¿POR QUÉ CALLAMOS?
Por Keishla, por Andrea,
por todas las mujeres maltratadas
Antes que
todo, quiero dejar establecido que no pretendo en modo alguno comparar mi
situación con la de las más recientes víctimas de violencia de género. Cualquier dificultad que yo haya podido
enfrentar palidece ante el horror que vivieron estas mujeres. A partir del sábado, cuando apareció el
cadáver de Keishla arrojado como basura en la laguna San José, se me fue
acumulando un sentido de indignación.
Indignación por ella, por Andrea, víctima no sólo de su verdugo, sino también
del sistema y por todas las mujeres que de algún modo han sido víctimas de
violencia de género. Los hombres también
han sido víctimas, pero en menor grado.
La diferencia en vulnerabilidad de uno y otro género es abismal.
Son
muchas las mujeres en situaciones de violencia que callan y las causas son
variadas. Por sobre todo, está el
miedo. Su victimario las amenaza con
matarlas si hablan, o hacerle daño a sus hijos.
Otras callan por vergüenza, porque no pueden comprender cómo alguien con
su educación pudo caer en la trampa de su agresor. Otras callan porque prefieren la certeza del
maltrato en una casa, a enfrentarse a la incertidumbre de lanzarse a un mundo
desconocido para ellas. Ninguna se
mantiene en esa situación por gusto.
Nunca fui
víctima de violencia, pero ayudé a dos amigas que sí lo fueron. Ambas eran mujeres con grados
universitarios. La violencia fue
escalando poco a poco, así que presumo cayeron en ese ciclo en el que el
agresor se muestra arrepentido, pide perdón y luego vuelve a caer en el mismo
patrón. Una de ellas estuvo refugiada en
mi casa por varios días. En el caso de
la otra, me limité a buscarla y llevarla a otro lugar. Me consta que una de ellas pudo superar todo
ese horror, ha formado un verdadero hogar y contribuye a la sociedad ayudando a
otr@s. En el caso de la otra, hace años
que no sé de ella. Espero que esté bien.
Por más
de 15 años dirigí una oficina dedicada a combatir el discrimen en sus diversas
manifestaciones, incluyendo el hostigamiento sexual. Muchas de las mujeres se resistían a
presentar querellas, precisamente por el temor a que no creyeran su
versión. Lo más triste era conocer los
casos donde otras mujeres en la misma área de trabajo alegaban desconocer o
peor aún, responsabilizaban a la víctima de lo que ocurría, alegando que ella “lo
había provocado”. Nunca responsabilicé a
una mujer por no presentar una querella, porque no hay garantías de que vaya a
prosperar. Casi nadie quiere correrse el
riesgo de exponerse, declarar contra alguien que incluso puede ser su
supervisor, para que luego todo quede en nada.
Eso sin contar la difícil situación de enfrentarse a las críticas
mientras la querella se resuelve.
Aparte de
atender las querellas, ofrecía talleres para orientar al personal. Tengo recuerdos de talleres muy positivos y otros
terribles. Hubo uno que ofrecí a
empleados de un proyecto de construcción, en el que percibía un ambiente
totalmente hostil. De hecho, ese fue el
único con ese nivel de hostilidad. Uno
de ellos hablaba de que qué se podía esperar, si las mujeres se acostaban en la
playa con las piernas abiertas - cosa que evidentemente no tenía nada que ver
en el ámbito de trabajo. Otro comentó
que el problema se resolvía si las mujeres se vestían como en los países
árabes, cubiertas de pies a cabeza. En
un taller que no fue hostil, uno comentó cuando abordamos el tema de los
piropos o las miradas lujuriosas, que él no se podía contener. Obviamente, le sugerí que buscara ayuda.
