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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

jueves, 8 de marzo de 2018

Hoy es jueves





HOY ES JUEVES
Hoy, Día Internacional de la mujer trabajadora, se me presentaba difícil.  Empecé por llamar a la compañía que me factura (porque no siempre me lo ofrece) el servicio de teléfono e internet.  Me prestaron un equipo, porque el servicio regular quedó interrumpido siete días después de María.  Como tengo servicio de telefonía móvil con otra compañía, no había hecho muchos esfuerzos por acceder al internet a través de la computadora, pero un fantasma del pasado me obliga a buscar documentos que tengo allí y remitirlos por correo electrónico, aparte de tener que hacer una investigación que no resulta sencillo en una pantalla de cinco pulgadas o lo que sea que mida mi celular, que no puede ser más de seis.

Ya estaba algo crispy porque el lunes había acudido a la aseguradora esa que se triplica en nombre y costos para intentar entender el cómputo bajo el cual me calculan el deducible a pagar por medicamentos y presentar una solicitud de reembolso por un servicio que recibí la semana pasada de un médico que no acepta ese plan.  Estoy segura que me reembolsarán una ínfima parte, pero no quiero ni saber – ya tengo suficiente molestia.  Me ocuparé de eso cuando llegue el momento. Ahora la prioridad era resolver el asunto del internet en la computadora.  La llamada resulta un paso de comedia para el que lo vea a distancia, pero lo cierto es que estas dos compañías –una que se ocupa de mi salud y otra de las comunicaciones, tienen la virtud de sacarme por el techo, de forma tal que no me comunico muy efectivamente y estoy segura que tras lidiar con ellos mi salud queda afectada en algún grado.

Tras la llamada en la mañana, el asunto parece que se resolvió, así que me fui a mi cita de seguimiento con el oftalmólogo, tras mi operación de una prematura –subrayo lo de prematura- catarata.  Allí tuve que tolerar las conversaciones alborotosas sobre los achaques de unos cuantos, los comentarios de política, béisbol y otros tantos que no me interesaban para nada y que representaban un obstáculo a mi lectura de una muy buena novela de Sandra Cisneros.  Luego de tres horas allí, creo que pude captar el contenido de tres párrafos. Salí contenta por un lado –estoy mejorando, pero por otro, no tanto como yo quisiera.  Me entró un hambre de esas que los que me conocen bien saben que son impostergables, a riesgo de que me convierta en un ser mutante.  En el camino a casa, iba pensando en el lugar que más me conviniera para almorzar y finalmente me decidí por uno que ofrece buena comida, atención rápida y buenos precios.  Perfecto para una persona que acaba de pagar un deducible que representa la mitad del costo de la operación.

Al llegar se me hizo difícil encontrar estacionamiento, pero finalmente lo conseguí.  Subí los escalones hacia el local y me detuve a mirar una pizarra en la entrada del restaurante.  Una joven muy amable me dijo que podía pasar y adentro podía leer con comodidad los especiales impresos. Me detuvo en la puerta y me dijo  “espérate, que tienes algo enredado en el pelo”- presumo era una hoja o ramita y lo removió.  La joven parecía no tener más de 21 años y me recordó a la hija de una amiga.  Me tomó la orden muy amablemente y observé que atendía otras mesas, retiraba platos sucios y traía la cuenta a otros comensales.  Trabajaba de forma eficiente, amable y sin rastro de molestia.   Cuando finalicé el almuerzo, pedí la cuenta, le dí las gracias y le dije felicidades. Me miró con cara de no saber el motivo de la felicitación, así que le pregunté ¿sabes qué día es hoy? Y me dijo, como con temor a equivocarse jueves.

Le dije -con algo que estoy segura tenía algo de maternal- hoy es el Día Internacional de la mujer trabajadora.  Ella se sonrió y me dijo, ¡qué linda, gracias! Esta joven es como tantas otras mujeres, muchas de ellas no tan jóvenes, que trabajan hoy jueves sin haber recibido una felicitación –es más, sin ni siquiera saber lo que hoy se conmemora/celebra.  Son mujeres que a veces tienen más de un trabajo, aparte del trabajo no remunerado del hogar.  Muchas de ellas han sufrido humillaciones, han sido víctimas de hostigamiento sexual o sencillamente, se les trata con indiferencia.  Nuestro país se restablece gracias a los miles de mujeres que han acudido a socorrer familias en lugares apartados.  Sus manos han meneado los enormes calderos que contienen el alimento para cientos de familias, han empacado víveres, ropa y otros artículos; han abrazado, han cantado, han ofrecido abrigo a cientos de vecinos. Unas veces acompañan hombres igualmente solidarios, otras van solas.

Yo no sé el nombre de la joven que me atendió –no sé por qué no le pregunté, cuando suelo hacerlo.  Tal vez porque ella representa a tantas otras mujeres que trabajan este y todos los jueves, para sostenerse a sí mismas y sus familias, sin felicitaciones, sin flores, sin saber que hoy se conmemora el Día Internacional de la mujer trabajadora.  A ellas, mis respetos.

8 de marzo de 2018


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