RÉQUIEM POR UNA
TURISTA
En la vida todo es ir
A lo que el tiempo deshace
Sabe el hombre donde nace
Y no dónde va a morir
Juan Antonio Corretjer
El Diccionario de la Real Academia Española define
turismo, en su primera acepción como el hecho de viajar por placer; es decir,
que no se hace por obligación, sino porque es algo que nace de un deseo muy
personal. Muy personal también es lo que
a cada ser humano le proporciona placer
en un viaje. Hay quienes viajan para un
mero jangueo – una actividad de enajenación total, que suele acompañarse
de beber en exceso. En esa actividad han
estado algunos irresponsables que en tiempos del coronavirus llegaron en masa a playas de la Florida, para celebrar
el spring break tradicional de las
universidades norteamericanas. Y no son
los jóvenes nada más los que andan en actitud de jangueo, que hay muchos hombres de la mediana edad que se van a
disfrutar de playas de la República Dominicana, por ejemplo, en plan de
presumir -según muestran en sus fotos con sus panzas rebosantes- que se
paseaban con una chica joven en bikini.
Hay
turistas que van a comprar, para acumular más cachivaches y traerles a
conocidos llaveros de regalo que no tienen ningún sentido para quien los
recibe, porque no tienen ni idea de lo que el guindalejo significa. Hay quienes viajan para escapar de su triste
realidad. Por unos días, se liberan de
un trabajo que aunque les provee buenos ingresos, detestan. Los hay también que viajan para presumir que
fueron al último destino de moda, por aquello de no quedarse atrás en su
círculo social. Hay otros que viajan por
una especie de peregrinación religiosa, o porque quieren ver museos, paisajes,
asistir a conciertos, conocer otras culturas, en fin, que hay muchas razones
por las cuales una persona aborda un avión o crucero como turista.
A través
de mi vida he hecho turismo –dentro y fuera de mi país. Me fascina ver paisajes hermosos, probar
comidas distintas, apreciar edificios, ciudades- se parezcan o no a lo que
conozco. Viajar me ha brindado la oportunidad
de conocer costumbres distintas y de ampliar mi cultura. He sido turista en varias ocasiones y en
todas, he regresado a casa con el disfrute de haber aprendido algo nuevo; de
tener experiencias totalmente distintas a las que tengo en mi pequeña islita. Pese al gozo de esas experiencias, hay un
gozo muy especial en regresar a casa.
Son muchas las veces que cuando el avión se aproxima y diviso la isla desde el cielo, se me aguan los ojos
e incluso, últimamente hasta aplaudo –cosa que antes tildaba de una jibarería, pero que a fin de cuentas es
algo tan nuestro que me sale del alma.
Y por supuesto, a nuestra isla llegaban –hasta
la aparición del coronavirus- turistas en busca de nuestras playas o del
Yunque. Muchos de ellos llegaban en
cruceros –esas enormes moles de acero con varios pisos en las que se desplazan
miles de personas, por alguna de las razones que puedan tener para viajar por
mar a diversos destinos. Yo no soy muy
fanática de los cruceros, sobre todo esos con múltiples pisos. Si el barco es muy grande -con mi falta de
sentido de dirección- con suerte logro llegar al comedor sin perderme,
seguramente cuando ya es tiempo de regresar.
El 8 de
marzo llegó a San Juan un crucero llamado Costa Luminosa. Presumo que lo de Costa es por la línea de
cruceros italiana de ese nombre, pero resulta casi poético que sea una costa
luminosa, como debe verse la bahía de San Juan al anochecer –una costa luminosa
–con la luz de las farolas ambarinas del Viejo San Juan y quizás la silueta del
Morro a distancia. Tal vez esa fue la
imagen que tuvieron los turistas a bordo del barco cuando salieron del muelle
esa noche, sin al menos dos de sus turistas que se convirtieron en famosos para
nosotros, sin saberlo. Una de esas
turistas era italiana y estaba enferma.
No está claro si al descender del barco en compañía de su esposo para
abordar una ambulancia ya se sospechaba que podía haber contraído el coronavirus.
Poco a
poco fuimos sabiendo más detalles, aunque hay aspectos que aún no están
claros. Hubo personas que criticaron
fuertemente que se le permitiera desembarcar para recibir atención médica, en
un acto de falta de caridad. Tras varios
días hospitalizada, la turista falleció.
Yo no sé quién era esta mujer, ni qué la motivó a tomar ese
crucero. Tampoco sé si le hacía ilusión ver
el Yunque, pasearse por las calles del Viejo San Juan, comerse una mallorca en La Bombonera o ver El
Morro. Lo que sé es que esa turista pude
haber sido yo en un viaje para cualquier ciudad portuaria de Italia –un país
que amo por su belleza, por su alegría, por su comida espectacular, por su
música, por ser cuna de Pavarotti y de mi amigo Mario, ambos ya fallecidos.
Espero
que esta mujer haya podido recibir un trato digno y amoroso en nuestra
tierra. Espero que haya escuchado voces
dulces de parte de las personas que le proporcionaban su tratamiento. Espero
que su esposo reciba consuelo y que este duro trance se le haga lo más liviano
posible. Alzo una oración por esta mujer
que no conozco, quien tan triste final ha tenido a lo que tal vez fue un viaje
de ilusión. Buon viaggio
verso un‘altra costa luminosa.
21 de marzo de 2020
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