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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

miércoles, 28 de diciembre de 2022

La magia de la Navidad Boricua

 






LA MAGIA DE LA NAVIDAD BORICUA

Nunca había pasado Navidad fuera de casa.  Este año recibí un mensaje de un amigo que vive en la Florida y lo sentí muy nostálgico, muy solo.  Nuestra amistad data de más de 20 años y nos hemos visitado en distintas ocasiones; el año pasado lo visité para Acción de Gracias.  Alrededor de esa fecha este año hablamos de que no hicimos planes y a los pocos días me envió una “oferta” de pasajes para pasar Navidad con él.  Me lo imaginé solito, sin familia cercana en una época tan significativa y me sobrepuse al pánico inicial de pasar Navidad en un país frío –sin lechón, sin pasteles, sin coquito, sin música Boricua y decidí que llevaría parte de la Navidad conmigo.  Me sobrepuse también a mi reticencia a volar por una línea aérea con una pésima reputación y comprobé que la supuesta ganga no era tan ganga, porque cobran extra por todo.

Le envié una lista a mi amigo para que comprara el pernil y los ingredientes que yo no pudiera llevar para preparar arroz con gandules, el majarete y el coquito.  Le pedí que consiguiera tamales guatemaltecos que sustituirían los pasteles, porque me resigné a una cena de Nochebuena sin pasteles.  Según se acercaba la fecha, contemplaba con horror que justo para la fecha de mi salida, se pronosticaban temperaturas mega frías, aun para la Florida.  Descarté llevar varios cambios de ropa, porque solo llevaría una maleta pequeña en cabina –que también me cobraron- porque la ropa abrigada ocupa más espacio.  Llevé un pilón para poder preparar el adobo del pernil y harina de arroz, porque no sabía si la conseguiría por allá.  También llevé café de Puerto Rico, para que mi amigo tuviera algo especial en las mañanas.

Uno o dos días antes del viaje pedí oración a Unity para que mi viaje tuviera los menos contratiempos posibles y ese día me preparé para el frío pelú que anticipaba, ataviada con un conjunto de corduroy que no usaba hace años, botas y bufanda.  Para mi sorpresa, el vuelo salió a tiempo y hasta llegó 20 minutos antes de lo esperado.  Mi amigo me fue a recoger y llegamos al apartamento ya listos para dormir porque eran casi las once de la noche – es decir, las 12 de la medianoche de acá.  Al otro día me levanté temprano, para hacer el café.  Miré por la ventana y divisé un paisaje gris, con unos pájaros blancos caminando al otro lado del canal que está detrás del apartamento.  Decidí buscar en Youtube un disco de Danny Rivera que siempre pongo para Navidad – Ofrenda- y puse la canción Ponle por nombre Jesús.  Se me formó un taco en la garganta y unas lagrimitas amenazaban con salir.



Me intrigaba cómo era posible que yo me sintiera tan nostálgica con sólo pasar unas horas fuera de mi islita y me preguntaba cómo se sentirían todos los puertorriqueños que pasan años fuera de casa, sintiendo en carne propia lo que dice ese poema hecho canción: Mamá Borinquen me llama; este país no es el mío; Borinquen es pura flama y aquí me muero de frío.  En ese instante, sentí dentro de mi toda esa angustia de los miles de puertorriqueños que viven lejos de su patria con tan sólo estar unas horas navideñas lejos de mi tierra adorada.  Me sacudí un poco la nostalgia y comencé a preparar el majarete, al son de las canciones de Danny.  Rebusqué en los gabinetes, pero como sospechaba, no había caldero, así que usé una olla de porcelana, rogando que no se pegara y se lo encomendé a Dios.  Quedó perfecto. 

En el proceso de rebuscar ollas, sartenes y otros implementos en una cocina ajena y para colmo, de un hombre que no cocina, me topé con unas cacerolas como las que tenía mi mamá y que yo heredé,  Al voltear una de ellas, en efecto, era marca Flint.  En ese momento sentí que me conectaba con una generación de mujeres – unas de Puerto Rico y otras de Guatemala, para quienes cocinar es una ofrenda de amor y me siento orgullosa de ser parte de esa herencia culinaria. 




Preparé el coquito y me sentía más calmada.  Mi amigo tenía que salir por varias horas a un compromiso de trabajo, así que pensé adobar el pernil, pero me faltaban los ajos, por lo que tuve que esperar a que él regresase, para comprar lo que faltaba.

Un amigo de él había quedado en tratar de conseguir los tamales pero no había señales ni de uno ni de lo otro, así que me estaba resignando a que no habría pasteles ni facsímil razonable. Salimos a comprar lo que faltaba, adobé el pernil y luego salimos a cenar sushi, porque mi amigo adora el sushi tanto como yo.  Tuvimos que esperar bastante, porque el restaurante estaba lleno, así que salimos al exterior por lo que experimentamos otra dosis del frío pelú.  La espera valió la pena.  Disfruté de variedades de sushi, de sashimi, de ostras – en fin, un banquete para alguien como yo, que adora todo lo que provenga del mar y los sabores orientales. Al otro día – Nochebuena- decidí llevarle majarete y un poco de coquito a la vecina, porque mi amigo me dijo que era puertorriqueña.  Yo no la conocía, pero esta tradición de compartir platos en Navidad está tatuada en mi alma.  Toqué a la puerta de la dulce señora, me identifiqué como la amiga Boricua de su vecino y le entregué una ración de majarete y un poco de coquito.  Me invitó a pasar, pero decliné y regresé pronto al apartamento porque estaba en pantalones cortos y el frío mordía.

