OLOR A INTELECTUAL
Yo no
sabía que existía la posibilidad de oler a intelectual. Me llamó poderosamente la atención una nota
en el periódico de hoy, que decía “el olor a biblioteca está de moda”. De inmediato vino a mi mente el olor de la
Biblioteca Lázaro, en la YUPI. La visité
hace como 3 años y olía exactamente igual que el olor que recordaba de mis años
de estudiante en la década del ’70. Para mí, es un olor a nostalgia, a entrar
en contacto con algo muy básico, muy cercano a mi esencia. No he encontrado ese
olor en ningún otro lugar –la biblioteca de la Escuela de Derecho no tiene ese
olor -es más, ni siquiera recuerdo a qué huele.
Pues la
nota que vi en el periódico acompañaba a una foto de una biblioteca de una
residencia de esas cuyos dueños contratan un decorador –anaqueles en paneles de
madera forran las paredes y el plafón tiene un diseño. Los muebles son aterciopelados, con cojines
que deben costar como tres libros carpeta dura cada uno. Me pregunto si los libros que están en los
anaqueles también son parte de la decoración.
Ya dentro
de la sección correspondiente del periódico, aparecía un artículo titulado El aroma de biblioteca está “in”, que reseña unas velas aromáticas entre las
que se destaca una que supuestamente resultó
ser la más popular y se llama Bibliothèque. Tan popular resultó, que
desarrollaron un eau de parfum para
hombres y mujeres, con el mismo nombre. Lo he dicho varias veces –casi cualquier
cosa que usted diga en francés suena chic.
Dice la reseña que “contiene notas de melocotón y ciruelo, su corazón es
de violeta y peonía y las notas de fondo se componen de pachulí, cuero y
vainilla”.
Estoy
segura que a lo único que se le puede acercar el olor de la Biblioteca Lázaro
es quizás a una nota de pachulí, porque jamás me olió a melocotón, violetas y
ni siquiera sé cómo huelen las peonías.
Me imagino que esos olores son los que emanan las bibliotecas de las
residencias decoradas. Mi papá tenía una
biblioteca con un tablillero sencillo y tampoco emitía esos olores. Yo ni siquiera tengo biblioteca. Los libros están apiñados en la mesa de
noche, otra mesita con ruedas y los que ya he leído y quiero conservar están en
una tablilla del armario. Los que no voy
a conservar están en cajas para ser donados.
Ninguno huele a Bibliothèque.
La reseña
termina diciendo que ya es posible oler a biblioteca andante y que las
estancias de mi hogar pueden quedar impregnadas de una atmósfera intelectual. La atmósfera intelectual que muchas veces he
percibido no es exactamente la que me interesa tener en mi hogar. Hay mucho intelectual que anda mirando a los
demás por encima del hombro. Uno de
ellos, que escribe para El Nuevo Día, en
ocasiones lo hace de manera tan rebuscada que honestamente me pierdo. De hecho, hoy tuve que acudir al diccionario
de nuevo, porque encontré una palabra que jamás había escuchado. En parte es bueno –me ofrece la oportunidad de
ampliar mi vocabulario, pero me pregunto a cuántos lectores aleja. Y evidentemente a este intelectual eso le
importa un bledo. Si quisiera oler a
intelectual preferiría oler a Fernando Picó, recientemente fallecido, que
rebuscaba en bibliotecas y archivos históricos mirando el pasado para asegurar
el futuro. Andaba sin aires de
intelectual, pese a serlo con todas las de la ley.
En cuanto
a mi persona, el único olor a biblioteca que recuerdo es el de la Lázaro. Es un aroma que adoro y su mera evocación
trae una sonrisa a mis labios. No me
interesa oler a Bibliothèque, pero
con todo lo que la quiero, tampoco quiero oler a la Lázaro.
19 de
agosto de 2017
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