LO QUE VEMOS Y LO QUE NO
Yo tiendo
a ser una persona positiva, fiel creyente de que el bien supera al mal y que
hay más de una forma de mirar una misma realidad. Los últimos días así me lo demuestran. Con todo mi positivismo y mi proceder
ecuánime, debo admitir que el terremoto del 7 de enero, justo al comienzo de
este año, jamaqueó mucho más que las paredes de mi apartamento –jamaqueó mi
espíritu, mi paz, mi sentido de seguridad. El temblor del día anterior me asustó,
pero el del día 7 me tomó por sorpresa porque estaba profundamente dormida y el
terremoto me despertó. Me levanté totalmente desorientada, a oscuras y
temblando al cuadrado –por el terremoto y porque mi cuerpo temblaba por derecho
propio. El número de réplicas, que varían en frecuencia e intensidad añade a mi
nerviosismo.
La
cantidad de información que se recibe es al mismo tiempo ilustradora y fuente
de angustia. Con el tiempo, he tenido
que activar los filtros que mi mente analítica afortunadamente posee. Hay información útil para lograr entender lo
que está pasando a nivel geológico y psicológico, pero también hay información
distorsionada en el mejor de los casos y totalmente falso en el peor, que añade
a la ansiedad. Nuestra mente procesa todo esto dependiendo de nuestras
creencias más arraigadas. Hay quien ve
el mundo como algo amenazante, peligroso; hay quien lo ve como algo en
constante evolución; hay quien lo ve como algo armonioso. Además, hay quien ve a los seres humanos como
gente malvada, prestos a aprovecharse de tod@s y hay quien los ve como seres
nobles. Yo pienso que hay un poco de
todo. La maldad, la bondad, el
oportunismo coexisten en todos nosotros – es cuestión de proporción. Y claro, todo lo relacionado al terremoto ha
sacado lo mejor y lo peor en nosotr@s.
Afortunadamente, lo mejor ha triunfado.
La
evidencia de que la bondad se impuso la vimos este fin de semana, con cientos
de personas dando la mano a los residentes del sur. Sí; están los aprovechados, que buscan
cualquier ocasión para ventajería política o incluso para beneficio personal,
pero son los menos. En medio de todo
esto, batallamos con las reacciones que nos provocan los ruidos y los temblores
frecuentes. Yo confieso que me tengo que
repetir que es normal y que no puedo anticiparlo todo. Lo cierto es que por años, a pesar de las
advertencias de los geomorfólogos, hemos
vivido de espaldas a la realidad de que un terremoto nos podía sorprender en
cualquier momento. Y el lobo llegó por
el sur.
Mientras yo escribo en la nueva tranquilidad de mi
apartamento –sí porque esta tranquilidad es relativa- hay miles de personas
durmiendo fuera de sus casas, por temor a un colapso, o porque sencillamente no
tienen casa. No pueden echar mano de lo
que les pertenecía y en esencia, sólo se tienen a sí mism@s. No puedo ni
imaginar cómo se siente eso. La casa,
por más modesta que sea es el lugar donde nos sentimos protegid@s. Esta nueva realidad es enfrentarse a que a
fin de cuentas, lo más valioso es la vida propia y la de quienes amamos.
Y como
ocurre cuando se nos muere alguien querido y sentimos que todo se paraliza, la
realidad es que la vida sigue. Quedarnos
arrinconados e inmóviles no es una verdadera opción de vida para aquéll@s que
nos quedamos. Nuestra conciencia de lo
que es seguro ha cambiado y seguirá cambiando. Aparte de observar lo que
leemos, lo que escuchamos y lo que vemos, hace falta mirar a nuestro interior,
para entender de dónde provienen nuestras reacciones y modificar aquellas
creencias que no nos sirven y por el contrario nos hacen daño. ¿De qué me sirve pensar que un terremoto
mayor puede ocurrir, si no hay nada que yo pueda hacer para protegerme? Peor aún, ¿qué sentido tiene enviar fotos de
alegados desastres que generarán más ansiedad, o aludir a los riesgos que hay y
que de todos modos no podemos evadir?
Lo que
decimos proviene de cómo vemos la realidad.
Por eso coloqué una foto de un collar que compré en un viaje a Canadá. Hasta hace unos días, yo veía una media luna y
una estrella. Fui al cine y la joven que
me atendió en el quiosco del popcorn se
quedó mirando el collar y me dijo que le encantaba –que ella veía como una ola,
de esas sobre las que cabalgan los surfers. Es verdad; al llegar a casa me detuve a
mirar el collar y en efecto, puede ser una ola y también la luna. Y claro, ahora mucha gente podrá ver una ola
no de las que apasionan a los surfers,
sino un tsunami. Yo escojo ver la luna o la ola de los surfers. ¿Cuál escoges tú?
14 de
enero de 2020
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