Un rato después sentimos que alguien tocaba a la puerta y era la vecina, con una bolsa.  El interior contenía toda la magia de la Navidad Boricua y la magia de lo que es dar y recibir.  Allí adentro había dos yuntas de pasteles.  En ese momento, se me aguaron los ojos, la señora nos dijo que los había preparado ella misma y hasta me echó la bendición. Emocionada, le di un beso.  Lo que ella y yo habíamos hecho es precisamente la esencia del puertorriqueño: dar con alegría de lo que tenemos, sobre todo en una época como esta.  Lo hacía mi mamá, mis tías; lo hago yo y lo hacen tantas mujeres que en esta época confeccionan platos tradicionales, como muestra de afecto.  Un obsequio así vale más que cualquier objeto comprado en una tienda.

Más tarde disfrutamos de la cena Boricua en la Florida, con la temperatura afuera en los 44˚.  El pernil, que preparé en la bolsa que llevé desde Puerto Rico, quedó tierno y jugoso.  No había cuerito, pero ya era demasiado pedir.  El arroz con gandules quedó muy bueno, con sazón que llevé de Puerto Rico y pedazos de la carne del pernil.  Los pasteles,  el complemento perfecto.  El majarete de postre culminó la cena que representaba la esencia de una Navidad Boricua.  Al interior de ese apartamento en la Florida, con un frío ajeno a nuestras navidades, celebramos una Navidad que había brotado del corazón y se trasladó de nuestra islita a un estado que suele celebrar la Navidad de una forma muy distinta.

Para completar la magia, el día de Navidad recibí un regalo inesperado de mi amigo, que me sorprendió y sé que iba cargado de cariño sincero.  Más tarde, recibió un mensaje de su amigo anunciándole que había conseguido tamales, así que ese sería nuestro desayuno del día siguiente.  El círculo estaba completado.  Tuvimos pasteles y también tamales.  Cuando los fuimos a buscar, decidí llevarle algo de majarete al amigo que gestionó que tuviéramos los tamales, para continuar con la tradición.  Él nos dijo que su cuñado era puertorriqueño, por lo que se pondría muy contento.

Mi visita se aproximaba a su fin. Cenamos en un lugar tailandés y regresamos temprano, porque al otro día debía estar en el aeropuerto a las 6 am, por lo que a las 5 am fuimos a desayunar a un diner tradicional americano, lo cual me hizo recordar una serie norteamericana de los años 80 que se desarrollaba en un diner. Llegué al aeropuerto a la hora requerida y nuevamente para mi sorpresa, el vuelo salió a tiempo.  Tenía que hacer una conexión y ese vuelo se retrasó dos horas.  Ya de vuelta en casa, veo las noticias de los vuelos cancelados, de las terribles nevadas y hasta muertes a causa del clima y me doy cuenta de cuán bendecida he sido durante este viaje.  Mi oración fue contestada.  Llevé conmigo la Navidad Boricua a la Florida y la tendré siempre en mi corazón, no importa dónde vaya.

Muchas felicidades a tod@s en esta época mágica.

28 de diciembre de 2022

viernes, 9 de diciembre de 2022

El sello

 



PÓNGALE EL SELLO

Una de las cosas que más me molestaba mientras estuve empleada, era el silencio que recibía a muchas de mis comunicaciones.  Llamadas que no me contestaban, memorandos que requerían algún tipo de acción, o conversaciones que quedaban inconclusas.  Me ocurría también a nivel personal, con varios casos del llamado ghosting tras una cita que parecía haber sido exitosa, pero que luego se convertía en un acto de desaparición que me dejaba perpleja.  En el caso de estas últimas, salvo un ego magullado, no había mayor trascendencia, ya que se trataba de una relación efímera en la que no había obligación alguna entre las partes.  En el ámbito laboral, sin embargo, un(a) servidor o servidora públic@ tiene un deber de desempeñarse de forma respetuosa y atender con diligencia los asuntos ante su consideración.  No estoy familiarizada con el mundo de los negocios, pero presumo que existen unos códigos – escritos o no- de cómo conducirse.

Hace unos años me encontré con un amigo de mi papá y hablamos de un amigo mutuo que estaba muy enfermo. Le comenté que yo había ido a verlo al hospital y él me dijo que no podía verlo, porque no soportaba verle en tan mal estado.  Me fui triste, pensando en cómo se sentiría el enfermo a quien su amigo no fue a visitar.  Evidentemente, mi interlocutor no sabía cómo manejar sus emociones y por ello, decidió no visitar a aquél que quizás tenía una gran necesidad de recibir la visita de un amigo en lo que tal vez, como en efecto lo fue, serían sus últimos días.  El incidente me hizo reflexionar sobre las razones que tenemos los seres humanos para evadir situaciones incómodas.

En el ámbito laboral me di cuenta que en la mayoría de los casos, mis memorandos o llamadas permanecían sin contestar porque quien debía responderme había fallado y en lugar de actuar para corregir la situación, optaba por callar y hacer como si nada estuviera pasando, lo cual, obviamente, complicaba más el asunto.  Cuando el asunto afectaba mi oficina, seguía escribiendo aunque el silencio imperara no ya para obtener respuesta, sino para el récord.  El nivel de frustración que experimenté contribuyó grandemente a mi decisión de retirarme, pese a que todavía pude haber aportado varios años más.  En otras ocasiones, el silencio obedecía a que la persona que recibía el memorando no sabía qué rayos hacer, por lo que no hacía nada, así que el resultado era el mismo -el asunto permanecía sin resolverse.

Para aquéll@s que piensan que la empresa privada funciona mejor que el gobierno, una experiencia reciente demuestra que este mal que afecta la comunicación habita en todos lados.  Hace tres semanas le escribí a la sección de mensajes de la página de Facebook del arroz Sello Rojo, porque tras tres intentos de preparar el arroz me di por vencida, ya que siempre quedaba duro.  Hacía años que no lo compraba, pero recuerdo aquéllos anuncios de las aventuras del Granito Sello Rojo y la Habichuelita Colorá. Tenían un jingle pegajoso que terminaba con la frase fijése bien que sea Sello Rojo. Guiada un poco por la nostalgia y otro poco por la posibilidad de que algunos paquetes de arroz se escaparon del proceso de control de calidad, les escribí para alertarles de la situación.  Es de notar que el empaque dice claramente “Hecho en Puerto Rico”, cosa que es parcialmente cierta, ya que el arroz no se cultiva aquí, sino que llega no sé en qué forma y sufre no sé qué procesos aquí, que lo cualifican para que pueda exhibir ese sello.  De hecho, el empaque dice claramente: Origen:India.  No tengo ningún problema de que el producto venga de la India y que aquí se le hagan modificaciones.

