LUZ
Hoy estrenamos año, cargando viejos
pesares, uno de los cuales ha sido el lastre de LUMA. Ayer, el último día del año
2024 nos madrugó un apagón que arropó al país entero. Las ominosas actualizaciones de la mañana
anunciaban que reparar la avería podría tomar de 24 a 48 horas. Yo había planificado una cena con una amiga,
con un menú que incluía camarones, vegetales salteados que compré el día
anterior, con un arroz en caldo de camarones con azafrán. Todo acompañado con un
vino Godello que disfruto mucho y botellitas individuales de cava para acompañar
el postre, un bizcocho de blueberries que me encanta no solo por lo rico
que es, sino también por lo fácil de hacer.
Una de las cosas que he aprendido con el tiempo, es que no hay que
complicarse tanto la existencia. Las
personas que nos quieren, aprecian lo que sea que les ofrezcamos, siempre y
cuando lo hagamos con amor. Claro, a mí
me gusta preparar platos que van un poquito más allá en complejidad, tal vez
porque en el proceso le dedico energía que es en realidad amor, pensando en el
deleite al consumir los alimentos.
Pues toda mi planificación se
desvaneció con el apagón. Ni soñar hacer
la cena en la estufita de gas que implicaría hacer los platos uno a uno, sin
contar que uno de ellos (los camarones), requiere horno. Cena exquisita, servida en mesa con mantel,
vajilla y copas finas descartada. Por
suerte mi amiga iba luego a casa de su papá, así que tenía donde cenar y de
hecho, me invitó a ir, pero decliné. Mi
estado de ánimo ha fluctuado y una de las cosas que me afectan es estar rodeada
de gente, aunque sea gente que me caiga bien.
Decidí quedarme aquí y pasar el día lo mejor posible. Ya me había preparado el café y una
quesadilla en la estufita que no domino pese a la experiencia adquirida con los
huracanes y a que más o menos logré manipular -aunque con miedo- el Magi-click. Me
dediqué a tener las cosas recogidas, porque la estufita me ocupa gran parte de
la mesa del comedor y no es precisamente un hermoso adorno. Me bañé luego del desayuno y me ocupé
de tener agua para cocinar, porque con una avería de esta magnitud,
eventualmente se afectaría el agua corriente, debido a que las plantas de
tratamiento dejan de funcionar.
Como a las dos de la tarde decidí prepararme
un almuerzo sencillo -pasta con aceite de oliva, ajo (en polvo, porque vamos,
que simplificar es la consigna), albahaca y queso parmesano. Abrí una botella de un tinto argentino. LUMA no me va a arruinar el día, me
dije. Me senté tranquilamente a comer el
almuerzo que distaba mucho de ser la imagen celebrativa de lo que pienso “debe
ser” una celebración de fin de año, pero a fin de cuentas, fue una
celebración. Y celebrar este año que
acaba de comenzar no está nada fácil. El
mundo está en guerra y hay miles de seres humanos atrapados en una guerra en la
que otros deciden su destino, sin que nada puedan hacer, salvo buscar refugio y
llorar sus muertos, muchos de ellos niños.
Acá, se deshizo la ilusión de que habría verdaderos cambios y peor aún,
en Estados Unidos ocurrió lo impensable.
Todo apunta no digo yo a un año duro, sino por lo menos cuatro años
dificilísimos.
Mi escrito anterior aludía a los
cambios en mi estado de ánimo y al coraje -usando otro vocablo- que me
ocasionaban los sucesos del año que recién terminó. El apagón de ayer de
momento resultó como un mal presagio, pero curiosamente, no me activó el coraje
que hubiese esperado. Cierto es que el año que culminó ayer nos da motivos para
esperar lo peor, pero no podemos perder de perspectiva cuántas cosas positivas
hay en nuestras vidas, que ni Jennifer, ni Rivera Schatz, ni LUMA, ni Trump nos
podrán arrebatar. La experiencia de ayer
me enseñó una vez más a enfocarme en mis bendiciones. Hay sucesos que no tenemos el poder de
cambiar, como el apagón de ayer y sumirnos en el coraje no resuelve el
problema, sino que nos hunde en la desesperanza, mientras que la incompetencia,
dejadez y avaricia seguirá.
Este año comienza con aspectos
negativos sobre los que no tengo control alguno en lo absoluto, pero escojo
enfocarme en todo lo bueno que me rodea -un país predominantemente solidario,
salud, suficientes ingresos para cubrir las verdaderas necesidades -esas que no
se compran en Marshall’s – y hasta para viajar; talentos que puedo utilizar
para dar felicidad a otr@s y una gente que me ha ofrecido el mejor regalo: la
amistad que me permite ser como soy, que no es como algun@s puedan pensar que
debo ser, pero así me quieren. El apagón
de ayer me permitió poner las cosas en su justa perspectiva y decidir que no le
voy a otorgar a LUMA, ni a nadie el poder de arruinarme el día. Ayer decidí tomar el control, enfrentarme a
la estufita que tanto miedo me da y prepararme algo que, si bien no es lo que
esperaba, no estuvo nada mal, sobre todo porque el vino siempre ayuda. Por fortuna la luz llegó como a las 5 de la
tarde, aunque por experiencia sabemos que en cualquier momento se puede volver
a ir. El año entrante no pinta bien, pero espero recordar las lecciones de ayer
y armarme con las bendiciones recibidas para afrontar lo que venga.
Como dijo un amigo en un hermoso
mensaje que atesoraré toda la vida luego de compartir una velada amistosa,
entre vinos y gustitos de esos que me gusta preparar, esa experiencia de
amistad hace que “vivir en este país y en este tiempo resulta no solo
soportable, sino incluso bonito, a pesar de los pesares”. Les deseo a tod@s que
en este año siempre los acompañe y habite la luz verdadera que ilumina todo lo
bueno y hermoso que nos rodea, en medio de lo que otr@s se empeñan en
oscurecer. Feliz Año Nuevo.
1 de enero de 2025