Datos personales

Mi foto
Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

viernes, 30 de marzo de 2018

TRADICIÓN










LA TRADICIÓN DEL AMOR

En estos días le he dedicado bastante pensamiento a las prácticas culinarias, tal vez como resultado de la participación en un concurso de cocina de Sor Juliana, una monja puertorriqueña de un convento en Guánica.  Siempre he sentido que cocinar es dar de mi misma, como si fuese una comunión.  Para mí, cocinar no es juntar ingredientes, ponerlos al fuego y comerlos para alimentar el cuerpo. Para mi, es en principio formar la idea de lo que voy a preparar.  Recuerdo cuando trabajaba asalariada, que a veces salía de la oficina sin un plan y en el trayecto a casa iba revisando mentalmente la alacena para ver qué había disponible.  Fueron varias las veces que recurrí al que creo es el sacapuros par excellence – el corned beef con arroz blanco.  Y debo decir que ese corned beef se ha transformado con los años, sobre todo ahora que hay una producción local que es exquisita y hace que mi versión sea absolutamente sublime.

Una vez decidido el menú, comienzo mi proceso de seleccionar los mejores ingredientes posibles, que no necesariamente son caros o sofisticados –pueden ser desde patitas de cerdo hasta osso bucco, pero siempre de calidad.  En varias ocasiones he decidido cambiar el menú porque no encuentro el producto que me satisfaga. Para los que somos carnívoros, debe haber también algo de respeto por ese animal que da su vida para que nosotros comamos –después de todo, hay evidencia de que los cavernícolas comían carne.  Igual, los que son vegetarianos pueden apreciar el esfuerzo de los agricultores, como yo también lo hago, sobre todo ahora en tiempos después de María.  Me produce una inmensa alegría encontrar productos locales y me hace tomar mayor conciencia que cuando compro productos de aquí, me alimento y ayudo a que nuestros agricultores salgan adelante.

Luego de la selección de los ingredientes, procedo a prepararlos, teniendo el cuidado de que cada uno reciba la temperatura y el tiempo necesario para la cocción adecuada.  Este equilibrio es difícil.  Un producto como el carrucho, por ejemplo, requiere un punto específico.  Si se cocina de menos o de más, queda demasiado duro, como aprendí hace muchos años.  Como resultado de ese fracaso, no lo he vuelto a intentar.  Nunca he cocinado langosta, porque requiere que se eche a cocinar viva.  No tengo corazón para echar un ser vivo en una olla hirviendo, aunque confieso que no tengo reparos en comerla cuando otra persona lo ha hecho –sin que yo lo vea, claro.

Hay ocasiones en que me engancho en una inmersión cultural, como cuando cocino platos italianos escuchando a Pavarotti. Me encanta hacer toda una producción –aperitivos, plato principal, vino y postre, todo italiano.  Me gusta que los platos vayan acompañados con el ambiente del lugar de origen, ya sea Italia, Cuba o Puerto Rico.  Nada más incongruente que una comida francesa con ritmo de salsa. Me molesta ir a un restaurante con temática regional que no se toma la molestia de incorporar música que vaya acorde con la región.  Recuerdo mi estadía en un hotel en Iguazú, con una vista espectacular de las cataratas y la incomodidad que sentí en el restaurante con música de Kenny G.  Me encanta Kenny G, pero allí era como escuchar a Bad Bunny en un convento.