Me enviaron un mensaje de esos automáticos, indicando que se comunicarían conmigo.  Al otro día, me enviaron un mensaje en el que me pedían mi teléfono, foto del empaque y lugar de residencia, lo cual envié.  A los tres días me indicaron que habían referido la información a Servicio al cliente y que pronto se comunicarían conmigo. De eso han pasado más de dos semanas.  Parece que la definición de “pronto” de ellos es distinta a la mía.  No espero que me respondan de inmediato, pero dos semanas es algo excesivo para un asunto sencillo: un arroz que no se cocina bien.  ¿Es un cargamento que se dañó? ¿Es que tienen un suplidor nuevo?  Y si toma tiempo investigar ¿no pueden decir que están investigando y que me dejarán saber?

Ahí no queda todo.  Al ver que no me contestaban, escribí a Hecho en Puerto Rico, que según la página web es una asociación cuya misión es proteger y promover la manufactura y los servicios hechos y ofrecidos por empresas cuya base de operación es en Puerto Rico. Les escribí  el 1ro de diciembre a través de mensaje e indiqué que me preocupaba que una marca de arroz que exhibe el sello de Hecho en Puerto Rico  tuviese un producto de calidad inferior, lo cual afecta la imagen de nuestros productos, solicitando se investigara. Me contestaron que enviara un correo electrónico, o llamara a un número, lo cual me parecía sin sentido, ya que les incluí toda la información, pero envié el correo electrónico hace tres días.  No llamé porque no quiero que me pasen de teléfono en teléfono a ver quién me atiende.

Me doy por vencida.  He tratado de darle oportunidad a la empresa de que expliquen por qué el arroz no se ablanda.  Puede ser un cargamento que salió dañado o que se trata de un nuevo suplidor.  Yo qué sé.  Lo que sé es que parece no importarle que el nombre de su producto quede en entredicho.  Si alguien no responde a sus cuestionamientos póngale el sello que no sabe cómo abordar el asunto o sabe que no actuó como se supone y prefiere darle largas al asunto.  Y aquí no se trata solo del arroz.  Se trata de todo un sistema que no sabe cómo afrontar las crisis que se pretenden ignorar.  Ahí están los alcaldes de Ponce y Cayey, protagonistas del último episodio de reputaciones manchadas.

Mi mayor activo es mi nombre.  Tuve un extraordinario ser humano como padre y cuido mucho que no se asocie con algo incorrecto y si cometo errores, busco la manera de enmendarlos.  Lamentablemente, en los últimos tiempos hay una tendencia a  tratar de barrer los problemas debajo de la alfombra y se olvida que tarde o temprano toda acción tiene consecuencias.  Con respecto al arroz, me aseguraré de no comprar Sello Rojo.  En cuanto a los alcaldes, vivo en San Juan, así que tengo otros issues con qué bregar, pero en términos políticos, hace tiempo que el pueblo perdió la confianza en la clase política en general y peor aún, como yo con el arroz, se dio por vencido.

9 de diciembre de 2022

 

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

Nevera o computadora

 



¿NEVERA O COMPUTADORA?

Tal vez hayan leído sobre mis aventuras neveriles, motivadas por la explosión que gracias a LUMA sufrió mi nevera, una veterana de 30 años.  Quería una nevera que se asemejara lo más posible a la anterior: que fuera blanca, con el congelador abajo -de puerta, no gaveta- y que no fuera controlada por computadora.  De todos los requisitos, lo único que logré fue que tuviera el congelador abajo.  En cuanto a la marca, la asocio más con tabletas, televisores o teléfonos celulares que con neveras: Samsung.  Mientras iba resignándome a no poder tener lo que quería, iba reajustándome, como un sistema de GPS que re calcula  la nueva ruta cuando me pierdo –que es a menudo.  Hice la compra a principios de octubre y todavía me estoy acostumbrando a la nevera nueva, tratando infructuosamente de no echar de menos la otra.

Luego del almuerzo de Acción de Gracias, hubo, por supuesto –sobras.  Lascas de pechuga de pavo, flancocho, relleno, arroz, gelatina de arándanos y mitad de una lata de calabaza majada que coloqué en una bolsita plástica algo tri-li-lí. Error. En un momento que abro la nevera contemplé con disgusto que parte del líquido se había deslizado fuera de la bolsa y se fue colando entre el cristal y el marco de la tablilla de la nevera que sostiene a su vez las gavetas de vegetales. Sabía que  tendría que dedicar parte de mi relajada mañana dominical a limpiar esa tablilla, porque de lo contrario se convertiría en un pegoste imposible de remover, que desluciría la flamante nevera nueva.  Decidí intentar terminar de leer el periódico antes de enfrentarme a la tarea que todavía no sabía cuán complicada sería, pero algo me decía que no la pospusiera.  Ya lo decía mi mamá: “camino malo se anda ligero”.

Lo primero era sacar las dos gavetas que se sostenían de la pegosteada, o como diríamos emplegostá  tablilla, para lo que se requería también sacar dos tablillas de los laterales que en efecto son las dos puertas.  Ya ahí me lamenté de no tener mi treintañera, que sólo tenía una puerta.  Resignada, comencé a colocar las gavetas y el contenido de la tablilla encima del mostrador, que quedó cubierto por una variedad de productos.  Tremendo revolú y todavía faltaba remover la tablilla, para lo que necesitaría colocarla encima de la mesa del comedor, pues no tenía más espacio en la cocina.





