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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

miércoles, 18 de julio de 2018

TECHNOLOGICALLY CHALLENGED






TECHNOLOGICALLY CHALLENGED

Hace tiempo que me parece horroroso cómo algunos se refieren a las personas con impedimento.  No voy a repetir todas las barbaridades que se dicen que implican que la persona es incapaz o incluso, que insinúan que es menos que los demás. Tan reciente como la primera semana de este mes por poco infarto cuando escuché a una persona decir que primero van los inútiles, al referirse al orden del proceso de abordaje al avión.  Todos nosotros tenemos algún tipo de dificultad en la vida.  En mi caso, no tengo sentido de orientación, carezco de habilidades atléticas o  para el baile y la tecnología me asusta de tal manera que me ha tomado años lograr un nivel aceptable de destreza.  Por tal razón, suelo referirme a mi misma como technologically challenged, en referencia a la forma en que a veces se denomina a aquéllos que tienen algún impedimento físico.

Para cada una de mis dificultades hay una razón y casi todas están relacionadas con una creencia inicial de que no soy capaz, aunque sospecho que el asunto del sentido de dirección tiene que ver con algún desvío en uno de esos intricados surcos en mi cerebro.  De pequeña mis padres no estimularon mi desarrollo en los deportes, presumo que como medida sobre protectora.  Como me apasionaba tanto la lectura, nunca mostré interés en desarrollar habilidades deportivas.  De hecho, detestaba la clase de educación física.  Cuando me obligaban a jugar volibol y veía la bola venir, en lugar de buscar la bola para lanzarla, me tapaba la cara para evitar que me golpeara. En cuanto al baile, comencé a tomar clases de ballet y no podía hacer las piruetas de estrella que con tanta facilidad realizaban las otras niñas, así que eventualmente las abandoné.

Aunque disfruto el baile, no lo practico mucho y para colmo, mis parejos nunca han sido diestros en ese arte.  Pese a esto, me he matriculado en varios cursos luego de adulta: bailes de salón, en el cual logré un nivel aceptable de poder bailar salsa.  Sin embargo, me causa pavor ir a un lugar y que alguien me saque a bailar, por lo que cuando ocurre, me pongo tan tensa que el resultado neto es que no me vuelven a sacar a bailar.  Fin del intento de bailar salsa.  En dos ocasiones tomé clases de bomba, porque es un ritmo que me encanta.  En la primera, algo pasó con las fechas y no pude seguir, pero lo cierto es que no estaba progresando mucho.  La segunda vez fue un taller con Paulette Beauchamp que incorporaba percusión.  Al taller asistían varias mujeres con mucha experiencia en baile, por lo que yo me sentía más que intimidada.  Para colmo se juntó mi falta de habilidad baileril con el problema direccional.  El resultado era que cuando todo el mundo iba para la izquierda, yo iba para la derecha.

Debo decir con mucho orgullo que en ese curso poco a poco la gente se iba dando de baja-supongo que lo consideraban muy básico y el último día de clase la única que asistió fui yo.  No sería la mejor, pero sí la más consistente.  Más tarde decidí tomar clases de tango, porque es un baile hermoso, con un estilo y una sensualidad que me hace evocar imágenes de una pareja deslizándose con gracia y soltura por un enorme salón.  Y tengo que decir que soy bien atrevida, porque ¡mire que intentar bailar nada mas ni nada menos que tango, que no es nada fácil! Como era de esperarse, tuve muchas dificultades.  Se me hacía muy difícil seguir la secuencia de los pasos. Tuve un compañero de clases con quien logré moverme de forma aceptable, pero una reunión con uno de los profesores-mucho más joven, terminó de desalentarme, porque no lograba adaptarme a su estilo.  Llegó incluso a preguntarme, en tono molesto si yo iba a insistir en dirigirlo o iba a dejar que él dirigiese.

Este intercambio me desilusionó, pero no me marcó.  Había tenido la experiencia de bailar con el cheche de la película –el jefe de la academia y supe de primera mano-o tal vez deba decir de primer pie, que un bailarín excelente puede lograr que una lo siga al fin del mundo.  No estaba en las de tomar clases privadas con él, así que no proseguí, pero no pierdo la esperanza de retomarlas y lograr al menos desplazarme con un cierto grado de elegancia en un tango de esos que me hacen suspirar.

En fecha más reciente decidí tomar un curso de danza-yoga, porque había iniciado un curso de yoga que aún no domino, pero sigo intentándolo.  No puedo lograr que mis posturas se vean elegantes, fluidas y mucho menos puedo torcerme como un pretzel, pero hago lo que puedo.  No debe pedírsele a un cuerpo que tiene esta edad que no voy a revelar, que haga lo que no hizo desde un principio.  El curso me ofrece la oportunidad de integrar la danza a la yoga, para darle mas elegancia a mis movimientos.  Pese a la paciencia infinita de mi maestra Anuradha, no logro apartarme del todo de mi mente y la mas de las veces siento que son intentos torpes de desplazarme por el salón.  ¡Ah!, pero ha habido momentos sublimes, como cuando me puso una falda con vuelo; me sentí con gracia, con salero y me entregué a la alegría del baile, sin juzgarme.

