DECHADO DE VIRTUDES
He escuchado
esta expresión en varias ocasiones, refiriéndose a una persona con excelentes
cualidades. He sido afortunada en haber
conocido varias personas que pueden ser calificadas de este modo. Hacía tiempo que no escuchaba la expresión y
hoy me topé con la palabra dechado en
un contexto totalmente inesperado. Asistí
a la dedicatoria de la sala de visitantes de la Fundación Luis Muñoz Marín con
el nombre de Don Teodoro Vidal, a quien no tuve el gusto de conocer, pero ya
sabía de su inmensa contribución a nuestra historia. Como voluntaria de la Fundación, he estado
expuesta a los documentos con los que trabajamos para su preservación y he
tenido el privilegio de ver otros aspectos de nuestra cultura que se custodian
allí.
Mi
primera exposición a los predios de la Fundación se remonta a mucho antes de
que existiera como tal, cuando acompañé a Papi a visitar la casa de Muñoz en
Trujillo Alto. En ese entonces, salvo saber que él era el gobernador, no tenía
idea de todo lo que implicaba su persona.
Eso lo supe después, como adulta y he visitado los predios en innumerables
ocasiones. Siempre me conmueve ver lo
apretado de los espacios de la modesta casa de un solo baño, los objetos de
madera y loza que evidentemente tenían mucho significado para sus moradores,
los dibujos de los nietos forrando las paredes del minúsculo baño y la pegatina
de la pava en un recuadro de cristal en la puerta de la cocina. Si una no supiera que allí vivió un ex
gobernador, pensaría que era la modesta casa de una familia clase media en
cualquier pueblo de la isla.
De Muñoz
se ha dicho mucho, no siempre en términos favorables. Particularmente en los últimos tiempos, tras
la creación de la Junta de Control Fiscal y el caso Sánchez Valle, se le acusa
de haber perpetrado un colosal engaño al pueblo. Yo no lo veo así, pero cada cual interpreta
la realidad de acuerdo a su visión del mundo.
Perfecto no era; después de todo, nadie lo es. Lo que nadie puede
discutir –o al menos no debería- es su afán por establecer nuestra identidad
cultural a través de organismos como el Instituto de Cultura, el Festival
Casals, la División de Educación a la Comunidad y tantos otros esfuerzos a los
que se unieron intelectuales de Puerto Rico y del extranjero.
Cuando me
retiré del servicio público, quise unirme como voluntaria a la Fundación, para
de cierta forma retribuir todo lo que he recibido como puertorriqueña producto
del legado de Muñoz. Como me ha ocurrido
en otras instancias de mi vida, al dar de mí he recibido mucho más de lo que di.
Al dedicar tres horas semanales a la Fundación ayudando a catalogar documentos
y algún tiempo adicional en otras actividades, he ganado en experiencia y
conocimiento sobre nuestra historia y cultura, además de rodearme de gente muy
especial, con profundo amor por nuestra Patria.
Fruto de esa experiencia fue tener el privilegio de ver la colección de
objetos que Don Teodoro Vidal puso a disposición de la Fundación y que están
siendo catalogados para exhibirlos en un futuro. Hay vasijas, tallas,
instrumentos musicales, implementos de uso personal; en fin todo tipo de
artículos vinculados a décadas de la vida de los puertorriqueños y puertorriqueñas.
Al
dedicar la sala de visitantes hoy, la Fundación creó un panel de lujo,
conformado por las Doctoras María de los Ángeles Castro, Teresa Tió y Soraya
Serra, moderado por Carmen Dolores Hernández.
Lo que allí se dijo de Don Teodoro Vidal (q.e.p.d.) me confirmó lo que
ya había escuchado de él – se trataba de un ser noble, comprometido no sólo con
preservar nuestra cultura más allá de hacer aportaciones intelectuales, sino
también haciendo aportaciones materiales, ya que muchos de los objetos eran
pagados por él. La ponencia de la
Doctora Castro reveló la dedicación de Don Tedy, como le llamaban cariñosamente
durante su trabajo en Fortaleza como ayudante y su colaboración con Doña Inés
para impartirle el carácter puertorriqueño al mobiliario de la Fortaleza y la
localización de la antigua cocina. En mi
caso, oír cocina siempre capta mi
atención. También se aludió a la
proyección de películas para evaluar su adecuacidad en actividades, lo que
ciertamente y para quienes la conocemos sabemos, llamó la atención de la
moderadora.
