GALLETAS
Las hay
de diversos tamaños, formas y sabores – de soda, de avena, de azúcar, de
mantequilla, de chocolate chip, de
vainilla, de chocolate, de almendras, de queso, en fin, para todos los gustos y
presupuestos –desde los macaroons franceses
hasta las galletas de casco locales. Las
niñas escuchas tienen una campaña anual en la que venden galletas para recaudar
fondos. Mis favoritas son las shortbread, que de hecho, se parecen en
sabor a unas holandesas que se producían hace años y ahora se reproducen en una
versión local que se les asemeja. Las
originales eran marca Bader’s y venían en una lata redonda alta, dividida en 3
ó 4 pisos. Papi y yo solíamos disfrutarlas
poco a poco, tratando de retrasar el momento inevitable en que llegaríamos al
fondo.
En estos
días ha salido a relucir otro tipo de galleta, porque la palabra tiene una
acepción no comestible. Se trata de la
galleta que se propina con la mano abierta, al rostro de otra persona, es
decir, una bofetada o cachetada. Eva
Ayala, portavoz de la organización Educamos, colocó en su cuenta de Facebook un mensaje que lee “No me
importa decir lo que pienso…deseo darle un galletazo a Julia Keleher”. Las reacciones no se hicieron esperar. Hubo quien se ofreció a unirse a la fiesta de
galletas-no de las que se comen, así como los que criticaron el comentario y la
reacción de la propia Keleher de acudir a las autoridades por entender que
había habido una amenaza.
Desde el
punto de vista legal, no creo que Keleher vaya a llegar muy lejos con su
alegación. Desear no es lo mismo que
indicar que se llevará a cabo una acción.
Creo que la mayoría de nosotros -incluyendo a yours truly que se considera pacifista- hemos deseado darle un buen
galletazo a alguien, pero no llegamos a llevarlo a cabo y ni siquiera lo
verbalizamos. Comienzo por indicar que
puedo entender el coraje que siente esta líder, al ver que se toman decisiones
sin consultar adecuadamente a las personas que serán afectadas de forma directa
por los cierres de escuelas. No podemos
perder de vista que hay personas que viven en sectores aislados, para quienes
trasladarse a otra escuela representa grandes sacrificios. Encima de esto, la secretaria Keleher ha
exhibido un comportamiento desdeñoso e impaciente con padres y maestros.
Admito
que no es fácil –Keleher tiene presión por todos lados, empezando por
decisiones que le han sido impuestas a ella misma y está inmersa en una cultura
que pese al esfuerzo encomiable que hace por expresarse en español, no puede
entender a cabalidad porque llegó desde las esferas de poder, luego de trabajar
bajo contrato con el Departamento de Educación.
Ahora sigue bajo contrato, esta vez con la Autoridad de Asesoría
Financiera y Agencia Fiscal (AAFAF), con una compensación de $250,000 que dada
nuestra situación fiscal ciertamente puede
provocar deseos de darle un galletazo a quien ofreció pagar esa cantidad.
Son
muchas las personas que se sienten indignadas por la forma que este gobierno
toma decisiones, sin demostrar estar a la altura de las circunstancias. De ahí nace ese deseo de zumbarle un
galletazo a alguien. ¿Recuerdan el caso
del “tipo común”, que le lanzó un huevo a Fortuño? Pues es la misma
frustración. En el caso del “tipo común”
no se limitó al deseo, sino que lo llevó a cabo, lo que constituye legalmente
una agresión. Los que tienen menos poder utilizan formas de expresión que reflejan
la impotencia que se siente al ver que se toman decisiones que les afectan, sin
tomarles en cuenta. El país entero está
inmerso en esta gran frustración colectiva, tras los actos que se han
precipitado luego de la decisión del caso Sánchez Valle y las actuaciones post-María
del gobierno local y el federal, encabezado por su presidente, que genera en
muchos la fantasía –nótese que dije fantasía- de que alguien le propine un buen
galletazo con un rollo de papel toalla.
En el
caso de Eva Ayala, hay varios aspectos inquietantes en su mensaje. En primer lugar, ella es portavoz de una
organización que se llama Educamos. La
palabra tiene la connotación de instruir, de adquirir conocimientos. Cuando nos educamos, aspiramos a ser mejores
personas. Su mensaje comienza con
expresar que no le importa decir lo que piensa.
No hay dudas de que nadie puede interferir con nuestro pensamiento y que
en nuestra sociedad, hay un derecho a expresarse con libertad –es un derecho
fundamental. Ahora bien, una cosa es el
derecho y otra es lo que resulte en un beneficio colectivo. Cuando representamos un grupo, debemos
ejercer juicio en las expresiones que hacemos, porque podemos perjudicar las
gestiones en pro de ese grupo.
Insistir
en expresar lo que se piensa, sin tomar en cuenta las consecuencias, es un acto
de inmadurez -los niños y algunos adultos inmaduros- hablan sin medir las
consecuencias de sus palabras. En el
caso de estos últimos, asumen la actitud de “ya lo dije, ¿y qué?”. Pues no calcular los efectos tiene
consecuencias. Una de ellas es que no se
adelanta nada en el proceso de diálogo.
Ninguna persona a la que hayamos manifestado públicamente –porque lo que
se pone en Facebook es público,
aunque lo publiquemos sólo para nuestras amistades- va a sentirse en
disposición de dialogar con alguien que ha verbalizado el deseo de agredirle
físicamente. No podemos esperar grandes cambios en el pensamiento del opresor,
si lo enfrentamos con sus mismos métodos –en este caso la violencia verbal. Martin
Luther King dio cátedra en esto.
La
situación del país es una de alta tensión por el estado de sus finanzas, que
afecta directamente a sus ciudadanos de las clases más empobrecidas y de clase
media. Los Pesquera, Higgins III, Carrión
(en sus versiones I, II y III), Keleher y Jaresko no se afectan. Nos toca a los que miramos el panorama completo,
sobre todo a los educadores, señalar los errores y sugerir la forma de
corregirlos desde un lugar estratégico, teniendo en cuenta que somos
observados. Todo lo que digamos será
evaluado y una palabra puede derrotar nuestro objetivo.
Escuché
una expresión cubana, que proviene a su vez de una española -“el horno no está
para bollos” (panecillos). Los cubanos
la transformaron en “el horno no está para galleticas”. Lo que quiere decir es
que el horno está demasiado caliente y si metemos las galletas, se van a
quemar. Pues nuestro horno está en HI y
el país está en tremendo bollo, por lo que tenemos que tener mucho cuidado con lo
que hacemos con las galleticas.
10 de
abril de 2018
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