MIRAR A LA CARA
Hoy fui a
una cita médica con un doctor que no conocía.
Desde hace un tiempo asistía a la consulta con un especialista que me
parecía competente y que me trataba con amabilidad, pero no veía mejoría en la
condición. Decidí acudir a otro
especialista en busca de la posibilidad de otro tratamiento que resultara
exitoso. Pensé acudir en la tarde, para
evitar esas esperas de pesadilla, pero en la mañana me llamaron que había pocas
personas en la oficina, por si quería llegar más temprano. Aunque dudé, ya que no sabía si en lo que
llegaba a la oficina la encontraría atestada, decidí salir. Afortunadamente, sólo había una persona
esperando.
La
oficina me impresionó. La entrada es en
cristal escarchado, con puerta que requiere control desde adentro. Tiene una
sala de espera amplia, con cómodas butacas y un mostrador con tope de
granito. La joven que me atendió al
llegar fue muy amable. Como a los 40
minutos, me llamaron. Atravesé un largo
pasillo, con varias puertas y temí
perderme al salir, pero la joven que me acompañó me condujo a una sala de
examen con una inmensa e intimidante butaca.
Me dijo que soltara las pertenencias en una silla y me acomodó en la
butaca. Subió la misma y me dijo que el
doctor me vería pronto.
Mientras
esperaba por el doctor, me puse a contemplar el entorno. Había una lámpara enorme sobre mi cabeza,
como esas que se ven en las salas de operaciones. A mi izquierda, una bandeja con muchas
jeringuillas pequeñitas. A mi derecha
había otra bandeja en una repisa, con más jeringuillas. No pensé que nada de eso fuera para mí, porque
el motivo de mi visita no parecía necesitarlo, sobre todo porque entendía que
era una visita con fines diagnósticos.
Pasaron
varios minutos y comencé a inquietarme, Como había subido a la inmensa silla
con ayuda, no me atreví bajar a buscar el libro que acostumbro a llevar cuando
ando en esos menesteres, así que la espera se hizo larguísima. Finalmente entró el que tenía que ser el
doctor, aunque no se presentó, acompañado de una mujer que no sé si era otra
doctora porque tampoco se presentó y una asistente. El doctor me miró de refilón y se dirigió de
inmediato al expediente. Leyó, me
imagino, lo que yo misma había escrito, porque era la primera visita y me
preguntó, sin mirarme a la cara ¿en cuál uña es la condición? Cabe señalar que la condición en la uña era
la menor de las preocupaciones, por eso la puse en segundo lugar. Apunté a la uña en cuestión y allá enfocó su
vista. Luego me preguntó sobre la otra
condición y luego de examinar el área me dijo, moviéndome en esa dirección: “a
ver su cara”. Me miró y procedió a escudriñar
mi cara bajo la lámpara esa tipo platillo volador.
Yo, que
había ido por algo sencillo que no tenía que ver con mi cara, le pregunté el
porqué de la inspección a la cara y me dijo, de forma clínica y fría, que el
mira la cara de todos sus pacientes, para evaluar la posibilidad de cáncer en
la piel; que casi todos los especialistas en su campo lo hacen. Procedió entonces, sin más explicaciones a
hacer marquitas, inyectar un anestésico -ah, ya se explican las mini
jeringuillas- y proceder a tomar las
muestras para la biopsia. Después de
esto, la doctora, asistente o lo que fuera me dio a firmar una hoja que decía
que me había sido explicado el procedimiento para una biopsia y sus
riesgos. Quede tan anonadada que no dije
nada y firmé.
Yo sabía
que iba a hacer una biopsia, porque me lo dijo tras mi pregunta del porqué
examinar mi cara, pero no recibí explicación sobre los riesgos, sino hasta después,
cuando ya se había hecho y me entregaron la hoja para firmar. La hoja en verdad no era para que yo me
informara; era para cubrir sus espaldas en caso de complicaciones.
Y vamos,
estos consentimientos en realidad valen el papel en que están escritos. Como abogada sé que yo puedo consentir a un
procedimiento, pero eso no quiere decir que consiento a que se haga de forma
negligente. A través de mi vida he firmado
decenas de esos consentimientos, previo al procedimiento que fuese y la verdad
es que si una lo analiza no se somete a ellos, sobre todo esos que dicen que
puede haber todo tipo de complicaciones, hasta la muerte, que no era el caso
hoy.
El doctor
procedió a hacer la receta. Le pregunté
cuál medicamento me había recetado para la condición primaria, ya que había
tomado algunos anteriormente sin resultado.
Como el nombre no me resultó familiar, me sentí esperanzada de que un
nuevo medicamento pudiese resultar exitoso.
Le pregunté qué podía causar la condición y me indicó lo mismo que el
especialista que había visitado anteriormente –herencia, edad, o causas
desconocidas.
Salí de
la oficina al mostrador para pagar y el joven que me atendió ni me miró y mucho
menos se sonrió Me dijo el total que
debería pagar y me dio una fecha para la próxima cita. Ya en este punto, me sentí tan molesta y apesadumbrada
con el trato impersonal, que le dije que salvo la chica de recepción, todos los
demás, incluyendo al doctor, debían intentar ofrecer una sonrisa y mirar a la
cara al paciente que tienen en frente.
El joven me dijo –y le creí- que
iba a tomar conciencia de eso, al menos para él.
Salí de
la oficina más que molesta, decepcionada con el trato que sé no es exclusivo de
este médico, sino de muchos. Detrás de
la oficina a todo lujo, bien jai joyetin,
hay un trato frío, impersonal, porque lo que se está tratando no es la persona,
sino la condición. Yo no soy la condición en mi uña, ni en cualquier
otra parte de mi cuerpo, que dicho sea de paso, no es en mi cara, sino una persona con una condición. Para colmo de males, cuando fui a recoger la
receta en la farmacia, el medicamento que tanto esperaba resultó ser el mismo
que me recetó el especialista anterior, pero que no reconocí por el nombre.
Se podrán
imaginar el nivel de decepción, que no es sólo por mí, sino por los miles de
pacientes que reciben un trato deshumanizado por parte de aquéllos a quien van
a confiarle lo más preciado: su vida.
Hay médicos extraordinarios y no dudo que éste lo sea en términos de sus
conocimientos, pero en bedside manners se
colgó. Cuando verdaderamente miró mi
cara fue para hacer una prueba de diagnóstico que no era el propósito de mi
visita. Y que conste, que creo importante
que se haga ese examen, porque muchos están expuestos a padecer cáncer de la
piel, pero es imprescindible que l@s pacientes reciban una información antes de iniciar cualquier procedimiento.
A través
de mi vida he recibido cuidado de calidad profesional y humana por parte de
médicos de familia y especialistas. Unos
son más conversadores que otros, pero siento que he sido atendida como merezco
por la mayoría de ellos. Unas oficinas son más cómodas que otras, pero
analizando bien, comienzo a sentir que mientras más jai joyetin la oficina, menos me van a mirar como a una persona. Yo quiero que me miren a la cara, no buscando
algo que tratar y facturar al plan médico, sino para reconocer a una persona
que necesita recibir un trato humano con respecto a una condición que requiere
tratamiento. Lo
demás, es secundario.
16 de
septiembre de 2019
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