La
presentación de la Dra. Serra, a quien no conocía, aportó a conocer la calidad
humana de Don Teodoro, quien la recibía en su casa con un vaso de maví cuando
se reunían para catalogar objetos y los esfuerzos para exhibirlos en
actividades locales. A mí no me gusta el
maví, pero sospecho que hubiese aprendido a saborearlo si un ser tan especial
como Don Teodoro me lo hubiese ofrecido.
Fue la Dra. Serra quien culminó
el panel con un retrato tierno de Don Teodoro y me produjo un dejo de tristeza no haberlo podido conocer, pero fue la
presentación de la Dra. Tió la que inspiró este escrito.
Aludió a
los diversos objetos que Don Teodoro logró rescatar, como por ejemplo la Virgen
de los Reyes, razón por la cual quise mirar las páginas la publicación que se
nos obsequió, con exquisitas fotografías de los objetos, que incluyen pinturas
de Campeche. Las fotos y el relato
despertaron en mí el deseo de conocer más sobre estas pinturas, particularmente
porque en el caso de una de ellas la Dra Tió alude a una historia de amor de la mujer que aparece
en uno de los óleos. Mi lado romántico
quiere conocer esa historia. Pero fue un
objeto mucho más sencillo el que inspiró este escrito y cuya foto lo adorna.
Hoy
descubrí que esa muestra de bordado en punto de cruz que se usaba para enseñar
a las jóvenes a bordar, se llama dechado.
Al ver la foto, me acordé de mis tiempos en el Colegio de la Inmaculada
Concepción de Manatí, donde cursé el séptimo y octavo grado. El Colegio -administrado
por monjas españolas- era sólo para niñas en ese entonces y se ofrecían, además
de los cursos usuales, clases de cocina y bordado. La clase de cocina me encantaba, pero debo
decir que odié el bordado. Me entregaron
un paño para practicar diversas puntadas, que debía finalizar con el abecedario
completo realizado en punto de cruz. Yo
veía los hermosos paños de mis compañeras, quienes en poco tiempo comenzaron y
hasta terminaron el abecedario. Yo no
llegué ni a la A. Mi paño era como uno
de cocina, con manchas y todo.
Y el
recuerdo del paño de bordado me llevó a tantas memorias de lo que significaba
en mi niñez prepararme para ser mujer y tener un hogar, lo cual según las
monjas incluía saber cocinar y bordar.
Recordé también aquélla canción de
Arroz con leche se quiere casar,
con una viudita
de la capital;
que sepa tejer, que sepa bordar,
que ponga la aguja en su campanal…
Pues con
esos requisitos no me hubiese casado, porque odio tejer, bordar y coser. Ah, pero la cocina es otra cosa, que hago
porque quiero, porque lo disfruto, no porque considere mi obligación. Y a fin de cuentas, hay millones de mujeres
que no saben cocinar y son felices.
Pensé entonces en la importancia de los objetos, que cuentan una
historia de las personas que los poseyeron.
Así un bastón no es meramente un bastón –fue el apoyo de alguien que
enfermó o sufrió una caída mientras hacía su vida. Una peineta no es sólo una peineta, sino que
fue adorno para una mujer con lustrosa cabellera que tal vez vio deslucir con
el pasar de los años. Un paño de bordar no es meramente un paño de bordar -es
la pieza que una joven tuvo una vez en sus manos, pensando en que se preparaba
para lo que consideraba propio de su género o de otra, que a menudo se resistió
a lo que era impuesto y prefirió dedicarse a lo que le hiciera feliz.
Los
objetos que Don Teodoro logró preservar para futuras generaciones nos hacen
reflexionar sobre lo que hemos sido, pero más que todo, nos inspiran a ser como
Don Teodoro, un dechado de virtudes.
11 de
mayo de 2021