EL VIRUS MÁS
PELIGROSO
Como si
no tuviéramos suficientes calamidades a nuestro alrededor, ahora andamos en
alerta por el coronavirus, cuando aún tenemos gente en el área sur refugiados en
carpas tras los terremotos de enero y gente bajo techos azules tras los huracanes
de hace más de dos años. Los terremotos
nos provocaron un alto nivel de
ansiedad, producto de la incertidumbre –no sabemos cuándo puede ocurrir
uno. Tomamos las medidas necesarias para
establecer plan de escape, preparamos mochilas de emergencia, pero a fin de
cuentas, el terremoto nos puede sorprender en un lugar donde no tenemos acceso
a la mochila. Además, hay medidas que
francamente, resultan poco prácticas, como tener agua para varios días. ¿Quién puede cargar con una mochila con todo
ese peso?
Con el
coronavirus se ha desatado un tsunami de información que requiere un análisis
ponderado y desapasionado. No todo lo
que se publica en las redes sociales es verdad y mucha de la información tiene
la misma validez que el billete premiado de la lotería que le ofrece un
desconocido a la salida del banco. Se
hacen recomendaciones de desinfectar las superficies y lavar las manos –que es
algo totalmente legítimo- y la gente acude en estampida a comprar
desinfectantes. Ayer decidí comprar más
desinfectante de manos, porque suelo comprar tamaños pequeños –de 8 onzas para
la casa y 2 onzas para la cartera y el uso intenso, combinado con la poca
disponibilidad en farmacias y supermercados, me motivó a comprar uno más.
Llegué a
la farmacia y estaban colocando frascos de 28 onzas, con un límite de 2 por
cliente. Eso es más de lo que yo necesito, pero decidí comprar un frasco y
rellenar cuando se terminen los que tengo.
Tuve complicaciones para abrir el frasco cuando quise rellenar uno de
los envases, así que unas 4 horas más tarde decidí regresar a la farmacia para
que me ayudaran a abrirlo o reemplazarlo si no se podía abrir. Ya no quedaba ni rastro de que allí hubiese
habido desinfectante en gel o una minúscula toallita limpiadora con
alcohol. Afortunadamente, tras varios
intentos, la empleada logró abrir el frasco.
De todos modos, si no hubiese podido, todavía tengo abastos para unos
días y confiaba que podía resolver.
Estoy
segura que se generó una histeria colectiva similar a la que se genera con los
abastos de agua cuando anuncian huracán. Much@s compran más de lo necesario,
privando a otr@s de tener acceso a los
artículos de primera necesidad y olvidan que tanto el agua como estos productos
desinfectantes tienen fecha de expiración.
Acapararlos no necesariamente nos brindará protección. Tener un frasco no ofrece protección alguna
si no se usa su contenido. Y ni hablar
de la búsqueda desesperada por las mascarillas que la mayoría de los médicos
han dicho no ofrecen protección verdadera a la persona que no está enferma. Las mascarillas regulares están diseñadas
para que la persona enferma no contagie a los demás, no al revés. Las más sofisticadas son para uso de
profesionales de la salud que están o pueden estar en contacto con personas
enfermas.
Las
mascarillas que tengo las adquirí hace tiempo para usarlas cuando voy a hacer
uno de esos ejercicios de limpieza extrema y voy a estar expuesta al
polvo. No se me ocurriría usarlas en
este tiempo. Aparte de eso, las
mascarillas con el propósito de proteger de enfermedades tienen que usarse una
sola vez. ¿Cuántas mascarillas tendría
que tener una persona que salga a trabajar todos los días e incluso la remueva
al llegar a un lugar para digamos, ingerir alimentos? La irracionalidad se ha regado con mayor
rapidez que el virus mismo.
La
desconfianza en el gobierno ha contribuido grandemente a la epidemia de
irracionalidad, probablemente porque este gobierno es el epítome de la irracionalidad. El secretario de Salud baila al son de la
inconsistencia y cuando habla parece que quisiera imitar a Cantinflas. La gobernadora utiliza un lenguaje pausado,
da la apariencia de ser coherente, pero baila el mismo baile. En medio de todo esto, tenemos que activar,
como diría el Chapulín Colorado, las antenitas de vinilo para poder discernir
lo que es veraz de lo que no. Si bien es
cierto que no podemos confiar ciegamente en lo que se dice, no es menos cierto
que tiene que haber un grado de confianza cuando se corroboran datos y una
ética personal de corroborar información que no parece confiable antes de
esparcirla de forma viral a través de las redes.