Comencé a intentar sacar la tablilla de cristal, sin sacarla del marco. Nótese que dije intentar.  Aquélla cosa no se movía.  Deduje que iba a tener que sacar todo –marco y tablilla.  Busqué el libro de la nevera y lo único que decía era que se removieran las gavetas y se limpiaran las tablillas con agua tibia y jabón.  Advertía –eso sí- que no usara agua caliente en cristal frío –dah.  De cómo remover el cristal del marco nacarile.  Me empezaba a molestar, por no decir encoj… y tenía que tener cuidado para no romper la tablilla, el marco o todas las anteriores en mi esfuerzo por sacarlos de su gélida prisión.

Como no desconecté la nevera, al tener las puertas abiertas  automáticamente emitía un simpático plin-plin de lo más mono, que después de cierto tiempo no me parecía tan mono ni tan simpático. Decidí acudir al Tío Google, que me llevó a una página de Youtube.  Todo eso para sacar una &!@#% tablilla.  He llegado a la conclusión que los libros que acompañan los equipos -sean televisores, teléfonos celulares o neveras son redactados por la misma persona, que presume que una sabe lo que en verdad no sabe.  Los de IKEA son clase aparte.  Habrá que ser sueco o extraterrestre para entenderlos.  ¡Y tienen el descaro de poner un muñequito sonriente en las ilustraciones!


Pues encontré un vídeo, lo vi  y había que ver las maniobras que tuve que hacer para sacar la &!@#% tablilla y su marco.  Que si moverla hacia al frente –que no fue fácil, luego levantarla de atrás y contorsionarme con la mitad del cuerpo dentro de la nevera para poner la tablilla un poco de lado y así sacarla.  Finalmente lo pude hacer y la coloqué con sumo cuidado encima de la mesa del comedor.  Allí me percaté que a los lados se habían quedado unos pedazos de espuma de hule –o sea foam- que me imagino se usan para proteger la tablilla en el trayecto de la nevera a su destino final.  Eso, entre otras cosas, debe haber contribuido a las dificultades que tuve. Luego de todo ese esfuerzo, tuve que volver al vídeo que había dejado en pausa, para saber cómo sacar la tablilla de cristal del marco.

Pues resulta que la tablilla está agarrada en la parte de atrás por unos cositos- vamos, que no sé cómo llamarle a esos pedazos de plástico que parecen piezas de Lego y recurro al lenguaje que todo puertorriqueño que se respete reconoce.  El vídeo entonces me instruye a usar un destornillador finito e introducirlo -con-mucho- cuidado entre el cosito y el cristal.  ¿Es en serio? ¿Necesito un destornillador para levantar esos dos miserables cositos? Al tipo del vídeo no se le hizo tan fácil y en un momento un cosito brincó y el otro también.  Fui al clóset a buscar el destornillador más finito que tengo y temerosa me enfrenté a la &!@#% tablilla y su marco.  Traté de introducir el destornillador por debajo del cosito, pero no se movía.  Yo tenía miedo de partir el cosito, romper el cristal o que el cosito saliera volando y no lo pudiera encontrar.  Afortunadamente, tras varios intentos, dio un pequeño salto como de coquí y lo atrapé.  Luego removí el otro, pude liberar el cristal y lo coloque con mucho cuidado al lado del marco, para limpiar ambos.



Luego de la limpieza, tenía que volver a colocar todo en su lugar, lo cual no fue tan sencillo.  Hubo otras contorsiones, otros falsos intentos, hasta que finalmente logré instalar la tablilla y volver todas las cosas a su lugar.  Sobre todo, me ocupé de que no hubiese nada que chorreara, porque esta no es una tarea que quiera repetir.  Terminé extenuada y con casi el tiempo justo para salir a disfrutar un almuerzo con una amiga.  Creo que todo ese esfuerzo hizo que el trago a base de lavanda –muy mono, por cierto- que decidí beber en lugar de vino me comenzara a hacer efecto de inmediato, porque hacía tiempo que no me sentía ajumá luego de tres o cuatro sorbos.  Pensándolo bien, tal vez debí dejar toda la maniobra para después que me bebiera dos vinitos, para así enfrentar el trago amargo de lidiar con la limpieza de la &!@#% tablilla de una nevera con tecnología de computadora que me requirió el uso de un destornillador y recurrir a un vídeo. ¡Ay, cómo echo de menos la treintañera!

28 de noviembre de 2022

jueves, 24 de noviembre de 2022

GRACIAS - ¿POR QUÉ?

 


GRACIAS - ¿POR QUÉ?

Hoy se ha designado como el día para dar gracias.  Son muchos los que se resisten a que haya que tener un día para dar gracias, cuando es algo -como el amor- que debe expresarse todos los días. Sin lugar a dudas, no debe ser una expresión reservada para un día,  Lo cierto es que para much@s, dar gracias no viene fácil.  En Ucrania, por ejemplo, la gente vive aterrada por los bombardeos; much@s han perdido sus casas y quienes aún la tienen se enfrentan a un crudo invierno complicado por los apagones mandatorios para economizar combustible, que les deja por horas y tal vez días sin calefacción.  En Haití, la miseria que parece haberse instalado permanentemente ahora se complica por un estado que se ha tornado ingobernable y en cuyas calles regentean pandillas que aterrorizan a la población, que se ve obligada a montarse en frágiles embarcaciones que apenas pueden flotar.  Así han muerto much@s.

A través del mundo much@s se enfrentan a inundaciones, terremotos, conflictos bélicos.  A nivel individual, otr@s se enfrentan a crímenes de odio, discrimen, violencia familiar, pobreza extrema o enfermedades terminales. La lista de desgracias parece no tener fin.  Acá, más cerquita, lidiamos con la monumental ineficiencia gubernamental, el despilfarro de fondos, el descaro de LUMA, las secuelas de María, Fiona, los terremotos, la pandemia, el avance de los puntos de droga, la violencia en general y hacia la mujer en particular, la pobreza en muchas comunidades, la desesperanza, la falta de fe en las instituciones, la corrupción que cada día nos sorprende, pero no, no nos sorprende y eso es lo más triste. Y surge la pregunta: ¿gracias por qué?

