EL OTRO VIRUS
Durante
el mes de febrero comenzó a acrecentarse –para la mayoría- la preocupación por
un virus que se originó en la China.
Digo para la mayoría, porque para el entonces secretario del
Departamento de Salud esto no presentaba mayor riesgo, ya que a Puerto Rico no
arribaban vuelos directos de ese país.
La entonces epidemióloga del estado, la Doctora Deseda evidenció tener
un problema mayor que el mío en términos de conocimientos de geografía al
afirmar que Italia tenía mayor número de contagios por su cercanía al país que
construyó la gran muralla. Tras una
serie de traspiés, la gobernadora se deshizo de estos patéticos personajes y
designó un nuevo secretario, que parece ser una persona competente e inspira
confianza. Además, creó un grupo de
trabajo compuesto por médicos de la academia y otras ramas para que le sirviera
de cuerpo asesor.
Debo
deducir que fue el grupo de trabajo el que hizo la recomendación de la
imposición de la cuarentena, que tuvo su efecto completo el lunes 16 de marzo,
ya que el toque de queda se inició el domingo previo, a las 9 p.m. Bajo esa
directriz, que luego se enmendó recientemente, todas las personas deben estar
en sus casas -ahora desde las 7 pm hasta las 5 a.m. del día siguiente, salvo
para recibir tratamiento médico, asistir a ciertos trabajos designados
esenciales, comprar alimentos, medicamentos y otros artículos de primera
necesidad. El impacto sobre la economía aún no se calcula en toda su
extensión. Miles de personas han quedado
desempleadas, así como múltiples negocios han tenido que suspender
operaciones. Mi mente humanística no es
capaz de visualizar los miles de millones en pérdidas que esto implica.
Lo que
puedo comprender mucho mejor es el impacto sobre las familias que ya de por sí
estaban sufriendo una reducción en sus ingresos y de momento se enfrentan a que
no es que reciban menos; es que no reciben nada. Para personas con salarios muy bajos o que
fluctúan porque son cuentapropistas, esto es devastador. Muchos de ell@s ya se habían reinventado,
preparando comidas para vender, haciendo bizcochos, ofreciendo servicios de
transportación y cualquier cosa que contribuyera a poder llevar alimento y
artículos de primera necesidad a la familia.
Una vez entra en vigor la cuarentena, se hizo imperativo volver a
reinventarse.
Tengo una
amiga que comenzó a hacer mascarillas de tela, un artículo que se hace
indispensable ahora que el gobierno recomienda su uso para cuando se hace
necesario salir al supermercado. También ha habido empresas locales que han
transformado su operación para ofrecer el que quizás es el producto más
preciado: alcohol o desinfectantes de manos.
En ese esfuerzo se han asociado con otras compañías que producen
productos de limpieza para ampliar la oferta.
Según se ha informado, aparte de vender los productos a gran escala,
también hacen donaciones a instituciones médicas o de cuidado de ancianos. Es el mejor ejemplo de una operación
comercial con sentido de comunidad –que no se trata sólo de devengar ganancias,
sino también de contribuir a la sociedad.
Después de todo, si una empresa se ocupa de mantener saludable a un
sector de la población, podrá en un futuro ofrecer su producto a un mayor
número de personas.
Son
incontables los casos de artistas, maestros de yoga, de música, de danza, de cocina,
de you name it que ofrecen sus
servicios de forma gratuita a través de las redes sociales. Nos ofrecen momentos de puro gozo, de paz
espiritual y de esa risa tan necesaria en estos tiempos. En estos momentos,
muchos de ellos no tienen ingresos. La
recompensa podrá llegar luego, pero mientras tanto, ¿qué? Nos toca a los que por circunstancias de la
vida estamos más estables económicamente, asegurarnos de que apoyamos de algún
modo a quienes más lo necesitan. Y de
eso, sobran los ejemplos. Hay much@s que
se ofrecen a comprar víveres u ofrecer transportación. El espíritu de solidaridad se desborda de una
forma que me emociona hasta las lágrimas.
Mientras
todo esto ocurre, hay otros que muestran el lado más oscuro del ser humano. No bastó con Whitefish, con los que ostentaron
puestazos, con los que repartieron
generadores a los panas o a los del corazón
del rollo en medio de la tragedia del huracán. Ha salido a relucir que en medio de esta
pandemia hubo unos seres despreciables que decidieron reinventarse -¡y
cómo! Supimos que una compañía dedicada
a la construcción decidió de súbito dedicarse a la distribución de pruebas de
diagnóstico para el COVID-19. Vamos, que
puedo entender que el que fabricaba ron modificara la operación para hacer
desinfectante –después de todo el ron es alcohol, pero de la construcción a
pruebas de diagnóstico va un enorme trecho.