Y hablando de Bad Bunny y los conventos, eso me trae de nuevo a Sor Juliana.  He seguido su trayectoria en el programa y pensé que iba a ser eliminada mucho antes, porque ciertamente se nota que cocina divino, pero esto no la convierte en chef.  Ser chef requiere años de preparación, conocimiento de técnicas e ingredientes que no están presentes en un convento. Sus deficiencias en el plateo, que luego mejoró, eran notables.  Pero independientemente de su carencia de técnica y conocimiento, había algo que nacía de su interior, que no hay escuela culinaria que lo enseñe –es la humildad, el respeto a los demás y el ver lo mejor en cada ser humano.  La mejor demostración de esto último la tuve en un programa de entrevistas que vi, donde compartió escenario con Bad Bunny.  Para que no sepan quién  es Bad Bunny (no tiene que ver con Bugs), es un cantante de un género que me parece espantoso, conocido como Trap.  En las canciones se glorifica la violencia y el trato a las mujeres es la cosa más denigrante que he escuchado en mi vida.  Cuando el entrevistador aludió a cómo se sentía Sor Juliana en presencia de Bad Bunny, ella dijo que había escuchado comentarios de que la letra de sus canciones era fuerte, pero que se notaba que él era un muchacho bueno.  Ella vio en él más allá de su vulgar exterior.

Sor Juliana ha ofrecido lecciones de humildad, de entrega al servicio, de la importancia de que no perdamos nuestra esencia.  Al final, se le escapó lo que siempre había estado allí y lo que distingue nuestra cocina- ese sabor criollo.  Estoy segura que las hermanas de la congregación disfrutan de su sazón sin los ingredientes sofisticados que conoció en la competencia.  Hay algo de divino en la comida que ofrecemos con amor.  Dijo ella en una entrevista cuando se le preguntó si era posible cultivar el espíritu con el alimento: es una forma apropiada y una expresión donde podemos entrar en contacto directamente con Dios a través del agradecimiento de Dios por lo que nos provee, por el alimento, porque todo viene de Dios.  Cuando uno está preparando un plato es una forma de entrar en contacto con Dios.  Santa Teresa de Jesús decía que entre los pucheros ella se encontraba con Dios.

Cuando ofrecemos algo con amor, la persona que lo recibe siente que ese amor transforma los alimentos, aunque no esté consciente de ello.  Eso es lo que hace que muchos recuerden con tanto cariño un plato de arroz blanco con un huevo frito encima y unos amarillitos.  Una compañera de estudios me relataba algo que en aquél entonces yo, que estaba acostumbrada a los platos exquisitos que mi mamá preparaba, no entendía.  Ella recordaba con nostalgia y una ternura infinita el plato de algo que no sé si todavía existe –un arroz con fideos de cajita –Rice–a-Roni como almuerzo y el cereal con leche que su mamá le servía antes de dormir.  Lo que ella recordaba no era necesariamente el plato –era el amor, que es el mismo que mi mamá ponía en sus platos más sofisticados.

Ayer hablé con mi Buddy, quien se sorprendió que este año rompo con la tradición auto-impuesta de preparar pescado en escabeche el Viernes Santo.  Me topé con la referencia al caldo santo de Loíza y me di a la tarea de buscar la receta en internet.  Decidí que iría a comprar pescado fresco y las viandas del país que componen la receta.  Hago la excepción con el plátano, porque no se consiguen y no preparo yo misma la leche de coco, porque es un riesgo ponerme a abrir cocos y sacar la carne adherida a la cáscara.  Me dio una satisfacción inmensa acudir con Ramón a Naguabo y ver las pescaderías llenas y el flujo de público al sector, lo que garantiza una inyección económica a un área tan maltratada por el huracán.

Hoy honro a los pescadores, a los agricultores, a los que trabajan en la planta que envasa la leche de coco, a los peces que surcan nuestras aguas, porque todos permiten que mi mesa tenga hoy un nuevo plato.  Honro a Sor Juliana, quien me ha dado lecciones espirituales desde la cocina.  Honro a mi mamá, quien me transmitió el entusiasmo por preparar platos de calidad.  Honro a Ramón, que me llevó a comprar el pescado y compartirá mi mesa; honro a los loiceños, fieles a la tradición y quienes han sufrido por años el abandono y ahora se enfrentan a los estragos del huracán y la ineficiencia de un gobierno central que golpea con mayor dureza a los más necesitados. Doy gracias a Dios por todas las bendiciones recibidas.

Hoy rompo con mi tradición del pescado en escabeche y tal vez inicie una nueva, pero me mantengo firme en la tradición del amor.

