TECHNOLOGICALLY
CHALLENGED
Hace tiempo
que me parece horroroso cómo algunos se refieren a las personas con
impedimento. No voy a repetir todas las
barbaridades que se dicen que implican que la persona es incapaz o incluso, que
insinúan que es menos que los demás. Tan reciente como la primera semana de
este mes por poco infarto cuando escuché a una persona decir que primero van
los inútiles, al referirse al orden del proceso de abordaje al avión. Todos nosotros tenemos algún tipo de
dificultad en la vida. En mi caso, no
tengo sentido de orientación, carezco de habilidades atléticas o para el baile y la tecnología me asusta de tal
manera que me ha tomado años lograr un nivel aceptable de destreza. Por tal razón, suelo referirme a mi misma
como technologically challenged, en
referencia a la forma en que a veces se denomina a aquéllos que tienen algún
impedimento físico.
Para cada
una de mis dificultades hay una razón y casi todas están relacionadas con una
creencia inicial de que no soy capaz, aunque sospecho que el asunto del sentido
de dirección tiene que ver con algún desvío en uno de esos intricados surcos en
mi cerebro. De pequeña mis padres no
estimularon mi desarrollo en los deportes, presumo que como medida sobre protectora. Como me apasionaba tanto la lectura, nunca mostré
interés en desarrollar habilidades deportivas.
De hecho, detestaba la clase de educación física. Cuando me obligaban a jugar volibol y veía la
bola venir, en lugar de buscar la bola para lanzarla, me tapaba la cara para
evitar que me golpeara. En cuanto al baile, comencé a tomar clases de ballet y
no podía hacer las piruetas de estrella que con tanta facilidad realizaban las
otras niñas, así que eventualmente las abandoné.
Aunque
disfruto el baile, no lo practico mucho y para colmo, mis parejos nunca han
sido diestros en ese arte. Pese a esto,
me he matriculado en varios cursos luego de adulta: bailes de salón, en el cual
logré un nivel aceptable de poder bailar salsa.
Sin embargo, me causa pavor ir a un lugar y que alguien me saque a
bailar, por lo que cuando ocurre, me pongo tan tensa que el resultado neto es
que no me vuelven a sacar a bailar. Fin
del intento de bailar salsa. En dos
ocasiones tomé clases de bomba, porque es un ritmo que me encanta. En la primera, algo pasó con las fechas y no
pude seguir, pero lo cierto es que no estaba progresando mucho. La segunda vez fue un taller con Paulette
Beauchamp que incorporaba percusión. Al
taller asistían varias mujeres con mucha experiencia en baile, por lo que yo me
sentía más que intimidada. Para colmo se
juntó mi falta de habilidad baileril con el problema direccional. El resultado era que cuando todo el mundo iba
para la izquierda, yo iba para la derecha.
Debo
decir con mucho orgullo que en ese curso poco a poco la gente se iba dando de
baja-supongo que lo consideraban muy básico y el último día de clase la única
que asistió fui yo. No sería la mejor,
pero sí la más consistente. Más tarde
decidí tomar clases de tango, porque es un baile hermoso, con un estilo y una
sensualidad que me hace evocar imágenes de una pareja deslizándose con gracia y
soltura por un enorme salón. Y tengo que
decir que soy bien atrevida, porque ¡mire que intentar bailar nada mas ni nada
menos que tango, que no es nada fácil! Como era de esperarse, tuve muchas
dificultades. Se me hacía muy difícil
seguir la secuencia de los pasos. Tuve un compañero de clases con quien logré
moverme de forma aceptable, pero una reunión con uno de los profesores-mucho
más joven, terminó de desalentarme, porque no lograba adaptarme a su
estilo. Llegó incluso a preguntarme, en
tono molesto si yo iba a insistir en dirigirlo o iba a dejar que él dirigiese.
Este
intercambio me desilusionó, pero no me marcó.
Había tenido la experiencia de bailar con el cheche de la película –el jefe de la academia y supe de primera
mano-o tal vez deba decir de primer pie, que un bailarín excelente puede lograr
que una lo siga al fin del mundo. No
estaba en las de tomar clases privadas con él, así que no proseguí, pero no
pierdo la esperanza de retomarlas y lograr al menos desplazarme con un cierto
grado de elegancia en un tango de esos que me hacen suspirar.
En fecha
más reciente decidí tomar un curso de danza-yoga, porque había iniciado un
curso de yoga que aún no domino, pero sigo intentándolo. No puedo lograr que mis posturas se vean
elegantes, fluidas y mucho menos puedo torcerme como un pretzel, pero hago lo que puedo.
No debe pedírsele a un cuerpo que tiene esta edad que no voy a revelar,
que haga lo que no hizo desde un principio.
El curso me ofrece la oportunidad de integrar la danza a la yoga, para darle
mas elegancia a mis movimientos. Pese a
la paciencia infinita de mi maestra Anuradha, no logro apartarme del todo de mi
mente y la mas de las veces siento que son intentos torpes de desplazarme por
el salón. ¡Ah!, pero ha habido momentos
sublimes, como cuando me puso una falda con vuelo; me sentí con gracia, con
salero y me entregué a la alegría del baile, sin juzgarme.
