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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

martes, 11 de mayo de 2021

Dechado

 

                                                   Dechado Colección Teodoro Vidal Fundación Luis Muñoz Marín. Foto José Orlando Sued


DECHADO DE VIRTUDES

He escuchado esta expresión en varias ocasiones, refiriéndose a una persona con excelentes cualidades.  He sido afortunada en haber conocido varias personas que pueden ser calificadas de este modo.  Hacía tiempo que no escuchaba la expresión y hoy me topé con la palabra dechado en un contexto totalmente inesperado.  Asistí a la dedicatoria de la sala de visitantes de la Fundación Luis Muñoz Marín con el nombre de Don Teodoro Vidal, a quien no tuve el gusto de conocer, pero ya sabía de su inmensa contribución a nuestra historia.  Como voluntaria de la Fundación, he estado expuesta a los documentos con los que trabajamos para su preservación y he tenido el privilegio de ver otros aspectos de nuestra cultura que se custodian allí.

Mi primera exposición a los predios de la Fundación se remonta a mucho antes de que existiera como tal, cuando acompañé a Papi a visitar la casa de Muñoz en Trujillo Alto. En ese entonces, salvo saber que él era el gobernador, no tenía idea de todo lo que implicaba su persona.  Eso lo supe después, como adulta y he visitado los predios en innumerables ocasiones.  Siempre me conmueve ver lo apretado de los espacios de la modesta casa de un solo baño, los objetos de madera y loza que evidentemente tenían mucho significado para sus moradores, los dibujos de los nietos forrando las paredes del minúsculo baño y la pegatina de la pava en un recuadro de cristal en la puerta de la cocina.  Si una no supiera que allí vivió un ex gobernador, pensaría que era la modesta casa de una familia clase media en cualquier pueblo de la isla.

De Muñoz se ha dicho mucho, no siempre en términos favorables.  Particularmente en los últimos tiempos, tras la creación de la Junta de Control Fiscal y el caso Sánchez Valle, se le acusa de haber perpetrado un colosal engaño al pueblo.  Yo no lo veo así, pero cada cual interpreta la realidad de acuerdo a su visión del mundo.  Perfecto no era; después de todo, nadie lo es. Lo que nadie puede discutir –o al menos no debería- es su afán por establecer nuestra identidad cultural a través de organismos como el Instituto de Cultura, el Festival Casals, la División de Educación a la Comunidad y tantos otros esfuerzos a los que se unieron intelectuales de Puerto Rico y del extranjero.

Cuando me retiré del servicio público, quise unirme como voluntaria a la Fundación, para de cierta forma retribuir todo lo que he recibido como puertorriqueña producto del legado de Muñoz.  Como me ha ocurrido en otras instancias de mi vida, al dar de mí he recibido mucho más de lo que di. Al dedicar tres horas semanales a la Fundación ayudando a catalogar documentos y algún tiempo adicional en otras actividades, he ganado en experiencia y conocimiento sobre nuestra historia y cultura, además de rodearme de gente muy especial, con profundo amor por nuestra Patria.  Fruto de esa experiencia fue tener el privilegio de ver la colección de objetos que Don Teodoro Vidal puso a disposición de la Fundación y que están siendo catalogados para exhibirlos en un futuro. Hay vasijas, tallas, instrumentos musicales, implementos de uso personal; en fin todo tipo de artículos vinculados a décadas de la vida de los puertorriqueños y puertorriqueñas.

Al dedicar la sala de visitantes hoy, la Fundación creó un panel de lujo, conformado por las Doctoras María de los Ángeles Castro, Teresa Tió y Soraya Serra, moderado por Carmen Dolores Hernández.  Lo que allí se dijo de Don Teodoro Vidal (q.e.p.d.) me confirmó lo que ya había escuchado de él – se trataba de un ser noble, comprometido no sólo con preservar nuestra cultura más allá de hacer aportaciones intelectuales, sino también haciendo aportaciones materiales, ya que muchos de los objetos eran pagados por él.  La ponencia de la Doctora Castro reveló la dedicación de Don Tedy, como le llamaban cariñosamente durante su trabajo en Fortaleza como ayudante y su colaboración con Doña Inés para impartirle el carácter puertorriqueño al mobiliario de la Fortaleza y la localización de la antigua cocina.  En mi caso, oír cocina siempre capta mi atención.  También se aludió a la proyección de películas para evaluar su adecuacidad en actividades, lo que ciertamente y para quienes la conocemos sabemos, llamó la atención de la moderadora. 

