PARTE DE UN TODO
Creo que
por el hecho de ser hija única me siento muy cómoda andando sola. Cuando otras personas necesitan andar siempre
acompañadas, salvo excepciones, yo no siento esa necesidad. Escribir mis ensayos es un ejercicio en
soledad, aunque luego los comparto con otros. Como dice un dicho popular, yo misma me canto y me lloro. En estos días he cantado poco y llorado
mucho.
Los
horrores que destapó el nefasto chat del aún gobernador y sus más íntimos
colaboradores hicieron reabrir la herida que tenía desde María. Mi herida era pequeña a nivel individual,
pero enorme a nivel colectivo. Sola en
mi apartamento lloraba al escuchar los relatos de mis compatriotas que la radio
o el periódico revelaban –los pedidos de hijos o hermanos para localizar
parientes; los horrores de gente que estuvo a punto de morir ahogada; los
encuentros de padres e hijos tras semanas sin poder comunicarse. Con el tiempo, la vida retomó su ritmo y pese
a que sé que aún hay muchos que no han podido rehacer sus vidas, un número
sustancial de puertorriqueños se ha levantado con tesón.
Y
entonces sale a relucir este odioso chat, tras los arrestos de la secretaria de
Educación por contrato y la directora de la Administración de Servicios de
Salud, hecho que de por sí es indignante.
Mientras muchos aún luchan por salir a flote, estas funcionarias
buscaban beneficiar a unos pocos. El
chat destapó la raíz de este proceder: un profundo desprecio por el
pueblo. Y lloré de rabia, mientras
entonaba una frase de la canción Días y flores, de Silvio Rodríguez: “la
rabia coño paciencia, paciencia; la rabia es….mi vocación”.
La rabia
se le instaló al pueblo entero y estalló en protestas masivas. Una de ellas, la del lunes 22 de julio,
resultó ser la mayor registrada en nuestra historia. Y yo estuve allí.
Me uní a un grupo de amigas, una de las cuales conozco hace años. Thalía es uno de los seres más solidarios y desprendidos que he conocido en mi vida. Nos recibió en su casa, para de allí partir. Al regreso, enchumbás hasta más no poder, nos ofreció toallas para secarnos y cubrirnos, mientras poníamos la ropa en la secadora. Hasta Carla, una de sus gatos, se mostró compasiva cuando me vio sin camisa y mojada y procedió a pasarme su áspera lengua por el hombro, como queriendo decir: “déjame secarte un poquito”.
Me uní a un grupo de amigas, una de las cuales conozco hace años. Thalía es uno de los seres más solidarios y desprendidos que he conocido en mi vida. Nos recibió en su casa, para de allí partir. Al regreso, enchumbás hasta más no poder, nos ofreció toallas para secarnos y cubrirnos, mientras poníamos la ropa en la secadora. Hasta Carla, una de sus gatos, se mostró compasiva cuando me vio sin camisa y mojada y procedió a pasarme su áspera lengua por el hombro, como queriendo decir: “déjame secarte un poquito”.
No
contenta con el servicio de lavandería, Thalía nos ofreció quesitos, jamoncito
(ella es vegetariana, así que esto vale doble) y vino. Yo pude regresar con ropa seca a casa, aunque
los zapatos tardaron día y medio en secarse.
Lo que hizo Thalía nace de lo que verdaderamente somos: gente
generosa. Fueron muchos los residentes
del Viejo San Juan que pese a la angustia del ruido cada noche, los gases
lacrimógenos y el graffitti en las
paredes, ofrendaban agua para calmar la sed o aliviar el ardor en los
ojos. Muchos manifestaron que pese a los
inconvenientes, pensaban que era un sacrificio necesario, para combatir un mal
mayor. Y es cierto, las paredes se
pintan, pero la corrupción y el desprecio no se pueden borrar.
La noche
del día 24 resultó una angustiosa. El
aún gobernador prolongó la agonía de un pueblo que esperaba con ansias un
desenlace favorable. Era como estar con
un paciente en sala de intensivo, esperando la muerte liberadora. Yo ansiaba ese momento y hasta había comprado
una botella de champán unos días antes, para celebrar el momento. Yo, que suelo irme a dormir a las 9 ó 10 de
la noche, esperé hasta eso de las 11:40 para escuchar las ansiadas
palabras. Cuando ocurrió, no sentí la
alegría que pensaba sentir.
Yo no sé
si es la conciencia de que esto es sólo el comienzo, o el saber que estoy
viviendo un momento histórico, pero más que alegría, siento una profunda
emoción. Este pueblo, al que muchos han
llamado ñangota’o, dócil, aguantón,
sometido o bocabajo y ha sido objeto de burlas por otras naciones, finalmente
se sacudió y tiró la raya –hasta aquí. Te metiste con mi casa, con mis
familiares, con mi salud económica, física y emocional y sobre todo, con mis
muertos. Como una mujer maltratada que
al fin saca fuerzas, este pueblo dijo no más.
