LECCIONES DE MI NEVERA
Escribo a
tres semanas y media de Fiona, que nació tormenta y se convirtió en huracán
mientras pasaba por Puerto Rico. Antes
que todo, quiero dejar establecido que soy consciente que la pérdida de mi
nevera es insignificante comparada con las pérdidas que han sufrido miles de
puertorriqueñ@s que residen en el suroeste, algunos de los cuales al día de
hoy, no tienen servicio eléctrico.
Much@s perdieron no digo yo la nevera y su contenido, sino su casa, sus
muebles, su ropa, sus recuerdos y peor que todo, el sentido de seguridad que da
una casa. La respuesta del gobierno, particularmente el servicio de energía
eléctrica a través de la nefasta LUMA, es evidencia de que quedaron muchas
lecciones sin aprender tras el paso del huracán María. Afortunadamente, este pueblo demuestra una
vez más su lado solidario y hace, porque le nace del corazón, hacer lo que
otr@s con la responsabilidad de responder a la desgracia no hacen. Dicho esto, paso al relato de mi nevera.
La compra
del refrigerador se dio hace 30 años, cuando me mudé al apartamento que
significa mucho para mí –pero esa es otra historia. La compré con el congelador
abajo, porque me parece mucho más eficiente –lo que usamos todos los días está
en la parte del refrigerador, no del congelador. Me fastidia eso de tenerme que ñangotar a
buscar una cebolla, un pimiento o un tomate.
Aparte de eso, soy bajita y estar buscando cosas en la parte de atrás
del congelador me resulta dificultoso. Ya había tenido excelente experiencia
con un modelo similar, así que adquirí una equivalente. Esa nevera resultó ser una campeona. No recuerdo que se hubiera dañado. Cuando el huracán María estuve un mes con
once días sin luz. Cuando regresó la
luz, la conecté y estuvo como tres días que no enfriaba, sino que el contenido
se sentía fresco, pero no frío. Al
tercer día, tomé un vaso de agua y estaba ¡frío! y el congelador funcionando
normalmente. ¡Resucitó!
Ya para
el tiempo de María la nevera se veía fea, con moho y las gomas de las puertas
cuarteadas. Yo pensaba que ya no habría piezas y pospuse la alternativa de
darle una pinturita o cubrirla con papel de contacto. Sabía que muy probablemente le quedaba poca
vida útil, pero me resistía a cambiarla.
Por más fea que estuviera, funcionaba perfectamente y además, ¿cómo iba
a descartar a esta veterana de tantos años, que resistió valerosamente los huelemil apagones y sobrevivió a
María? Además, las neveras de hoy en día
no duran lo que duraban las de antes. De
hecho, nada dura como antes –ni los teléfonos, ni los carros, ni las estufas, ni
los equipos de sonido y vamos –ni los maridos.
El día de
la tormenta que luego fue huracán estuve con servicio eléctrico hasta la una de
la tarde, cosa que me sorprendió porque aquí se va la luz por vacilar y hubo
gente sin servicio desde el día anterior. Luego supe que a esa hora se le fue
la luz a prácticamente todo el mundo. A
los dos días, tuve que sacar las cosas de la nevera, salvar lo que pude en una
neverita de foam –por fortuna conseguí
hielo- y botar todo lo que quedó inservible.
Ahí descubrí cuántas cosas había acumulado porque no se dañaban, pero
que en realidad no usaba –siropes, galletas desabridas, licores que no me
gustaban. Y en el congelador ni se diga:
cortezas de pan para preparar un budín que nunca hice, pedazos de lechón y
morcilla de la Navidad anterior. Lamenté
perder el pedazo de morcilla –todavía se veía bien; los pedazos de lechón no
–esos se veían momificados. Lamenté también
perder unas tres alcapurrias que quedaban de un regalo que me hizo un amigo y
un salmón ahumado que no me pude comer.
En la
neverita de foam guardé queso y media
docena de huevos del país, una cebolla, un tomate, un vinito blanco, un queso parmesano,
mantequilla sin sal, leche, agua fría y unos limones. Con estos ingredientes y otros que resistían
estar fuera de la nevera, me preparaba alimentos en la estufita de gas que será
objeto de otro escrito. Salvar los
huevos del país era casi un deber -¿cómo iba a dejar perder algo que representa
tanto sacrificio para ese sector de nuestra industria? No fue fácil proteger esos huevos, que por
cierto eran extra grandes. Cada vez que
iba a buscar algo en la neverita, tenía que apartar los huevos con cuidado,
para que no se fueran a romper.
Tras
remover todo el contenido de la nevera, le di una buena limpieza y de nuevo, me
maravillaba contemplando lo práctica y cómoda que resultaba. La luz regresó a los tres días – es decir,
cinco días después de la tormenta/huracán.
Procedí a conectar la nevera y a prenderla. Parpadeó, hizo un ruido como de motor
tratando de encender, luego una pequeña explosión y humo gris que salía. ¡Noooo! exclamé mientras me apresuré a desconectarla. Contemplé con tristeza la nevera que tan
fielmente me sirvió por 30 años. El
momento que temía había llegado. Me
tocaba aceptar que había llegado a su fin.
Debido a que hoy en día casi ningún establecimiento se lleva lo que se
va a descartar, tuve que coordinar con otra persona para que se llevara la
difunta. Ese día la contemplé con tristeza
y coloqué en su interior una tarjeta que había tenido en el exterior, que se
refiere al proceso de soltar. Sí, es un
objeto, pero esa nevera se había encargado de tener en su interior los
alimentos y bebidas que disfruté en 30 años -sola, o en compañía de seres
queridos. Fueron muchas las veces que
descubrí en su interior alimentos que re-interpreté en busca de otras formas de
prepararlos.