Presumo que la compañía sabe de cemento, de varilla, de piedra, pero de
esto otro, como diría la mamá de una amiga: ¿qué
tiene que ver el culo con la primavera? Y me disculpan la vulgaridad –es
que con esto de la cuarentena estoy viendo mucha televisión española.
Al
preguntársele al dueño de de la compañía de construcción ahora diversificada a
distribuidora de pruebas de detección de virus, respondió que diversificó las operaciones
de una torrefactora también de su propiedad a productos de higiene y protección
personal y recibió el ofrecimiento de ofrecer las pruebas –nada, que lo mismo
vende cemento, que café que guantes o estas pruebas que pocos conocíamos. Su ayudante en esta nueva faceta fue el ex
director de la Autoridad de Transporte Marítimo ahora convertido en su asesor
legal y de negocios, que parece también haberse diversificado –lo mismo
administra una operación marítima, que ofrece asesoramiento legal y de negocios
en tiempos de un virus que arropa el globo terráqueo. Por cierto, este asesor fue el que
despidieron por permitir a una lancha de las que administraba atracar en un
muelle de Vieques para que los pasajeros pudieran participar de una boda –imagino
que muy tus tus, en tiempos en que los
muelles estaban casi deshabilitados tras el paso del huracán María.
Las
peripecias del constructor/torrefactor/distribuidor de pruebas de detección de
virus se dan porque hay una contraparte en las agencias de gobierno que también
se diversifica, cuando no se supone que lo haga, para ofrecer beneficios a sus
amigos, al partido y por qué no, a su propio bolsillo, mientras recibe un
salario por un puesto en el gobierno. Esa contraparte es la gente que no tiene
claro que su lealtad es al pueblo, no a una persona o a un partido. Esos son los Yamil Koury, los Víctor Fajardo,
los Anaudi de la vida, que tenían el virus de la codicia en su sangre. Ese virus ha mutado y sigue infectando a
muchos. Resulta insidioso y se cuela en
los círculos de poder, contagiando poco a poco a funcionarios de varios
niveles. Permanece indetectado por
décadas y no sabemos cuánta gente lo
padece. La cura es la toma de
conciencia, pero hasta que cada persona no asuma su responsabilidad, no se podrá
erradicar del todo, aunque sí se puede contener con las denuncias y penas de
cárcel para los que traicionen la confianza del pueblo.
A mí me
causa una soberana indignación que mientras hay gente que se muere en Vieques
porque no hay un hospital con los equipos necesarios, mientras hay familias que
no saben cómo cubrirán los gastos de la próxima semana, un individuo como este
que se diversifica para su propio beneficio, haya sido capaz de querer tener
una ganancia astronómica, cobrándole al gobierno $38 por cada prueba, al son de
$38 millones, por algo que según el reportaje del periódico de hoy, se consigue
en el mercado internacional hasta por menos de $10. Y esto cobrado a un gobierno quebrado, que no
tiene suficientes equipos para proteger al personal médico, ni suficientes
respiradores para sostener la vida de todos los que pueden estar a riesgo de
morir si se materializan las proyecciones de contagio a las personas más
vulnerables.
Me
indigna que mientras mi amiga, con una preparación académica envidiable y una
vasta cultura hace mascarillas para afrontar sus vicisitudes económicas y aún
así dona parte de su artesanal producción a los más necesitados, este ser, por
no decirle hijo de p… sea capaz de
querer hacerse rico de un tirón. Me indigna que mientras hay pequeñas empresas -a
las que les ha tomado años levantarse y emplear unas pocas personas- que ven cerrados sus negocios, este hombre
quiera hacer una purruchá de chavos
al instante, sin mayor esfuerzo. No hay nada malo en obtener ganancias, pero
hay algo intrínsecamente mal en un ser humano que es capaz de aprovecharse de
una situación como la que vivimos, con un gobierno en quiebra que a duras penas
puede cubrir lo estrictamente necesario y una población en la que casi el 50% de
la población vive bajo los niveles de pobreza. Para colmo, estas acciones
retrasan aún más la adquisición de las pruebas que necesitamos desesperadamente
para medir el progreso de la enfermedad y determinar cuánto tiempo más debe
durar la cuarentena.
Me causa
desasosiego que este hombre haya puesto una mancha en tantas acciones hermosas
de nuestro pueblo, que una vez más demuestra solidaridad en momentos de adversidad. Precisamente en esta semana, que se denomina
Semana Santa, este hombre me ha alterado mi paz espiritual; despertó en mí una
indignación visceral; me ha hecho proferir por lo bajo esas palabras que
contienen ñ, porque se ha dejado seducir por un virus que aún no hemos podido erradicar: la
codicia. Permita Dios que hombres como este empresario y los que le ayudaron tomen
conciencia de sus acciones. Ruego por que nos encaminemos a sanar pronto del
COVID-19 y reduzcamos a un mínimo el virus de la codicia que por tanto tiempo –
mucho antes que este último- nos ha atacado.
7 de
abril de 2020
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