OTRO AÑO
Se supone
que mañana comienza un nuevo año, pero eso, por supuesto, depende de cuándo
decidamos comenzar a contar el paso de
esos 365 días que se han designado como constitutivos del tiempo que tarda
nuestro planeta en dar la vuelta al sol.
Y esto es algo que tomo por auto de fe, porque no me he puesto a hurgar
en cómo se hace el cálculo. Tampoco voy
a indagar cómo se inició la costumbre de que el 1ro de enero es el comienzo de
año. Yo aprovecho para mirar cómo
transcurrió mi vida –a nivel individual y colectivo y hoy he pensado que el
conteo de ese año podría haberlo iniciado el 8 de enero, fecha en que en el
2016 decidí iniciar mi retiro. Para
celebrar esa fecha, tendría que esperar unos días. Me cuesta creer que hace casi dos años
mi vida cambió.
Hace casi
dos años que no me siento limitada por horarios; que no tengo que asistir a
reuniones para discutir lo que se discutió en incontables reuniones anteriores;
que no tengo que preparar informes para cumplir con un requisito, pero que
nadie lee; que no tengo que manejar asuntos que podrían relatarse en una obra
de teatro del absurdo; que no tengo que pedir fondos que no me van a dar. Tengo la ventaja de ir a mi antiguo lugar de trabajo
como visitante –saludar a quienes quiero ver y ofrecer una sonrisa plástica a
los que no. He logrado dedicar mi tiempo
a escribir sobre lo que me interesa, no porque tengo, sino porque quiero.
También
podría contar un nuevo año a partir de mi cumpleaños. En mi caso, 63 no es poca cosa – mi mamá no
llegó a cumplir 50 y Papi murió a los 61 años de edad. Más allá de contar años de vida, prefiero
contar experiencias –retos superados,
viajes realizados, afectos compartidos.
He tenido muchos retos a través de mi vida –ahora le llaman
oportunidades, pero el balance es hacia lo positivo.
Algunas
personas que han superado enfermedades serias como el cáncer, escogen celebrar
su vida a partir de la fecha que superaron ese reto -me resisto a llamarle oportunidad,
porque cualquiera que haya tenido un
familiar cercano con esa enfermedad sabe que verlos estremecerse de dolor y
finalmente caer vencidos sabe que es una experiencia desgarradora, que usando
palabras de ahora, es algo verdaderamente cabrón. Recientemente vi un reportaje sobre el Doctor
Johnny Rullán y me estremeció saber que nuevamente se enfrenta a esa enfermedad. Mi mejor deseo es que emerja victorioso y
pueda celebrar un año más como el guerrero que es.
Nuestro
país podría celebrar colectivamente la fecha de este año en que tomamos
conciencia de que la fuerza está en nosotros.
Primero, la fecha en que se descorrió el velo que ocultaba la verdadera
relación colonial con los Estados Unidos.
En segundo lugar, la fecha en que enfrentamos el Huracán María. De hecho, muchos cuentan los meses que llevan
sin luz y no sería extraño, dado lo que hemos visto, que algunos lleguen a
conmemorar un año sin luz.
El
balance del año que contamos desde enero parece inclinarse a lo negativo, particularmente
para aquéllos que han perdido su hogar –que son las paredes, el techo, el
espacio en que nos dimos besos y abrazos; los documentos que será necesario
reponer tras filas interminables en diversas agencias, las figuritas que
atesoramos, las fotos familiares, los juguetes preferidos de los niños; el
traje o zapatos favoritos. Son aquéllas
cosas que hemos olvidado, pero que de repente recordamos y revivimos el dolor
de la pérdida. Para ellos, la pérdida es -como el dolor del cáncer,
cabrón. Pero aun con una pérdida de esa magnitud, muchos no han
perdido la sonrisa, ni el agradecimiento por estar vivos.
Durante
esos meses post María, salvo algunas excepciones, nuestro pueblo ha dado muestras de una
solidaridad ejemplar. Nos hemos cuidado
los unos a los otros y hemos descubierto que nuestro concepto de lo que es
necesario se modificó. Nuestro país
cambió de un día para otro. De la
devastación ha ido emergiendo una naturaleza exuberante y del desasosiego ha
ido surgiendo un puertorriqueño fortalecido. La mayoría se enjugó las lágrimas, se sacudió,
recogió lo que pudo y se encamina a hacerle frente a lo que venga. María puso al descubierto una pobreza que ya
estaba ahí; una incompetencia gubernamental –de aquí y de allá- que ya estaba
sembrada, pero que emergió como un hongo que amenaza con cubrirlo todo. Pese a ello, es tan evidente que no queda de
otra que hacerle frente. No me cabe duda
que será una batalla dura y larga, pero habremos de vencer. Ese es el balance
positivo.
Como
decía Martin Luther King en su último discurso, he escalado la montaña y he
visto la Tierra Prometida. Tal vez yo no
llegue (no tengo planes de morirme en el futuro inmediato, tranquilos), pero sé
que este pueblo habrá de salir adelante, más fortalecido que nunca. No importa la fecha que usen como punto de partida,
feliz Año Nuevo.
31 de
diciembre de 2017
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