EN ALERTA
Creo que
en cierto modo, todos y todas tenemos o hemos tenido prejuicios o hemos sido
víctimas de ellos en algún momento. No
se apresure a negarlo, que hay instancias aparentemente inocuas que reflejan un
prejuicio subyacente. Hasta hace dos años,
yo conducía un Mazda Protegè al que le di mucha paleta – de hecho, 19 años de
paleta. Ya lucía opaco y obviamente no
era el modelo más caro y mucho menos un modelo reciente. Pues en un momento decidí ir a Plaza las
Américas, me topé con una congestión enorme y no conseguía estacionamiento, por
lo que opté por usar el valet parking. Me
acerqué al puesto para ese propósito y un empleado me dijo: “señora, tiene que
mover el carro”. Le tuve que aclarar que
yo quería usar el servicio.
La
premisa que estaba detrás del comentario del empleado era que una persona que
anduviese en un Mazda entrado en años –me resisto a llamarlo viejo- no podía
pagar por el servicio de valet parking. Es
preciso ver, además, la pleitesía que le rinden a un hombre que se baje de un
BMW, un Mercedes Benz o un Jaguar. Esto
es ilustrativo de un prejuicio por condición social. Interesantemente, ese mismo empleado que me
trataba con desdén por andar en un vehículo económico, muy probablemente use un
vehículo más viejo que el mío.
El
racismo es una modalidad de prejuicio que ha estado bajo el ojo público tras el
asesinato del afroamericano George Floyd a manos de policías blancos el mes
pasado. Esto sacó a la luz una realidad
que había estado oculta, al menos para una gran parte de la población. El racismo que parecía haberse disminuido asomó
su horrible cara. Comenzaron a revelarse
decenas de incidentes de violencia contra negros. La rabia acumulada estalló en varios
incidentes de vandalismo que no superaban las manifestaciones pacíficas, pero
acapararon la atención. El movimiento Black Lives Matter comenzó a ser atacado
y grupos de manifestantes insistían furiosamente en que all lives matter, sin cobrar conciencia de que lo que se había
develado en términos de la violencia contra los negros en Estados Unidos
desmentía esta aseveración. Es evidente
que para muchos americanos blancos, no todas las vidas importan.
El
prejuicio existe hasta en personas que se cantan como no racistas, porque son
hij@s de negr@s, o tienen amig@s negr@s. En Puerto Rico esta ha sido una
realidad que no se quiere mirar. Hay incluso una resistencia a clasificarse
como negr@ y se usan eufemismos como indi@,
trigueñ@, quemaít@. Se ha señalado que la porción de la población que se
identifica a sí misma como blanca en el censo, no guarda proporción con la
realidad. Y el racismo que es tal vez
más patético es el de aquéllos que siendo visiblemente negr@s, discriminan
contra otras personas negras, como es el caso de Antulio “Kobbo” Santarosa, un
personaje que se ha ganado la vida burlándose de los demás.
En su más
reciente barrabasada, pretendió pasar como un chiste su caracterización como
esclava de la licenciada Ana Irma Rivera Lassén, reconocida jurista
puertorriqueña, quien llegó a ser presidenta del Colegio de Abogados y
Abogadas, ante su “ama”, la candidata blanca a gobernadora por el Movimiento Victoria
Ciudadana. Como tantos otros, intentó
hacer pasar esto como un chiste. Para una
mujer negra, conocedora de la historia de opresión contra los miembros de su
raza, muchos de los cuales fueron en efecto esclavos, no es ningún chiste.
Hace unos días, vi un reportaje en la sección de
deportes de un ex pelotero puertorriqueño negro a quien le rendían homenaje. Al abordar el tema racial, quiso tomar el
asunto a broma y aludió a que sabía que un pelotero norteamericano blanco no
era racista. ¿Cómo lo sabe?, le
preguntaron, a lo que él respondió: “porque yo le ofrecí cambiar dos mujeres
negras por una blanca y lo aceptó”. Los
que estaban alrededor –todos hombres- se rieron del “chiste”. Yo no podía creer lo que acababa de escuchar,
que es tan insultante a varios niveles.
