MI MAMÁ
Mi mamá y
yo teníamos muchas diferencias, la mayor parte de ellas relacionadas con su
modo rígido de ver la vida. Con el pasar
de los años he comprendido que esas diferencias nacieron de experiencias de
vida muy diferentes a las mías. Ella era
huérfana de padre y madre -estudió sólo hasta tercer o cuarto grado y sus siete
hermanos fueron repartidos entre familiares. No sé mucho de su vida –ya no
tengo a quién preguntarle, pero presumo que tuvo una vida de carencias. A pesar de ello, supo superarse, convirtiéndose
en compañera ideal de un hombre con un trasfondo familiar diametralmente
opuesto al suyo. Mi papá venía de un hogar
compuesto por un agrónomo, un ama de casa y tres hermanos; alcanzó estudios de
maestría en una universidad norteamericana.
Mami
tenía que ser una mujer brillante, porque con su poca educación formal logró
ser excelente conversadora. Pienso que
tal vez las lecturas del Readers’ Digest
la ayudaron. Era una cocinera
excepcional y cosía maravillas. Yo era
tal vez la niña mejor vestida de la urbanización y mi muñeca Barbie no se quedaba atrás. Todavía recuerdo los minúsculos broches de un
traje azul cielo de un solo hombro que mi Barbie
lució. Su casa lucía siempre
impecable -ella enceraba el piso hasta que quedaba como un espejo y también mantenía
el jardín. Disfrutaba de asistir a
conciertos con mi papá y nadie que la viera desenvolverse en círculos
sofisticados sospechaba de su poca educación formal. Tenía una voz hermosa y me solía cantar Muñequita Linda.
Cuando yo
tenía unos tres años de edad, mi hermanita de año y medio falleció. Pienso que eso marcó a mi mamá de una manera
muy particular y la hizo más recia. En
casa no se hablaba de eso –tal vez ventilarlo nos hubiera hecho bien. Yo asistía a una escuela privada y salía bien
en todas las materias menos educación física, cosa que no importó. Más tarde empecé a fallar en matemáticas y
Mami me repasaba las lecciones con impaciencia.
Le causaba molestia que no hiciera más esfuerzos para sobresalir. Si yo podía pasar una clase con nota de B sin
mayor esfuerzo, no le veía sentido a pasar más trabajo. Eso enfurecía a mi mamá.
Mami era
la que impartía disciplina en casa y fueron muchas las nalgadas que recibí,
aparte del ocasional bofetón por “contestar”. Le tenía pánico a su “coraje negro”, como ella
solía llamar sus momentos más terribles, que nunca fueron en verdad maltrato en
el sentido estricto de la palabra. Yo no entendía tal rigor. Era una niña tranquila, callada; no causaba
problemas y me parecía injusta tal severidad, particularmente porque mi papá
tenía un estilo muy diferente. No era
permisivo, pero impartía respeto con sus palabras. Con la adolescencia, la brecha entre Mami y
yo se fue acrecentando, hasta que le diagnosticaron cáncer. Ella no había cumplido 50 años y yo estaba en
escuela superior. Papi y yo nos
dedicamos a cuidarla hasta que falleció cuando yo me hallaba en segundo año de
universidad.
Al perder
a mi mamá me rebelé contra Dios, proceso que me tomó años superar. La vida no es justa –no lo fue con ella, pero
lo afrontó con valentía. Fue una mujer
que se construyó a sí misma sobre los despojos de su niñez. “Las cosas se hacen
bien o no se hacen”, era uno de sus refranes favoritos. Hay mucho de su tesón que admiro, pese a que
fue fuente de mucho dolor. Esa rigidez
que ella exhibió tenía una razón de ser.
Me la imagino cuestionándose por qué yo, que tenía todo, me mostraba
indolente. Es cierto que las cosas hay
que hacerlas bien, pero de los fracasos se aprende. Creo que fueron muchas las experiencias que
no tuve por temor a fallar.
Pese a
que soy más parecida a mi papá, la realidad es que tengo mucho de los rasgos de
mi mamá. En el ámbito laboral y a nivel
personal exhibí mucha rigidez y apego a la norma, aspecto que mejoró con el
tiempo, pero que no se fue del todo. Me
gustan las cosas bien hechas, pero me he permitido fallar en unas cuantas. En el aspecto culinario logré emular a Mami. Hoy precisamente intentaré una nueva receta
para mí, aunque no es nueva, porque está en el libro de cocina que ella usaba –
Cocine a Gusto. Al libro se le salen
las páginas apergaminadas y llenas de manchas de huevo, azúcar, mantequilla y
sabe Dios qué, pero le tengo un cariño entrañable. Siento que me conecta con Mami y me hace
recordar las veces que compartíamos en la cocina. Por alguna razón, escuchar su voz al teléfono
me lucía más dulce, como si la distancia le hiciera apreciarme más. No me cabe duda de su amor, aunque no siempre
lo comprendiese.
Mi mamá
no era perfecta y tal vez no es la que yo hubiese escogido, al igual que tal
vez yo no era la hija que ella hubiese soñado, pero es la que Dios me asignó. A ella le debo muchas de mis mejores
cualidades. Me siento orgullosa de ser hija
de Ana María Rivera Ortega y si estuviese viva, tal vez habríamos logrado
acercarnos más.
14 de
mayo de 2017
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