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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

miércoles, 15 de marzo de 2017

Ojitos haitianos





OJITOS HAITIANOS

Ayer coloqué más cerca de mí unos ojitos que me han acompañado hace años, desde distintos lugares. Sin saberlo, estos ojitos debían estar allí desde la década de 1980, cuando el gobierno de los Estados Unidos envió refugiados haitianos desde Miami, para ser instalados –sí, como piezas, en un campamento en las instalaciones militares de Fort Allen en Juana Díaz.  Allí estaban como si fuera un campo de concentración, cercados, alojados en casetas que eran como saunas en medio del calor agobiante de Juana Díaz. Estaban lejos de su tierra no sólo en términos geográficos, sino también en la distancia que nos separa cuando no hablamos el mismo idioma.

La situación de estos seres apiñados como reses, tratados como si fueran algo menos que humanos trajo recuerdos de los campos de concentración nazi y fueron muchas las voces que se alzaron en contra de este trato.  Hubo varios abogados que ofrecieron sus servicios y muchos artistas, religiosos e intelectuales, entre ellos la voz fuerte, apasionada de Inés Mendoza de Muñoz Marín, alzaron sus voces de protesta.  Puedo imaginar la angustia de estos seres humanos, quienes habían huido de la dictadura de Duvalier y la miseria más abyecta, tan sólo para terminar apresados, sin poderse comunicar y sin entender la razón de un encierro en el infierno del calor juanadino que parecía no tener fin.

No recuerdo cuándo Papi y yo nos encontramos con la imagen del niño que llamó poderosamente mi atención –tal vez fue en una de las ferias de artesanía que tanto nos gustaban.  Al preguntar al artesano, me dijo que era su representación de un niño haitiano en el Fuerte Allen.  Eso bastó para adquirir la obra, que luego mandé a enmarcar con cuidado y Papi la exhibía en su sala.  Cada vez que lo visitaba, esos ojitos me miraban, como buscando compasión.  Esos ojitos habrían visto miseria en su país de origen, pero también habrían visto colores brillantes, los moñitos atados con cintas de las niñas haitianas; tal vez vieron besos y abrazos entre sus padres; calles por las que podía correr libremente con sus pies descalzos; guisos cocinados en grandes calderos sobre leña, que unas manos fuertes moverían, mientras sus tripas le hacían reclamos urgentes de ser atendidas.

Para vergüenza de muchos –los que la sintieran y los que no, esos ojitos también vieron un mar embravecido; una yola frágil que parecía de papel; un arribo a un lugar desconocido, con personas que hablaban un idioma distinto, frío, ataviados con uniformes militares.  Esos ojitos vieron por primera vez un avión, que se los tragó, junto a familiares y vecinos y los escupió en otra tierra, con otro idioma que tampoco conocía.  Esa otra tierra se parecía más a la suya, con el calor inclemente, pero no tenía posibilidad de moverse.  Esos ojitos también vieron el mismo uniforme, pero ahora ocupado por personas que se veían distintas de las primeras y muchos hacían un esfuerzo por hacerse entender.  Esos ojitos vieron a varias personas llegar al campamento a visitar, a hacer preguntas y vieron como muchos marchaban dando gritos a las afueras del campamento.  Esos ojitos finalmente vieron los portones abrirse.  

El cuadro permaneció en el apartamento de Papi aún después de su muerte hace 27 años, porque Lillian, su viuda, vivió allí hasta su muerte en octubre pasado y no quise perturbar su entorno.  Muchos objetos de Papi quedaron allí, pero yo me sentía atada a esos ojitos y hace unas semanas los traje conmigo.  Estuvieron en un rincón, porque no sabía cómo ubicarlos.  Siempre he pensado que los objetos tienen su lugar.

Coloqué el cuadro en la sala y más tarde me di cuenta que sin querer, lo ubiqué en un espacio similar al que ocupaba en la sala de Papi.  Eso me confirma que es su lugar.  Esos ojitos me acompañan ahora y saben que tienen en mi el compromiso de no olvidar a los niños haitianos.  Tan sólo espero que los ojitos del niño que inspiró el cuadro hayan visto un hogar amoroso, hayan leído libros para alimentar su espíritu y un paisaje benévolo. Benediksyon.


15 de marzo de 2017

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