REFLEXIONES EN TORNO A UNOS GUINEÍTOS
Hace unos
días vi en Facebook uno de esos
mensajes positivos que disfruto, el cual exhorta a tomar unos minutos cada día
para dar gracias por todo lo que se tiene.
Hace muchos años que aparto algún tiempo para agradecer las muchas
bendiciones que he recibido, pero hace tan sólo casi dos que comencé un diario
de agradecimiento. Todos los días, salvo
uno que otro desliz, escribo algo por lo que estoy agradecida. Hay agradecimiento por lo grande, como la
vida, los sentidos, los padres extraordinarios que tuve y los amigos que
constituyen la familia que he escogido.
Por
momentos, quedo pensativa, sin vislumbrar por qué exactamente voy a dar
gracias. Esos son los momentos de dar
gracias por el café, por los silencios, por el descanso. Nada como una noche de insomnio para
percatarnos de la bendición que es una noche de sueño reparador. Hoy me enfoqué en el agradecimiento por unos
guineítos que me trajo mi prima Socorrito – ella de por sí es motivo para otro
agradecimiento, pero ese será otro escrito.
Como eran muchos guineítos para mí sola decidí hacerlos en escabeche y
así podría compartirlo con otras personas.
Preparar
los guineítos me hizo pensar en la bendición que es la hermosa costumbre que
tenemos en nuestro país de compartir algo sencillo –un aguacate, unos limones, ¡unas
guayabas!, unas mallorcas, quenepas, plátanos, ¡panapén!, una “yunta” de
pasteles, un pedacito de bizcocho, de flan, de coquito, una rosa del jardín –es
eso que nos llega de improviso, de manos de un pariente o un vecino. Esos son pequeñas bendiciones, a las cuales
tal vez no les damos la importancia que tienen.
La
reflexión de los guineítos me llevó a pensar en bendiciones un poco más
elaboradas, como los platos que mi amiga Leila compartía conmigo. Uno de ellos era el pie de pollo –la versión
casera de un plato tradicional norteamericano: chicken pot pie. De vez en cuando me llamaba para avisarme que
había preparado varios y pasara a buscar mi ración, llamado al que acudía
presta y gozosa. Sentarme a disfrutar
uno de esos pies era un deleite –una masa
de pastel doradita, tostadita, que solía rendir para que me durara con cada
bocado del interior. Dentro del pastel,
que debía abrir con cuidado para no quemarme con el vapor, había trozos de
papa, zanahorias, apio americano, cebolla, todos frescos, con maíz y guisantes,
combinados con pedazos de pollo. Casi
siempre mi paladar terminaba en tiritas, porque no podía esperar a que el
pastel se enfriara para disfrutarlo.
Leila
compartió conmigo muchas delicias y debo decir que yo también compartí con ella
platos que confecciono con el mismo entusiasmo y amor por la cocina. Aprendí a hacer los pies y hoy precisamente preparé varios, que congelé para hornearlos
luego. Mientras los preparaba tuve a
Leila muy en mente –ella es de esas bendiciones mega especiales y como mi prima
Socorrito, aparece varias veces en mi diario de agradecimiento.
Los
guineítos me llevaron a pensar en las bendiciones grandes y pequeñas que recibo cada día. Por ellas, doy gracias.
6 de
julio de 2017
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