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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

sábado, 21 de marzo de 2020

RÉQUIEM










RÉQUIEM POR UNA TURISTA

En la vida todo es ir
A lo que el tiempo deshace
Sabe el hombre donde nace
Y no dónde va a morir
Juan Antonio Corretjer

El Diccionario de la Real Academia Española define turismo, en su primera acepción como el hecho de viajar por placer; es decir, que no se hace por obligación, sino porque es algo que nace de un deseo muy personal.  Muy personal también es lo que  a cada ser humano le proporciona placer en un viaje.  Hay quienes viajan para un mero jangueo – una actividad de enajenación total, que suele acompañarse de beber en exceso.  En esa actividad han estado algunos irresponsables que en tiempos del coronavirus llegaron en masa a playas de la Florida, para celebrar el spring break tradicional de las universidades norteamericanas.  Y no son los jóvenes nada más los que andan en actitud de jangueo, que hay muchos hombres de la mediana edad que se van a disfrutar de playas de la República Dominicana, por ejemplo, en plan de presumir -según muestran en sus fotos con sus panzas rebosantes- que se paseaban con una chica joven en bikini.

Hay turistas que van a comprar, para acumular más cachivaches y traerles a conocidos llaveros de regalo que no tienen ningún sentido para quien los recibe, porque no tienen ni idea de lo que el guindalejo significa.  Hay quienes viajan para escapar de su triste realidad.  Por unos días, se liberan de un trabajo que aunque les provee buenos ingresos, detestan.  Los hay también que viajan para presumir que fueron al último destino de moda, por aquello de no quedarse atrás en su círculo social.  Hay otros que viajan por una especie de peregrinación religiosa, o porque quieren ver museos, paisajes, asistir a conciertos, conocer otras culturas, en fin, que hay muchas razones por las cuales una persona aborda un avión o crucero como turista.

A través de mi vida he hecho turismo –dentro y fuera de mi país.  Me fascina ver paisajes hermosos, probar comidas distintas, apreciar edificios, ciudades- se parezcan o no a lo que conozco.  Viajar me ha brindado la oportunidad de conocer costumbres distintas y de ampliar mi cultura.  He sido turista en varias ocasiones y en todas, he regresado a casa con el disfrute de haber aprendido algo nuevo; de tener experiencias totalmente distintas a las que tengo en mi pequeña islita.  Pese al gozo de esas experiencias, hay un gozo muy especial en regresar a casa.  Son muchas las veces que cuando el avión se aproxima y diviso  la isla desde el cielo, se me aguan los ojos e incluso, últimamente hasta aplaudo –cosa que antes tildaba de una jibarería, pero que a fin de cuentas es algo tan nuestro que me sale del alma.

 Y por supuesto, a nuestra isla llegaban –hasta la aparición del coronavirus-  turistas en busca de nuestras playas o del Yunque.  Muchos de ellos llegaban en cruceros –esas enormes moles de acero con varios pisos en las que se desplazan miles de personas, por alguna de las razones que puedan tener para viajar por mar a diversos destinos.  Yo no soy muy fanática de los cruceros, sobre todo esos con múltiples pisos.  Si el barco es muy grande -con mi falta de sentido de dirección- con suerte logro llegar al comedor sin perderme, seguramente cuando ya es tiempo de regresar.

El 8 de marzo llegó a San Juan un crucero llamado Costa Luminosa.  Presumo que lo de Costa es por la línea de cruceros italiana de ese nombre, pero resulta casi poético que sea una costa luminosa, como debe verse la bahía de San Juan al anochecer –una costa luminosa –con la luz de las farolas ambarinas del Viejo San Juan y quizás la silueta del Morro a distancia.  Tal vez esa fue la imagen que tuvieron los turistas a bordo del barco cuando salieron del muelle esa noche, sin al menos dos de sus turistas que se convirtieron en famosos para nosotros, sin saberlo.  Una de esas turistas era italiana y estaba enferma.  No está claro si al descender del barco en compañía de su esposo para abordar una ambulancia ya se sospechaba que podía haber contraído el coronavirus.

Poco a poco fuimos sabiendo más detalles, aunque hay aspectos que aún no están claros.  Hubo personas que criticaron fuertemente que se le permitiera desembarcar para recibir atención médica, en un acto de falta de caridad.  Tras varios días hospitalizada, la turista falleció.  Yo no sé quién era esta mujer, ni qué la motivó a tomar ese crucero.  Tampoco sé si le hacía ilusión ver el Yunque, pasearse por las calles del Viejo San Juan,  comerse una mallorca en La Bombonera o ver El Morro.  Lo que sé es que esa turista pude haber sido yo en un viaje para cualquier ciudad portuaria de Italia –un país que amo por su belleza, por su alegría, por su comida espectacular, por su música, por ser cuna de Pavarotti y de mi amigo Mario, ambos ya fallecidos.

Espero que esta mujer haya podido recibir un trato digno y amoroso en nuestra tierra.  Espero que haya escuchado voces dulces de parte de las personas que le proporcionaban su tratamiento. Espero que su esposo reciba consuelo y que este duro trance se le haga lo más liviano posible.  Alzo una oración por esta mujer que no conozco, quien tan triste final ha tenido a lo que tal vez fue un viaje de ilusión.  Buon viaggio verso un‘altra costa luminosa.

21 de marzo de 2020

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