HOMENAJE A MI CAFETERA
No sé
exactamente desde cuándo la tengo, pero ha estado conmigo por más de 30 años. La adquirí en una ferretería de esas que
venden un poco de todo, sobre todo artículos de los que ya no se usan. Es más, ya casi no existen esas
ferreterías. Cuando mi mamá falleció
hace 47 años, yo permanecí viviendo en la modesta casa de clase media en la
urbanización Country Club, primero con mi papá y luego con el que fue mi
esposo. Gran parte de los objetos que
pertenecían a ella pasaron a ser míos, incluyendo una cafetera de aluminio que
eventualmente se estropeó y dio paso a la que tengo ahora, que es idéntica a la
original.
La imagen
de esa cafetera me ha acompañado desde la niñez, cuando observaba a mi mamá
colar el café que disfrutábamos los tres –un café fuerte, oloroso. Papi solía tomarlo negro, casi siempre en las
noches, acompañado de un cigarrillo. Mami y yo lo tomábamos con leche. También solía prepararlo para llevar en un
termo cuando íbamos a los juegos de pelota en el parque Hiram Bithorn y los
espectadores que estaban sentados cerca a nosotros suspiraban cuando Mami abría
aquel termo largo con diseño a cuadros rojos y negros, para servir aquel café
que olía exquisito y podía escuchar las exclamaciones: ¡Ave María, que rico
huele ese café!, o un simple ¡ummmm!
La
cafetera original viajó con nosotros a todas las casas que vivimos y sospecho
que ya había viajado antes de yo conocerla.
De Country Club nos mudamos a Vega Baja, a Manatí y luego de vuelta a
Country Club, debido a los trabajos que Papi tuvo por un tiempo. Tras la muerte
de Mami, la cafetera se quedó conmigo allí y luego me acompañó a la casa de Dos
Pinos que compramos mi ex y yo, tras la venta de la casa de Country Club. Me arrepiento de muy poco, pero vender la
casa de Country Club es de esos pocos arrepentimientos, pero esa es otra
historia.
Luego
de mi divorcio la cafetera -de marca Comet-
me acompañó al pequeño apartamento que alquilé, porque no podía costear la casa
de Dos Pinos ni mi ex tampoco, así que la casa se vendió sin que sobrara nada,
porque todavía se debía gran parte de la hipoteca. Mi papá decía que mi matrimonio no lo
constituía una sociedad legal de gananciales, sino de “perdiciales”, pero esa
también es otra historia. Tras su
muerte, me mudé al apartamento que vivo ahora.
No puedo recordar si ya tenía la versión sustituta de la original –creo que
sí.
Lo cierto
del caso es que la cafetera sustituta es exactamente igual a la original. Hasta tiene el mismo sonido cuando choca con
otros trastes y la tapa tiene un tornillo un poco suelto, por lo que hace un
sonido como de maraca cada vez que la coloco o la remuevo de la porción donde se
le echa el agua y ni hablar del alboroto que hace cualquiera de sus partes
cuando cae al suelo y termina con las abolladuras que exhibe, evidencia de su
tránsito por mi vida. Esta cafetera demuestra
que se ha usado consistentemente, a diario, para producir el café que tomo en
las mañanas y a veces en las tardes. Es
una cafetera tan sencilla que me produce gracia cuando he tenido que explicar
cómo se usa a quienes he abordado en busca de otra para reemplazarla.
Que
conste, que no la reemplazo porque esté buscando una moderna. Yo quería una igual, pero lamentablemente, ya
no existen, al menos en los lugares que he buscado. Me lancé en esta aventura en busca de la
sustituta, por lo que acudí a amistades en las redes, para lo cual tenía que
explicar cómo funciona la cafetera, que en
realidad, es cómo funciono yo con la cafetera, porque ella en esencia
permite que el agua que se pone a hervir aparte, pase a través de la porción
superior, se deslice sobre la porción del medio que contiene la harina de café
y termine en la porción inferior. Salvo
el concepto de gravedad, no tiene nada de ciencia. Lo que tiene es ese toque de magia que le pongo yo, al echar
una cantidad de café que es algo indeterminada en la porción del medio y al
hacerlo ignoro por completo las marcas de medida que tiene. Es algo así como más de la mitad, pero menos
de ¾. Lo mismo ocurre con el agua. Es llegar casi, pero no del todo, a la mitad de la
primera línea que aparece como medida.
Con el paso del tiempo, el interior del envase ha creado su propia
marca, que es una sombra –no una línea- que evidencia hasta donde debe llegar
el agua para hacer el café como me gusta.
Todo este
detalle no es una regla fija. Hay
harinas de café cuyo molido es más grueso, por lo que si uso las mismas medidas
sui generis puedo terminar con un
café aguado, que no es mi gusto, así que eso me obliga a reajustar la técnica. Vamos, que dominar este artefacto me ha
tomado años y en el proceso llegué a tomarle afecto. Una mañana noté un charco
debajo de la cafetera, como si se estuviera desangrando. La cafetera dio su último suspiro a través de
las perforaciones en la parte inferior.
Intenté salvarla, pero no tenía remedio.
Su vida útil llegó a su fin y ahora le toca descansar.
Tengo una
cafetera nueva que me regaló mi prima Socorrito. Es italiana y roja, lo que me hace pensar que
necesito color en mi vida, que se estaba tornando un poco como mi amada
cafetera –valiosa, con experiencia, pero predecible. Ahora tengo que aprender
el punto exacto de esta nueva cafetera -dónde es que resulta suficiente café;
hasta donde debo echar el agua que ahora no baja, sino que sube. Hay algo más de ciencia, pero todavía es un
artefacto que no requiere electricidad y que me ofrece un cierto grado de
intervención en el proceso. La otra
cafetera -mi viejo y fiel cometa- estará disfrutando del merecido retiro en la
parte de arriba del gabinete, observando que la nueva cafetera complazca a su
dueña actual.
15 de
septiembre de 2020
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