En medio de todo esto, está un día como hoy.  En Puerto Rico, por la relación colonial con los Estados Unidos en muchos hogares se celebra esta tradición que no es nuestra, pero que  much@s la hemos adoptado.  Hay quienes celebran con jamón, con pernil, con una transformación del pavo en lo que hemos denominado pavochón –es decir, pavo con sabor a lechón.  Much@s se preguntan por qué celebrar algo que no es parte de nuestra tradición.  Pues por lo mismo que celebramos el día de las madres, de los padres y tantos otros –porque escogimos adoptar la celebración, transformarla y hacerla nuestra.  Al fin y al cabo, hemos adoptado otros ritmos musicales –de Cuba, de la República Dominicana, de América Latina, de Estados Unidos y los hemos hecho nuestros, añadiendo nuestro sazón.  Basta revisar el repertorio de Chucho Avellanet, Olga Tañon, Gilberto Santa Rosa, Haciendo Punto en Otro Son y aunque no me guste –Bad Bunny- para constatar esta realidad.

Yo voy a celebrar el día con una pechuga de pavo que sólo comeré yo, porque el otro comensal detesta el pavo y además siente el deber de rebelarse ante lo que considera una traición a nuestra identidad.  Lo que sobre lo usaré luego para hacer unas empanadillas que me quedan exquisitas. Acompañaré la pechuga con arroz con vegetales y un relleno a base de pan de maíz, salchicha italiana, vegetales y sazones variados, que es una receta nueva de Chef Grego, un chef puertorriqueño que vive en la Florida con su esposa e hijas y tiene una página en Facebook llamada Sabor with Love.  Este hombre ejemplifica lo que es nuestra esencia –utiliza sus conocimientos y técnicas culinarias, añadiendo el toque Boricua.  De postre, flancocho de calabaza –receta de Chef Grego también- que espero me haya quedado bien luego del revolú que quedó en mi cocina ayer después que lo preparé.

Celebro con pavo, acompañado de relleno transformado, porque –en primer lugar- yo celebro como me dé la gana.  En segundo lugar, porque después de todo, he integrado en mis platos influencias de muchas culturas – americana, china, española, italiana, filipina, francesa, mexicana y eso no me hace menos puertorriqueña. Y por si acaso, soy fanática de la yuca, el panapén, el arroz con gandules, las morcillas, lechón –cuerito incluido y tantas otras exquisiteces de nuestra cocina puertorriqueña, que dicho sea de paso, tiene gran influencia del colonizador anterior –España.

Y a la pregunta de por qué darían gracias en los países en guerra o en extrema pobreza, diría que en algún momento darán gracias porque llevan varios días sin bombardeos, o porque los vecinos los socorrieron, o porque tuvieron una comida caliente, o porque vieron un amanecer espectacular, o porque se mantienen unidos como familia.  Nunca olvido la alegría simple de familias pobres en Haití, vistiendo sus mejores galas camino a misa para presentar como ofrenda racimos de guineos ante el altar y la ternura de un padre haciéndole sus moñitos atados con cintas blancas a su pequeña hija.  Otr@s darán gracias en algún momento porque sus heridas están sanando, o  porque tienen un amigo o amiga a quien contarle sus penas.

En Puerto Rico, con todo lo que hemos sufrido en estos últimos años, damos gracias por un clima en general benévolo, por los atardeceres espectaculares del oeste, por la belleza de nuestras playas, por el talento de nuestros artistas, por la solidaridad de nuestra gente, por la creatividad que se manifiesta en tantos aspectos de nuestras vidas, por la música que nos acompaña, por la bendición de un plato de comida que se brinda con amor, acompañado de una rajita de aguacate, por la capacidad de sobreponernos a las desgracias y sacarle punta a las situaciones más adversas.

¿Y yo, por qué doy gracias?  Doy gracias todos los días y lo anoto en una libreta de agradecimientos que ayer mostraba el pensamiento que incluyo al final de este escrito. Algun@s conocid@s les apena que estoy “solita”, pero yo estoy acostumbrada a esa soledad, aunque no niego que me gustaría tener un compañero.  Como digo, yo misma me canto y me lloro.  Doy gracias porque me gozo en preparar alimentos, para mí solita o para compartir.  Doy gracias infinitas a Dios, como dice la canción, “por haber nacido en esta tierra tan hermosa, en esta tierra donde mis ojos vieron la luz por vez primera”.  Doy gracias por los padres que tuve, por la familia que aún tengo y la que físicamente perdí.  Doy gracias por l@s amig@s que son fuente de tantas alegrías y apoyo en las tristezas.  Doy gracias por los dones que Dios me ha dado para compartir mis ideas y mis platos. Doy gracias por mis cinco sentidos.  Doy gracias por el privilegio de vivir en esta Patria que tanto me ha dado y por la capacidad de quererla en sus penas y en sus alegrías.

24 de noviembre de 2022



lunes, 31 de octubre de 2022

Guardar


GUARDAR

Contaba en mi escrito anterior sobre la muerte de mi nevera y un poco sobre las peripecias para adquirir una nueva.  De paso mencionaba la odisea de lidiar con la estufita de gas, el rescate del contenido que pude salvar de la nevera anterior y la magia de re-interpretar platos con los ingredientes que tuviese a la mano.  Los pensamientos en torno al próximo escrito estaban archivados y poco a poco añadía más elementos.  El encuentro con un simple cacharrito de goma inspiró el título de este escrito.  Lo trasladé de la difunta a la nueva y sofisticada nevera.  No sé si se habrá ofendido al recibir este objeto sin caché, pero cabe señalar que ese envase es aún más antiguo que la nevera anterior.