Tras el
deceso de la nevera tenía que iniciar la búsqueda de una nueva, tarea que no
resultó sencilla. En primer lugar, yo quería una casi igual –con congelador de
puerta –no de gaveta- abajo. También
tenía que caber en el espacio que ocupaba la difunta, porque estaba rodeada por
un mueble. Inicié la búsqueda al día siguiente
del zopetazo. El único modelo que
cumplía con todos mis requisitos de tamaño, localización del congelador, que
fuera de puerta y blanca, era uno deslucido, con interiores que se veían bien tri-li-lí y menos espaciosa que la
difunta. Fui a tres lugares más y ya me
estaba convenciendo de que lo que yo quería no existía, así que tendría que
ajustar mi pensamiento –algo así como el cambio de ruta que hace Google Maps
cuando me paso de alguna entrada. Casi podía
sentir el sonidito en mi cabeza –bu-lu-lup.
Ya eran como las 2:30 de la tarde y regresé a casa a comer, porque mi
cerebro no funciona a capacidad cuando tengo hambre –es algo así como el
anuncio de Snickers –no eres tú cuando
tienes hambre. Se me ocurrió que
podía alquilar una nevera mientras conseguía la que quería, porque evidentemente
la búsqueda se prolongaría.
Después
de almorzar, fui al lugar que alquilan neveras y alquilé una –cualquiera- el
asunto era resolver. Era un sábado y
estaban a punto de cerrar el establecimiento, así que la entrega quedó para el
lunes o martes. Ese fin de semana se fue
la luz varias veces, pero ya no tenía nevera, así que no me tenía que preocupar
mucho. Afortunadamente, entregaron la alquilada el lunes. Procedí a meter las poquitas cosas que tenía
y una vez más me reafirmé en que la nevera con congelador abajo tiene todo el
sentido del mundo. Proseguí la búsqueda
esa semana y revisaba por internet los posibles modelos, con las evaluaciones
de los compradores. Tanta información me
abrumaba. Una semana después fui con una amiga a tres sitios más. Vi una que se aproximaba a lo que yo quería,
aunque era de gaveta y en acero inoxidable.
La
vendedora resultó muy amable y me buscó alternativas. En el proceso, hasta bromeamos con algo que
yo no escuché bien cuando pregunté para qué servía una gaveta finita en la
parte de abajo del refrigerador. Ella dijo
algo como que era para los cold cuts,
pero por alguna razón yo entendí algo que ni remotamente era lo que ella había
dicho y comencé a reírme, por lo ridículo que resultaba. Se lo dije a mi amiga y ella también se
rió. Cuando le pregunté a la vendedora,
ella me dijo lo que había dicho y yo, muerta de la risa, le dije que yo había
entendido que era para guardar ¡los testículos!
Nunca me había reído tanto frente a una nevera. Me imagino que la gente alrededor se
preguntaría qué podía haber de gracioso en un refrigerador.
Al día
siguiente, miércoles, fui a otro lugar y ya ahí tomé la decisión de que
compraría la nevera que tanto me había hecho reír, no por eso, sino porque ya
había entendido que seguir buscando no tenía sentido. Llamé a la vendedora y me identifiqué como
Ana, la da la gavetita y ella me recordó de inmediato. Fui a la tienda, le di una nueva mirada a la
nevera y la compré. Me indicaron que
podría tardar unos días, pero finalmente me la entregaron el sábado pasado. Una vez la colocaron en su lugar le entregué
un protector de voltaje a uno de los chicos que la subió, porque me daba pánico
conectarla. Total, hay gente que se les
ha fastidiado la nevera con todo y protector.
No vi el librito de instrucciones y el chico que la trajo buscó en varias
gavetas. Adivinen en cuál estaba. Cada vez que abro esa gaveta me sonrío.
Después
de colocar las cosas en el interior, puse algunos de los imanes con mensajitos por
el lado, porque me parecía que ponerlos al frente deslucía el exterior estilizado
del nuevo modelo. La foto del periódico de la niña de Haití, recordatorio de los
muchos que mueren de hambre allí no cabía de lado. Confieso que contemplé descartarla, pero no
pude. Esa foto en la nevera me recuerda
que mientras yo como todos los días, hay much@s que no pueden. Allí está la foto, para que no se me olvide y
procure contribuir de algún modo para que otr@s puedan alimentarse. Doy gracias por las lecciones recibidas de una
nevera que duró 30 años.
Todo este proceso me ha brindado varias lecciones, de las que resalto:
Nada dura para siempre; disfrutemos mientras podemos
La desesperación no ayuda cuando tenemos que resolver un problema; el hambre tampoco
Nuestra situación no es la peor; siempre hay quienes sufren más
No hay que descartar objetos útiles de inmediato, tan sólo porque estén feos o pasados de moda
Siempre hay alternativas, aunque de momento no las veamos
Soltar es necesario, para hacer espacio para lo nuevo
Nunca debemos olvidar a los que sufren
Hay que hacer espacio para la risa, en medio de procesos desagradables
Ojalá
siempre tengan comida en su mesa, para disfrutar en buena compañía
13 de
octubre 2022
Muy bueno
ResponderEliminarAna te felicito. Excelente como siempre.
ResponderEliminarDespues de leerte me paré frente a mi nevera y la miré fijamente.
ResponderEliminarEn espera del relato de la estufa de gas !! Abrazos