Esa experiencia me recuerda mis cursos de teatro, los que tomé a raíz de mi divorcio, como una forma de integrar un nuevo interés a mi vida que evitara me convirtiera  ¡Dios me libre! en una adicta al trabajo.  A las clases asistía en compañía de un grupo de jóvenes –yo era la mayor.  A muchos de ellos se les hacía fácil entrar en personaje.  Se desplazaban con facilidad por el escenario, mientras que yo sufría de mis usuales problemas para moverme con soltura.  No me amilané y me aprendía el libreto, ensayando en cualquier lugar –en casa, en la oficina en mi hora de almuerzo.  Poco a poco mi voz iba incorporando gestos e inflexiones de voz del personaje, hasta que lograba habitarlo, como diría Luis Rafael Sánchez.

Me encantaba el momento en que ensayábamos con vestuario, porque era como si el personaje entrara en mí y lograba algo que nunca había logrado –no era yo, era la abuela de la presunta Anastasia de Rusia,  o Bernarda; la temperamental Lucy Van Pelt o Carlota Morrison. Todas sufrieron una lenta evolución.  Yo misma observaba cómo iba operándose el cambio en mi, hasta que finalmente yo era una de ellas.  Disfruté mucho esos años en que logré dominar mis temores e inseguridades para penetrar en el alma y los sentimientos de otros seres.

Mientras todo esto ocurría, en el mundo laboral era cada vez más necesario el uso de la computadora –para investigaciones, para escribir con precisión y para comunicarnos de forma más rápida.  Me dio trabajo, porque comencé en una etapa en que los avances iban a las millas.  Logré dominar al menos la parte de los programas de Word y algo de Power Point, que me servía para mis presentaciones.  En el plano personal, me resistía a dos cosas: cambiar el teléfono celular a uno con acceso a internet y cambiar la cámara de una de rollito, a una digital.  Solía decir que si mi cámara Olympus tomaba excelentes fotos y podía llevar los rollitos a Walgreen’s para que pusieran las fotos en un disco, aparte de imprimirla, ¿para qué necesitaba cambiar mi cámara?  Además, si en Cuba todavía usan los carros de los años 50, ¿no era un desperdicio deshacerse de una cámara que funcionaba perfectamente?

Eventualmente entendí la conveniencia de tomar fotos digitales y poderlas enviar directamente a Walgreen’s y a quien quisiera, aparte de poder acceder a internet en cualquier lugar. Eventualmente me adentré en el mundo de Facebook, pese a mis temores sobre la pérdida de privacidad. He seguido explorando, poco a poco, con las distintas formas de lograr comunicarme.

Hace dos años publiqué mi primer libro y en el proceso he seguido descubriendo las maravillas de la tecnología.  El último descubrimiento ha sido descifrar cómo integrar fotos a los relatos de los viajes que publico en mi blog, que ha sido para mí un excelente vehículo para expresar mis ideas.  He comprendido que pese a mis carencias, puedo sobreponerme a ellas para lograr mi objetivo.  Las carencias se deben a tres factores, o al menos eso creo.  El problema direccional lo atribuyo a una condición genética.  El problema para desplazarme con fluidez y gracia, así como a no tener habilidad en los deportes, lo atribuyo a la poca exposición que tuve a estos, ya bien fuera por imposición en la niñez o desidia y falta de interés en mi adultez.  Las deficiencias tecnológicas creo se deben también a algo genético, complicado con algo que permea como he enfrentado todas las deficiencias: miedo.

El problema direccional me ha resultado un poco más fácil enfrentar –busco todas las referencias posibles para llegar a mi destino.  Adoro los rótulos.  Cuando voy a un nuevo lugar pregunto cerca de qué queda.  Me aterra ir a Bayamón, pero qué cará –he ido a ¡Grecia y a Japón!  Anticipando el gozo de llegar a mi destino me enfrento a la tortura de descifrar cómo llegar o peor aún, enfrentarme al hecho innegable de que me perdí.  Debo decir que si por perderse otorgaran grado académico yo tendría un doctorado.  Pero como dice la canción de Diego Torres, es mejor perderse que nunca embarcar.

Con las deficiencias en baile y la tecnología logro identificar un temor a hacer las cosas mal.  Puedo reconocer una tendencia a abandonar aquello que no me sale bien desde un principio.  Dios me ha dado varios talentos –para la expresión verbal y escrita, para la cocina, para los idiomas- que me fluyen con naturalidad.  No siento que hago esfuerzo alguno para realizarlos.  Otros talentos me han sido negados –soy pésima para las matemáticas, para lograr operar maquinarias, para cantar y tantas otras habilidades que a otros se les dan con suprema facilidad.  Pese a ello, he comprendido que no necesito abandonar del todo una actividad que me resulte intimidante y para lo cual no tengo intención alguna de alcanzar la excelencia, si con ello puedo apoyar mis  talentos.

La tecnología me ofrece la oportunidad de realzar aquello que disfruto, así que no aprovecharla sería un poco despreciar el talento que Dios me dio. Me siento orgullosa de que a pesar de mi dificultad direccional, me he sobrepuesto al miedo y he viajado a tantos lugares que de otro modo no habría visto.  A pesar del miedo a hacer el ridículo, sigo tomando clases de baile –no voy a ser una bailarina, sólo quiero sentir el disfrute de desplazarme al son de la música.  Mis deficiencias son tan parte de mi como mis habilidades y no voy a dejar que me impidan lograr disfrutar la vida al máximo.  Sí, soy technologically challenged,  me pierdo con facilidad y no tengo sentido de dirección, pero eso no me va a detener.

18 de julio de 2018

Puedes escribirme a: anaolivencia.1954@gmail.com 




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