APRENDER A NADAR A LOS 69
A principios
de este año comencé a tomar clases de acuaeróbicos, a sugerencias de una amiga. Nunca he sido persona de hacer ejercicios; no
aprendí a correr bicicleta, ni patines. Hice
varios intentos de practicar algún deporte en la clase de educación física, que
resultaron un desastre –veía venir la bola y me cubría la cara. Tomé unas clases de natación en escuela
superior y no pasé más allá de flotar boca abajo y ni remotamente me aventuraba
al lado profundo de la piscina, que no estaba muy distante, ya que solo mido 5
pies.
Al llegar
a la adultez tomé conciencia de que era necesario hacer algún tipo de ejercicio,
así que periódicamente caminaba o trotaba, tomé unas clases de tenis que resultaron
un desastre debido al carácter dictatorial de la maestra, clases de yoga, las
cuales disfruté mucho, pero por alguna razón abandoné después de un tiempo. De
vez en cuando vuelvo a hacer algunas posturas, pero perdí el ritmo de hacerlo
de forma consistente. Y hablando de
ritmo, intenté varias veces tomar lecciones de baile: bomba y plena, salsa y
hasta tango, pero carecer de sentido de orientación es un reto. Mientras todo el mundo va para la derecha, yo voy para
la izquierda y viceversa.
Cuando mi
amiga me sugirió los acuaeróbicos pensé que era una buena opción para
mantenerme más o menos en forma y resultó fantástico. Hacer ejercicios en el agua es beneficioso
por muchas razones y previene lesiones.
La maestra es excelente; está pendiente de que hagamos los ejercicios
correctamente y tiene un entusiasmo envidiable.
Cuando supe que ofrecería clases de natación pensé que podía ser mi
oportunidad de por fin aprender a nadar. Okey - tengo 69 años y parte de mí
piensa que ya para qué voy a aprender a nadar, pero otra parte siente esta vergüenza
de que vivo en una isla, para colmo soy pisciana y nunca aprendí a nadar.
En agosto
comencé las clases y a principio me fue muy bien –hasta que llegué a la parte
en la que hay que nadar con la cara dentro del agua y sacarla –de lado- para
tomar aire. No tienen idea de la
cantidad de veces que no saco la cara porque no es el timing perfecto o peor aún, saco la cara, pero inhalo agua en lugar
de aire. Confieso que varias veces he
estado a punto de darme por vencida.
Después de todo, he vivido 69 años sin nadar –es más, hay una piscina
frente al apartamento y no la uso, así que no pasa nada si no aprendo. Pero algo en mí me impulsa a seguir intentándolo,
no porque lo necesite, sino porque me reta a vencer mis miedos. No estoy acostumbrada a que las cosas me
salgan mal –por eso he abandonado tantos otros proyectos, porque no salgo adelante.
Y ayer
domingo sale esta columna de Luis Rafael Sánchez titulada –nada más ni nada
menos que- Nadar. Contrario a otras veces, en las que suelo
leer el periódico en orden, anticipando el placer de llegar a la lectura de un
escrito que habré de saborear con fruición, fui directo al texto –algo así como
un quicky. La columna se inspira en
la más reciente publicación de Manolo Núñez Negrón – Mandamás, a quien colma de elogios, por entre otros, gozar de una “impresionante
acrobacia lexical”. Claro, le reconoce
al colega autor aquello de lo que mi admirado profesor ha dado sobradas
muestras. Curiosamente, tuve el libro de
Núñez en mis manos y no lo adquirí, porque la temática me pareció muy escabrosa
para mi gusto, pero mi antiguo profesor me ha dado otra lección: detrás de temas
que parezcan ajenos a nuestra naturaleza puede haber tesoros ocultos, como algo
que cautivó al profesor y ahora me compele a buscar el libro.
Luis
Rafael Sánchez comienza la columna con una referencia al libro citado: “En la
vida cada cual tiene que dar con su
playa”. Tras varios párrafos de elogios
al citado escritor –que dicho sea de paso me parece un hermoso gesto-, procede
a hacer una confesión: ¡No sabe nadar!
No solo eso, sino que también dice que eso le “abochorna, irrita, saca
de onda no saber bracear por entre las sensualidades con que el mar agasaja,
apenas se roza la humedad calenturienta de sus orillas”. Vamos, que nunca nadie ha dicho de forma tan
magistral que no sabe nadar. Sé lo que se siente. Y me hago la misma pregunta que se hace mi
profesor: “Si en la vida todos hemos de dar con la playa, en tanto que la vida
alegoriza una embarcación que igual atraca que zozobra, me interrogo sopetonamente: ¿He dado yo con la mía?”.
A los 69
años, en el umbral de los 70 que en casi tres meses he de alcanzar, decidí
aprender a nadar, tal vez en busca de esa playa, porque como dice mi admirado
profesor que sin saberlo me sigue ofreciendo lecciones, “¡No hay playa más
gloriosa que aquella cuyo nado remata en el destino procurado!”.
11 de
diciembre de 2023
Te felicito Ana, nunca es tarde para aprender, todos somos capaces y al lograrlo miramos atrás y nos llena de satisfacción el darnos cuenta que no era tan difícil, solo se resume en el deseo de cada cual y en no darse por vencido. Al final al dominar el medio Acuático, nos damos cuenta de la gran satisfacción que se siente, dominar y controlar tu cuerpo en el agua. Te felicito por el gran trabajo! Adelante!
ResponderEliminarJoseline
Gracias. Namasté 🙏
EliminarQue belleza! Gracias por compartir sus experiencias.
ResponderEliminarAna no nos conocemos pero yo también aprendí a nadar tarde en mi adolescencia, a los 70 años y coincido contigo de la satisfacción que da lograr algo q por tanto tiempo deseaba. Creo que todo llega en su momento. Este es tu momento, uno menos en la lista de cosas pendientes.
ResponderEliminarExcel
ResponderEliminar, disfruté tu artículo y a disfrutar de los retos.
Orgullosa de ti y lo que has logrado, estás en tu elemento. Ahora te paseas por toda la piscina como la pececita que eres.
ResponderEliminarAna, no dejes de escribir. Te busqué aquí y en Punto de Vista del Nuevo Día. Me gusta leer tus comentarios porque son muy sabios y honestos. Sí, cuando quieras. Estaré pendiente. Gracias
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