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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

martes, 10 de marzo de 2020

Virus







EL VIRUS MÁS PELIGROSO

Como si no tuviéramos suficientes calamidades a nuestro alrededor, ahora andamos en alerta por el coronavirus, cuando aún tenemos gente en el área sur refugiados en carpas tras los terremotos de enero y gente bajo techos azules tras los huracanes de hace más de dos años.  Los terremotos nos provocaron un alto  nivel de ansiedad, producto de la incertidumbre –no sabemos cuándo puede ocurrir uno.  Tomamos las medidas necesarias para establecer plan de escape, preparamos mochilas de emergencia, pero a fin de cuentas, el terremoto nos puede sorprender en un lugar donde no tenemos acceso a la mochila.  Además, hay medidas que francamente, resultan poco prácticas, como tener agua para varios días.  ¿Quién puede cargar con una mochila con todo ese peso? 

Con el coronavirus se ha desatado un tsunami de información que requiere un análisis ponderado y desapasionado.  No todo lo que se publica en las redes sociales es verdad y mucha de la información tiene la misma validez que el billete premiado de la lotería que le ofrece un desconocido a la salida del banco.  Se hacen recomendaciones de desinfectar las superficies y lavar las manos –que es algo totalmente legítimo- y la gente acude en estampida a comprar desinfectantes.  Ayer decidí comprar más desinfectante de manos, porque suelo comprar tamaños pequeños –de 8 onzas para la casa y 2 onzas para la cartera y el uso intenso, combinado con la poca disponibilidad en farmacias y supermercados, me motivó a comprar uno más.

Llegué a la farmacia y estaban colocando frascos de 28 onzas, con un límite de 2 por cliente. Eso es más de lo que yo necesito, pero decidí comprar un frasco y rellenar cuando se terminen los que tengo.  Tuve complicaciones para abrir el frasco cuando quise rellenar uno de los envases, así que unas 4 horas más tarde decidí regresar a la farmacia para que me ayudaran a abrirlo o reemplazarlo si no se podía abrir.  Ya no quedaba ni rastro de que allí hubiese habido desinfectante en gel o una minúscula toallita limpiadora con alcohol.  Afortunadamente, tras varios intentos, la empleada logró abrir el frasco.  De todos modos, si no hubiese podido, todavía tengo abastos para unos días y confiaba  que podía resolver.

Estoy segura que se generó una histeria colectiva similar a la que se genera con los abastos de agua cuando anuncian huracán. Much@s compran más de lo necesario, privando a otr@s de tener acceso  a los artículos de primera necesidad y olvidan que tanto el agua como estos productos desinfectantes tienen fecha de expiración.  Acapararlos no necesariamente nos brindará protección.  Tener un frasco no ofrece protección alguna si no se usa su contenido.  Y ni hablar de la búsqueda desesperada por las mascarillas que la mayoría de los médicos han dicho no ofrecen protección verdadera a la persona que no está enferma.  Las mascarillas regulares están diseñadas para que la persona enferma no contagie a los demás, no al revés.  Las más sofisticadas son para uso de profesionales de la salud que están o pueden estar en contacto con personas enfermas.

Las mascarillas que tengo las adquirí hace tiempo para usarlas cuando voy a hacer uno de esos ejercicios de limpieza extrema y voy a estar expuesta al polvo.  No se me ocurriría usarlas en este tiempo.  Aparte de eso, las mascarillas con el propósito de proteger de enfermedades tienen que usarse una sola vez.  ¿Cuántas mascarillas tendría que tener una persona que salga a trabajar todos los días e incluso la remueva al llegar a un lugar para digamos, ingerir alimentos?  La irracionalidad se ha regado con mayor rapidez que el virus mismo.

La desconfianza en el gobierno ha contribuido grandemente a la epidemia de irracionalidad, probablemente porque este gobierno es el epítome de la irracionalidad.  El secretario de Salud baila al son de la inconsistencia y cuando habla parece que quisiera imitar a Cantinflas.  La gobernadora utiliza un lenguaje pausado, da la apariencia de ser coherente, pero baila el mismo baile.  En medio de todo esto, tenemos que activar, como diría el Chapulín Colorado, las antenitas de vinilo para poder discernir lo que es veraz de lo que no.  Si bien es cierto que no podemos confiar ciegamente en lo que se dice, no es menos cierto que tiene que haber un grado de confianza cuando se corroboran datos y una ética personal de corroborar información que no parece confiable antes de esparcirla de forma viral  a través de las redes.

