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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

sábado, 19 de agosto de 2017








OLOR A INTELECTUAL

Yo no sabía que existía la posibilidad de oler a intelectual.  Me llamó poderosamente la atención una nota en el periódico de hoy, que decía “el olor a biblioteca está de moda”.  De inmediato vino a mi mente el olor de la Biblioteca Lázaro, en la YUPI.  La visité hace como 3 años y olía exactamente igual que el olor que recordaba de mis años de estudiante en la década del ’70. Para mí, es un olor a nostalgia, a entrar en contacto con algo muy básico, muy cercano a mi esencia. No he encontrado ese olor en ningún otro lugar –la biblioteca de la Escuela de Derecho no tiene ese olor -es más, ni siquiera recuerdo a qué huele. 

Pues la nota que vi en el periódico acompañaba a una foto de una biblioteca de una residencia de esas cuyos dueños contratan un decorador –anaqueles en paneles de madera forran las paredes y el plafón tiene un diseño.  Los muebles son aterciopelados, con cojines que deben costar como tres libros carpeta dura cada uno.  Me pregunto si los libros que están en los anaqueles también son parte de la decoración.
Ya dentro de la sección correspondiente del periódico, aparecía un artículo titulado El aroma de biblioteca está “in”, que reseña unas velas aromáticas entre las que se destaca una que supuestamente  resultó ser  la más popular y se llama Bibliothèque. Tan popular resultó, que desarrollaron un eau de parfum para hombres y mujeres, con el mismo nombre.  Lo he dicho varias veces –casi cualquier cosa que usted diga en francés suena chic.  Dice la reseña que “contiene notas de melocotón y ciruelo, su corazón es de violeta y peonía y las notas de fondo se componen de pachulí, cuero y vainilla”.

Estoy segura que a lo único que se le puede acercar el olor de la Biblioteca Lázaro es quizás a una nota de pachulí, porque jamás me olió a melocotón, violetas y ni siquiera sé cómo huelen las peonías.  Me imagino que esos olores son los que emanan las bibliotecas de las residencias decoradas.  Mi papá tenía una biblioteca con un tablillero sencillo y tampoco emitía esos olores.  Yo ni siquiera tengo biblioteca.  Los libros están apiñados en la mesa de noche, otra mesita con ruedas y los que ya he leído y quiero conservar están en una tablilla del armario.  Los que no voy a conservar están en cajas para ser donados.  Ninguno huele a Bibliothèque.

La reseña termina diciendo que ya es posible oler a biblioteca andante y que las estancias de mi hogar pueden quedar impregnadas de una atmósfera intelectual.  La atmósfera intelectual que muchas veces he percibido no es exactamente la que me interesa tener en mi hogar.  Hay mucho intelectual que anda mirando a los demás por encima del hombro.  Uno de ellos, que escribe para El Nuevo Día, en ocasiones lo hace de manera tan rebuscada que honestamente me pierdo.  De hecho, hoy tuve que acudir al diccionario de nuevo, porque encontré una palabra que jamás había escuchado.  En parte es bueno –me ofrece la oportunidad de ampliar mi vocabulario, pero me pregunto a cuántos lectores aleja.  Y evidentemente a este intelectual eso le importa un bledo.  Si quisiera oler a intelectual preferiría oler a Fernando Picó, recientemente fallecido, que rebuscaba en bibliotecas y archivos históricos mirando el pasado para asegurar el futuro.  Andaba sin aires de intelectual, pese a serlo con todas las de la ley.

En cuanto a mi persona, el único olor a biblioteca que recuerdo es el de la Lázaro.  Es un aroma que adoro y su mera evocación trae una sonrisa a mis labios.  No me interesa oler a Bibliothèque, pero con todo lo que la quiero, tampoco quiero oler a la Lázaro.

19 de agosto de 2017


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