El cacharrito en cuestión era de mi mamá y lo usaba para lo mismo que yo – guardar los ajos.  Toparme con este objeto me hizo pensar en la costumbre que tenemos much@s de mi generación y de generaciones anteriores de tener montones de envases de plástico para guardar cosas.  Ejercicio ese que a veces se torna frustrante cuando un duende que habita en los gabinetes de cocina nos esconde las tapas. A veces son comprados específicamente para ese propósito y a veces son reciclajes de envases de mantequilla – bueno, margarina, o de comidas chinas que hemos comprado ya hechas.  Pienso que esto evolucionó de cuando lo que sobraba de la comida se guardaba en envases de cristal, en los tiempos en que uno regalaba algún plato preparado en casa para algún(a) vecin@ y sabíamos que lo iba a devolver.  O tal vez no sobraba mucho y no había nada que compartir…

Recuerdo cuando en mi casa Mami llegó a recibir vecinas para una demostración de Tupperware.  Dudo mucho que eso todavía se haga.  Todavía guardo una cucharita de plástico, con mango largo, reliquia de esos tiempos.  El asunto es que  much@s  guardamos objetos y se nos hace difícil desprendernos de ellos, porque nos traen recuerdos.  Algun@s –menos- guardamos comidas para recalentar o re-interpretar, práctica que me fue muy útil tras el paso de la tormenta/huracán Fiona.  Yo luché para rescatar parte del contenido de la nevera anterior, porque me resisto a botar comida.  Esto me sirvió para confeccionar varios alimentos en la estufita de gas a la que tuve que recurrir por la falta de energía que le debemos al binomio Fiona/LUMA.



Guardar los huevos del país que tanto protegí, así como las papas, la cebolla, el tomate, queso parmesano y harina de maíz me permitió, en primer lugar, preparar una tortilla española y en segundo lugar, una polenta con salsa de huevos, queso y salsa hecha en casa.  En el caso de este último plato me arrepentí por el tiempo que tardó la polenta en estar lista, lo cual me obligó a estar mucho tiempo de pie frente a la temida estufita, revolviendo la mezcla constantemente para que no se empelotara.  Pero valió la pena –quedó riquísima.



En cuanto a la estufita, el temor que me causa es en primer lugar, debido al fuego.  Una amiga me había regalado un encendedor que anunciaban antes como Magi-clic, pero no lo presionaba lo suficiente, así que deduje estaba defectuoso. Eso me hizo recurrir de nuevo a los fósforos, a los que le temo; por eso se me parten o se gastan antes de que logre encender -con manos temblorosas y muerta del miedo-  la estufita que es al mismo tiempo mi salvación y fuente de terror.  Cuando finalmente se enciende, lo hace de una manera súbita, con una llama alta que se anuncia con un pavoroso ¡fum! 


Lo único que me hace enfrentarme a esta fuente de terror es el anticipo a los alimentos que logre preparar, que sé serán más saludables apetitosos y económicos que los que pueda salir a comprar.  Si hoy, que es día de Halloween alguien me quisiera asustar, se podría disfrazar de estufita de gas o de dentista- a cual de los dos me cause más pavor.

Transcurridos unos días después de Fiona, anunciaron la venta de unas cajitas con productos de las cosechas que se lograron salvar tras el paso de la susodicha y por supuesto, acudí a comprar la mía, porque ayudar a nuestr@s agricultor@s es un deber.  Cuando compro una de esas cajitas me siento como una participante de Master Chef: recibo una caja con contenido sorpresa, que me obliga a usar la imaginación interpretando platos con lo que haya.  Esta tenía plátanos –verdes y maduros, berenjenas, ajicitos dulces, yuca –una de mis favoritas, pimientos -rojos y verdes y piña.  Esta última la regalé porque no soy fanática de esa fruta.  Con todo lo demás, hice platos que quedaron deliciosos.

La luz regresó y alquilé una nevera en lo que escogía una digna de sustituir a la campeona. Con los plátanos verdes de la cajita hice el primer paso de los tostones y los congelé.  El más grande estaba tan hermoso (la foto no le hace honor) que le di un beso, como testimonio de mi admiración.

Con ese hermoso plátano transformado en crujientes tostones preparé un plato que pudiera servir sobre ellos, usando un atún en conserva que me enviaron mis amigos del estado de Washington, preparados por Brandy y su mamá.  Este no es un atún cualquiera, así que lo guardé para servirlo sobre unos tostones hechos con un plátano especial, sobreviviente de Fiona.  Sofreí cebolla y ajo del que había guardado, lo mezclé con el atún, vino blanco, tomate y perejil del que había también guardado y lo coloqué sobre mis preciados tostones. Sublime.

Con las berenjenas, hice una re-interpretación de un plato siciliano: caponata, inspirada en nuestra berenjena con bacalao, que esta vez sustituí con atún y complementé con ajicitos y pimientos de la cajita.  Lo serví acompañado con la yuca que también provino de la cajita mágica.  Tengo que decir que son las mejores berenjenas y trozos de yuca que he probado en mi vida. Es como si todo el sabor de nuestra tierra se hubiera concentrado es esos dos productos. Me sobró un poco de la caponata y de la yuca, así que se me ocurrió preparar unos pequeños moldes consistentes en una cama de trozos de yuca cubiertos con la mezcla de las exquisitas berenjenas y lo serví como aperitivo para una cena italiana que prepararía para unos amigos.  Quedó de show.

Mi nevera nueva tiene en su interior parte de mi pasado – el cacharrito modesto que usaba mi mamá donde como ella, guardo los ajos y que sirve de introducción a este escrito.  Recibió el cajón que traía la otra nevera para guardar los huevos, porque debo decir que la veterana de 30 años tenía caché; no era cualquier nevera.