Esa
experiencia me recuerda mis cursos de teatro, los que tomé a raíz de mi
divorcio, como una forma de integrar un nuevo interés a mi vida que evitara me
convirtiera ¡Dios me libre! en una adicta
al trabajo. A las clases asistía en
compañía de un grupo de jóvenes –yo era la mayor. A muchos de ellos se les hacía fácil entrar
en personaje. Se desplazaban con
facilidad por el escenario, mientras que yo sufría de mis usuales problemas
para moverme con soltura. No me amilané
y me aprendía el libreto, ensayando en cualquier lugar –en casa, en la oficina
en mi hora de almuerzo. Poco a poco mi
voz iba incorporando gestos e inflexiones de voz del personaje, hasta que
lograba habitarlo, como diría Luis Rafael Sánchez.
Me
encantaba el momento en que ensayábamos con vestuario, porque era como si el
personaje entrara en mí y lograba algo que nunca había logrado –no era yo, era la
abuela de la presunta Anastasia de Rusia,
o Bernarda; la temperamental Lucy Van Pelt o Carlota Morrison. Todas
sufrieron una lenta evolución. Yo misma
observaba cómo iba operándose el cambio en mi, hasta que finalmente yo era una de ellas. Disfruté mucho esos años en que logré dominar
mis temores e inseguridades para penetrar en el alma y los sentimientos de
otros seres.
Mientras
todo esto ocurría, en el mundo laboral era cada vez más necesario el uso de la
computadora –para investigaciones, para escribir con precisión y para
comunicarnos de forma más rápida. Me dio
trabajo, porque comencé en una etapa en que los avances iban a las millas. Logré dominar al menos la parte de los
programas de Word y algo de Power Point, que me servía para mis
presentaciones. En el plano personal, me
resistía a dos cosas: cambiar el teléfono celular a uno con acceso a internet y
cambiar la cámara de una de rollito, a una digital. Solía decir que si mi cámara Olympus tomaba excelentes fotos y podía
llevar los rollitos a Walgreen’s para que pusieran las fotos en un disco,
aparte de imprimirla, ¿para qué necesitaba cambiar mi cámara? Además, si en Cuba todavía usan los carros de
los años 50, ¿no era un desperdicio deshacerse de una cámara que funcionaba
perfectamente?
Eventualmente
entendí la conveniencia de tomar fotos digitales y poderlas enviar directamente
a Walgreen’s y a quien quisiera, aparte de poder acceder a internet en
cualquier lugar. Eventualmente me adentré en el mundo de Facebook, pese a mis temores sobre la pérdida de privacidad. He
seguido explorando, poco a poco, con las distintas formas de lograr
comunicarme.
Hace dos
años publiqué mi primer libro y en el proceso he seguido descubriendo las
maravillas de la tecnología. El último
descubrimiento ha sido descifrar cómo integrar fotos a los relatos de los
viajes que publico en mi blog, que ha
sido para mí un excelente vehículo para expresar mis ideas. He comprendido que pese a mis carencias,
puedo sobreponerme a ellas para lograr mi objetivo. Las carencias se deben a tres factores, o al
menos eso creo. El problema direccional
lo atribuyo a una condición genética. El
problema para desplazarme con fluidez y gracia, así como a no tener habilidad
en los deportes, lo atribuyo a la poca exposición que tuve a estos, ya bien
fuera por imposición en la niñez o desidia y falta de interés en mi adultez. Las deficiencias tecnológicas creo se deben
también a algo genético, complicado con algo que permea como he enfrentado todas
las deficiencias: miedo.
El
problema direccional me ha resultado un poco más fácil enfrentar –busco todas
las referencias posibles para llegar a mi destino. Adoro los rótulos. Cuando voy a un nuevo lugar pregunto cerca de
qué queda. Me aterra ir a Bayamón, pero
qué cará –he ido a ¡Grecia y a Japón!
Anticipando el gozo de llegar a mi destino me enfrento a la tortura de
descifrar cómo llegar o peor aún, enfrentarme al hecho innegable de que me
perdí. Debo decir que si por perderse otorgaran
grado académico yo tendría un doctorado.
Pero como dice la canción de Diego Torres, es mejor perderse que nunca embarcar.
Con las
deficiencias en baile y la tecnología logro identificar un temor a hacer las
cosas mal. Puedo reconocer una tendencia
a abandonar aquello que no me sale bien desde un principio. Dios me ha dado varios talentos –para la
expresión verbal y escrita, para la cocina, para los idiomas- que me fluyen con
naturalidad. No siento que hago esfuerzo
alguno para realizarlos. Otros talentos
me han sido negados –soy pésima para las matemáticas, para lograr operar maquinarias,
para cantar y tantas otras habilidades que a otros se les dan con suprema
facilidad. Pese a ello, he comprendido
que no necesito abandonar del todo una actividad que me resulte intimidante y
para lo cual no tengo intención alguna de alcanzar la excelencia, si con ello
puedo apoyar mis talentos.
La
tecnología me ofrece la oportunidad de realzar aquello que disfruto, así que no
aprovecharla sería un poco despreciar el talento que Dios me dio. Me siento
orgullosa de que a pesar de mi dificultad direccional, me he sobrepuesto al
miedo y he viajado a tantos lugares que de otro modo no habría visto. A pesar del miedo a hacer el ridículo, sigo
tomando clases de baile –no voy a ser una bailarina, sólo quiero sentir el disfrute
de desplazarme al son de la música. Mis
deficiencias son tan parte de mi como mis habilidades y no voy a dejar que me
impidan lograr disfrutar la vida al máximo.
Sí, soy technologically challenged,
me pierdo con facilidad y no tengo
sentido de dirección, pero eso no me va a detener.
18 de
julio de 2018
Puedes escribirme a: anaolivencia.1954@gmail.com
Puedes escribirme a: anaolivencia.1954@gmail.com
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