Viernes Santo, 30 de marzo de 2018

martes, 13 de marzo de 2018

DÉJÀ VU





DÉJÀ VU

En estos días se ha revolcado el asunto de un contrato del Departamento de Educación sobre el resurgimiento de un programa -plataforma, currículo o como le quieran llamar- para insertar valores en las escuelas.  De inmediato me transporté a hace poco más de siete años, cuando se implantó el programa, plataforma o como le quieran llamar, en las agencias.  Tengo grabada en la mente la pantallita digital que aparecía en el elevador de la agencia para la cual trabajaba, en la que se reproducían los valores: justicia, respeto, civismo, responsabilidad, confiabilidad, bondad.  Ciertamente, valores apreciables- los que aprendí de mis padres mucho antes de que existiese una ley de ética gubernamental, que fue la agencia líder en el proceso de divulgarlos.

Recuerdo con nitidez el coraje intenso que me causaba leer la dichosa pantallita, particularmente el valor del respeto, cuando yo sentía que a mi se me faltaba el respeto todos los días, desde el secretario que nunca me concedió una reunión pese a que yo ocupaba un puesto de carrera que por su naturaleza le respondía a él, pasando por el que me supervisaba funcionalmente, quien hablaba con prepotencia y muchos otros que me ignoraban de forma patente. El colmo fue cuando se me citó a una reunión para discutir una “plataforma” que sería implantada, bajo un contrato otorgado a una firma representada por un extranjero, que diseñaría un programa por computadora para educar sobre el hostigamiento sexual.  Me sentí como si me hubiesen abofeteado, porque yo tenía un programa de adiestramientos presenciales que me ocupé de llevar a todas las oficinas, incluyendo a las regionales, para educar sobre el tema.  Fui, durante mis 16 años de ocupar el puesto a Caguas, Humacao, Ponce, Aguadilla, Mayagüez, Fajardo, Manatí; a oficinas descentralizadas en el área Metro.  Es decir, me ocupé de llevar el mensaje y recopilar los records de asistencia de los participantes de los talleres, los cuales fueron diseñados por mi. 

Para estos talleres solía dividir los grupos, de forma tal que los participantes se sintieran cómodos y en libertad de hacer preguntas.  Llevé el mensaje a trabajadores que para mi sorpresa, no sabían leer; a conserjes; a personal administrativo, a supervisores, profesionales, en fin, a todos los niveles de la agencia, incluyendo a secretarios que se dejaban orientar, no como el que me tocó para la época original de este programa de valores que ahora resucita.

En la reunión para discutir la implantación de la dichosa “plataforma”, estaba presente el que se designó por la agencia como Project manager, un individuo que sabía de cómo implantar talleres de hostigamiento sexual lo que yo sé de física nuclear.  Se me notificó que yo sería el enlace con el representante de la firma.  Demás está decir el nivel de indignación que sentía.  Para añadir sal a la herida, obtuve copia del contrato, que en los primeros párrafos, aludía a que la agencia carecía de una “plataforma” – y dale con la palabrita- de adiestramiento sobre hostigamiento sexual, lo cual llevó mi indignación al más alto nivel.

El programa nunca se implantó, porque los encargados del mismo (que no era yo) nunca los pusieron en vigor.  A modo de ejemplo destaco que el día de la presentación de la %*&@! plataforma, en presencia del representante de la compañía a cargo de su diseño –que requirió del conocimiento de yours truly para poder hacerlo- y del empleado que se reunía conmigo para obtener la información, el flamante Project manager se quedó dormido.  No me dio ni vergüenza, porque nada de ese embeleco me pertenecía.

Y como un inmenso dèjá vu, el contrato de los valores me trae a la memoria aquél momento en que se desparramó por el país la campaña de unos valores con los que todos podemos estar de acuerdo y que otros -hoy como ayer- se encargan de pisotear.

