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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

domingo, 9 de febrero de 2020

Derrumbes








DERRUMBES

Hace unos años, cuando mi papa fue diagnosticado con cáncer terminal, acudió a una psiquiatra especializada en esos casos, para manejar la angustia que provocaba el saber que la fecha de expiración de su vida se acercaba inexorablemente.  La psiquiatra sugirió que como parte del núcleo familiar, su esposa y yo también asistiéramos.  Unas veces acudíamos juntos y otras por separado.  Recuerdo que yo no verbalizaba mis miedos del todo cuando Papi estaba presente, porque no quería añadirle a su angustia.  Yo quería que él me viera fuerte, aunque estuviese triste por la proximidad de su partida.  Recuerdo que incluso manejaba con más cuidado, porque pensaba que si algo me sucedía, Papi no lo resistiría.  Yo era el centro de su universo, según él mismo proclamaba.

Durante la primera visita a solas, le dije a la psiquiatra que yo tenía miedo de derrumbarme tras la muerte de mi papá. ¿Alguna vez te has derrumbado?, preguntó.  No; pero nunca he pasado por un dolor tan grande como ver cómo poco a poco se le escapa la vida al ser que más amo, le respondí.  No te vas a derrumbar, me dijo y así fue.  No me derrumbé y hoy, al filo de 30 años de su partida, he lidiado con miedos, desencantos, soledades y retos -de pie, aunque a veces flaquee- sin derrumbarme.

Entonces ocurren otros derrumbes –derrumbes colectivos.  El país se enfrentó a una cruda realidad que echaba por la borda la ilusión de una relación de pacto bilateral con los Estados Unidos tras la decisión del Tribunal Supremo en el caso Sánchez Valle; luego vio su paisaje natural y urbano destrozado por el Huracán María.  El año pasado se derrumbó la poca imagen de honestidad y decencia que quedaba del gobierno capitaneado por un joven inmaduro, caprichoso y sin experiencia, que no supo manejar la crisis tras el huracán y que finalmente demostró un desprecio absoluto por el pueblo que le tocó gobernar.

Y este año, un desastre natural del que por años venía advirtiéndose por los científicos, finalmente nos alcanzó.  Dos terremotos en los días que se supone estuvieran destinados a la celebración del Día de Reyes, estremecieron la zona suroeste del país, causando estragos en propiedades públicas y privadas.  Todavía hoy hay miles de refugiados en casetas de campaña de diversos tamaños y muchos perdieron sus casas o tienen que hacer reparaciones mayores para lo cual carecen del dinero necesario.  Las réplicas a los temblores les produce angustia todos los días, porque la tierra no ha dejado de temblar, como cuando nos sobreviene uno de esos temblores del cuerpo a los que les solemos decir la muerte chiquita, mientras nos asusta en esta nueva realidad la posibilidad de la muerte de verdad.  Y el otro gobierno que es el mismo dulce con distinto palito, sigue derrumbándose en una madeja de medias verdades, metidas de pata e ineptitud.

Yo contemplo las fotos y los vídeos de los refugiados con angustia por su situación; ofrezco la ayuda que está a mi alcance  y confieso que me pregunto con miedo  cómo lo manejaría yo.  Es el mismo miedo de enfrentarme a la muerte de mi papá.  En estos días he hecho un ejercicio inspirado en un pensamiento budista de que todo lo que nos rodea desparecerá.  Contemplo los objetos que me son familiares –los que importan, porque la nevera, la estufa y el televisor no importan.  Los que importan son los regalos que me hizo mi papá, el cuadro de la niña con la estrella de mar, las estrellitas de Carla, mi Estrellita de guata, los recuerdos comprados en los viajes.  Nada de eso puede reponerse como una nevera o una estufa. Y entonces me sosiego.  Todo lo que verdaderamente importa permanece en mi corazón, al igual que en el corazón de este noble pueblo y no hay derrumbe que lo borre.

9 de febrero de 2020

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