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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

miércoles, 3 de junio de 2020

Otra, otra vez











OTRA


Creo que siempre me he sentido distinta.  Tal vez tiene que ver con el hecho de que me crié como hija única, ya que mi hermanita menor falleció cundo tenía tan sólo un año y yo tres.  No tengo recuerdos de ella y su existencia se mencionaba poco, ya que aludir a ella provocaba lágrimas en mi mamá.  Con el tiempo, mis padres aludían a que yo era hija única, sin explicar aquélla realidad dormida.

Esa realidad salía a relucir muy pocas veces.  Cuando mi mamá murió, encontré una cajita de plástico nacarado, con unas diminutas mediecitas, una tarjeta de las exequias fúnebres de Ileana (mi hermanita) y un imperdible de esos que se usaban antes de los “Pampers”, para asir los pañales de tela.  Deduje que todo pertenecía a Ileana.

También sabía que un peluche de tigrecito, en posición de dormir y con carita de pasta, a quien nos referíamos como “el dormilón”, le pertenecía a ella.  Creo que no se me permitía jugar con él, pero sabía que estaba allí.  Aún lo conservo.

Mi papá llevaba siempre en su cartera una foto de dos niñitas en un triciclo doble.  A su muerte, encontré la foto en su cartera.  A pesar de que la presencia de Ileana en este mundo fue tan breve, sé que su presencia espiritual le acompañaba tanto a él, como a mi mamá.  Quién sabe si también me acompaña a mí, particularmente un día como hoy, en el cual me siento muy sola.

Este asunto de la soledad es un tema recurrente.  Tiene, presumo, sus raíces en esa crianza solitaria, rodeada de adultos.  Durante la niñez y adolescencia disfrutaba de la compañía de amistades, pero siempre había algo que me mantenía apartada.  Me casé muy joven con un adicto al trabajo, así que de nuevo pasaba sola mucho tiempo.  Por decisión propia no tuve hijos, ya que soy muy fiel a mi verdad y no me sentía preparada para afrontar sola una responsabilidad tan grande como la maternidad.

Tras mi divorcio, he permanecido sin una pareja estable por más años de los que estuve casada.  Por momentos, como hoy, esta soledad me abruma, a pesar de que he sido bendecida con numerosas amistades y que estoy consciente que soy parte de un Universo.  Ser parte de ese Universo era a lo que iba a aludir cuando empecé este escrito, pero como me ocurre tantas veces una vez empiezo a escribir, esta pantalla adquiere vida propia y es como si mis manos, emulando los zapatitos rojos de un cuento de Hans Christian Andersen, adquiriesen vida independiente y escribiesen lo que les viene en gana.

Pues bueno, a lo que vine –al asunto de ser o no ser parte de un Universo.  Ayer estuve en una presentación de varios escritores y salió a relucir la ya para nosotros en Puerto Rico, famosa pregunta número nueve del Censo.  Para los que no estén tan conscientes, la susodicha se refiere a la raza.  Hay ahora varias alternativas; no recuerdo que para el anterior hubiese tantas, pero busqué ligeramente en Internet y resulta que sí había varias alternativas.  Honestamente no recuerdo qué marqué hace diez años.

Para este año hay catorce categorías, en ninguna de las cuales encajo totalmente.  Doce de ellas quedan descartadas de plano (o al menos eso creo), que son las la de india americana, nativa de Alaska y otras variantes de las asiáticas.  Es como los exámenes de escoger –se descarta primero la que es (o se cree que es) totalmente inaplicable.  Las otras dos son un poquito más complicadas en el caso de alguien como yo. 

Blanca.  Bueno, por apariencia, mucha gente me dice que soy bien blanca, pero yo no me veo a mí misma taaaaan blanca.  Además, mi nariz, mi pelo ensortijado y mis nalgas (tenía un novio que decía que yo tengo nalgas de negra –y yo digo que a mucho orgullo) apuntan a una característica racial que no se relaciona mucho con los blancos.  Negra.  Bueno, ya aludí a los rasgos del cuerpo que apuntan a esa raza, pero el colorcito no es muy oscurito que digamos.  A ver, si un señor que entrevistaron, con ese colorcito de la gente de Fajardo o Vieques dice que él no es negro, ¿dónde me deja eso a mí, que soy unas cuantas tonalidades más clarita?

