¿FELIZ NAVIDAD?
Para los que adornan el alma aun en tiempos difíciles...
Este año
nos ha puesto a prueba. Se dice que este
es el país más feliz, donde se celebran las navidades más largas del mundo –
esas navidades que son una mezcla de tradición jíbara; música inspirada,
festiva, pícara; excesos de comida y bebida; fervor religioso; compras
desmedidas; luces por doquier. Pero vino
María –el huracán, no la Virgen y nos cambió la vida. A más de tres meses del huracán se estima que
la mitad de los puertorriqueños todavía no tiene luz en sus hogares o comunidad,
incluyendo los pequeños negocios.
Antes del
huracán ya teníamos una economía en crisis, así que María ocasionó que nos
sumiéramos en un hoyo más profundo –algo que jamás imaginamos. Nosotros, que somos los primeros en salir a
ayudar al mundo con sus catástrofes, ahora seríamos los recipientes de
ayuda. Causa dolor ver los vídeos y
fotos de casas destrozadas, puentes colapsados, personas con la mirada perdida,
naturaleza devastada. Causa indignación
ver la reacción humillante de Trump –me resisto a llamarle presidente- y los
torpes esfuerzos de este gobierno que no sale de su marasmo porque se niega a
ver la realidad.
Todos
hemos tenido más gastos, aún los que como yo no poseen una de esas tan
codiciadas “plantas”. Me acostumbré a
beber el agua caliente y usaba leche de
“cajita” para mi café, lo que se convirtió en un reto porque debía buscar
cajitas de verdad, de las que sólo tienen ocho onzas, ya que al no tener
refrigeración desperdiciaría una completa.
Estas, por supuesto, son mucho más caras. Compraba alimentos que normalmente no
compro. Antes de María comía salchichas
quizás tres veces al año; luego de María se convirtieron en un alimento
regular. Mi gusto por la cocina me llevó
a crear platos interesantes con este alimento: sancocho con salchichas, pasta
con salchichas y cocido de garbanzos con salchichas.
Me
sobrepuse al miedo que me causaba la pequeñísima estufita de gas de una sola
hornilla para preparar mis alimentos.
Las familias que no poseyeran una planta ni una estufa de gas gastarían
horrores en comidas preparadas. Otros,
los que ni siquiera tenían casa, dependerían de que alguien les proveyera
alimento. Ese alguien, muchas veces fue
un vecino, una organización comunitaria, algún empresario con conciencia social. Las historias de grupos comunitarios que
salieron a ayudar son tan abundantes como las historias de dolor.
Después
de María nuestra vida giró alrededor de asegurar la subsistencia: buscar agua,
comida, asegurar nuestras pertenencias. Con
el paso del tiempo fuimos logrando lentos avances y se acercaba la época
festiva. Parecería que no hay motivo
para celebrar en medio de tanto sufrimiento, particularmente de aquéllos que
perdieron su hogar y viven en condiciones precarias. Para algunos oír Feliz Navidad puede generar
coraje o desesperanza, porque su vida en estos momentos no es nada de feliz.
Hace poco
más de una semana asistí a la misa de aguinaldo que se celebra en el Centro
Gubernamental Minillas. Solía ir cuando
trabajaba allí y luego de retirarme quise mantenerme conectada a esa
tradición. La ceremonia sencilla,
oficiada por un sacerdote que emana humildad y apego a nuestras tradiciones,
que incluyen trovadores, me emocionó y me hizo pensar una vez más en la
importancia de volver a lo básico. Ayer
vi un vídeo de una señora que perdió sus pertenencias porque aparentemente el
huracán se llevó el techo, adornando con latas, gomas vacías y otros desechos,
porque en medio de todo, hay que celebrar la Navidad. Y ese es el verdadero espíritu de la Navidad
–no son los adornos costosos, ni lo regalos que se ofrecen por cumplir, sino
los adornos que ponemos para alegrarnos
el alma –que hasta los psicólogos recomiendan que cuando estamos deprimidos y
sin deseos de nada, nos animemos a pintarnos la cara y salir a interactuar con
otros.
Celebrar
la Navidad en los tiempos post María no quiere decir que no vamos a denunciar
los errores que haya que denunciar en el manejo de esta crisis, ni que vamos a
olvidar a los que menos tienen. Quiere
decir que nos vamos a adornar el alma para ayudar a otros y a nosotros mismos a
ver lo que es esencial en la vida: el amor de familia y amigos. Ya preparé coquito, majarete que me recuerda
a Madrinita junto a unos polvorones de
nueces que me enseñó a hacer mi amiga Elena y comencé a repartir, como hacía mi
mamá con sus vecinos. Tengo un pequeño
arbolito en una mesa –ya hace varios años que no me embarco en el proyecto de
comprar un árbol grande que requiere estar horas adornando y un retablo que me
regaló mi amiga de la niñez Carmencita, con quien compartí una sencilla, pero
elegante- que María no se llevó el caché- cena que preparé con mucho amor.
Con todas
las bendiciones que tengo, he tenido momentos en que me deprimo –la situación
del país no es para menos, pero he escogido adornar mi alma para esta Navidad y
hacer que lo verdaderamente importante esté presente, como estuvo presente en
aquél pesebre hace miles de años. Feliz
Navidad.
25 de
diciembre de 2017
Me puedes escribir a: anaolivencia.1954@gmail.com
#Navidad
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