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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

martes, 24 de diciembre de 2019

MÁGICA










MÁGICA Y DULCE NAVIDAD

Desde hace varios años disfruto de preparar dulces y variantes de coquito para regalar durante estos días de Navidad.  No siempre preparo los mismos –todo depende de mi ánimo.  No obstante, hay algunos que se repiten año tras año –las bolitas de nueces con la receta de mi amiga Elena y el coquito en alguna de sus modalidades. Últimamente lo hago de café.  Hubo un tiempo que hacía el tradicional, luego preparaba de chocolate y dado el gusto de mi Buddy por la lavanda, llegué a hacerlo con este ingrediente singular.  En tiempos de la fiesta familiar solía llevar un bizcocho –a veces al revés, a veces un ponqué decorado con flores de pastillaje.  Ya no recuerdo la última vez que me embarqué en una de esas complicaciones.

En tiempos más recientes comencé a incluir el majarete en mi repertorio culinario.  Este año, por primera vez, incorporo una receta que aprendí el año pasado en Italia. Fue un viaje con énfasis en la comida y el vino y tuvimos la oportunidad de ver cómo se preparaban unos platos de la regiónToscana. 
Los cantuccini son parecidos a esas pequeñas galletas tostadas que vemos en cafés, conocidas como biscotti.  Tienen almendras y para mí fue como presenciar la revelación de cómo se prepara algo de una forma insospechada.  Una vez terminados, es como descubrir un secreto.

Lo primero que me sorprendió y que requiere ese grado de fe indispensable en la cocina, es ver cómo se forma un pozo en medio de un círculo de harina con azúcar, mantequilla y se depositan en el centro los huevos, la vainilla y medio vaso de Sambuca, un licor de anís.  Como no tenía Sambuca, usé Ouzo que había traído de un viaje a Grecia.









 Finalmente, se añaden las almendras enteras, que resulta sorpresivo al ver el producto final, con las almendras picadas –ya verán por qué. Ya había hecho esto el año pasado, cuando regresé del viaje, pero no deja de asombrarme la transformación que opera cuando se empiezan a incorporar estos ingredientes sobre una mesa, formando una masa pegajosa.  Este año tuve que añadir más harina, porque la masa quedó tan blandita que todo se me pegaba a las manos.

Terminada la preparación, procedí a meter al horno los cordones estirados que formé con la masa.  En este punto sentí algo de miedito -¿y si no queda bien; y si pasé todo este trabajo y echo a perder todo lo invertido?  Ahí es que entra en acción el grado de fe que tenemos los que nos encanta cocinar.  Mientras esto se transformaba en el horno, comencé la preparación de las bolitas o mantecaditos de nueces de la receta de Elena. 
Esta es una que he hecho tantas veces que no me da miedito.  Además, es más fácil –es de esas recetas agradecidas. Con el tiempo descubrí que la receta puede estar basada en unas galletitas norteamericanas que se conocen como snowball cookies, que presumo se llaman así por la apariencia que tiene su forma redondeada cubierta de azúcar pulverizada.






Finalmente, me asomé al horno y vi la masa expandida, con si fueran hogazas de pan doraditas.  


















Las saqué del horno para que enfriaran un poco antes de cortarlas.  Mientras tanto, formé las bolitas de las otras galletas y las puse al horno. 

















Retorné al paso final de los cantuccini, que es como  cuando el mago culmina su acto.  Fui cortando las hogazas al sesgue, para revelar la famosa forma de estas galletas y las almendras que se pican con cada corte.  ¡Ta-taaaan!


Saqué del horno las bolitas y las polvoreé con la azúcar de repostería.  Ya las galletas estaban listas y era cuestión de que terminaran de enfriar.  Decidí tomar un descanso antes de emprender la próxima tarea: el majarete.  Este es un postre muy tradicional y descubrí que ya poca gente lo hace.  A mí me encanta y me recuerda mucho a mi Madrinita, que lo hacía exquisito, con leche del coco rallado.  Yo no llego a tanto, así que uso leche de coco de lata. Después de todo la receta de Giovanna Huyke - que es la que uso, alterándola para disminuir la cantidad de azúcar - no dice que tenga que ser la leche del coco rallado.


Terminé los tres postres, los cuales repartiré entre vecinos y amistades y me regocijé en la sensación que me produjo esta tarea de amor que me asigno todos los años.  Hoy, como otras veces, me sentí conectada a toda la línea materna, que la componían extraordinarias cocineras: Mami, Titi Leo, Madrinita, pero más allá, me sentí conectada a toda la tradición culinaria de mi país a través de un simple, pero exquisito majarete.  Me sentí conectada a toda la rica tradición culinaria norteamericana que muchas veces se desdeña pensando que todo es hamburguesas y steaks. Muchos  ignoran que las mujeres desarrollaron toda una cocina tradicional usando los productos de temporada, como nueces, manzanas, calabaza y otros.  Todo esto me vino por la vía insospechada de mi amiga Elena.

Me sentí conectada a la tradición culinaria italiana, a través de esas galletas que hemos visto muchas veces, sin saber el misterio que encierran y hasta  me conecté con el gozo griego que hace exclamar un Opa! tras un trago de Ouzo.  Hoy en mi cocina hubo magia, como la dulce magia que deseo para todos y todas en esta Navidad.

24 de diciembre de 2019



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