GRACIAS
SIN PAVO
Crecí en
un hogar donde no era tradición comer pavo el Día de Acción de Gracias. De hecho, a mi papá no le gustaba el pavo,
hasta que yo lo empecé a hacer. Como
adoro la cocina, un año quise hacer el pavo- estilo tradicional, con relleno de
pan. A mí me gusta preparar recetas
respetando su origen –no es que tenga un afán americano tipo doña Myriam. Cuando hago recetas italianas, chinas, mexicanas o de donde sean, quiero que
sean lo más auténticas posibles. Lo que
inició como un experimento se convirtió en una tradición. Ya Papi esperaba el pavo y cuando él ya no
estaba, solía prepararlo y llevarlo a casa de su viuda.
Tengo un
amigo que detesta el pavo, no sé si por el sabor, por una afirmación de
puertorriqueñidad o todas las anteriores.
Algunos años compartí en casa de amistades, incluso aportando el pavo
que yo misma horneaba y en otras, hacía la celebración aquí. En ocasiones he
invitado a este amigo o a otros que no comen pavo y ofrezco alternativas adicionales. Para colmo, últimamente tengo varias
amistades vegetarianas, así que he tenido que ponerme aun mas creativa.
El gusto y
los principios no se discuten, así que no impongo a nadie la obligación de
comer pavo, pero a mí me gusta todo el ritual de seleccionar el pavo –chiquito –de
unas 9 libras y toda la preparación. Ponerlo
a descongelar dos días antes y adobarlo, frotándolo con cariño con un masaje
que preludia el gusto con el que habremos de ingerirlo es una actividad plena
de sensualidad. Luego ponerlo al horno, sentir los olores y ver cómo se va
dorando poco a poco es una fiesta para los sentidos. Hace unos años encontré
una receta espectacular de relleno más criollo y la preparé. Quedó de show.
Los
acompañantes del pavo también han variado. Batata mameya con malvaviscos,
gratinado de papa y apio, arroz con cebolla y últimamente horneado de croissant con setas han sido acompañantes
del pavo a través de los años. También ha
habido variantes del postre –pastel de calabaza, flan de calabaza, cheesecake de calabaza, bizcocho de
arándanos; en fin, que me gusta explorar –en la cocina y en otras actividades. El año pasado, tras María, ya tenía luz y técnicamente
pude haber hecho el pavo, pero decidí no hacerlo por miedo a que luego de pasar
todo el trabajo, con el ave en el horno, se fuese a ir la luz. Vamos, que no hay manera de hacer un pavo,
por más pequeño que sea en una estufita de acampar. Me conformé con un pollo que trajo otro
amigo, un arroz con espárragos y no recuerdo qué otra cosa.
Este año
quería preparar el pavo y me lancé en una búsqueda casi obsesiva por un pavo petite; conseguí uno de 10 libras y
media que rebasa un poco la línea, pero de todos modos siempre sobra. Y para lo que sobra, sobran las ideas. Lo que no sobra son los comensales. De hecho, todo el mundo estaba complicado,
vegetariano o patriota a ultranza, así que el pavo permanece en el congelador
en espera de otra ocasión, que esta vez será enteramente criollizada, porque
vamos, ya estará la Navidad en pleno apogeo.
La
experiencia me ha enseñado que no hay que obstinarse con los deseos. Después de todo, lo importante es sentarnos a
la mesa frente a algo que hayamos preparado con amor –ese es el elemento indispensable
-el pavo no. El amor que iba a poner en
el pavo lo pongo en otros ingredientes y me sentaré a la mesa con el amigo que
detesta el pavo –por las razones que sean- y daré gracias porque vivo en esta
isla de belleza insuperable, con todas sus contradicciones, sus carencias, sus
excesos. Daré gracias porque tengo un
techo acogedor, porque tengo amigos, familia, porque tengo opciones para
colocar en mi mesa, porque este año no tuvimos otro huracán; por la salud; por
la música; por los libros y por la esperanza –que incluye disfrutar en un
futuro cercano del pavo que reposa en el congelador.
Feliz Día
de Acción de Gracias.
22 de
noviembre de 2018
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