Escrito con indignación hoy 13 de marzo de 2018

Nota: Incluyo el ensayo del 2010 sobre los valores

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

LOS VALORES EN EL PAÍS DE LOS BIZARROS


Cuando era niña me encantaba leer comics de Superman, en particular sobre sus orígenes, del planeta de donde provino (de cuyo nombre no me acuerdo) y de la familia que lo adoptó.  También me gustaba mucho todo lo relacionado a su relación con Lois Lane, de la cual podía intuirse que había un interés de parte de Clark/Superman.  Sin embargo, como muchos hombres de este planeta, ni Clark Kent ni su alter ego, Superman, definían claramente qué era lo que querían.  Así, dejaban eternamente a la pobre Lois, como nos dejan muchos hoy en día, tratando de adivinar qué rayos es lo que quieren.  Ah, porque hay que adivinar, ya que si preguntas, sienten que los estás “presionando”.  Prefiero quedarme en la fantasía y no imaginar que como muchos hombres de este planeta, tanto  Clark como Superman no supiesen lo que querían. 

Aparte de los comics regulares, había unas ediciones especiales que tenían unas historias adicionales en la parte de atrás, del país de los bizarros.  Los personajes del país de los bizarros eran como de piedra y en su mundo, las cosas eran al revés del nuestro.  Lo que nosotros considerábamos hermoso era feo para ellos y viceversa.  Cuando alguien cumplía años, debía regalar a sus invitados.  En fin, que todo era al revés.

Hace un tiempo este gobierno inició una campaña de valores.  Los divulga en el periódico, en carteles gigantescos en las autopistas, en su portal cibernético, en fin, una divulgación general sobre una “cultura de valores”.  Evidentemente, nadie puede estar en contra de la difusión de los seis valores que se pretende estimular: bondad, respeto, civismo, justicia, responsabilidad y confiabilidad.  Muy bonito.  Ideal.  Fantástico.  Pero algo no cuadra.  Esos valores que se pretende promulgar no guardan relación con la conducta de este gobierno.

Me di a la tarea de entrar a la página oficial del gobierno y buscar el enlace de los valores.  En la introducción dice que “Los valores son importantes para crear una mejor vida para todos los puertorriqueños. Con ellos vamos a tener el Puerto Rico que todos queremos y nos merecemos. Vamos a ponerlos en práctica. Porque hoy es un buen día para cambiar el mundo.”  Me parece muy bien.  Si alguien cree que podemos cambiar el mundo, esa soy yo, producto de la época del “peace and love”, de los Beatles con su transformadora Imagine y de las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, las cuales canto desenfrenada y desafinadamente cuando me indigno, que últimamente es bastante a menudo.  Porque la cosa está como para indignarse.

Yo sí creo en lo que dice la introducción sobre los valores que aparece en el portal oficial de este gobierno.  Los que no creen en eso, son ellos.  Basta analizar los valores y los comentarios que aparecen en la página.  Tomemos el valor justicia.  Dice el portal sobre éste: “Sigue las reglas del juego. Toma turnos y comparte. Mantén una mente abierta. Escucha a los demás. No tomes ventaja de los demás. No culpes a otro por tu descuido.”  Pues las reglas del juego las cambian a cada rato.  Ya están tramando cambiar la ley de la Universidad.  Lo de mantener la mente abierta y escuchar a los demás parece que José Ramón de la Torre no lo ha leído, Fortuño tampoco, al igual que no ha leído lo de no culpar a otros.

Respeto.  Este me encanta. Dice el portal: “Trata a los demás con respeto. Sé tolerante con las diferencias. Practica buenas costumbres. No uses lenguaje ofensivo. Sé considerado con los sentimientos de los demás. No amenaces, golpees o lastimes a nadie. Aprende las ventajas de la tranquilidad.”  Si no fuera patético, sería gracioso.  Yo no sé cómo todo el gabinete, el Gobernador y sus ayudantes, incluyendo al rasputinesco Rodríguez Ema y la legislatura, con su neo nazi Rivera Schatz a la cabeza del Senado, pueden ser tan cínicos de pretender difundir esta cultura de valores en la que evidentemente no creen.  Parece ser que se confundieron en lo de civismo, porque evidentemente lo que sí abunda es el cinismo.

