OTRA
Creo que siempre
me he sentido distinta. Tal vez tiene
que ver con el hecho de que me crié como hija única, ya que mi hermanita menor
falleció cundo tenía tan sólo un año y yo tres.
No tengo recuerdos de ella y su existencia se mencionaba poco, ya que
aludir a ella provocaba lágrimas en mi mamá.
Con el tiempo, mis padres aludían a que yo era hija única, sin explicar
aquélla realidad dormida.
Esa realidad
salía a relucir muy pocas veces. Cuando
mi mamá murió, encontré una cajita de plástico nacarado, con unas diminutas
mediecitas, una tarjeta de las exequias fúnebres de Ileana (mi hermanita) y un
imperdible de esos que se usaban antes de los “Pampers”, para asir los pañales
de tela. Deduje que todo pertenecía a
Ileana.
También sabía
que un peluche de tigrecito, en posición de dormir y con carita de pasta, a
quien nos referíamos como “el dormilón”, le pertenecía a ella. Creo que no se me permitía jugar con él, pero
sabía que estaba allí. Aún lo conservo.
Mi papá llevaba
siempre en su cartera una foto de dos niñitas en un triciclo doble. A su muerte, encontré la foto en su
cartera. A pesar de que la presencia de
Ileana en este mundo fue tan breve, sé que su presencia espiritual le
acompañaba tanto a él, como a mi mamá.
Quién sabe si también me acompaña a mí, particularmente un día como hoy,
en el cual me siento muy sola.
Este asunto de
la soledad es un tema recurrente. Tiene,
presumo, sus raíces en esa crianza solitaria, rodeada de adultos. Durante la niñez y adolescencia disfrutaba de
la compañía de amistades, pero siempre había algo que me mantenía
apartada. Me casé muy joven con un
adicto al trabajo, así que de nuevo pasaba sola mucho tiempo. Por decisión propia no tuve hijos, ya que soy
muy fiel a mi verdad y no me sentía preparada para afrontar sola una
responsabilidad tan grande como la maternidad.
Tras mi
divorcio, he permanecido sin una pareja estable por más años de los que estuve
casada. Por momentos, como hoy, esta
soledad me abruma, a pesar de que he sido bendecida con numerosas amistades y
que estoy consciente que soy parte de un Universo. Ser parte de ese Universo era a lo que iba a
aludir cuando empecé este escrito, pero como me ocurre tantas veces una vez
empiezo a escribir, esta pantalla adquiere vida propia y es como si mis manos,
emulando los zapatitos rojos de un cuento de Hans Christian Andersen,
adquiriesen vida independiente y escribiesen lo que les viene en gana.
Pues bueno, a lo
que vine –al asunto de ser o no ser parte de un Universo. Ayer estuve en una presentación de varios
escritores y salió a relucir la ya para nosotros en Puerto Rico, famosa
pregunta número nueve del Censo. Para
los que no estén tan conscientes, la susodicha se refiere a la raza. Hay ahora varias alternativas; no recuerdo
que para el anterior hubiese tantas, pero busqué ligeramente en Internet y
resulta que sí había varias alternativas.
Honestamente no recuerdo qué marqué hace diez años.
Para este año
hay catorce categorías, en ninguna de las cuales encajo totalmente. Doce de ellas quedan descartadas de plano (o
al menos eso creo), que son las la de india americana, nativa de Alaska y otras
variantes de las asiáticas. Es como los
exámenes de escoger –se descarta primero la que es (o se cree que es) totalmente
inaplicable. Las otras dos son un
poquito más complicadas en el caso de alguien como yo.
Blanca. Bueno, por apariencia, mucha gente me dice
que soy bien blanca, pero yo no me veo a mí misma taaaaan blanca. Además, mi nariz, mi pelo ensortijado y mis
nalgas (tenía un novio que decía que yo tengo nalgas de negra –y yo digo que a
mucho orgullo) apuntan a una característica racial que no se relaciona mucho
con los blancos. Negra. Bueno, ya aludí a los rasgos del cuerpo que
apuntan a esa raza, pero el colorcito no es muy oscurito que digamos. A ver, si un señor que entrevistaron, con ese
colorcito de la gente de Fajardo o Vieques dice que él no es negro, ¿dónde me
deja eso a mí, que soy unas cuantas tonalidades más clarita?