El asunto de negar la negritud ha sido objeto de muchos estudios y de refraneo popular (¿y tu abuela, a ‘onde etá?).  Sueño con visitar África a conocer parte de mis ancestros y hubo alguien que pensó que bromeaba, porque no podía relacionarme con negros, sospecho que más por ella que por mí. Es interesante cómo mucha gente está más inclinada a marcar “blanca”, que “negra”, a pesar de la gran cantidad de personas que varían en sus tonalidades de “café con leche”, “quemaíto”, indio, trigueño u otras variantes que se alejan de “blanco” y se aproximan, pero no llegan  a “negro”.

Cierto es que el formulario provee para marcar una o más.  Siempre puedo marcar blanca y negra, pero se me está quedando algo.  Si algo ha sido más que reforzado en nuestra educación, es que somos una mezcla de tres razas.  El formulario provee para marcar alguna otra raza.  Pues ahí podré aludir a ese origen taíno que no puedo ver, pero que tiene que estar ahí. 

Eso me trae (y juro que todo esto se relaciona, ya verán) a un programa que vi hace poco, que traza el origen de los ancestros y puede llevar a extraordinarios descubrimientos.  El Profesor de Harvard Henry Louis Gates, visiblemente negro, ganó notoriedad al ser arrestado el año pasado en su propia casa cuando se le quedaron las llaves y una vecina llamó a la policía porque vio un hombre negro tratando de forzar la puerta de la casa contigua.  El incidente trascendió hasta culminar en una reunión entre el oficial que realizó el arresto y el arrestado, en nada más ni nada menos que Casa Blanca, con un Presidente que podrá marcar más de un encasillado en el formulario del censo.

Opran Winfrey (que presumo marcará negra en el formulario, pero no sé si tiene otra ascendencia conocida) entrevistó al Profesor Gates hace poco en su programa.  Resulta que él hace estudios genéticos y logró establecer fascinantes vínculos entre personas que aparentemente no tienen conexión alguna.  A base de esto, descubrió que él y el oficial que lo arrestó son primos lejanos; Eva Longoria, actriz de ascendencia mejicana tiene vínculos con Yo Yo Ma, quien ya de por sí es una mezcla francesa-china.

Hace tiempo que se dice que todos somos descendientes del África.  Yo no tengo problema alguno con eso, pero sospecho que a algunos  no le hará mucha gracia.  Si de algo vivo agradecida es que fui criada en un hogar con respeto a todas las personas.  Me crié en la época idealista de los grandes cambios sociales, cuando Martin Luther King habló de su sueño, John Lennon cantaba “Imagine” y había un movimiento llamado “Up with People”, que aquí se conoció como “Viva la gente”.  Popularizaron una canción que decía: ¿De qué color es la piel de Dios, de qué color es la piel de Dios?  Dije negra, amarilla, roja, blanca es, todos son iguales a los ojos de Dios.

Como no hay casualidades en el mundo, trabajo en una oficina cuya misión es combatir el discrimen.  Lo puedo hacer, porque vivo convencida de que no hay razón para pensar que haya distinción entre las personas por razones de raza o color, así como por otras tantas protegidas por nuestra Constitución y otras leyes.  Vivo totalmente convencida de que el prejuicio racial dejará de existir, al menos de la forma que lo conocemos (aunque tal vez yo no esté para verlo).  Mientras ocurra eso, será necesario tener formularios como éste para identificar las razas, porque de otro modo pudiese ser difícil determinar que ocurrió un acto discriminatorio.

Con respecto a mí misma, marcaré blanca, negra y “otra”, para aludir a esa otra parte de mí que no está plenamente visible, pero que en algún lugar escondidita debe estar, probablemente evidenciada por mi particular afición a comer cualquier cosa que se confeccione con yuca.  Y quién sabe, si me hiciesen un estudio genético, tal vez resulte que estoy emparentada con Luis Rafael Sánchez, Yo Yo Ma, Paul McCartney o Barack Obama.  De lo que no me cabe la menor duda es que fui criada por unos seres humanos muy especiales, que me tocó vivir en una época de luz en medio de sombras y que estoy conectada, aunque no siempre lo sienta, con otros seres.

21 de marzo de 2010


Nota: Publico este ensayo 10 años después, en momentos en que se recrudecen los conflictos raciales y el sueño del Dr. King parece haber retrocedido.  Además, el presidente actual de Estados Unidos -Donald Trump-es la antítesis de lo que debe ser un líder.  Habría justicia poética si un análisis genético revelase su vínculo con una tribu africana.

3 de junio de 2020



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