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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

jueves, 22 de agosto de 2019

Aliciente







ALICIENTE

Hace un rato tuve un intercambio interesante con una persona que aprecio mucho. Le había enviado un escrito de hace tan sólo dos  semanas, pero tras este verano en que ha pasado tanto, parece como si fuera de hace mucho tiempo.  Ella elogió el ensayo, particularmente porque disfrutó de un humor sutil, que se escondía detrás de las denuncias hechas.  En respuesta, le dejé saber que sus comentarios me servían de aliciente.  Ella, que es un ser luminoso a quien no le avergüenza admitir que no sabe algo, me expresó que “aliciente” era una palabra nueva, por lo que debía acudir al diccionario.  Me reí, pero su comentario me hizo reflexionar sobre la manera en que me expreso y me retrotrajo a una reflexión que tenía pendiente tras los comentarios de dos personas desconocidas, hechos de forma no muy halagüeña que digamos.

Utilizo la red de Facebook porque me permite estar al tanto de acontecimientos que de ordinario pudieran pasar por desapercibidos.  A través de esa plataforma comparto muchos de mis escritos y en ocasiones, comento en páginas que me son de interés.  Debido a los sucesos históricos que hemos vivido las últimas semanas, hice un comentario sobre la canción Afilando los cuchillos, que me parece muy bien hecha, con la participación de Calle 13, a quien le reconozco un talento extraordinario, Ilé y Bad Bunny.  Hice un breve comentario de que para ser consistente, no compartiría la canción, porque pienso que Bad Bunny ha contribuido a propiciar lenguaje violento, machista y promotor del uso de drogas.  Eso no tiene que ver con su talento, ni con la denuncia que hace de los actos de Ricky, sino que como una expresión muy personal mía, no puedo aplaudir por un lado su protesta y por el otro criticar el mismo lenguaje que utilizó Ricky en su chat.

Una persona comentó “tanta palabrería para decir que no vas a compartir la canción” y otra que “Bad Bunny hace más que tú con tus palabras”. Esto me hizo detenerme a pensar.  Hay mucho de cierto en que Bad Bunny logró movilizar miles de personas con su participación y ayudó a crear conciencia sobre los actos del hasta hace poco gobernador, mientras que yo soy una total desconocida que salvo dos o tres personas que puedan haberse motivado con mis escritos, no movilicé a nadie.  Pero yo no soy figura pública.  Hago lo que está a mi alcance, de acuerdo con mis principios.

El otro comentario, también me hizo analizar si mi uso del lenguaje sea tal vez muy sofisticado para algunos lectores y que conste, que no me considero una intelectual.  Por el hecho de que soy una ávida lectora, he aprendido mucho vocabulario.  Es interesante que he criticado a un autor por el uso excesivo de palabras rebuscadas, cuando una palabra más conocida estaba accesible.  Dicen que cuando uno señala a una persona, tres dedos apuntan a uno mismo.  El inocente comentario de mi amiga me ha hecho reflexionar sobre las palabras que utilizo para comunicar, ya que creo firmemente que quien escribe busca de algún modo conectar con otras personas, no alejarlas.

El asunto no es tan sencillo, porque no se puede dejar de ser quien se es para complacer a los demás, como otra amiga que me pidió que no hiciera escritos tan largos, lo cual me incomodó, porque a fin de cuentas, yo escribo lo que sienta.  Sería como pedirle a un pintor que usara menos colores o a un escultor que hiciera estatuas más chiquitas.  Es una cuestión de gusto, lo cual no se puede imponer.  El hecho de que no me guste la pintura  El grito, de Munch, no quiere decir que yo vaya a sugerir que la debió pintar de otro modo, o como escuché decir a un ingeniero que criticó la escultura Mujer reclinada, de Botero, que se instaló en la plazoleta de Minillas “¿pero por qué la tiene que hacer tan gorda?”

Sí, he pensado mucho sobre cómo me expreso y cómo escribo, porque después de todo, lo hago para acercarme más a la gente, no para alejarlas.  Vamos, que tampoco soy una escritora famosa y no pretendo compararme con grandes autores.  Pero hoy el comentario honesto y sin ánimo de crítica de una amiga me hizo reflexionar mucho sobre cómo me expreso y me ha servido de aliciente para profundizar aún más en las palabras que escojo.  Debo reconocer que hay veces que escojo una como “aliciente”, porque me parece más bonita que “incentivo” o más precisa que “estímulo”.  Las voy a mirar con más detenimiento y al final, usaré las que me mantengan fiel a quien soy, sin alejarme de aquéllos a quienes pretendo llegar.

22 de agosto de 2019


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