AMISTADES
Nunca he
sido persona de pertenecer a grandes grupos.
Cuando niña tuve una amiguita con quien compartía mis juegos y
actividades. Según crecí, fui ampliando
el círculo de amistades, pero siempre he preferido calidad sobre cantidad. Conservo una amiga de la niñez –Carmencita- a
quien veo poco, pero cuando nos encontramos, sentimos esa conexión especial de
alguien que hemos conocido durante las distintas etapas de la vida y con quien
hemos compartido gozos y tristezas.
Tengo algunas amistades que datan desde el tiempo que estuve
casada. Una de ellas ya no está y su ausencia
me causó mucho dolor.
Leila y
yo fuimos cómplices de aventuras culinarias, diálogos extensos y disfrute de
vinos. Pese a nuestra diferencia de edades, éramos espíritus similares –mujeres
independientes, fuertes de carácter y capaces de prodigar afecto y
consuelo. Fueron muchas las veces que me
recibió en su acogedora casa, donde siempre me sentí como si estuviese en casa
de un familiar cercano. Ella y su esposo
Guillo se convirtieron en parte de mi familia.
De mi
época de recién casada, retuve la amistad de Elena y su esposo Tomás. Elena y yo solíamos involucrarnos en
proyectos de hacer pastelillos o bizcochos.
Nuestras vidas han evolucionado de forma distinta, pero siempre hay
momentos de intersección, como el desayuno que disfrutamos hoy. Sentarnos a la mesa es lograr una comunión,
un canto a la amistad verdadera. Con el
tiempo, los lazos se afianzan, aunque no nos veamos a menudo.
En el
ocaso de mi matrimonio conocía a Flor, sus hijas y su esposo Mario Negroni. Mi matrimonio no duró, pero la amistad con
los Negroni sí. Son muchas las veces que
me he sentado a su mesa, que cambia de lugar, pero no de abundancia de afecto. El recuerdo de Mario nos acompaña, así como los
buenos momentos de disfrute de la conversación amena y por supuesto la buena
mesa. Llegar a casa de Flor es llegar a casa. Allí me siento como una hija y siempre estoy
disponible para recibir y brindar consuelo cuando hace falta.
Hace unos
dieciocho años conocí a mi Buddy, alguien que jamás pensé sería una entrañable amiga,
dada las diferencias tan sustanciales entre ambas. Sin embargo, hoy puedo decir que mi Buddy
forma parte de esa familia que he escogido.
Hemos enfrentado grandes crisis en nuestras vidas, así que hemos llorado
una en el hombro de la otra más veces de las que hubiésemos querido. Ella logró que yo publicase mi libro dedicado
a mi Papito. A través de mí, ella
conoció a ese ser tan especial que abandonó este plano hace 30 años. No me cabe duda de que Papi habría acogido a
mi Buddy como parte de los suyos, así como acogió a Leila.
Más tarde
conocí a Ramón, con quien mantengo una amistad que reta todos los pronósticos
de cómo dos personas tan disímiles pueden encontrar caminos de convergencia.
Ramón no tiene filtros, así que por momentos dice cosas que pueden sentirse
como una esponja de Brillo, pero como Cinthia Azul, tiene el corazón blandito y
ha sabido ser un amigo constante, siempre presto a ofrecer ayuda y presentarse
con un aguacate, una botella de vino o unos platanitos. Su sentido del humor y el mío van por caminos
opuestos. He podido dudar de la pertinencia de sus comentarios, pero nunca de
que nacen de maneras distintas de ver la vida o de pensar que es lo mejor para
mí. Edgar y José –el que vive en
Washington, no mi ex- son otros dos buenos amigos varones cuya presencia
permanece, a pesar de la distancia.
Hablar con ellos aunque pase mucho tiempo, constituye un gozo.
Luego de
mi retiro hace casi cinco años -¡tantos!- decidí servir de voluntaria en la
Fundación Luis Muñoz Marín. Lo que menos
imaginé es que en corto tiempo desarrollaría una relación de verdadera amistad
con algunas de las componentes de ese grupo.
Todas son personas valiosas, pero por supuesto, he desarrollado más
afinidad con algunas de ellas, al punto que me han demostrado ese afecto tan
especial que sólo se encuentra en una verdadera amiga.
Hoy, como
todas las mañanas, leí la Palabra Diaria y me pareció más que apropiada la
lectura de hoy: Consuelo. Dice en parte:
“Siento
gratitud por mi familia, mis amistades y mi comunidad espiritual, especialmente
en tiempos difíciles. Las personas que
me aman y se interesan por mi bienestar me ayudan a sobrellevar cualquier
carga. No importa lo que enfrente, saber
que no estoy solo me consuela.
Así
como soy alentado por otros, busco la manera de ser una fuente de solaz para
familiares y amigos.”
He sido
más que bendecida con una familia de sangre muy especial, que aunque reducida
en número, me formó en amor como un ser humano capaz de dar y recibir
afecto. Para mayor bendición, me ha dado
amigos y amigas que constituyen esa otra familia. A todos, infinitas gracias.
23 de
diciembre de 2020
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