Para civismo, se incluye lo siguiente:” Haz tu parte en la escuela y comunidad. Coopera en los asuntos de la comunidad. Mantente informado. Sé un buen vecino. Cumple con las leyes y normas. Respeta la autoridad. Protege el medio ambiente.”  Que digan los vecinos de Ceiba y los que viven cerca del proyectado gasoducto o “via verde” como le prefieren llamar, si se cumple con esto.
Bajo responsabilidad se indica: “Haz lo que se supone que debes hacer. Persevera. Síguelo intentando. Siempre haz lo mejor. Mantente controlado. Sé autodisciplinado. Piensa antes de actuar. Considera las consecuencias de un acto.”  Uy, me encanta el control que exhibió aquél policía pateando un estudiante y la forma en que Rodríguez Ema se mantuvo controlado al expresar que sacaría a patadas a los estudiantes.

Confiabilidad – valor indispensable para un gobierno, ya que los ciudadanos deben confiar en aquéllos que están a cargo de regir sus destinos.  El portal incluye bajo este valor lo siguiente: “Sé honesto. Haz lo que has dicho. Ten la valentía de hacer lo correcto. Construye una buena reputación. Sé leal a tu familia, amigos y comunidad.”  Creo que Fortuño ha sido leal a su familia y sus amigos.  Punto.

Bondad.  Aquí fue donde yo quedé mala.  Dice el portal bajo este valor: “Sé amable. Sé compasivo. Demuestra que te preocupas. Expresa gratitud. Perdona a otros. Ayuda a las personas en necesidad.”.  La compasión se fue de vacaciones en este gobierno.  Demostrar que se preocupan no forma parte del manual de instrucciones que se les entregó a los funcionarios de este gobierno o a todos se les borró ese capítulo.  Y como la realidad es más increíble que la ficción, prueba de que la bondad está ausente es  que cuando trato de imprimir lo que aparece bajo bondad, no sale nada.  Bajo los otros valores, sale el texto, aunque no el título del valor.  En el caso de la bondad, no sale nada.  Mi papá solía decir que los republicanos son tan malos que se comen por los rabos.  Yo todavía creo en la redención, pero me lo están haciendo bieeeeeeeeen difícil.

Llegué a la conclusión de que este gobierno pertenece al país de los bizarros.  A nosotros nos aplican los valores que he descrito tal y como aparecen en el portal oficial.  A ellos no.  A ellos les aplican la imposición, el cinismo, el abuso de poder, la intolerancia, la intriga y la arrogancia.  Lamentablemente, las descripciones las vivimos todos los días.

19 de diciembre de 2010





jueves, 8 de marzo de 2018

Hoy es jueves





HOY ES JUEVES
Hoy, Día Internacional de la mujer trabajadora, se me presentaba difícil.  Empecé por llamar a la compañía que me factura (porque no siempre me lo ofrece) el servicio de teléfono e internet.  Me prestaron un equipo, porque el servicio regular quedó interrumpido siete días después de María.  Como tengo servicio de telefonía móvil con otra compañía, no había hecho muchos esfuerzos por acceder al internet a través de la computadora, pero un fantasma del pasado me obliga a buscar documentos que tengo allí y remitirlos por correo electrónico, aparte de tener que hacer una investigación que no resulta sencillo en una pantalla de cinco pulgadas o lo que sea que mida mi celular, que no puede ser más de seis.

