LOS QUE SE VAN, LOS QUE SE QUEDAN, LOS QUE REGRESAN
Antes que
todo, debo aclarar que no he visto el controversial documental After María, porque para horror de
algunos aun no tengo acceso a Netflix. No
obstante, a base de todo lo que he leído, creo que puedo conformar una idea
sobre su contenido. Según lo captado, el
documental se centra en la historia de 3 mujeres que luego de que perdieran sus
hogares tras el paso del huracán deciden
irse a Nueva York, bajo un programa que les ofrecería alojamiento en hoteles,
presumo que con miras a regresar o a establecerse permanentemente si la
situación resultaba propicia. A base de las críticas que he leído, a muchos les
revienta que estas mujeres la estaban “pasando bien” porque vivían en aire
acondicionado, con agua corriente -y hasta caliente, fácil acceso a internet y hielo,
facilidades que la mayor parte de
nosotros que permanecimos en la isla, no teníamos a nuestra disposición.
Lo que
parece quedar sin decirse es la incertidumbre bajo la que estas mujeres vivían. En un momento de desesperación, presumo que
muchos habrían agarrado la oportunidad de irse y disfrutar de comodidades, sin
pensar en cómo iban a resolver los asuntos en el futuro. Muchos puertorriqueños que parten a los Estados
Unidos en busca de “un mejor futuro”, lo hacen bajo los cantos de sirena de
otros puertorriqueños, que les pintan una vida llena de comodidades, pero les esconden
las vicisitudes, la desesperanza y el discrimen del que son objeto. Muchos se van sin manejar ni siquiera a medias
el idioma.
La
tragedia de los que se van buscando una mejor vida no es nueva, como puede
verse en la magistral obra La carreta, de René Marqués. A través de los
años, la migración ha tenido un papel importantísimo en toda familia
puertorriqueña, incluyendo la mía.
Algunos regresaban de visita, con historias de lo bien que vivían allá,
donde la transportación es muy accesible y la comida es baratísima. Sobre los precios de la vivienda o de las
dificultades que pudiese haber debido al discrimen nunca se hablaba. Y claro está, no todo el que se va está en la
misma posición. No es lo mismo irse con
un diploma de universidad, con un inglés fluido y una actitud de comerse el
mundo, que irse como desertor escolar, sin saber inglés y con una personalidad
apocada, a merced de que otro le ofrezca ayuda –sea el otro FEMA o el pariente
que le pintó villas y castillas. Tras
unos meses, la una y el otro asumirán una actitud de “si te vi, no me acuerdo”.
Yo no
puedo juzgar las decisiones de nadie luego del huracán María. Las penurias de cada cual deben verse a la
luz de cada circunstancia. En mi caso,
no tenía planta eléctrica, así que debía cocinar con una de esas estufitas
portátiles y estuve tres semanas sin agua corriente, a expensas de lo que logré
guardar y un camión cisterna que afortunadamente apareció cuando ya mis reservas
se agotaban. Como no había luz, no podía
refrigerar nada, así que debía acudir a comprar
lo que necesitara cada día. Usaba leche
de cajita y hasta en polvo. Todo esto
era nada al lado de la gente que perdió todo.
Yo, por fortuna, tenía un techo, mi ropa, los objetos que me eran conocidos
y dinero para comprar lo que estuviese disponible. No tengo hijos, así que solo debía ocuparme
de mi misma y pude ofrecer ayuda a otros, así como recibí ayuda de amistades
para suplirme de los tanquecitos de gas o de gasolina para el auto.
Mientras
muchos pasábamos diversos niveles de penurias, había otros que tenían plantas eléctricas
y acceso a gasolina y víveres. Al que
Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga, que yo no se si esta gente compartió
su fortuna – puede que si, puede que no.
Y mientras esto ocurría aquí, las 3 mujeres del documental tenían, por
un tiempo indeterminado, acceso a comodidades.
¿Alguien no tendría las mismas comodidades si pudiera? Yo viví el paso
del Huracán Hugo y recuerdo las peregrinaciones de la gente a Ponce, en busca
de hielo-no porque lo necesitaran para medicamentos, sino porque no soportaban
beber Coca-Cola caliente. Cada quien
busca la manera de tener las mayores comodidades posibles.
Soy
consciente de que hay gente que busca aprovecharse de las situaciones sin dar
un tajo. No hay más que leer sobre los
contratos en el Capitolio de unos listos que aparentaban ofrecer unos
servicios, para que otro se prestara a certificar que en efecto, se ofrecían,
todo a costa de todos nosotros, porque son fondos públicos. Yo no sé si estas mujeres se aprovecharon del
sistema y estaban esperando que les brindaran todo a cambio de nada. Lo que sí se es que no se puede vivir con
tranquilidad sabiendo que en cualquier momento tocarán a la puerta y nos dirán
que nos tenemos que ir, sin saber para dónde.
Leí dos historias en el periódico de hoy que me
hicieron reflexionar sobre la tragedia de los emigrantes. En una, se relata la experiencia de dos
mujeres puertorriqueñas que viven en la Florida. Una de ellas tiene tres trabajos –uno de
ellos a tiempo completo- y paga $1097 mensuales de renta por un apartamento de
esos típicos de la Florida con paredes casi de cartón y alfombrado, que en caso
de un huracán quedan reducidos a escombros en menos de lo que canta un
gallo. Según ella, allí tiene más que en
la isla y afirma que “si te fajas, hay
recompensa”. Y yo me pregunto cuál será
la recompensa. ¿Con qué tiempo cuenta
para disfrutar de esa recompensa? La
otra mujer perdió su empleo y debe pagar $1395 mensuales de renta, por lo que
está sobreviviendo transportando personas a sus citas. Dice que las distancias son largas y en
ocasiones se detiene en el camino, impulsada por las ganas de llorar, pero se
recompone porque esto es lo que sus hijos necesitan.
El otro
caso es el de varios peloteros cubanos que fueron a Estados Unidos para jugar
en las grandes ligas, pero decidieron regresar, porque no pudieron adaptarse a
la vida fuera de su país. Cabe destacar
que las carencias materiales en Cuba son notables. Muchos alimentos son racionados; los
vehículos, cuando se tienen, deben ser reparados una y otra vez o la espera por
un autobús puede demorar mucho tiempo y cuando llega, va atestado. Esa carencia material, sin embargo, queda
opacada por una conciencia clara de quien se es; de que la verdadera riqueza no
está en lo material, sino en el disfrute del entorno y el compartir con familia
y amigos.
Los
cantos de sirena que atraen a los puertorriqueños para que vayan a vivir a los
Estados Unidos son los mismos cantos de sirena que han alcanzado los oídos de
dominicanos para que vengan acá o a los cubanos que se van buscando bienes de
los que carecen. Y desde acá, a veces
los miramos con desdén cuando no logran salir adelante. Si otros pueden, por qué ellos no pueden? La
respuesta no es tan sencilla –hay demasiadas variantes y es muy fácil juzgar
sin tener todos los elementos. Por mi
parte, doy gracias a Dios por todas mis bendiciones y deseo, sobre todo, que
todos los latinos nos demos cuenta de que nuestra mayor riqueza se encuentra en
los lazos familiares y comunitarios, no en lo que poseemos.
1 de
junio de 2019