El caso
de Alexa es un excelente ejemplo de información no corroborada que pudo haber
desatado la ira ciega en mentes desajustadas que terminaron con la vida de este
ser humano. Del mismo modo, hay quienes
han diseminado información sobre alegadas conspiraciones de gobiernos, farmacéuticas
o todas las anteriores para producir los virus y propiciar la fabricación de
vacunas. No puedo afirmar que esto sea falso, pero tampoco puedo afirmar que
sea verdad. No podemos andar por ahí con
la paranoia de que ciertos sectores conspiran contra nosotros.
El miedo
a contagiarnos con un virus que se ha diseminado con rapidez por todo el mundo,
nos impide analizar detenidamente lo que está aceptado por la comunidad
científica global: es un virus que se propaga por entrar en contacto con superficies
o directamente con las gotas tras la tos o estornudo de una persona contagiada.
Las personas de sobre 60 años, así como personas con problemas
respiratorios e inmunocomprometidas son
las que están en mayor riesgo, que no significa que van a morir –significa que
deben tomar todas las precauciones posibles.
Las grandes concentraciones de personas nos exponen a que haya entre el
grupo personas enfermas, así que por eso algunos países han suspendido
actividades multitudinarias. Ya el gobierno de E.U. recomendó a personas de los
sectores más vulnerables que suspendan los viajes en crucero, ya que los mismos
concentran una gran cantidad de personas en un lugar, por varios días.
El asunto
del crucero que atracó en San Juan el domingo debe ser utilizado como modelo
para analizar lo que se debe y lo que no se debe hacer en estos casos. Según la costumbre de esta administración, las
versiones tras saberse que una pasajera italiana con síntomas sospechosos fue
transportada en ambulancia hacia el Hospital Presbiteriano varían
ligeramente. No está claro si cuando la
directora de Turismo abordó el barco para darle la bienvenida por ser la
primera visita a Puerto Rico, sabía de la presencia de la mujer enferma. Según explicaciones que brindó después, ella
no sabía ese hecho, ni tampoco el personal del barco antes de atracar, porque
la pasajera acudió a la enfermería del buque después de su llegada a San Juan.
Si le
damos el beneficio de la duda a esta versión, debemos entonces analizar el coro
de voces que han criticado el traslado de la paciente a un hospital local. ¿Dejaríamos un barco a la deriva si hay un@ paciente
en riesgo de morir? ¿No se supone que
los hospitales están preparados para atender casos de posible contagio? Si su
hijo/madre/amantísimo esposo estuviera en peligro de morir por no recibir
atención en una institución hospitalaria, ¿aceptaría la decisión en aras del “bien
común”?
Como
corolario a la saga del crucero, hay personas contagiadas con el virus de la
histeria, como un caso que aparece reseñado hoy en el periódico, preocupándose
porque un familiar está hospitalizado en el hospital donde atienden la turista
italiana, en un cuarto localizado en el mismo piso. Y a la gente se le olvida que el protocolo
establece que esos pacientes se internan en cuartos de aislamiento con “presión
negativa”, es decir que impide que el aire se extienda a otras áreas y debemos
presumir que el personal está debidamente adiestrado y toma todas las debidas precauciones.
Resulta ridículo que se establezca todo este protocolo y se establezcan
estos cuartos de aislamiento, si luego no se van a usar cuando sea necesario.
Esta
misma persona que dice ser enfermera y está preocupada por la presencia de esta
turista italiana en el hospital donde está recluida su madre hace 23 días, dice
que piensa llevar a su madre a West Palm Beach en Florida, porque dice se
siente más segura. Es que no podía creer
lo que leía en la página 5 del Nuevo Día de
hoy martes. ¿En serio esta enfermera
piensa trasladar a su madre cuando esté en mejor condición en un avión, para lo
cual primero tendrá que llegar al aeropuerto a través del cual circulan miles
de personas, montarla en el espacio cerrado de la nave con cien o más desconocidos,
para trasladarla a un lugar donde ya hay un caso confirmado del virus?
Estamos
siendo atacados por un virus peor que el coronavirus: el miedo, que nos lleva a
actuar de forma irracional y hasta discriminatoria contra personas de otra
nacionalidad. Por favor, no quiero
chistes sobre chino, italianos o surcoreanos.
Debemos inmunizarnos contra el
prejuicio con la vacuna del discernimiento, que parece que escasea. Si tanto miedo tiene, asegúrese de tener abastos
en su casa por los próximos 30 días por lo menos; no salga ni reciba gente; no
reciba cartas ni paquetes sin antes desinfectarlos y Dios le proteja para que
no se resbale en su desinfectada bañera, se rompa la crisma y ahí quede –muert@,
pero sin virus.
10 de
marzo de 2020
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