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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

domingo, 29 de marzo de 2020

Ciudadanos








CIUDADANOS DEL MUNDO

Dedicado a mis profesoras de idioma Ruth Q.E.P.D. y Glenda

Durante esta cuarentena que entra en su tercera semana he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre la condición humana en general y la mía en particular.  He comentado en varias ocasiones que justo cuando debía sentirme más sola, es cuando más acompañada me he sentido, gracias a la tecnología.  Es impresionante ver la cantidad de artistas que se han encargado de entretenernos a través de las redes sociales y hacernos sentir que todos somos parte de la misma familia.  Además de eso, siento la necesidad de llamar amistades y familia para asegurarme de que están bien.  Veo con alegría cómo la creatividad se ha puesto en función del bien común: algunas compañías han transformado sus operaciones regulares para hacer batas y mascarillas para suplir hospitales; una compañía que produce ron decidió producir alcohol y desinfectante de manos; muchos restaurantes siguen produciendo comida para que la gente pueda llevar comida preparada a sus casas en lugar de consumirlas en el local.

Esta actividad novedosa no se da solamente en el sector comercial – muchas personas se ofrecen para hacer gestiones para aquéllos que están enfermos; otros ofrecen clases de baile, de yoga, de cocina, para transmitir sus conocimientos en beneficio de los demás.  No faltan los memes ingeniosos sobre las circunstancias de cada cual en este encierro, que nos proporciona eso que la revista Reader’s Digest  llamaba el remedio infalible: la risa.  De hecho, recuerdo que cuando mi papá  convalecía de su cáncer terminal su psiquiatra, especialista en estos casos, le recomendó ver programas de comedia.  Esto proporciona un balance, ya que si bien es cierto que debemos mantenernos informados y hay noticias que nos producen mucho coraje –casi siempre vinculadas al Presidente Trump, no es menos cierto que la vida se compone de elementos trágicos o que provocan angustia y otros plenos de alegría.

Una de las actividades que más alegría me produce es viajar.  He admirado paisajes en lugares tan distantes como Japón y tan cercanos como esta nuestra preciosa isla.  Aparte de mi isla, por alguna razón me he sentido poderosamente atraída hacia Italia, que resulta ser el país que con más frecuencia he visitado. Creo que es una combinación de la belleza natural y de sus edificaciones; de la comida, el vino, la música, el idioma que se hace entender y la similitud del carácter con el de los puertorriqueños.  Sobre esto último, me resultó muy ilustrativa la experiencia en un viaje a Suiza, un país que es, si se puede decir así, demasiado bello.  Todo está en su lugar –hasta las flores parecen crecer de forma ordenada; las colinas semejan céspedes que atiende un jardinero y podría jurar que las vacas pastan con disciplina. Ni hablar del idioma alemán –tan gutural que un buenos días parece un regaño.  Pese al disfrute del viaje, una vez cruzamos frontera con Italia respiré aliviada –me sentía como en casa y supe que mi vida necesita un cierto nivel de caos.

Ese cierto nivel de caos puede encontrarse en Italia –a veces más del que necesito, como en Roma, por ejemplo.  Mi personalidad se siente mejor en ciudades más tranquilas, como Sorrento e incluso Venecia cuando anochece y los miles de turistas de crucero se van y sus calles permanecen tranquilas. Para insertarme aún más en la cultura italiana, decidí tomar un curso de italiano hace dos años.  Creo firmemente que conocer otros idiomas abre una ventana al pensamiento de otra cultura. Aprendí inglés desde muy niña y el conocimiento de ese idioma me ha permitido conocer sutilezas del lenguaje que escapan al conocimiento básico y puramente necesario del mundo laboral.  Conocer ese idioma me ha permitido leer gran literatura, así como poder sostener conversaciones profesionales y personales con angloparlantes que no han podido –o no han querido- aprender otro idioma.