Y esto me
trae al recuerdo de incidentes menores que sufrí, como creo que el 99% de las
mujeres hemos sufrido. Yo me desarrollé
físicamente como desde los diez años, así que desde muy jovencita mi condición
femenina se hizo evidente. Odiaba pasar
por aceras en las que dos o tres hombres se recostaban de la pared como flamencos,
porque invariablemente me hacían comentarios o me tiraban besos. En una ocasión llegué a casa a preguntarle a
mi mamá que querría decir uno de ellos cuando me dijo que estaba como la
langosta, a lo que ella me respondió, “nena, que tienes toda la carne atrás”.
En dos
ocasiones distintas, mientras era estudiante de escuela superior y de primer año
de universidad, dos hombres se acercaron a mí con disimulo mientras caminaba
por la acera y simulando querer hacer una pregunta, se sacaron el pene. Hacía años que no recordaba estos incidentes
que no me marcaron, pero en estos días los he recordado y se juntan con
otros. En otra ocasión, estaba en una
fiesta en casa de una amiga, donde conocí a este hombre que me invitó a
bailar. Tras un rato, me propinó una
nalgada. Cuando lo reclamé airada, me
respondió “es que no me pude contener”.
Le conté a mi amiga lo ocurrido y me fui de la fiesta.
A través
de los años he escuchado comentarios que a veces dejo pasar, como cuando
alguien que no me conocía en el trabajo me llamaba “mi amor”. Pocos entendían que en el ámbito de trabajo
esto no es correcto, pero muchas veces lo pasé por alto, por no parecer anti
social, muy chavona, difícil, etc. En otra ocasión un jefe que tuve -en su
primer día de trabajo- cuando nos presentaron, me miró de arriba abajo, con una
de esas miradas que conocemos muy bien y me preguntó: “licenciada, usted es
casada?” Por años he recibido este tipo
de mirada. No solamente con respecto a
mí, sino que lo observo cuando van dirigidas a otras mujeres. Son miradas llenas de lascivia, que están
totalmente fuera de lugar en el ámbito de trabajo o entre personas que no se
conocen ni están interesadas en sostener una relación de pareja.
Y luego
entramos en el asunto de los chistes –algunos de contenido sexual y otros evidentemente
machistas. Y el chiste o el comentario
machista no necesariamente tiene que provenir de hombres. El pensamiento machista está tan entronizado
que hasta las mujeres hacen comentarios machistas. De hecho, muchas mujeres crían hijos
machistas. Con frecuencia me he pronunciado
en contra de este tipo de chistes y casi
siempre recibo por respuesta que es solo un chiste; que yo no tengo sentido del
humor y que ell@s no ven ningún problema con el chiste. Esto es de esperarse, precisamente en una
sociedad machista.
Para abonar
al problema, tenemos ahora un nuevo género musical, conocido como trap, que contiene letras violentas o que
resultan ofensivas a la mujer, en las que se les llama pu… con todas las
letras. Son varias las veces que me he
pronunciado en contra de esta lírica y me miran como si yo viniera de otro
planeta. Para mí, es evidente que no hay
un respeto al ser humano cuando se habla de una persona de manera despectiva o
se alude a una violencia descontrolada, simulando tener metralletas. Eso es lo
que oye mucha gente, como si oyeran llover.
Y muchas
veces me callo. Todo ser humano quiere
sentirse aceptado, comprendido. Es duro sentir
un rechazo, por señalar eso que me inquieta.
Y entonces matan a Andrea y a Keishla, por el simple hecho de que sus
parejas se sintieron con derecho sobre sus vidas. No todo hombre machista es un hombre
violento, pero hay unas circunstancias que propician que ese machismo
evolucione hacia otra cosa. Nuestra
sociedad necesita cobrar conciencia de la dignidad de todo ser humano. Esa dignidad no es cónsona con el machismo
escondido tras el chistecito o la canción de moda. Tras estas muertes, he recordado todos los
incidentes que he experimentado simplemente por el hecho de ser mujer y que van
en contra de mi dignidad. Y no me da la gana de callarme.
6 de mayo
de 2021
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