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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

sábado, 18 de junio de 2022

Once

 




ONCE ATAÚDES

Asistir a exequias fúnebres es una actividad que la mayor parte de nosotros rehúye. Algunos asisten por mero formulismo –porque es lo que se espera de acuerdo con los cargos que ocupen en el gobierno o empresas.  Yo he participado de algunos de esos y aunque he ido como un ejercicio del deber, siempre algo conmueve.  Me incomoda sentir que de algún modo estoy asomándome al dolor ajeno, sin tener pleno derecho a ello.  En otras ocasiones, el dolor me ha tocado demasiado cerca –madre, padre, prima segunda,  varios parientes.  Conozco ese dolor más de lo que quisiera. Hubo un funeral que se me quedó sin presenciar, porque por razones que no puedo entender, la persona encargada decidió hacer los trámites en solitario, sin avisarle ni siquiera al resto de la familia.  Era una amiga muy querida y todavía siento que algo se quedó inconcluso –que ese cierre tan necesario en nuestra cultura se quedó a la espera.

El miércoles asistí al servicio religioso que se celebró para quienes nunca conocí.  No sabía quiénes eran, no conocía sus nombres de antemano, pero sentí que yo tenía que estar allí.  Se trataba de las once mujeres haitianas que murieron ahogadas el mes pasado, tratando de llegar a nuestras costas en una endeble embarcación que al parecer llevaba más de 60 pasajeros.  Los relatos del naufragio resultaron tan horribles que me detenía por momentos en la lectura, porque me resultaban demasiado dolorosos.  Según uno de los reportajes, murieron varios niños durante la travesía y sus pequeños cuerpos fueron lanzados al mar. No entro en más detalles, porque resulta macabro, pero puedo imaginar el dolor de esas madres y su desesperación.

No sé si algunas de las mujeres objeto de las honras fúnebres era una de esas madres.  Tan sólo sé que tenían que ser  madres, amigas, hijas, hermanas de alguien que seguramente no estaba allí para darles ese último adiós y tener ese ritual de cierre tan doloroso, pero necesario.  Conocer algunos detalles de la tragedia que les tocó vivir me motivó a estar en esas honras fúnebres.  La situación de Haití me conmueve desde hace años; tanto así, que tras el terremoto del 2010 viajé a Haití en dos ocasiones, con un grupo de misioneros de una parroquia a la que no pertenezco, pero que son ejemplo de lo mejor que hay en l@s puertorriqueñ@s.

 Estar en Haití me puso de frente con un nivel de miseria inimaginable, pero al mismo tiempo con el gozo de las cosas sencillas y la encarnación del milagro de los panes y los peces cada vez que nos reuníamos para compartir alimentos con los miembros de la comunidad.  Conocí, además, la solidez de los lazos familiares, la ternura de un padre haciéndole sus moñitos atados con cintas a su pequeña hija. Pude apreciar la dignidad callada de quienes teniendo tan poco, lucían sus mejores galas para asistir a misa y caminaban erguidos, con una presencia que ni la más sofisticada pasarela ha visto. La lectura de varias novelas y crónicas de  una autora haitiana, Edwidge Danticat, es testimonio de lo que yo vi.

Tal vez por todas mis experiencias con el pueblo haitiano, sentí la necesidad de asistir a estas honras fúnebres. La situación en Haití, si cabe imaginarlo, está aún peor que cuando yo viajé.  Ya no sólo es la pobreza y la corrupción, sino que además, tras el asesinato de su presidente hay pandillas que regentean las calles abusando de los residentes, robándoles lo poco que tienen y sometiéndoles a un régimen de terror.  Es muy probable que haya sido esta situación la que llevó a estas once mujeres a tomar su decisión.

 

Llegué a la Parroquia Santa Teresita poco antes de las 11 de la mañana.  Al caminar hacia la entrada, en una especie de vestíbulo pude apreciar varios de los féretros.  Cuando me disponía a entrar, comenzó a sonar una marcha, interpretada por la banda de la Congregación Mita e inició el desfile de féretros, todos con una bandera de Haití sobre ellos.. Ya en este punto no pude contener las lágrimas.  No quise entrar a la parroquia hasta que terminara el desfile, así que tomó un tiempo considerable hasta que entraron todos los féretros, en una procesión solemne hasta el altar, ante el cual fueron colocados uno al lado del otro.  Busqué un lugar en los laterales, mientras observaba a los presentes.

Varias de las personas encargadas se ocuparon de colocar fotos de las mujeres sobre cada uno de los féretros.  Cada ataúd era distinto –uno blanco, varios grises, algunos de tonos de marrón y uno negro.  Algunos llevaban un modesto arreglo floral.  Fue hermoso ver que habían invitado representantes de otras denominaciones religiosas, como la Episcopal y la Metodista, aparte de la obvia presencia de la banda de la Congregación Mita.  El dolor no conoce de credos religiosos.  Tod@s nos hermanamos ante esta realidad.

Hubo mensajes de distintas personas, pero de particular emoción fueron los comentarios del líder comunitario Leonard Prophil, quien puso en contexto toda la complicada planificación y gestiones que se hicieron para lograr la ceremonia que eventualmente se efectuó. Las complicaciones surgieron desde el principio, cuando un simple papel de parte del gobierno haitiano impidió que las mujeres pudieran ser enterradas en su país.  Esa denuncia la hizo con evidente indignación.  Relató además, que logró convencer a la directora del Negociado de Ciencias Forenses para que uno de los cuerpos, que aparentemente quedó en peor estado, no fuese cremado porque los haitianos no creen en la cremación.

Entre los sucesos difíciles, se evidenció una vez más la nobleza de nuestro pueblo, presto a ayudar.  Varias funerarias aportaron diversos servicios, desde los ataúdes y la transportación en once coches distintos.  Varios embalsamadores ofrecieron sus servicios y la conocida diseñadora de modas Carlota Alfaro, a través de su academia, aportó las túnicas blancas que cada una de las fallecidas llevaría en su viaje al cementerio municipal de San Juan.  Estas once mujeres tuvieron un funeral digno, como se merece cada ser humano, pero que lamentablemente no siempre es posible.  Su experiencia de horror se transformó en una experiencia hermosa.

A través de la ceremonia la Banda interpretó varias melodías, entre ellas la danza Mis amores, de Simón Madera, la favorita de mi papá.  Aunque el objeto de la inspiración para la letra es un amor no correspondido, no se me escapó la connotación que parte de ella tenía para ese momento y que resonó en mi interior;

Adiós, adiós amores,

encantos de mi vida,

la prenda más querida,

de mi vida, vida, de mi amor, amor.

Siento en el alma pesares,

que jamás podré olvidar,

tormentos a millares,

que hoy me vienen a mortificar.

El corazón se me aflige,

siento tu ausencia mi bien.

Eres el ser que más adoro…

 

Mañana celebramos el Día de los Padres.  Pienso en los padres de esas once mujeres, algunos de los cuales tendrán sus corazones afligidos; sufrirán tormentos a millares que les mortificarán y sentirán su ausencia al recordar a esa niña – una de las once- a quien un día le hicieron sus moñitos atados con cintas de colores.

18 de junio de 2022

 

 

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