DESPUÉS DEL
DOCUMENTAL
En mi
publicación anterior hice alusión a que no había visto el tan comentado
documental After María. Mis
comentarios en aquel escrito se fundaron en lo que escuché de otros a través de
sus entradas en Facebook, o lo
publicado en el periódico. Hubo variedad
de opiniones, lo cual refleja lo que postula el viejo refrán de que todo depende del cristal con que se mire. Gracias a una muy buena amiga y como anticipo
a un exquisito almuerzo, finalmente vi el documental. Mi percepción no estaba lejos de lo que vi.
Creo que
a muchos les gusta escoger una versión de la realidad. La realidad es como un diamante con muchas
facetas. La apreciación de la joya dependerá
del ángulo, de la distancia y hasta del conocimiento que usted tenga sobre
diamantes. Lo mismo ocurre con el
vino. Para empezar, hay gente a quienes
no les gusta el vino. Entre aquéllos a
quienes nos gusta, entonces entran en juego la variedad de uva, la región y
algo a lo que no se le puede adjudicar criterio valorativo alguno: el
gusto. A mi no me gusta la uva shyraz,
pero eso no quiere decir que sea mala -es que a mi no me gusta. Y aquí debo retornar al motivo de mi escrito,
porque ya me veo enganchada en el tema del vino.
El género
documental refleja una realidad de un momento o época dados, matizado por la
visión de su creador. En el caso que nos
ocupa, la realizadora decidió retratar la experiencia de tres mujeres que se
fueron refugiadas a Nueva York. Muchos
criticaron el documental reclamando que no reflejaba la realidad de lo que
ocurría en Puerto Rico –pero es que ese no era el enfoque. La realizadora
quería relatar la experiencia de esas tres mujeres y su familia y lo hizo. Por un periodo de varios meses (presumo que
9) se hospedaron en un hotel, pago por FEMA, hasta que finalmente debieron
abandonarlo el 1ro de julio. El
documental indica que debían trasladarse a refugios para deambulantes,
situación que no debe ser nada agradable.
Lo que resulta extraño es que al menos una de ellas, que regresó a Puerto
Rico para visitar la tumba de su padre, decide regresar a Nueva York.
El
documental refleja mucho de lo que somos: la solidaridad entre desconocidos con
una experiencia en común, el deseo de buscar elementos para celebrar en medio
de la adversidad, pero también una pasividad que se resigna a esperar un milagro. No veo por qué juzgamos a estas mujeres que
esperan un milagro que les permita encontrar un lugar para vivir, mientras aquí
estamos esperando un milagro que salve nuestras pensiones, cuando la crisis
lleva años y decidimos ignorar todos aquellos que anunciaban que en un momento
dado no habría fondos para pagar. Son
las mismas personas que esperan que el gobernador realice su acto de prestidigitación
y produzca la solución milagrosa sin haber dicho cómo lo va a lograr.
Si rebuscamos
en nuestras historias personales podemos identificar instancias en las cuales esperábamos
que un milagro nos salvara de la situación amarga que estuviésemos
pasando. En mi caso, esperé 8 años a que
la situación evidente de un matrimonio que no tenía futuro cambiara, porque
esperaba que la crisis de turno se resolviese, sin enfrentarme a la realidad de
que no eran crisis distintas –era la misma crisis, que asumía apariencia
distinta. Creo que el documental pone de manifiesto realidades que no queremos
ver.
Los
puertorriqueños tenemos elementos comunes, pero no somos iguales en nuestras
experiencias. Muchos han dicho que estas
mujeres no les representan, pero hay que ver si nuestra circunstancia
particular es representativa del puertorriqueño. Yo me siento más que orgullosa de mi puertorriqueñidad,
pero no me considero representativa. Sin
querer ser pretensiosa, sino meramente basándome en datos del censo, pertenezco
a una minoría dentro de mi innegable y a mucho orgullo origen: alcancé un grado
universitario por encima del bachillerato, soy totalmente bilingüe, tengo
estabilidad en mis finanzas, provengo de un hogar estable, en fin, como decía
mi papá, he sido privilegiada. Pero a
pesar de ello, siento que tengo mucho en común con estas mujeres, pese a las
diferencias evidentes.
Sospecho
que a muchos les incomoda el retrato de lo cafre: la gente alborotosa, las uñas
de acrílico, la actitud pasiva y resignada, el gasto en lo superfluo (como si
los que están acá no practicaran la absurda
tradición de amanecerse para los especiales del viernes negro), la freidera y
la actitud indolente de una adolescente, que es, después de todo, típica de la
edad. El documental refleja una realidad
–la de esas mujeres. No es la de todos,
pero gústenos o no, refleja un modo de ser de muchos puertorriqueños. Lo importante es que nos veamos en estas
mujeres, abracemos todo lo positivo e iniciemos el proceso para cambiar lo
negativo.
6 de
junio de 2019
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