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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

domingo, 14 de mayo de 2017

MI MAMÁ












MI MAMÁ

Mi mamá y yo teníamos muchas diferencias, la mayor parte de ellas relacionadas con su modo rígido de ver la vida.  Con el pasar de los años he comprendido que esas diferencias nacieron de experiencias de vida muy diferentes a las mías.  Ella era huérfana de padre y madre -estudió sólo hasta tercer o cuarto grado y sus siete hermanos fueron repartidos entre familiares. No sé mucho de su vida –ya no tengo a quién preguntarle, pero presumo que tuvo una vida de carencias.  A pesar de ello, supo superarse, convirtiéndose en compañera ideal de un hombre con un trasfondo familiar diametralmente opuesto al suyo.  Mi papá venía de un hogar compuesto por un agrónomo, un ama de casa y tres hermanos; alcanzó estudios de maestría en una universidad norteamericana.

Mami tenía que ser una mujer brillante, porque con su poca educación formal logró ser excelente conversadora.  Pienso que tal vez las lecturas del Readers’ Digest la ayudaron.  Era una cocinera excepcional y cosía maravillas.  Yo era tal vez la niña mejor vestida de la urbanización y mi muñeca Barbie no se quedaba atrás.  Todavía recuerdo los minúsculos broches de un traje azul cielo de un solo hombro que mi Barbie lució.  Su casa lucía siempre impecable -ella enceraba el piso hasta que quedaba como un espejo y también mantenía el jardín.  Disfrutaba de asistir a conciertos con mi papá y nadie que la viera desenvolverse en círculos sofisticados sospechaba de su poca educación formal.  Tenía una voz hermosa y me solía cantar Muñequita Linda.

Cuando yo tenía unos tres años de edad, mi hermanita de año y medio falleció.  Pienso que eso marcó a mi mamá de una manera muy particular y la hizo más recia.  En casa no se hablaba de eso –tal vez ventilarlo nos hubiera hecho bien.  Yo asistía a una escuela privada y salía bien en todas las materias menos educación física, cosa que no importó.  Más tarde empecé a fallar en matemáticas y Mami me repasaba las lecciones con impaciencia.  Le causaba molestia que no hiciera más esfuerzos para sobresalir.  Si yo podía pasar una clase con nota de B sin mayor esfuerzo, no le veía sentido a pasar más trabajo.  Eso enfurecía a mi mamá.

Mami era la que impartía disciplina en casa y fueron muchas las nalgadas que recibí, aparte del ocasional bofetón por “contestar”.  Le tenía pánico a su “coraje negro”, como ella solía llamar sus momentos más terribles, que nunca fueron en verdad maltrato en el sentido estricto de la palabra. Yo no entendía tal rigor.  Era una niña tranquila, callada; no causaba problemas y me parecía injusta tal severidad, particularmente porque mi papá tenía un estilo muy diferente.  No era permisivo, pero impartía respeto con sus palabras.  Con la adolescencia, la brecha entre Mami y yo se fue acrecentando, hasta que le diagnosticaron cáncer.  Ella no había cumplido 50 años y yo estaba en escuela superior.  Papi y yo nos dedicamos a cuidarla hasta que falleció cuando yo me hallaba en segundo año de universidad.

Al perder a mi mamá me rebelé contra Dios, proceso que me tomó años superar.  La vida no es justa –no lo fue con ella, pero lo afrontó con valentía.  Fue una mujer que se construyó a sí misma sobre los despojos de su niñez. “Las cosas se hacen bien o no se hacen”, era uno de sus refranes favoritos.  Hay mucho de su tesón que admiro, pese a que fue fuente de mucho dolor.  Esa rigidez que ella exhibió tenía una razón de ser.  Me la imagino cuestionándose por qué yo, que tenía todo, me mostraba indolente.  Es cierto que las cosas hay que hacerlas bien, pero de los fracasos se aprende.  Creo que fueron muchas las experiencias que no tuve por temor a fallar.

Pese a que soy más parecida a mi papá, la realidad es que tengo mucho de los rasgos de mi mamá.  En el ámbito laboral y a nivel personal exhibí mucha rigidez y apego a la norma, aspecto que mejoró con el tiempo, pero que no se fue del todo.  Me gustan las cosas bien hechas, pero me he permitido fallar en unas cuantas.  En el aspecto culinario logré emular a Mami.  Hoy precisamente intentaré una nueva receta para mí, aunque no es nueva, porque está en el libro de cocina que ella usaba – Cocine a Gusto. Al libro se le salen las páginas apergaminadas y llenas de manchas de huevo, azúcar, mantequilla y sabe Dios qué, pero le tengo un cariño entrañable.  Siento que me conecta con Mami y me hace recordar las veces que compartíamos en la cocina.  Por alguna razón, escuchar su voz al teléfono me lucía más dulce, como si la distancia le hiciera apreciarme más.  No me cabe duda de su amor, aunque no siempre lo comprendiese.

Mi mamá no era perfecta y tal vez no es la que yo hubiese escogido, al igual que tal vez yo no era la hija que ella hubiese soñado, pero es la que Dios me asignó.  A ella le debo muchas de mis mejores cualidades.  Me siento orgullosa de ser hija de Ana María Rivera Ortega y si estuviese viva, tal vez habríamos logrado acercarnos más.

14 de mayo de 2017





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