Hoy se ha
designado como el Día de Acción de Gracias.
Hay quien debate si esto es una tradición impuesta, si tiene sentido
asignarle un día a un acto que debe ser espontáneo o si es una mera estrategia
comercial. Lo mismo se dice de otros
días conmemorativos. A mí personalmente no me incomoda; de hecho, lo tomo como
una oportunidad para recordarme a mí misma la importancia de ser agradecida y
para hacer un inventario de bendiciones, pese a que todos los días escribo en
mi diario de agradecimiento. Doy gracias
por las pequeñas y las grandes –por el café, por el sueño reparador, por el
canto del coquí, por los padres que tuve y por los amigos.
Debo
confesar que en estas semanas, particularmente la pasada, he estado deprimida,
aunque no por ello he dejado de agradecer.
Por razones que no tengo totalmente claras, me arropó una sensación de
soledad, de abandono. La vida ha sido
generosa conmigo, pero también me ha impuesto condiciones –en ocasiones
auto-impuestas- en las que me encuentro enfrentando batallas sola. Precisamente
la semana pasada recordaba a mi amiga Leila, quien hace cinco años partió a
otro plano. Nuestra amistad fue de esas
fuertes, producto de reconocer en cada una precisamente esa fortaleza. La
diferencia en edad, estatura y circunstancias de vida no hacía mella en aquello que nos hermanaba
tanto así, que ella solía llamarme su hermana gemela. Nunca olvido la cara estupefacta de un mozo
cuando llegamos al restaurante y ella le dijo que yo era su hermana
gemela. El hombre no sabía si sonreír o
mirar compasivamente a Leila dudando de su sanidad mental. Pues precisamente me
hallaba pensando en Leila cuando preparaba una receta que a ella le encantaba y
solía hacer: pasta en forma de caracoles, rellena de bacalao.
Entre las
muchas cosas que compartíamos, estaba el gusto por la cocina. La receta de Giovanna Huyke que compartí con
Leila nos encantaba a ambas. Por alguna
razón, hacía mucho tiempo que no la preparaba.
Ese día no encontré con quien compartirla, así que la preparé para mí
misma, sonriendo al recordar que Leila le llamaba los “buches de bacalao”. La foto que acompaña este escrito es la
evidencia del resultado. Sentarme a comer ese plato me alivió la sensación de
vacío que nada tenía que ver con el estómago y que esa semana se había
agudizado. Había iniciado un viaje de
esos en los que una se coge pena, enfocando en lo que no se tiene, en lugar de
mirar lo que sí se tiene.
Dios/el
Universo se encarga de enviarnos recordatorios de la forma más inesperada. Una amiga reciente me llamó –de la nada- para
extenderme una invitación a su casa para compartir con un círculo íntimo –intimísimo-
la Nochebuena. Su gesto me conmovió,
porque sin yo haber dicho nada, ella presintió que yo estaría sola esa
noche. Suelo pasarlo con unas amistades
entrañables, pero sospecho que este año, por causa de la pandemia, el encuentro
no se dará. Como si fuera poco, esa
misma semana el esposo de otra amiga de muchos años, quien también se ha
convertido en amigo, me envió un vídeo de un conjunto musical argentino,
celebrando la amistad.
Al día
siguiente, leía, como todas las mañanas, La
Palabra Diaria, que en esa ocasión era -nada más ni nada menos- que Amistad.
De inmediato conecté todas las señales que me recuerdan que no estoy sola. Tengo amistades de hace muchos años, a las
que se han unido otras más recientes.
Todas me han demostrado de diversas formas cuánto me quieren. Y por si aún me quedaba duda, hoy tuve una
experiencia que sólo puede tener origen divino.
Por razón de la pandemia, la iglesia que está casi detrás del complejo
donde vivo decidió celebrar un culto en el estacionamiento que queda justo detrás
de mi apartamento. Había pasado una mala
noche, razón por la cual escuché con desagrado cómo iban llegando autos a eso
de las 6 de la mañana. Aparentemente la
idea era celebrar un culto desde una pequeña carpa, mientras los feligreses
permanecían en los vehículos. Los sentí
llegar poco a poco y oía sus voces saludándose.
La idea no me simpatizaba nada, ya que anticipaba una larga ceremonia
con más ruido del que quise tras la noche de poco sueño, pero Dios/ Universo me
tenía una bendición disfrazada.
El
segundo cántico que escuché fue Cada Mañana
y súbitamente me transporté al lugar donde solía tomar mis clases de yoga con
mi maestro Yakeen y me vi a mí misma tendida en la estera, escuchándolo cantar con
su dulce voz, acompañado de su guitarra, mientras las lágrimas de emoción
corrían por mis mejillas:
Cada mañana al
despertar
Y por la noche al descansar
Agradezco tus bondades en mi vida
Por todo lo que me permites disfrutar
Aleluya, aleluya, agradecido estoy por tu bondad…
Estoy
verdaderamente agradecida por todas las bendiciones recibidas de los que están
y los que ya no están; de l@s amig@s recientes y l@s de hace mucho tiempo; por
los padres que tuve; por la salud y la abundancia y por la conciencia de que
pese a las apariencias, no estoy sola.
Gracias, gracias, por todo el amor recibido.
26 de
noviembre de 2020
Bendecida 🌼
ResponderEliminarHermoso mensaje de sanación y confirmación. Esta noche la canto para ti y siempre que lo hago te recuerdo.
Un abrazote ☀️