La presentación de la Dra. Serra, a quien no conocía, aportó a conocer la calidad humana de Don Teodoro, quien la recibía en su casa con un vaso de maví cuando se reunían para catalogar objetos y los esfuerzos para exhibirlos en actividades locales.  A mí no me gusta el maví, pero sospecho que hubiese aprendido a saborearlo si un ser tan especial como Don Teodoro me lo hubiese ofrecido.  Fue la Dra.  Serra quien culminó el panel con un retrato tierno de Don Teodoro y me produjo un dejo de tristeza  no haberlo podido conocer, pero fue la presentación de la Dra. Tió la que inspiró este escrito.

Aludió a los diversos objetos que Don Teodoro logró rescatar, como por ejemplo la Virgen de los Reyes, razón por la cual quise mirar las páginas la publicación que se nos obsequió, con exquisitas fotografías de los objetos, que incluyen pinturas de Campeche.  Las fotos y el relato despertaron en mí el deseo de conocer más sobre estas pinturas, particularmente porque en el caso de una de ellas la Dra Tió alude a  una historia de amor de la mujer que aparece en uno de los óleos.  Mi lado romántico quiere conocer esa historia.  Pero fue un objeto mucho más sencillo el que inspiró este escrito y cuya foto lo adorna.

Hoy descubrí que esa muestra de bordado en punto de cruz que se usaba para enseñar a las jóvenes a bordar, se llama dechado.  Al ver la foto, me acordé de mis tiempos en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Manatí, donde cursé el séptimo y octavo grado. El Colegio -administrado por monjas españolas- era sólo para niñas en ese entonces y se ofrecían, además de los cursos usuales, clases de cocina y bordado.  La clase de cocina me encantaba, pero debo decir que odié el bordado.  Me entregaron un paño para practicar diversas puntadas, que debía finalizar con el abecedario completo realizado en punto de cruz.  Yo veía los hermosos paños de mis compañeras, quienes en poco tiempo comenzaron y hasta terminaron el abecedario.  Yo no llegué ni a la A.  Mi paño era como uno de cocina, con manchas y todo.

Y el recuerdo del paño de bordado me llevó a tantas memorias de lo que significaba en mi niñez prepararme para ser mujer y tener un hogar, lo cual según las monjas incluía saber cocinar y bordar.  Recordé también aquélla canción de

Arroz con leche se quiere casar,

 con una viudita de la capital;

que sepa tejer, que sepa bordar,

que ponga la aguja en su campanal…

 

Pues con esos requisitos no me hubiese casado, porque odio tejer, bordar y coser.  Ah, pero la cocina es otra cosa, que hago porque quiero, porque lo disfruto, no porque considere mi obligación.   Y a fin de cuentas, hay millones de mujeres que no saben cocinar y son felices.  Pensé entonces en la importancia de los objetos, que cuentan una historia de las personas que los poseyeron.  Así un bastón no es meramente un bastón –fue el apoyo de alguien que enfermó o sufrió una caída mientras hacía su vida.  Una peineta no es sólo una peineta, sino que fue adorno para una mujer con lustrosa cabellera que tal vez vio deslucir con el pasar de los años. Un paño de bordar no es meramente un paño de bordar -es la pieza que una joven tuvo una vez en sus manos, pensando en que se preparaba para lo que consideraba propio de su género o de otra, que a menudo se resistió a lo que era impuesto y prefirió dedicarse a lo que le hiciera feliz.

Los objetos que Don Teodoro logró preservar para futuras generaciones nos hacen reflexionar sobre lo que hemos sido, pero más que todo, nos inspiran a ser como Don Teodoro, un dechado de virtudes.

11 de mayo de 2021

 

 

 

 

 

 


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