Cuando ingresé a la facultad de Humanidades de la UPR decidí tomar cursos de francés como electivos con una extraordinaria profesora: Ruth Hernández, Q.E.P.D. Ella nos transmitió el entusiasmo por esta bellísima lengua –nos enseñó canciones y hacía énfasis en una dicción correcta.  En francés, una mala pronunciación puede significar que digamos “un peíto”, en lugar de “un poco”.  En aquél momento logré bastante conocimiento del idioma, pero al no practicarlo, lo fui olvidando. Cuando decidí viajar a Francia, tomé un curso corto para refrescar conocimientos.  El resultado evidenció el excelente trabajo de mi profesora.  Pude comunicarme en francés todo el tiempo y contrario a la impresión que muchos tienen de los parisinos, a mí me trataron como a una reina, porque apreciaron el esfuerzo que hacía por comunicarme.  Estoy segura que cometí algunos errores, pero jamás dije “peíto” en francés.

Mi intento de aprender japonés previo al viaje a Japón no corrió la misma suerte que mis lecciones de francés.  Para empezar, ya no era tan joven.  Dicen que aprender un idioma en la juventud es mucho más fácil. Para complicar más el asunto, la gran mayoría de los alumnos eran menores de 20 años y hasta había una niña que sabía contar hasta 10 en japonés desde el primer día.  El idioma es sumamente difícil, porque las palabras no se parecen en nada a lo que yo conozco y la escritura es totalmente incomprensible.  A modo de ejemplo, uno, dos, tres es ichi, ni, san. Terminé el curso a empujones y salvo decir arigato, sayonara y una que otra cosita, no pude hablar japonés durante el viaje. No obstante, disfruté la experiencia inmensamente porque estuve abierta a tener experiencias distintas, incluyendo dormir en un futón en el piso, participar de la ceremonia del té y comer pescado y algas en el desayuno.

Pese a mi decepción con las lecciones de japonés, me lancé a tomar el curso básico de italiano, pensando que resultaría más sencillo debido a que al menos puedo reconocer algunas palabras. No me equivoqué.  Además, tuve la fortuna de tener una maestra excelente: Glenda García, quien exhibe el mismo entusiasmo por el idioma que tenía mi profesora de francés.  Con tan sólo un curso básico, pude desenvolverme de forma aceptable en mi viaje por la región Toscana, aunque hubo muchos momentos que mi limitado vocabulario no me permitía sostener una conversación completa.  Np obstante, los italianos estaban sorprendidos de que yo hablara algo de su idioma, particularmente porque andaba con un grupo de angloparlantes que no hablaban nada de italiano.  Como dice el dicho, “en país de ciegos, el tuerto es rey”.

En estos días de cuarentena y dada la crisis de salud generada por el coronavirus, he estado leyendo la versión digital del periódico italiano La Republica, debido el impacto que ha tenido el virus en este país que tanto amo.  También accedo a los vídeos que me permiten escuchar lo que está sucediendo día a día en Italia, en su idioma.  El viernes vi la transmisión de la bendición Urbi et Orbi de Papa Francisco desde Roma y me esforzaba por escuchar directamente sus palabras que se confundían con la traducción simultánea al español.  Más tarde, busqué el texto, para leerlo con calma.

Yo no sé exactamente cuál es el origen de mi identificación con Italia, que nace mucho antes de que tomara el curso de italiano  -probablemente mucho antes de mi primer viaje allá  y siguió creciendo con cada viaje, aparte de los intercambios con mi amigo Mario, ya fallecido y mi fascinación con Pavarotti.  Se ha afianzado aún más ahora que puedo entender –con limitaciones, por supuesto- mucho de lo que leo o escucho.  Tan sólo sé que con el curso que tomé con Glenda se abrió una ventana al alma italiana, por la que me asomo para comprender aún más su espíritu, que es –después de todo, el nuestro.

En estos tiempos de “distanciamiento social”, me siento más cercana que antes a otros seres humanos en general y en particular, a los italianos. Comprendo ahora que todos los seres humanos -no importa el idioma ni la distancia- estamos unidos por el deseo de alcanzar la felicidad plena de sentirnos amados, apoyados y comprendidos.  El coronavirus nos ha hecho reconocer que somos parte de un todo y está -literalmente- en nuestras manos lograr sobrevivir como ciudadanos del mundo.

29 de marzo de 2020



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