos, hay
correspondencia en cuanto al género con que nació y la percepción de la
persona. En otros casos, por diversas
razones que no me compete discutir, la percepción propia difiere del género con
el que se nació.
Recientemente
se volvió a abrir la controversia al aprobarse una ley para promover la equidad
de género mediante un proyecto piloto en las escuelas. La ley define la equidad de género básicamente
como la imparcialidad y la justicia en la distribución de beneficios y
responsabilidades entre hombres y mujeres.
No entra a discutir el aspecto de la orientación sexual. Algunos sectores, influenciados por mentes extremistas
que ven pecado donde no lo hay, se han opuesto a esta ley. No me cabe en la cabeza que algunas personas
puedan oponerse a que sus hijas e hijos sean tratados equitativamente ante la
ley –que se le garanticen los mismos derechos.
La
orientación sexual se refiere a la preferencia o atracción sexual que tiene una
persona hacia personas de su mismo género, del género opuesto o ambos,
independientemente de su identidad sexual.
A mí siempre me ha parecido espantosa la obsesión que tiene mucha gente
por la vida íntima de los demás. Solía
decir en mis talleres y lo sigo creyendo, que a no ser que yo me quiera acostar
con un hombre, su vida íntima no es asunto mío.
Un troglodita que asistió a uno de mis talleres hace muchos años, me
preguntó: “y Ricky Martin, es pato?”.
Sin pensar mucho la respuesta –porque de haberlo pensado hubiese
comenzado por decirle que referirse a
otro ser humano como pato es
ofensivo-, le riposté: ¿y a mi que me importa? Para añadir ironía al asunto,
este señor era director de Recursos Humanos.
Los
sectores más conservadores de grupos religiosos ven en toda legislación
protectora de los derechos de personas que no pertenezcan a su modo de ver el
mundo como un intento de imponer una visión o estilo de vida. Nada más lejos de la verdad. Nuestra Constitución garantiza los derechos
de todas las personas, independientemente
de su religión o falta de ella. Eso
significa que el estado tiene que proteger tanto al que cree, como el que no
cree. Alzarse contra esto es
precisamente querer imponer un criterio religioso a los demás. Sea usted fundamentalista, bautista, católico,
protestante, musulmán, judío, pentecostal, agnóstico o ateo, el estado le tiene
que garantizar los mismos derechos.
Lo que
nos debe importar en nuestro entorno familiar no es cuál es la identidad de
género o la orientación sexual de una persona, sino cómo trata a los demás
seres humanos, si es honesto, si cumple a cabalidad con sus deberes, si es
respetuoso, compasivo y trabaja para hacer de este un mundo mejor. Me parece una gran contradicción que muchas
personas que se aferran a dogmas religiosos estén prestos a señalar a otro ser
humano por su identidad de género distinta o su preferencia sexual. Se llega hasta a decir que con su conducta
son instrumentos del demonio, al igual que los que nos esforzamos por lograr
que se les trate con dignidad. La
Constitución le garantiza el derecho a no informarse adecuadamente; le da
derecho a decir esto y a mí a oponerme.
No todas
las religiones o sus representantes son negativas ni faltas de compasión, pero
debemos analizar detenidamente en quién ponemos nuestra confianza y el efecto
de nuestras palabras condenatorias sobre otros.
¿Se imaginan cómo se siente un adolescente, en una edad de tanta
inseguridad, al que se le señala como instrumento del demonio? Precisamente por actitudes como esta es que
algunos esconden su realidad y terminan hasta casándose, negando su verdadera
identidad y terminan siendo infelices ellos y su familia. ¿Es buen cristiano aquél que pretende engañarse
a sí mismo y a su familia, proyectándose como algo que no es? Algunos hasta han recurrido al suicidio.
Ser
compasivos hacia los que no piensan o sienten como nosotros no nos hace instrumento
del diablo. Para mí, nos hace
instrumentos de Dios.
5 de agosto
de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario