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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

lunes, 8 de enero de 2018

Un pueblo que ama






UN PUEBLO QUE AMA

Dicen que estos días de Navidad son terreno fértil para la nostalgia y en algunos casos, la depresión. Ello, porque en estas fechas solemos reunirnos con amigos y familia, los cuales, en muchos casos, ya no están. Mi familia, que no era muy numerosa, se ha ido reduciendo, así como los amigos que ya no están físicamente o están de viaje. La realidad post huracán contribuye, porque aunque yo no tuve mayores pérdidas y recuperé el servicio eléctrico a los 40 días – un logro a la luz (no pun intended) de aquéllos que a más de 3 meses del huracán aún no lo tienen, o peor aún, ni siquiera tienen casa, ver su situación no deja de afectarme.  La depresión se fue apoderando de mí, como una neblina que me cubría  poco a poco.  Para completar, el jueves me diagnosticaron conjuntivitis, lo cual aguó planes de encontrarme con unas amigas. Tras varios días de encierro, ayer salí.

Un amigo me invitó a ir a Cayey para explorar el estado en que quedó un lugar que frecuentamos de vez en cuando: The Sand and the Sea.  Posee una vista espectacular desde el alto de una montaña.  Sabíamos que había sufrido daños y la operación se había reducido a unas carpas, con un menú limitado, pero no es lo mismo escuchar sobre lo ocurrido, que verlo.  En el camino se veían los árboles destruidos al borde de la carretera, estructuras derribadas o sin techo, los derrumbes y en muchas de las casas y pequeños negocios, nuestra monoestrellada –unas veces más grande, otras más chica- ondeando orgullosa, como diciendo: ¡estoy de pie!

Llegamos guiados por los rótulos y vimos las estructuras que conocíamos en ruinas.  No parecía que hubiese operación alguna, hasta que preguntamos y nos señalaron hacia una parte más abajo del terreno, al cual accedimos por unos escalones rudimentarios en bloques.  Pudimos divisar una pequeña estructura en madera, pintada de verde y con plataformas hechas con las paletas de madera que se usan para cargar mercancía.   Además, dos carpas sobre la grama, con mesas improvisadas cubiertas con manteles de hule.  En la estructura de madera había una terraza rudimentaria, con bancos improvisados desde los cuales podía apreciarse la hermosa vista.

Atravesamos la estructura de madera, donde unos músicos se aprestaban a colocar bocinas y nos dirigimos hasta una de las carpas, desde donde también podíamos divisar la imponente vista que se desplegaba ante nuestros ojos.  Los míos se aguaron, no por la conjuntivitis, sino por la emoción que me produce contemplar la hermosura de esta tierra y cómo se viste de verde esperanza para sacudir su propia tristeza. Al poco rato nos atendió Grosi -si, Grosi –su nombre es Grosario, una amable joven de hermosos ojos y amplia sonrisa.  Nos explicó el menú limitado –arroz con pollo o empanada con arroz con habichuelas.  Optamos por lo último.  Como aperitivo un spicy crab con chips de malanga, que acompañamos con vinito en copa de plástico, en mi caso y una cerveza Medalla en la lata que dice, muy apropiadamente Restart.

Yo le dí Restart a mi mente y me olvidé de la copa plástica y lo limitado del menú.  Me concentré en la vista espectacular, la brisa y la fortuna de estar en un lugar tan hermoso.  Más tarde supimos, dicho por ella misma, que tras el huracán Grosi perdió dos empleos y que acudió al llamado del dueño del local para ayudarlo y ayudarse a sí misma.  Nos contó además, que aún no tiene luz y las gestiones se le dificultan porque tiene a su mamá encamada.  Y todo esto relatado sin angustia, sin resquemor.  Al final, un, “pero aquí estamos”, puntualizado por su franca sonrisa.

Yo estaba sentada de espaldas a los músicos, que luego vi eran solo dos, así que cuando comenzó la música pensé que era una grabación de Danny Rivera.  Pues resulta que no, que el cantante, de nombre Elbin –sí, Elbin-así aparece en su tarjeta –tiene una voz muy parecida a la de nuestro afamado cantante y luego supimos que hasta cantó con él.  Terminamos el sencillo almuerzo, servido en platos desechables y nos tomamos un cordial –yo y un pitorro –mi amigo.  Nos despedimos de Grosi, quien como esos amigos que visitamos tras una larga ausencia, nos decía, “pero no se vayan todavía”.

Al salir hablamos con el dueño, quien nos dijo que no sólo se había destruido el restaurante, sino también la casa y nos explicó sus planes de renovación una vez el seguro pague, además de planes de expansión.  Le hablamos de Grosi y nos dijo que era una campeona.  Nos habló también de Elbin y nos mencionó que enfrenta sus propios retos.  Nos despedimos, felicitándolo por sus esfuerzos.

Pasamos por frente a los músicos, uno de los cuales animaba a los asistentes a que hicieran peticiones.  Nos detuvimos en la entrada y mi amigo le solicitó que interpretara Yo quiero un pueblo (Tu pueblo es mi pueblo).  Elbin dijo que era una canción apropiada para los momentos que vivimos –indudablemente lo es.  Esta canción es una que los puertorriqueños de varias generaciones hemos coreado con emoción en algún momento de nuestras vidas y hoy a más de tres meses del huracán, le hace brotar lágrimas al más fuerte.  Escuché las primeras líneas: Tu pueblo es mi pueblo, que sufre y trabaja; tu  pecho es mi pecho que siente y que ama y pensé que me siento más unida que nunca a este pueblo que está enfrentando una de sus más duras batallas con entereza, con solidaridad. Canté el coro, con mi desafinada voz cargada de emoción y ojos vidriosos por las lágrimas, en particular Yo quiero un pueblo que ría y que cante; yo quiero un pueblo que baile en las calles; yo quiero un pueblo, un pueblo que ame…

La realidad es más increíble que la ficción, así que cuando llegué a casa vi que una amiga me había enviado un enlace.  Al abrirlo, no podía creer que era un vídeo de Danny Rivera y Chucho Avellanet –dos de las más hermosas voces que ha producido este país, interpretando nada más ni nada menos que Tu pueblo es mi pueblo.  Asombro y más lágrimas –creo que mis ojos están recibiendo un buen lavado.

Este pueblo nuestro, salvo las excepciones usuales a la regla, se ha unido y se ha visto en el dolor del otro.  Varios empresarios se han lanzado a ayudar a los pequeños negocios, que son esenciales para mover la economía.  De negocios como el que visitamos ayer depende no sólo su dueño, sino también los empleados, suplidores y la comunidad circundante para poder cubrir los gastos extraordinarios que hemos enfrentado.  Muchos, como nosotros, vamos buscando esos lugares para ayudarles en su recuperación y en la propia, porque experiencias como la de ayer renuevan el espíritu, que recibe como un bálsamo el esplendor de la naturaleza y la evidencia fehaciente de que este es un pueblo que no sólo ríe, canta y baila en las calles, sino por sobre todo, es un pueblo que ama.


8 de enero de 2018



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