En el congelador recibe los remanentes de comidas que guardo para ocasiones futuras, como crema de leche dividida en porciones, pero más importante, los tostones y amarillos que provienen de los sobrevivientes de Fiona y que serán disfrutados con el honor que merecen.



Yo guardo como parte de una tradición de generaciones de mujeres que se enfrentaron a tiempos de escasez -mi mamá, mis tías y las que vinieron antes que ellas.  Al contemplar el cacharrito de goma viene a mi mente la promoción de un banco que ya no existe y en el que nunca deposité porque no tenía edad para abrir una cuenta. El estribillo decía: Hay que guardar, eso conviene; el que guarda en el Crédito siempre tiene. Tener el congelador abastecido me hace sentir como una ardillita que guarda para cuando no haya.  Vivo ahora inmersa en la cultura del descarte, donde se desecha sin contemplaciones lo que esté pasado de moda, deslucido o requiera una reparación menor.  Honro mi pasado con lo que conservo de él y preservo con gozo los alimentos que pueda transformar luego para agradar a mis seres queridos o a mí misma.  Hay que guardar, eso conviene…

31 de octubre de 2022

















 

jueves, 13 de octubre de 2022

LECCIONES

 





LECCIONES DE MI NEVERA

Escribo a tres semanas y media de Fiona, que nació tormenta y se convirtió en huracán mientras pasaba por Puerto Rico.  Antes que todo, quiero dejar establecido que soy consciente que la pérdida de mi nevera es insignificante comparada con las pérdidas que han sufrido miles de puertorriqueñ@s que residen en el suroeste, algunos de los cuales al día de hoy, no tienen servicio eléctrico.  Much@s perdieron no digo yo la nevera y su contenido, sino su casa, sus muebles, su ropa, sus recuerdos y peor que todo, el sentido de seguridad que da una casa. La respuesta del gobierno, particularmente el servicio de energía eléctrica a través de la nefasta LUMA, es evidencia de que quedaron muchas lecciones sin aprender tras el paso del huracán María.  Afortunadamente, este pueblo demuestra una vez más su lado solidario y hace, porque le nace del corazón, hacer lo que otr@s con la responsabilidad de responder a la desgracia no hacen.  Dicho esto, paso al relato de mi nevera.

La compra del refrigerador se dio hace 30 años, cuando me mudé al apartamento que significa mucho para mí –pero esa es otra historia. La compré con el congelador abajo, porque me parece mucho más eficiente –lo que usamos todos los días está en la parte del refrigerador, no del congelador.  Me fastidia eso de tenerme que ñangotar a buscar una cebolla, un pimiento o un tomate.  Aparte de eso, soy bajita y estar buscando cosas en la parte de atrás del congelador me resulta dificultoso. Ya había tenido excelente experiencia con un modelo similar, así que adquirí una equivalente.  Esa nevera resultó ser una campeona.  No recuerdo que se hubiera dañado.  Cuando el huracán María estuve un mes con once días sin luz.  Cuando regresó la luz, la conecté y estuvo como tres días que no enfriaba, sino que el contenido se sentía fresco, pero no frío.  Al tercer día, tomé un vaso de agua y estaba ¡frío! y el congelador funcionando normalmente. ¡Resucitó!



Ya para el tiempo de María la nevera se veía fea, con moho y las gomas de las puertas cuarteadas. Yo pensaba que ya no habría piezas y pospuse la alternativa de darle una pinturita o cubrirla con papel de contacto.  Sabía que muy probablemente le quedaba poca vida útil, pero me resistía a cambiarla.  Por más fea que estuviera, funcionaba perfectamente y además, ¿cómo iba a descartar a esta veterana de tantos años, que resistió valerosamente los huelemil apagones y sobrevivió a María?  Además, las neveras de hoy en día no duran lo que duraban las de antes.  De hecho, nada dura como antes –ni los teléfonos, ni los carros, ni las estufas, ni los equipos de sonido y vamos –ni los maridos.

El día de la tormenta que luego fue huracán estuve con servicio eléctrico hasta la una de la tarde, cosa que me sorprendió porque aquí se va la luz por vacilar y hubo gente sin servicio desde el día anterior. Luego supe que a esa hora se le fue la luz a prácticamente todo el mundo.  A los dos días, tuve que sacar las cosas de la nevera, salvar lo que pude en una neverita de foam –por fortuna conseguí hielo- y botar todo lo que quedó inservible.  Ahí descubrí cuántas cosas había acumulado porque no se dañaban, pero que en realidad no usaba –siropes, galletas desabridas, licores que no me gustaban.  Y en el congelador ni se diga: cortezas de pan para preparar un budín que nunca hice, pedazos de lechón y morcilla de la Navidad anterior.  Lamenté perder el pedazo de morcilla –todavía se veía bien; los pedazos de lechón no –esos se veían momificados.  Lamenté también perder unas tres alcapurrias que quedaban de un regalo que me hizo un amigo y un salmón ahumado que no me pude comer.



En la neverita de foam guardé queso y media docena de huevos del país, una cebolla, un tomate,  un vinito blanco, un queso parmesano, mantequilla sin sal, leche, agua fría y unos limones.  Con estos ingredientes y otros que resistían estar fuera de la nevera, me preparaba alimentos en la estufita de gas que será objeto de otro escrito.  Salvar los huevos del país era casi un deber -¿cómo iba a dejar perder algo que representa tanto sacrificio para ese sector de nuestra industria?  No fue fácil proteger esos huevos, que por cierto eran extra grandes.  Cada vez que iba a buscar algo en la neverita, tenía que apartar los huevos con cuidado, para que no se fueran a romper.