El asunto de
negar la negritud ha sido objeto de muchos estudios y de refraneo popular (¿y
tu abuela, a ‘onde etá?). Sueño con
visitar África a conocer parte de mis ancestros y hubo alguien
que pensó que bromeaba, porque no podía relacionarme con negros, sospecho que
más por ella que por mí. Es interesante cómo mucha gente está más inclinada a
marcar “blanca”, que “negra”, a pesar de la gran cantidad de personas que
varían en sus tonalidades de “café con leche”, “quemaíto”, indio, trigueño u
otras variantes que se alejan de “blanco” y se aproximan, pero no llegan a “negro”.
Cierto es que el
formulario provee para marcar una o más.
Siempre puedo marcar blanca y negra, pero se me está quedando algo. Si algo ha sido más que reforzado en nuestra
educación, es que somos una mezcla de tres razas. El formulario provee para marcar alguna otra
raza. Pues ahí podré aludir a ese origen
taíno que no puedo ver, pero que tiene que estar ahí.
Eso me trae (y
juro que todo esto se relaciona, ya verán) a un programa que vi hace poco, que
traza el origen de los ancestros y puede llevar a extraordinarios
descubrimientos. El Profesor de Harvard
Henry Louis Gates, visiblemente negro, ganó notoriedad al ser arrestado el año
pasado en su propia casa cuando se le quedaron las llaves y una vecina llamó a
la policía porque vio un hombre negro tratando de forzar la puerta de la casa
contigua. El incidente trascendió hasta culminar en una reunión entre el oficial que realizó el arresto y el arrestado, en
nada más ni nada menos que Casa Blanca, con un Presidente que podrá marcar más
de un encasillado en el formulario del censo.
Opran Winfrey
(que presumo marcará negra en el formulario, pero no sé si tiene otra
ascendencia conocida) entrevistó al Profesor Gates hace poco en su
programa. Resulta que él hace estudios
genéticos y logró establecer fascinantes vínculos entre personas que
aparentemente no tienen conexión alguna.
A base de esto, descubrió que él y el oficial que lo arrestó son primos
lejanos; Eva Longoria, actriz de ascendencia mejicana tiene vínculos con Yo Yo
Ma, quien ya de por sí es una mezcla francesa-china.
Hace tiempo que
se dice que todos somos descendientes del África. Yo no tengo problema alguno con eso, pero
sospecho que a algunos no le hará mucha
gracia. Si de algo vivo agradecida es
que fui criada en un hogar con respeto a todas las personas. Me crié en la época idealista de los grandes
cambios sociales, cuando Martin Luther King habló de su sueño, John Lennon
cantaba “Imagine” y había un movimiento llamado “Up with People”, que aquí se
conoció como “Viva la gente”. Popularizaron
una canción que decía: ¿De qué color es
la piel de Dios, de qué color es la piel de Dios? Dije negra, amarilla, roja, blanca es, todos son
iguales a los ojos de Dios.
Como no hay
casualidades en el mundo, trabajo en una oficina cuya misión es combatir el
discrimen. Lo puedo hacer, porque vivo
convencida de que no hay razón para pensar que haya distinción entre las
personas por razones de raza o color, así como por otras tantas protegidas por
nuestra Constitución y otras leyes. Vivo
totalmente convencida de que el prejuicio racial dejará de existir, al menos de la forma que lo conocemos (aunque tal
vez yo no esté para verlo). Mientras
ocurra eso, será necesario tener formularios como éste para identificar las
razas, porque de otro modo pudiese ser difícil determinar que ocurrió un acto
discriminatorio.
Con respecto a
mí misma, marcaré blanca, negra y “otra”, para aludir a esa otra parte de mí
que no está plenamente visible, pero que en algún lugar escondidita debe estar,
probablemente evidenciada por mi particular afición a comer cualquier cosa que
se confeccione con yuca. Y quién sabe,
si me hiciesen un estudio genético, tal vez resulte que estoy emparentada con
Luis Rafael Sánchez, Yo Yo Ma, Paul McCartney o Barack Obama. De lo que no me cabe la menor duda es que fui
criada por unos seres humanos muy especiales, que me tocó vivir en una época de
luz en medio de sombras y que estoy conectada, aunque no siempre lo sienta, con otros seres.
21 de marzo de
2010
Nota: Publico este ensayo 10 años después, en momentos
en que se recrudecen los conflictos raciales y el sueño del Dr. King parece
haber retrocedido. Además, el presidente actual de Estados Unidos -Donald Trump-es la antítesis de lo que debe ser un líder. Habría justicia poética si un análisis
genético revelase su vínculo con una tribu africana.
3 de junio de 2020
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