En primer lugar, perpetúa la imagen del macharrán que tiene varias
mujeres a su disposición. En segundo
lugar, desvaloriza a la mujer negra, al indicar que dos equivalen a una sola
mujer blanca. En tercer lugar, resulta
patético que sea precisamente un hombre negro quien sienta la necesidad de
hacer este “chiste” para sentirse aceptado y que los demás sientan que el
chiste es aceptable porque viene de un hombre negro.
Hace años
que comencé a tomar conciencia de que por más ingenioso que sea un chiste, no
es gracioso si consiste en una burla a una persona por su raza, su género, su
orientación sexual, su color u origen nacional.
Eso me ha hecho objeto de que algunos me cataloguen como que carezco de
sentido del humor, pero no me ha detenido en mi empeño en crear conciencia de
que todos y todas merecemos el mismo respeto.
Detrás de muchos de estos chistes hay una desvalorización de otro ser
humano y soy consciente de que quien hace el chiste muchas veces no se da
cuenta. Hay otros, como el presidente
Trump, por ejemplo, que no les importa en lo más mínimo.
El último
episodio de su campaña desenfrenada de ofender con su humor grotesco, ocurrió
esta semana, cuando re-envió un vídeo manipulado del original de dos infantes –uno
negro y uno blanco, que corrían felices a encontrarse en un abrazo. El vídeo fue alterado, de forma tal que
parece como si el infante negro estuviese huyendo del blanco y le colocaron un
cintillo como si fuera de la cadena de noticias CNN, que leía Terrified toddler runs from racist
baby. La secretaria de prensa de Casa
Blanca respondió cuando se le preguntó al respecto que ella creía que esto era quite funny. Yo no soy psiquiatra ni
psicóloga, pero algo no anda bien en las cabezas de estos dos seres. Hay aspectos que son como grandes no-no. ¿A quién se le ocurre manipular un vídeo de
dos niños inocentes, en plena demostración de la igualdad entre razas, para
usarlo a costa de enviar un mensaje torcido de que los medios quieren mostrar
una realidad que no existe? El racismo
sí existe y no es un chiste.
Como
corolario a todo esto, las empresas con un grado de conciencia social han
estado revisando cómo se mercadean sus productos. Así, la dueña del producto Aunt Jemima, Uncle Ben’s y otros
pretenden re nombrar las marcas. En el
caso de Aunt Jemima, ya lo había
hecho anteriormente, retirando el turbante de la mujer negra que aparecía en la
etiqueta, pero consideran que esa figura es reminiscente de las esclavas negras
relegadas, en el mejor de los casos, a la cocina. En el caso del arroz Uncle Ben’s, yo no entendí la necesidad, ya que mi recuerdo era el
de un hombre negro vestido elegantemente.
Lo que yo no sabía es que la imagen es de un mayordomo y que el término Uncle se ha usado en Estados Unidos para
designar hombres negros, despojándolos de su identidad. Entendí.
Más
tarde, supe que los productores de la película Gone With the Wind, una de mis favoritas, la retiraron de las
plataformas hasta colocar la misma en contexto.
De momento me dije –pero ¿no es esto exagerar? Me detuve y pensé en la famosa esclava Mammy,
un papel que le ganó el Oscar a la actriz Hattie McDaniel, quien no pudo
sentarse en la sala con sus compañeros de filmación debido a la segregación
imperante en 1940. Aunque entiendo que
la película es reflejo de una época, considero oportuno que miremos detenidamente
los estereotipos y examinemos si es un retrato idealizado de una época. Nos toca, al menos, mirar esto y analizarlo,
discutirlo y siempre, estar en alerta para eliminar todo vestigio de racismo y
prejuicio.
20 de
junio de 2020
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