El caso de Alexa es un excelente ejemplo de información no corroborada que pudo haber desatado la ira ciega en mentes desajustadas que terminaron con la vida de este ser humano.  Del mismo modo, hay quienes han diseminado información sobre alegadas conspiraciones de gobiernos, farmacéuticas o todas las anteriores para producir los virus y propiciar la fabricación de vacunas. No puedo afirmar que esto sea falso, pero tampoco puedo afirmar que sea verdad.  No podemos andar por ahí con la paranoia de que ciertos sectores conspiran contra nosotros.

El miedo a contagiarnos con un virus que se ha diseminado con rapidez por todo el mundo, nos impide analizar detenidamente lo que está aceptado por la comunidad científica global: es un virus que se propaga por entrar en contacto con superficies o directamente con las gotas tras la tos o estornudo de una persona contagiada. Las personas de sobre 60 años, así como personas con problemas respiratorios  e inmunocomprometidas son las que están en mayor riesgo, que no significa que van a morir –significa que deben tomar todas las precauciones posibles.  Las grandes concentraciones de personas nos exponen a que haya entre el grupo personas enfermas, así que por eso algunos países han suspendido actividades multitudinarias. Ya el gobierno de E.U. recomendó a personas de los sectores más vulnerables que suspendan los viajes en crucero, ya que los mismos concentran una gran cantidad de personas en un lugar, por varios días.

El asunto del crucero que atracó en San Juan el domingo debe ser utilizado como modelo para analizar lo que se debe y lo que no se debe hacer en estos casos.  Según la costumbre de esta administración, las versiones tras saberse que una pasajera italiana con síntomas sospechosos fue transportada en ambulancia hacia el Hospital Presbiteriano varían ligeramente.  No está claro si cuando la directora de Turismo abordó el barco para darle la bienvenida por ser la primera visita a Puerto Rico, sabía de la presencia de la mujer enferma.  Según explicaciones que brindó después, ella no sabía ese hecho, ni tampoco el personal del barco antes de atracar, porque la pasajera acudió a la enfermería del buque después de su llegada a San Juan. 

Si le damos el beneficio de la duda a esta versión, debemos entonces analizar el coro de voces que han criticado el traslado de la paciente a un hospital local.  ¿Dejaríamos un barco a la deriva si hay un@ paciente en riesgo de morir?  ¿No se supone que los hospitales están preparados para atender casos de posible contagio? Si su hijo/madre/amantísimo esposo estuviera en peligro de morir por no recibir atención en una institución hospitalaria, ¿aceptaría la decisión en aras del “bien común”?

Como corolario a la saga del crucero, hay personas contagiadas con el virus de la histeria, como un caso que aparece reseñado hoy en el periódico, preocupándose porque un familiar está hospitalizado en el hospital donde atienden la turista italiana, en un cuarto localizado en el mismo piso. Y a  la gente se le olvida que el protocolo establece que esos pacientes se internan en cuartos de aislamiento con “presión negativa”, es decir que impide que el aire se extienda a otras áreas y debemos presumir que el personal está debidamente adiestrado y toma todas las debidas  precauciones.  Resulta ridículo que se establezca todo este protocolo y se establezcan estos cuartos de aislamiento, si luego no se van a usar cuando sea necesario.

Esta misma persona que dice ser enfermera y está preocupada por la presencia de esta turista italiana en el hospital donde está recluida su madre hace 23 días, dice que piensa llevar a su madre a West Palm Beach en Florida, porque dice se siente más segura.  Es que no podía creer lo que leía en la página 5 del Nuevo Día de hoy martes.  ¿En serio esta enfermera piensa trasladar a su madre cuando esté en mejor condición en un avión, para lo cual primero tendrá que llegar al aeropuerto a través del cual circulan miles de personas, montarla en el espacio cerrado de la nave con cien o más desconocidos, para trasladarla a un lugar donde ya hay un caso confirmado del virus?

Estamos siendo atacados por un virus peor que el coronavirus: el miedo, que nos lleva a actuar de forma irracional y hasta discriminatoria contra personas de otra nacionalidad.  Por favor, no quiero chistes sobre chino, italianos o surcoreanos.  Debemos inmunizarnos  contra el prejuicio con la vacuna del discernimiento, que parece que escasea.  Si tanto miedo tiene, asegúrese de tener abastos en su casa por los próximos 30 días por lo menos; no salga ni reciba gente; no reciba cartas ni paquetes sin antes desinfectarlos y Dios le proteja para que no se resbale en su desinfectada bañera, se rompa la crisma y ahí quede –muert@, pero sin virus.

10 de marzo de 2020


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