LATAS
Hace unas
semanas una amiga hizo referencia al pollo enlatado que viene desmenuzado y me
retrotraje a mi viaje misionero a Haití en el 2011. Fue una experiencia sobrecogedora, que me
puso en contacto con la miseria extrema y me mostró toda la bondad de la que
puede ser capaz el ser humano, así como la capacidad de adaptación que
poseemos. Esa capacidad de adaptarnos se
puso de manifiesto a la hora de comer o preparar alimentos.
Uno de
los días más intensos fue el dedicado a una clínica. Acudieron cientos de personas a recibir ayuda
médica, con unos casos más complicados que otros. Yo estaba asignada a repartir pastillas para desparasitar,
pero veía otros casos que llegaban, el más dramático de ellos el de una mujer
con quemaduras en su pecho. Estuvimos
trabajando por varias horas sin parar, hasta que mis tripas comenzaron a
protestar. Si alguien puede hacer una
demostración de resiliencia, esas son mis tripas. No importa lo que esté pasando –sea algo
doloroso, estresante, motivo de coraje you
name it, mis tripas van a reclamar comida.
Pues ese
día no fue la excepción. Tras varias
horas de intenso trabajo, comenzó el reclamo, con el agravante de que no había
a dónde ir. Había que comer lo que se
hubiese llevado, con el agravante de que no podía hacerlo delante de toda esa
gente que podían ofrecer seminarios de lo que era pasar hambre de verdad, no
este episodio pasajero que yo experimentaba.
Me fui al
área donde estaban los alimentos –eran galletas u otras cosas empaquetadas y
latas de spaghetti. No había posibilidad de calentarlos. Creo que previo a ese
día había comido como dos o tres veces de esa variante de pasta, porque creo
que lo que único que tiene en común con la versión genuina es la forma y el
color de la salsa. Mi ex marido
disfrutaba de ellos, mezclado con cebolla picada y salsa adicional. Nunca le encontré el atractivo a esa mezcla
ni a la versión original y el hecho de que tuviera que comerlos fríos lo hacía
aún más difícil para alguien como yo, que le gusta la comida bieeeeen caliente.
En vista
de que mis opciones eran muy escasas y las tripas estaban montando un piquete
en mi abdomen, opté por comerme los spaghetti directo de la lata. No puedo decir que los encontré deliciosos,
pero cumplieron su objetivo. No he
vuelto a comerlos y espero no tener que volverlo a hacer, pero ese día recibí
una gran lección, proveniente de una lata.
No hay exigencias cuando de verdad hay hambre.
En aquél entonces nos hospedamos en una casa que la
organización Iniciativa Comunitaria tenía alquilada. No había agua potable -era de cisterna que se
suplía de un pozo cercano. Debíamos
preparar nuestras comidas, así que junto a otros acudí a la cocina para ver qué
había disponible. Había arroz,
habichuelas, salchichas, salsa de tomate, todo de distintas marcas. Con lo que había y a veces huevos que traían
de sabe Dios qué mercado, preparábamos los alimentos. La mayor parte de nosotros éramos féminas, pero
también Juan, un entusiasta español - boricua con alma de niño se unía al grupo de
cocineros aficionados. Recuerdo un arroz
que preparó que quedó exquisito. Yo no
soy buena con grandes cantidades, porque estoy acostumbrada a cocinar para
pocos.
En una
ocasión se me ocurrió guisar pollo enlatado, ya que habían varias latas, los
ingredientes para sofrito, papas y zanahorias.
Lo cierto es que aquel pollo enlatado quedó riquísimo –tanto así que ya
de vuelta en casa lo he hecho en varias ocasiones. Es un resuelve, como la consabida lata de corned beef que tantas veces nos ha
sacado de apuros a muchas de las que nos hemos visto obligadas a producir un
plato luego de un largo día de trabajo.
La referencia
de mi amiga al pollo enlatado me trajo a la memoria toda mi experiencia
haitiana –algo así como una memoria enlatada.
El recuerdo fue tan vívido que procedí a guisar una lata de pollo que
tenía en la alacena. A esta versión le añadí
una cucharada de jerez mientras se cocinaba y la serví sobre arrocito blanco. El
olor que emanaba era exquisito. Sobre el
recuerdo de aquél plato elaborado con alimentos enlatados donados construí años
más tarde un plato exquisito que disfruto, sobre todo, porque me recuerda lo
que es verdaderamente esencial –la solidaridad, la conciencia de que
necesitamos muy poco para sobrevivir y el gozo de las cosas simples.
15 de
febrero de 2019