LUZ INTERMITENTE
Un día
como hoy hace tres años, terminaba los preparativos en mi apartamento para
refugiarme en la casa de mi prima Socorrito ante el paso del huracán
María. Estaba extenuada de tanto reforzar
puertas y ventanas en un ejercicio que parecía fútil ante el poderío que se
anunciaba tenía este huracán. Tenía
mucho miedo, porque durante el huracán George permanecí sola en el apartamento
y contemplé horrorizada cómo las puertas corredizas de cristal, a pesar de las
tormenteras, se inflaron como un globo con los vientos y todavía me pregunto
cómo resistieron. No me quería quedar
aquí a probar mi suerte. Terminé los preparativos y me fui, rogando a Dios que
cuidara mi espacio.
Esa noche
comenzó la lluvia y algo de viento. Nos retiramos a dormir y de madrugada
arreciaron los vientos. Mis recuerdos
son como retazos de imágenes y de sentimientos – miedo, ansiedad, preocupación.
Y ni se diga el angustioso trayecto de regreso a casa el día después del huracán,
cuando pude ver los destrozos en el camino.
Mi mente imaginaba mi apartamento con puertas y ventanas derribadas, lo
cual afortunadamente sólo fueron imágenes producto de la ansiedad. Tristemente, no todo el mundo corrió la misma
suerte.
Recuerdo
los relatos en la radio, de gente llamando desesperada preguntando por el
paradero de sus familiares o solicitando ayuda.
Yo estaba a salvo –tenía techo, comida y agua almacenada. El agua tardó dos semanas y media; a luz 41
días en retornar, que es muchísimo menos que los meses que tuvieron que esperar
miles de puertorriqueños. Y poco a poco
fuimos descubriendo el horror que dejó María con su furia y el que develó por
la incompetencia e insensibilidad del gobierno, empecinado en negar lo que era
evidente: había miles de personas que fallecieron a causa de la falta de acción
gubernamental. Hubo gente que hasta tuvo
que dejar a sus muertos en un auto o vivir con el horror de saber que estaban
sepultados en el interior de una vivienda, cubiertos por un alud de lodo.
María nos
dio lecciones a todos –lo malo es que unos pocos que estaban en el poder no
fueron capaces de aprender. Todavía hoy
hay gente que vive bajo los toldos azules que tardaron semanas o meses en
llegar. El sistema eléctrico que se
anunció como robusto y listo para afrontar esta nueva temporada de huracanes es
un chiste de mal gusto. Yo sufro las intermitencias del sistema dos o tres
veces a la semana. Justo el miércoles,
cuando llegué a casa con mis tripas clamando por alimento y comencé a preparar
el almuerzo, puf! se fue la luz. Tras esperar
unos minutos, recurrí a mi estufita de gas de una hornilla, que es ridículo,
porque se supone que es para emergencias.
No puedo imaginarme las peripecias que tienen que hacer los padres que
ahora hacen las veces de maestros y acceder al internet, con este servicio
intermitente en los lugares que puede haberlo, porque hay otros que ni rastro.
Mi estado
de ánimo está tan intermitente como el servicio de energía eléctrica –por momentos
me siento esperanzada en que habremos de salir adelante y que la mayoría se ha
dado cuenta de todos los engaños y cuentos fatulos; por otros todavía veo gente
justificando lo injustificable y tengo que echar mano de ese tenue hilito de
esperanza al que me he aferrado tantas veces, sin soltar la voluntad de hacer
mi parte para lograr salir de este marasmo.
19 de
septiembre de 2020
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