En estas
dos semanas se juntaron todos los grupos sociales y generacionales y se alzaron
en una voz. Seguiremos teniendo
diferencias, pero nos hemos unido en un propósito común: denunciar y sacar del
poder a quienes la fallan de manera descarada a un pueblo que estaba en el piso
tras María. Hemos sacado fuerzas de
donde no recordábamos que las teníamos para decir basta ya. Esta patria chiquita le dio lecciones al
mundo entero.
Tras la
salida prometida, el Viejo San Juan, escenario de la lucha por desterrar al
villano fue duramente golpeada, pese a que grupos ciudadanos se lanzaron cada
mañana a ayudar en las labores de limpieza, pero su economía se ha visto
afectada, ya que muchos negocios no podían operar, aparte de los cruceros que
no pudieron atracar en su puerto. Al
llamado para que acudiéramos a hacer compras y disfrutar de sus restaurantes,
acudí hoy, solita, para poder disfrutar de la ciudad que siento como una parte
de mí, aunque nunca he vivido en esas casas que muy bien Don Ricardo Alegría
logró fueran preservadas. No obstante,
son muchas las veces que he recorrido sus adoquinadas calles y contemplado el
mar, sentido la brisa y disfrutado de sus delicias culinarias.
Decidí comenzar
mi recorrido por el Paseo La Princesa, donde suelen apostarse artesanos. En efecto, allí vi un artesano que trabaja en
metal repujado sobre madera y me detuve a hablar con él, pues lo había visto en
un programa sobre nuestra cultura. Luego
hablé con una artesana que trabaja vidrio sobre madera –me vi tentada a comprar
una pieza, pero luego pensé en que ya me queda poco espacio. Seguí caminando hasta llegar a la carpa de un
artesano que realiza trabajos en madera sobre la que escribe y coloca piezas de
vidrio. No me pude resistir a una de
ellas –ya veré dónde la coloco.
Continué
mi ruta hacia la puerta de San Juan y me admiré del mar en pura calma –ese mar
sobre el que unas embarcaciones escenificaron una protesta marítima, porque la
inventiva del puertorriqueño se lució como nunca en estos días.
Subí hacia la estatua de la Rogativa, pera
ver la entrada a la Fortaleza. Todo en
calma y pocos policías. En la subida, un
tronco pintado con nuestra bandera en jirones, como le quedó la vida a muchos
de nuestros hermanos, mientras el aún gobernador y su grupo más cercano gozaban
de privilegios y se burlaban del pueblo.
Tomé la foto que he tomado en varias ocasiones –una perspectiva de la
Puerta de San Juan y la Fortaleza, pero esta vez se sentía distinta. Esta vez la estamos mirando con el
convencimiento de que quien la habite, deberá asegurarse de que cumple con la
voluntad del pueblo, porque ya no somos los mismos -ya no aceptamos ciegamente
las versiones oficiales.
Subí por
una pequeña y tranquila calle en dirección a la Calle del Cristo y antes de
llegar allí me asomé a observar la entrada principal de la Fortaleza, en la
calle que lleva su nombre. Sentí que su
actual morador no se ha dado cuenta aún
de lo que ha ocurrido. No quisiera estar en sus zapatos si alguna vez se da
cuenta. Debe ser horrible percatarse de
que alguna vez tuvo la oportunidad dorada de dirigir un país y lo echó todo por
la borda debido a actitudes inmaduras y terminó siendo rechazado por quienes
una vez consideró inferiores. Debe ser
horrible además, tener que huir del país y sentirse que su vergüenza pública lo
persigue, incluyendo la sombra de su padre.
Llegué hasta
la Capilla del Cristo, que estaba abierta y entré a hacer una pequeña oración,
que es algo que suelo hacer cuando estoy de viaje.
Hoy estaba de turista en mi propio país, viéndolo
con nuevos y admirados ojos. Di gracias
por este despertar, este nuevo país que ha nacido en dos semanas y me dirigí a
almorzar en un restaurante que me encanta – Verde Mesa. Su ambiente es como de un pequeño restaurant
francés y tiene un menú que representa una re - interpretación de lo conocido,
como por ejemplo el plato que ordené –serenata con bacalao. A la vista no se parece en nada y al
probarlo, se reconocen los sabores, pero con elementos distintos. Me parece una metáfora del país que recién
descubrimos – no se parece en su forma externa –dejó la docilidad atrás, pero
retiene su esencia noble. Somos
distintos y al mismo tiempo, seguimos siendo quienes somos.
Salí satisfecha
del restaurante y me dirigí a la librería Laberinto, donde compré dos
libros. Decidí emprender el camino de
vuelta con una contentura muy particular.
Estaba sola, pero al mismo tiempo conectada a este país que amo tanto y
sintiéndome aún mas orgullosa que nunca de ser PUERTORRIQUEÑA.
27 de
julio de 2019