Ya estaba algo crispy porque el lunes había acudido a la aseguradora esa que se triplica en nombre y costos para intentar entender el cómputo bajo el cual me calculan el deducible a pagar por medicamentos y presentar una solicitud de reembolso por un servicio que recibí la semana pasada de un médico que no acepta ese plan.  Estoy segura que me reembolsarán una ínfima parte, pero no quiero ni saber – ya tengo suficiente molestia.  Me ocuparé de eso cuando llegue el momento. Ahora la prioridad era resolver el asunto del internet en la computadora.  La llamada resulta un paso de comedia para el que lo vea a distancia, pero lo cierto es que estas dos compañías –una que se ocupa de mi salud y otra de las comunicaciones, tienen la virtud de sacarme por el techo, de forma tal que no me comunico muy efectivamente y estoy segura que tras lidiar con ellos mi salud queda afectada en algún grado.

Tras la llamada en la mañana, el asunto parece que se resolvió, así que me fui a mi cita de seguimiento con el oftalmólogo, tras mi operación de una prematura –subrayo lo de prematura- catarata.  Allí tuve que tolerar las conversaciones alborotosas sobre los achaques de unos cuantos, los comentarios de política, béisbol y otros tantos que no me interesaban para nada y que representaban un obstáculo a mi lectura de una muy buena novela de Sandra Cisneros.  Luego de tres horas allí, creo que pude captar el contenido de tres párrafos. Salí contenta por un lado –estoy mejorando, pero por otro, no tanto como yo quisiera.  Me entró un hambre de esas que los que me conocen bien saben que son impostergables, a riesgo de que me convierta en un ser mutante.  En el camino a casa, iba pensando en el lugar que más me conviniera para almorzar y finalmente me decidí por uno que ofrece buena comida, atención rápida y buenos precios.  Perfecto para una persona que acaba de pagar un deducible que representa la mitad del costo de la operación.

Al llegar se me hizo difícil encontrar estacionamiento, pero finalmente lo conseguí.  Subí los escalones hacia el local y me detuve a mirar una pizarra en la entrada del restaurante.  Una joven muy amable me dijo que podía pasar y adentro podía leer con comodidad los especiales impresos. Me detuvo en la puerta y me dijo  “espérate, que tienes algo enredado en el pelo”- presumo era una hoja o ramita y lo removió.  La joven parecía no tener más de 21 años y me recordó a la hija de una amiga.  Me tomó la orden muy amablemente y observé que atendía otras mesas, retiraba platos sucios y traía la cuenta a otros comensales.  Trabajaba de forma eficiente, amable y sin rastro de molestia.   Cuando finalicé el almuerzo, pedí la cuenta, le dí las gracias y le dije felicidades. Me miró con cara de no saber el motivo de la felicitación, así que le pregunté ¿sabes qué día es hoy? Y me dijo, como con temor a equivocarse jueves.

Le dije -con algo que estoy segura tenía algo de maternal- hoy es el Día Internacional de la mujer trabajadora.  Ella se sonrió y me dijo, ¡qué linda, gracias! Esta joven es como tantas otras mujeres, muchas de ellas no tan jóvenes, que trabajan hoy jueves sin haber recibido una felicitación –es más, sin ni siquiera saber lo que hoy se conmemora/celebra.  Son mujeres que a veces tienen más de un trabajo, aparte del trabajo no remunerado del hogar.  Muchas de ellas han sufrido humillaciones, han sido víctimas de hostigamiento sexual o sencillamente, se les trata con indiferencia.  Nuestro país se restablece gracias a los miles de mujeres que han acudido a socorrer familias en lugares apartados.  Sus manos han meneado los enormes calderos que contienen el alimento para cientos de familias, han empacado víveres, ropa y otros artículos; han abrazado, han cantado, han ofrecido abrigo a cientos de vecinos. Unas veces acompañan hombres igualmente solidarios, otras van solas.

Yo no sé el nombre de la joven que me atendió –no sé por qué no le pregunté, cuando suelo hacerlo.  Tal vez porque ella representa a tantas otras mujeres que trabajan este y todos los jueves, para sostenerse a sí mismas y sus familias, sin felicitaciones, sin flores, sin saber que hoy se conmemora el Día Internacional de la mujer trabajadora.  A ellas, mis respetos.

8 de marzo de 2018