Tras remover todo el contenido de la nevera, le di una buena limpieza y de nuevo, me maravillaba contemplando lo práctica y cómoda que resultaba.  La luz regresó a los tres días – es decir, cinco días después de la tormenta/huracán.  Procedí a conectar la nevera y a prenderla.  Parpadeó, hizo un ruido como de motor tratando de encender, luego una pequeña explosión y humo gris que salía.  ¡Noooo! exclamé mientras me apresuré  a desconectarla.  Contemplé con tristeza la nevera que tan fielmente me sirvió por 30 años.  El momento que temía había llegado.  Me tocaba aceptar que había llegado a su fin.  Debido a que hoy en día casi ningún establecimiento se lleva lo que se va a descartar, tuve que coordinar con otra persona para que se llevara la difunta.  Ese día la contemplé con tristeza y coloqué en su interior una tarjeta que había tenido en el exterior, que se refiere al proceso de soltar.  Sí, es un objeto, pero esa nevera se había encargado de tener en su interior los alimentos y bebidas que disfruté en 30 años -sola, o en compañía de seres queridos.  Fueron muchas las veces que descubrí en su interior alimentos que re-interpreté en busca de otras formas de prepararlos.

Tras el deceso de la nevera tenía que iniciar la búsqueda de una nueva, tarea que no resultó sencilla. En primer lugar, yo quería una casi igual –con congelador de puerta –no de gaveta- abajo.  También tenía que caber en el espacio que ocupaba la difunta, porque estaba rodeada por un mueble.  Inicié la búsqueda al día siguiente del zopetazo.  El único modelo que cumplía con todos mis requisitos de tamaño, localización del congelador, que fuera de puerta y blanca, era uno deslucido, con interiores que se veían bien tri-li-lí y menos espaciosa que la difunta.  Fui a tres lugares más y ya me estaba convenciendo de que lo que yo quería no existía, así que tendría que ajustar mi pensamiento –algo así como el cambio de ruta que hace Google Maps cuando me paso de alguna entrada.  Casi podía sentir el sonidito en mi cabeza –bu-lu-lup. Ya eran como las 2:30 de la tarde y regresé a casa a comer, porque mi cerebro no funciona a capacidad cuando tengo hambre –es algo así como el anuncio de Snickers –no eres tú cuando tienes hambre.  Se me ocurrió que podía alquilar una nevera mientras conseguía la que quería, porque evidentemente la búsqueda se prolongaría.

Después de almorzar, fui al lugar que alquilan neveras y alquilé una –cualquiera- el asunto era resolver.  Era un sábado y estaban a punto de cerrar el establecimiento, así que la entrega quedó para el lunes o martes.  Ese fin de semana se fue la luz varias veces, pero ya no tenía nevera, así que no me tenía que preocupar mucho. Afortunadamente, entregaron la alquilada el lunes.  Procedí a meter las poquitas cosas que tenía y una vez más me reafirmé en que la nevera con congelador abajo tiene todo el sentido del mundo.  Proseguí la búsqueda esa semana y revisaba por internet los posibles modelos, con las evaluaciones de los compradores.  Tanta información me abrumaba. Una semana después fui con una amiga a tres sitios más.  Vi una que se aproximaba a lo que yo quería, aunque era de gaveta y en acero inoxidable.

La vendedora resultó muy amable y me buscó alternativas.  En el proceso, hasta bromeamos con algo que yo no escuché bien cuando pregunté para qué servía una gaveta finita en la parte de abajo del refrigerador.  Ella dijo algo como que era para los cold cuts, pero por alguna razón yo entendí algo que ni remotamente era lo que ella había dicho y comencé a reírme, por lo ridículo que resultaba.  Se lo dije a mi amiga y ella también se rió.  Cuando le pregunté a la vendedora, ella me dijo lo que había dicho y yo, muerta de la risa, le dije que yo había entendido que era para guardar ¡los testículos!  Nunca me había reído tanto frente a una nevera.  Me imagino que la gente alrededor se preguntaría qué podía haber de gracioso en un refrigerador.

Al día siguiente, miércoles, fui a otro lugar y ya ahí tomé la decisión de que compraría la nevera que tanto me había hecho reír, no por eso, sino porque ya había entendido que seguir buscando no tenía sentido.  Llamé a la vendedora y me identifiqué como Ana, la da la gavetita y ella me recordó de inmediato.  Fui a la tienda, le di una nueva mirada a la nevera y la compré.  Me indicaron que podría tardar unos días, pero finalmente me la entregaron el sábado pasado.  Una vez la colocaron en su lugar le entregué un protector de voltaje a uno de los chicos que la subió, porque me daba pánico conectarla.  Total, hay gente que se les ha fastidiado la nevera con todo y protector.  No vi el librito de instrucciones y el chico que la trajo buscó en varias gavetas.  Adivinen en cuál estaba.  Cada vez que abro esa gaveta me sonrío.



Después de colocar las cosas en el interior, puse algunos de los imanes con mensajitos por el lado, porque me parecía que ponerlos al frente deslucía el exterior estilizado del nuevo modelo. La foto del periódico de la niña de Haití, recordatorio de los muchos que mueren de hambre allí no cabía de lado.  Confieso que contemplé descartarla, pero no pude.  Esa foto en la nevera me recuerda que mientras yo como todos los días, hay much@s que no pueden.  Allí está la foto, para que no se me olvide y procure contribuir de algún modo para que otr@s puedan alimentarse.  Doy gracias por las lecciones recibidas de una nevera que duró 30 años.







Todo este proceso me ha brindado varias lecciones, de las que resalto:

*     Nada dura para siempre; disfrutemos mientras podemos

*     La desesperación no ayuda cuando tenemos que resolver un problema; el hambre tampoco

*     Nuestra situación no es la peor; siempre hay quienes sufren más

*     No hay que descartar objetos útiles de inmediato, tan sólo porque estén feos o pasados de moda

*     Siempre hay alternativas, aunque de momento no las veamos

*     Soltar es necesario, para hacer espacio para lo nuevo

*     Nunca debemos olvidar a los que sufren

*     Hay que hacer espacio para la risa, en medio de procesos desagradables

Ojalá siempre tengan comida en su mesa, para disfrutar en buena compañía

13 de octubre 2022