HOY ES JUEVES
Hoy, Día
Internacional de la mujer trabajadora, se me presentaba difícil. Empecé por llamar a la compañía que me factura
(porque no siempre me lo ofrece) el servicio de teléfono e internet. Me prestaron un equipo, porque el servicio
regular quedó interrumpido siete días después de María. Como tengo servicio de telefonía móvil con
otra compañía, no había hecho muchos esfuerzos por acceder al internet a través
de la computadora, pero un fantasma del pasado me obliga a buscar documentos
que tengo allí y remitirlos por correo electrónico, aparte de tener que hacer
una investigación que no resulta sencillo en una pantalla de cinco pulgadas o
lo que sea que mida mi celular, que no puede ser más de seis.
Ya estaba
algo crispy porque el lunes había
acudido a la aseguradora esa que se triplica en nombre y costos para intentar
entender el cómputo bajo el cual me calculan el deducible a pagar por
medicamentos y presentar una solicitud de reembolso por un servicio que recibí
la semana pasada de un médico que no acepta ese plan. Estoy segura que me reembolsarán una ínfima
parte, pero no quiero ni saber – ya tengo suficiente molestia. Me ocuparé de eso cuando llegue el momento.
Ahora la prioridad era resolver el asunto del internet en la computadora. La llamada resulta un paso de comedia para el
que lo vea a distancia, pero lo cierto es que estas dos compañías –una que se
ocupa de mi salud y otra de las comunicaciones, tienen la virtud de sacarme por
el techo, de forma tal que no me comunico muy efectivamente y estoy segura que
tras lidiar con ellos mi salud queda afectada en algún grado.
Tras la
llamada en la mañana, el asunto parece que se resolvió, así que me fui a mi
cita de seguimiento con el oftalmólogo, tras mi operación de una prematura
–subrayo lo de prematura- catarata. Allí
tuve que tolerar las conversaciones alborotosas sobre los achaques de unos
cuantos, los comentarios de política, béisbol y otros tantos que no me
interesaban para nada y que representaban un obstáculo a mi lectura de una muy
buena novela de Sandra Cisneros. Luego
de tres horas allí, creo que pude captar el contenido de tres párrafos. Salí
contenta por un lado –estoy mejorando, pero por otro, no tanto como yo
quisiera. Me entró un hambre de esas que
los que me conocen bien saben que son impostergables, a riesgo de que me
convierta en un ser mutante. En el
camino a casa, iba pensando en el lugar que más me conviniera para almorzar y
finalmente me decidí por uno que ofrece buena comida, atención rápida y buenos
precios. Perfecto para una persona que
acaba de pagar un deducible que representa la mitad del costo de la operación.
Al llegar
se me hizo difícil encontrar estacionamiento, pero finalmente lo conseguí. Subí los escalones hacia el local y me detuve
a mirar una pizarra en la entrada del restaurante. Una joven muy amable me dijo que podía pasar
y adentro podía leer con comodidad los especiales impresos. Me detuvo en la
puerta y me dijo “espérate, que tienes
algo enredado en el pelo”- presumo era una hoja o ramita y lo removió. La joven parecía no tener más de 21 años y me
recordó a la hija de una amiga. Me tomó
la orden muy amablemente y observé que atendía otras mesas, retiraba platos
sucios y traía la cuenta a otros comensales.
Trabajaba de forma eficiente, amable y sin rastro de molestia. Cuando finalicé el almuerzo, pedí la cuenta,
le dí las gracias y le dije felicidades. Me
miró con cara de no saber el motivo de la felicitación, así que le pregunté ¿sabes qué día es hoy? Y me dijo, como
con temor a equivocarse jueves.
Le dije
-con algo que estoy segura tenía algo de maternal- hoy es el Día Internacional
de la mujer trabajadora. Ella se sonrió
y me dijo, ¡qué linda, gracias! Esta
joven es como tantas otras mujeres, muchas de ellas no tan jóvenes, que trabajan
hoy jueves sin haber recibido una felicitación –es más, sin ni siquiera saber
lo que hoy se conmemora/celebra. Son
mujeres que a veces tienen más de un trabajo, aparte del trabajo no remunerado
del hogar. Muchas de ellas han sufrido
humillaciones, han sido víctimas de hostigamiento sexual o sencillamente, se
les trata con indiferencia. Nuestro país
se restablece gracias a los miles de mujeres que han acudido a socorrer familias
en lugares apartados. Sus manos han
meneado los enormes calderos que contienen el alimento para cientos de
familias, han empacado víveres, ropa y otros artículos; han abrazado, han
cantado, han ofrecido abrigo a cientos de vecinos. Unas veces acompañan hombres
igualmente solidarios, otras van solas.
Yo no sé
el nombre de la joven que me atendió –no sé por qué no le pregunté, cuando
suelo hacerlo. Tal vez porque ella
representa a tantas otras mujeres que trabajan este y todos los jueves, para
sostenerse a sí mismas y sus familias, sin felicitaciones, sin flores, sin
saber que hoy se conmemora el Día Internacional de la mujer trabajadora. A ellas, mis respetos.
8 de
marzo de 2018
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