UNA GARITA, UNA BANDERA, UN SAXOFÓN
Hace dos
semanas estuve en el Viejo San Juan, como parte de una actividad de la
asociación Puerto Rico Historic Building
Drawings Society. Esto cubrió el
compromiso que hice conmigo misma de visitar el Viejo San Juan al menos
una vez a la semana, para patrocinar los negocios que están sufriendo a causa
del impacto del Huracán María. La primera
vez que fui al Viejo San Juan luego de María me angustió ver sus calles
desiertas –muy limpias, pero sin el movimiento usual de visitantes. Había muchos comercios cerrados y los pocos
que estaban abiertos operaban con generadores o con algo tan básico como una
linterna. Me partió el alma cuando entré a una oscura tienda de artesanía que
suelo visitar por la calidad de su oferta y la joven que nos recibió me entregó
una linterna para poder ver la mercancía.
Se me
hace difícil ver el Viejo San Juan en este estado, como se me hace difícil ver
vídeos o fotos de las condiciones en que quedaron muchos de nuestros pueblos y
sus habitantes: puentes colapsados, casas sin techo, con las pertenencias
semejando las casas de muñecas a las que se les podía cambiar los muebles
porque se podía desprender el techo o no tenían la pared de fondo. La gente se muestra resignada, agradeciendo
que en medio de todo el desastre, tienen vida, que después de todo, es lo único
que no se puede reponer.
Pese al
espíritu de lucha, nos va a tomar mucho tiempo curar todas las heridas que nos dejó
María. Estoy segura que muchos de los
que han asumido una actitud de aceptación, tienen momentos en los que les arropa
la angustia, la incertidumbre, la impotencia, el coraje. Lo sé, porque aunque María me provocó pocas
pérdidas, he tenido otros momentos de grandes pérdidas –de esas que no son
reemplazables y me sorprendo, años después, con emociones que creí superadas.
En la
visita al Viejo San Juan hubo tres imágenes que me infunden esperanza y la
certeza que nos habremos de recuperar –con cicatrices, con tropiezos, con
recaídas, pero habremos de levantarnos.
La primera imagen es de una garita que según nos informó Andy, que nos
sirvió de guía, es la única que permanece inalterada, sin restauración. Está en la calle Norzagaray. He pasado por allí miles de veces y jamás la
noté. Pensar que ha resistido tantos
embates, incluyendo el de María, que no fue Cáscara’e
coco, me hizo cruzar la calle y tomarle una foto. Ella está ahí, resistiendo, aunque no la
noten, asida tan sólo de su propia fuerza y de la calidad de su creación.
La
segunda imagen fue un cartel en la fonda Manolín –un puño pintado con nuestra
bandera, que afirma con decisión que nos levantaremos más fuertes que
nunca. Hay quien propone que no nos
levantamos, porque siempre hemos estado de pie.
Eso es una manera de verlo, pero pienso que no hay nada malo en admitir
que nos hemos caído. El fuerte no es
sólo el que no cae, sino también aquél que cae, toma fuerza desde su interior y
se levanta.
La
tercera es una imagen auditiva. Cuando
regresaba al estacionamiento que suelo utilizar, el Doña Fela, escuché una melodía interpretada en saxofón por un
músico callejero, a la usanza de la ciudad de Nueva Orleans. La melodía era Preciosa, de nuestro Rafael Hernández. He escuchado esa canción en innumerables
ocasiones, pero ese día me llenó de una emoción particular. Tras el paso de María, nuestra Isla quedó fea
-maltrecha, derrumbada, desnuda, quemada.
Ahí es que entonces la miramos con los ojos del alma –esos ojos que ven
la belleza interior–la que vemos porque esta islita es nuestra casa, nuestra
cuna; los brazos amorosos que nos arrullaron en la infancia y nos vuelven a
recibir cuando volvemos abatidos.
Poco
tiempo después del huracán hablaba con una conocida norteamericana que vivió
aquí por diez años - dice que quiere mucho a Puerto Rico y le duele verla en
estas condiciones porque nunca será lo mismo.
Y lo dijo, no porque pensara que nos recuperaríamos fortalecidos, sino
como alguien que lamenta perder algo de forma irremediable. Me enojé mucho porque esta Isla sigue siendo
hermosa –no será igual, pero hay belleza en su transformación. No quiero que me digan que nada será igual de
forma derrotista. Nada es igual de un
día para otro, pero tengo la certeza absoluta que habremos de salir adelante
fortalecidos y luciendo con orgullo nuestras cicatrices de batalla.
Nuestros
bosques están diezmados, las estructuras lucen destruidas, los habitantes pasan
penurias, pero nuestra esencia, la que vemos con los ojos del alma, está
intacta –sigue siendo preciosa, “sin banderas, ni lauros, ni glorias”. Vivo convencida de que no importa el tiempo
que tome, vamos a trabajar para que esta bendita Isla sea tan preciosa a los
ojos del rostro, como lo es para los ojos del alma.
1 de
diciembre de 2017
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